29 abril 2019

Régimen racista

  No tengo memoria de otro periodo en la vida política nacional donde se haya exacerbado tanto el racismo como durante los 13 años del gobierno de Evo Morales. Antes de la  Guerra del Chaco y de la Revolución de 1952 el racismo era algo común en la sociedad boliviana por su carácter feudal, pero el país no había vivido desde entonces una polarización como la que vemos ahora. 

Morales, Choquehuanca, Félix Cárdenas y comparsa se han encargado de convencernos de que estamos divididos entre indígenas y blancos, algo aberrante ya que el grado de mestizaje es tal, que ahora muy pocos se reconocen a sí mismos como indígenas, según quedó demostrado en el Censo de Población que el gobierno se ha esforzado en esconder. 

Los resultados del Censo de 2012 dejaron el ojo en tinta al gobierno porque muestran que un porcentaje minoritario de la población se identifica como indígena. El informe oficial relega esos datos a la página 50, y los excluye deliberadamente del análisis en la parte sustancial del documento. La cifra es contundente: sobre la población censada de 6.916.732 habitantes (mayores de 15 años), 4.032.014 NO se consideran indígenas. Apenas 1.281.116 se auto-identifican como quechuas, y solo 1.191.352 como aimaras. En otras palabras: Bolivia no es un país mayoritariamente indígena sino mestizo. 

Después de 1952 el color de la piel no era lo que dividía a los bolivianos. Podía dividirnos la ideología, la política, la cultura, la economía, pero no la piel. En los históricos sindicatos mineros y campesinos que tuvimos durante la última mitad de siglo pasado, a nadie se le ocurría dividir a los dirigentes entre blancos, mestizos o indígenas.  No preocupaba el origen racial de Federico Escobar, Simón Reyes, Casiano Amurrio o Juan Lechín. Por el contrario, era estimulante en términos políticos contar con una Central Obrera Boliviana y una Federación de Mineros donde codo a codo marchaban dirigentes del Partido Comunista, del MIR, MNR, PCB, POR y partidos indigenistas. 

En los enfrentamientos callejeros contra las dictaduras nadie cuestionó jamás que  Marcelo Quiroga Santa Cruz o Genaro Flores lucharan por las mismas causas. En la vida cotidiana y en el trabajo no teníamos en la cabeza el chip del racismo que ahora le ha metido este gobierno al pueblo boliviano mediante una perversa cirugía. 

La paradoja es que mientras el discurso de Evo Morales y de sus seguidores más obsecuentes alienta la división racial (a falta de debate ideológico) su gabinete y los principales puestos del aparato del Estado lo ostentan “culitos blancos” (según una de las expresiones racistas preferidas por el régimen). El vicepresidente, la presidenta de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), los ministros y ministras de Gobierno, Defensa, Finanzas, Minería, Hidrocarburos, Comunicación, Educación, Salud, de Desarrollo Económico, el Presidente del Banco Central de Bolivia, y muchos otros funcionarios no encajan en la definición de “gobierno indígena” que pretende instalar el régimen en su discurso demagógico de exportación. 

Para compensar ese déficit tenemos a la presidenta del Tribunal Supremo Electoral (TSE) o al Canciller, que han trocado sus ropas occidentales por otras con símbolos indígenas, para que se los contabilice como tales. La Ministra de Culturas, en cambio, hace todo lo posible para parecer lo más occidental que puede por su vestimenta y su maquillaje, renegando de su apellido Alanoca Mamani. Las carteras más importantes no están en manos de indígenas, y muchos de los “clasificados” como tales por la política de segregación racial no hablan idiomas nativos (como tampoco los habla el presidente Morales a pesar de un certificado trucho que lo acredita). 

Ministros del gobierno de Bolivia, 2019 
No es menos problemática la representación parlamentaria. El gobierno considera “indígenas” a una pléyade de levantamanos solícitos, que no cumplen más función que la de empujar la aplanadora legislativa. Rara vez hablan o proponen iniciativas de ley, y son malos representantes de sus departamentos. Sucede lo mismo con la representación femenina del MAS: solo números que calientan sillas y dormitan en la Asamblea, aunque estadísticamente hagan quedar bien al gobierno en términos de paridad de género. 

Esa flagrante contradicción con el discurso del “país indígena” contra el “país blancoide” nos divide de manera dolorosa, sacando a flote resentimientos que permanecían agazapados. Para muchos debe ser un dilema cotidiano y un trauma sicológico mirarse en el espejo y decidir si les conviene más declararse “indígena” o “blanco” en función de los favores que pueden recibir del “jefazo”.  A ese extremo llega la polarización propiciada desde el gobierno. 

Curiosamente, la zonificación espacial entre “indígenas” y “blancoides” es cada vez menos evidente. Cuando funcionarios del MAS aluden despectivamente a la “zona sur” de La Paz, olvidan que en años recientes miles de viviendas en Calacoto, Achumani, San Miguel, Irpavi o Cota Cota han sido adquiridas por familias que tienen sus negocios y casas en El Alto o alrededor de la avenida Buenos Aires. La proliferación de ventas de automóviles de lujo sobre la Avenida Ballivián de Calacoto no se debe a que las familias tradicionales del barrio cambien de vehículo cada año, sino a que los mismos que adquieren casas y departamentos con maletas llenas de dólares, hacen lo propio con vehículos de toda marca. 

(Publicado en Página Siete el sábado 20 de abril 2019)
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La política es el sucio juego de la discriminación entre amigos y enemigos.
—Jacques Derrida

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24 abril 2019

La gran vida del pequeño Pepe

 La foto que mejor representa a Pepe Ballón es donde aparece con un sombrero de copa alta. No me gusta la foto porque la chistera lo presente más señorial ni lo pinte de oligarca, sino porque su rostro refleja cómo se divierte con ese símbolo de opulencia que está muy lejos de representar lo que Pepe fue en su vida. 

Lo recuerdo con sus ojillos pequeños, brillosos, con esa mirada que era una mezcla de melancolía y de picardía, aunque era difícil saber cuándo era cual. Llevaba con frecuencia una cachucha de cuero y una mantilla de vicuña. 

Pepe era pequeño pero era grande. Daba la impresión de fragilidad, pero tenía adentro un corazón que ocupaba todo su pecho y bombeaba una energía contagiosa. Con esa su manera sencilla y humilde era capaz de articular grandes causas y de facilitar puentes entre la gente. Si era militante político en una etapa de su vida, fue más por vocación de rebeldía que por formar parte de un aparato burocrático. 

Entre las muchas cosas buenas que hizo, aquella que lo hizo trascender como gran gestor cultural fue la Galería y Peña Naira, el espacio de arte más emblemático cuando La Paz tenía muy pocos. En la Galería Naira expusieron los artistas más importantes de entonces y de ahora. La foto de la inauguración muestra a Enrique Arnal, Gil Imaná, Luis Zilveti, María Esther Ballivián, Jorge Carrasco Núñez del Prado, Fausto Aoiz, Inés Ovando, Alfredo La Placa, y otros. Naira ofreció cursos y premios de dibujo, de pintura, de teatro, de música, de baile. Alguna vez participé allí dando una conferencia sobre la historia del cine boliviano, cuando recién empezaba a investigar el tema. 


Pepe Ballón rodeado por artistas plásticos, entre ellos Luis Zilveti, Enrique Arnal, Gil Imaná, Alfredo La Placa,
Inés Ovando, María Esther Ballivián, Jorge Carrasco Núñez del Prado, Fausto Aoiz.  
La peña musical de la calle Sagárnaga promovió el nuevo folklore boliviano, cuando nadie más lo hacía. Allí se consolidaron artistas como Alfredo Domínguez, Ernesto Cavour, Gilbert “el Gringo” Favre… Los Jairas fue el nombre legendario del grupo de música folklórica que representó a Bolivia en el mundo y que abrió la brecha para tantos otros que vinieron después. 

Solíamos ir a la Peña Naira, estrecha, pequeña, y ocupábamos esas bancas rústicas hechas por los presos del Panóptico de San Pedro. Nos sentábamos codo a codo alrededor de mesitas de madera noble, simple. 


Violeta Parra
Años después, Pepe me contaba anécdotas como la llegada en tren desde Chile de Violeta Parra, enamorada hasta el tuétano. Violeta aparecía como un fantasma: desgarbada y con una obsesión en el rostro: el Gringo Favre. Asistía a todos los recitales de los Jairas, se quedaba allí toda la noche esperando el final para estar con Favre. Su aspecto mostraba su desesperación bajo el embrujo que ejercía sobre ella el músico suizo-boliviano. Violeta expuso dibujos en la Galería Naira, y permaneció bastante tiempo en La Paz, persiguiendo un amor que ya era imposible porque no era ya recíproco como alguna vez lo había sido. 

Eso me contaba Pepe sobre esa relación que ha hecho correr tanta tinta, pero no era el tema principal de nuestras conversaciones que transcurrían en su oficina de la imprenta universitaria, en un sótano debajo del Monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés donde solíamos caerle los amigos para charlar de arte y de política. Walter Solón Romero era de los más asiduos, y en esas visitas se consolidó también mi amistad con él. 


Una imprenta es siempre un lugar mágico, y la gente asociada a las imprentas siempre ha ejercido sobre mí una seducción especial. Líber Forti y los linotipos de plomo humeante, don Ernesto Burillo con las prensas en las que imprimíamos la Revista nacional de Cultura, las prensas de Excélsior donde trabajé como periodista cuando estuve exiliado en México. Ese mundo de plomo y tinta negra me fascinaba del mismo modo que fascinaba a Pepe Ballón. 

Con Don Ernesto Burillo (con quien tuve varias aventuras editoriales) fundó la Imprenta y Editorial BuriBall. Pepe apoyaba proyectos con un desprendimiento que no se notaba, pues ese era su arte: ayudar sin que él apareciera como el hombre grande y generoso que era. 

Durante su gestión en la imprenta universitaria nos regaló 6 nuevos narradores bolivianos a René Bascopé, a Manuel Vargas, a Jaime Nisttahuz, a Ramón Rocha Monroy, a Félix Salazar y a mí. Esa colección de cuentos primerizos fue nuestro bautizo como grupo generacional. 

Durante su segundo exilio en Venezuela trabajó en la Galería del Libro y en 1982 me hizo “la gauchada” de publicar en Caracas una edición de mi libro El cine de los trabajadores, que había salido un año antes en Nicaragua, como producto del trabajo que hice con la Central Sandinista de Trabajadores. 


Retrato de Agnes Franck
En la época de nuestros exilios intercambiamos cartas, enviadas cuando él estaba en Caracas y yo en Managua y luego en México. Las suyas son cartas de varias páginas, escritas con una letra pulcra sobre papel rayado. En todas abre su corazón solidario, en cada una incluye los abrazos fraternos de los quienes lo rodeaban en Caracas y hacia quienes estábamos en México, afirmándose en ese valor supremo que es la amistad. 

Así se despide en una de esas cartas: “Chau, me voy al teatro, les beso con cariño, a esta muestra de afecto se suman Leni, María, Mauricio, Pachi, Pajarito y otras aves” y más abajo: “Saludos cordiales a todos los cumpas, especiales a Coco, René, Alma, Bascopé. Especialísimos a Cristina, Marisol, Mauricio. También supe que andaba por esos pagos Enrique Arnal, si aún está por allá otro abrazo, y esta vez me despido hasta pronto y fin”. 

En otra empieza: “Que sino dramático, trágico, nos ha señalado la vida a los sencillos altiplánicos que somos nosotros, que hace tantísimo tiempo venimos dando tumbos, caídas, traspiés y vamos errantes por este mundo adverso, queriendo abrevar nuestra descomunal sed de justicia, de paz y amor; pero felizmente aún hay infinita belleza en esta tierra y hay abrevaderos como la fuente de la amistad que ustedes me dan…” 


Julio de la Vega, Alfonso Gumucio, Oscar Soria, Pepe Ballón
en la puerta del Cine 6 de Agosto
En mis archivos encuentro una foto tomada al regreso del exilio, en junio de 1984, en la puerta del Cine 6 de Agosto: Pepe Ballón, Oscar “Cacho” Soria Gamarra, Julio de la Vega y yo.  Duele ser el único que queda. 

No hay muchos hombres como Pepe Ballón y generalmente se los reconoce cuando ya no están con nosotros. Luis Alberto Ballón era de esos grandes seres humanos, como Liber Forti, que tienen espíritu de tinta y papel. Son seres cultos y humildes, porque a lo largo de sus vidas aman los libros. 

Pepe nació un 23 de julio de 1918, y falleció un 9 de julio de 1997, un Leo raro, porque no le gustaba brillar, era un hombre modesto y sencillo. Pero por mucho esfuerzo que hiciera su valor no podía esconderse. A cien años de su nacimiento, su memoria se impone en quienes lo conocimos y quisimos. 

(Publicado en “Jiwaki, Revista Municipal de Culturas” nº66, en algún momento de 2018)
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Yo voy sembrándote,
por dondequiera que voy,
para que te sea amiga la vida.
—Edmundo Aray   



19 abril 2019

Curva apetecible

 Tengo debilidad por los títulos de mis artículos y de mis libros. Me gusta que respiren algo de humor y que sacudan la imaginación de los lectores más conservadores y formales. 

Suelo pensar el título de mis textos antes de ponerme a escribirlos. En este caso dudé entre “Curva peligrosa” y “Curva apetecible”. Opté por el último porque las curvas apetecibles suelen ser las más peligrosas. Si no, que lo diga el Alcalde Revilla, ya que la curva peligrosa a la que me refiero es la curva de Holguín, que ha estado hace poco en las noticias, y no por buenas razones. 

Para los obrajeños como yo, la curva de Holguín fue un  punto de referencia tan emblemático como la gruta de la virgen o la subida a Miraflores “por el desecho”.  Dicen que Melgarejo exclamó: “a Francia por el desecho”, pero probablemente se refería a otro atajo y no al que yo solía recorrer a pie los viernes a las 6 de la mañana cuando estudiaba medicina, para llegar a tiempo a las prácticas de histología del implacable Ferdín Humboldt Barrero. 

Durante décadas el paso por la curva de Holguín era el único que existía. No había ni Avenida de Los Leones, ni la Avenida “Zabaleta” (Zavaleta, ignorantes), ni la Avenida del Poeta, ni la serpentina de la Kantutani que se prolonga en la Costanera. Solo se podía llegar a Obrajes o salir de Obrajes a la ciudad pasando por la curva de Holguín. 

En mi infancia, allí empezaban las carreras de cochecitos de rodamientos, ocupando toda la avenida Hernando Siles, mientras en el rio, cerca de la Casa de Holguín, todavía lavaban oro. Hoy es una cloaca inmunda que transfigura las prístinas aguas de los manantiales de montaña, en un torrente nauseabundo. 

La curva de Holguín no era tan “apetecible” como ahora porque la lógica del negociado no prevalecía. Hace un par de décadas vimos cómo rebanaban el cerro frente a la Casa Holguín. Esa ya fue una mala señal: el terreno aplanado anunciaba la llegada de buitres en pos de negocios. 

¿Cómo llegó Edwin Saavedra a apropiarse de ese espacio público municipal? Es uno de los temas que habrá que indagar. Dice el ex alcalde Juan del Granado que el año 2000 encontró la curva de Holguín, con una extensión de 84.426,28 metros cuadrados, “propietarizada” a favor de Edwin Saavedra, como consecuencia de Resoluciones y Ordenanzas Municipales anteriores “claramente ilegales e irregulares". 

Luego llegó el Teleférico Amarillo, una obra de gran utilidad (aunque nunca logrará ni amortizar la inversión ni cubrir sus costos de mantenimiento), y la negociación con el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz para construir la estación más grande, que conecta tres líneas de teleférico. Hasta ahí, vaya y pase: son partos de la modernidad, dolorosos pero necesarios. 

Mirando desde la altura ese magnífico terreno, publiqué el 28 de septiembre de 2014 en esta misma página editorial, un artículo sugiriendo que en el terreno ocupado por la empresa Toyosa como garaje se hiciera un gran parque, una arboleda acogedora con paseos donde la gente pudiera ir a caminar, a leer, a encontrar paz y tranquilidad. Mi campaña no tuvo ningún efecto, por supuesto, y coincidió con el lanzamiento de la maqueta del World Trade Center (WTC), proyecto que seguramente hizo temblar de envidia a Wall Street. 

Para llegar a esa maqueta tuvo que firmarse un acuerdo (de dudosa idoneidad) entre el poder central gestor del Teleférico, Edwin Saavedra y la Alcaldía. Esa curiosa juntucha entre la empresa privada, el poder municipal y central debía llamar la atención, porque todos sabemos que Toyosa (Tersa, WTC) y Saavedra están muy ligados al gobierno de Evo Morales, al extremo de que el dueño de Toyosa fue Embajador en Japón por su amistad personal con García Linera. En 13 años Toyosa le ha vendido al gobierno centenares de vehículos de lujo (sin licitación) y Saavedra se ha enriquecido notablemente con el “proceso de cambio”. 

El Gobierno Municipal otorgó facilidades de excepción para el World Trade Center, calificadas por la Concejal Cecilia Chacón como “irregularidades” que deben ser investigadas. La lógica del comercio, de la rentabilidad y de la especulación inmobiliaria se impuso sobre consideraciones de impacto ambiental (uso de agua potable y energía eléctrica, espacio para estacionamiento y circulación de vehículos, disposición de basura, etc). Basta ver la maqueta con enormes edificios de centenares de oficinas, para decirse: torcieron todas las normas. 

Por mi parte, sigo pensando que la Alcaldía de La Paz debe recuperar esos terrenos que fueron de propiedad municipal (es decir de la ciudad y de los ciudadanos quienes nunca fueron consultados), para crear ahí un hermoso parque urbano que sería el equivalente del Montículo de la zona sur, un espacio verde de los que escasean cada vez más en la ciudad. 

Ciudades europeas con mayor presión demográfica y donde el metro de terreno suele ser muy valioso, hacen esfuerzos para recuperar áreas urbanas y convertirlas en parques, en pulmones verdes.  En La Paz, que tanto los necesita, hacemos al revés. Pura especulación con aquiescencia municipal. 

(Publicado en Página Siete el sábado 6 de abril 2019)
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El hombre ha fijado para sí mismo el objetivo de conquistar el mundo,
pero en el proceso pierde su alma. —Solzhenitsyn


11 abril 2019

El camino de Santiago

  El 8 de marzo Santiago Álvarez hubiera cumplido 100 años de vida. Para recordarlo tuvo lugar en días pasados en Santiago de Cuba el 17° Festival de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam, que preside su compañera Lázara Herrera y que desde su quinta edición (2004) es un encuentro de carácter internacional.  


Con Santiago estuve varias veces en La Habana pero lo que me viene primero a la memoria fue la visita que hizo a La Paz a mediados de la década de 1980. Vino a Bolivia con Lázara y los llevé a pasear por las empinadas calles paceñas en una peta blanca que había comprado de segunda mano, el primer automóvil que tuve en mi vida. Miraban todo con genuino interés y preguntaban mucho. El ojo de documentalista de Santiago no dejaba pasar observaciones sobre la gente, sobre la arquitectura, sobre las montañas. 

El otro recuerdo que tengo de Santiago es anterior. Es más importante pero menos ameno porque no tuvo un final feliz. A punto de terminar mis estudios de cine en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) en París, tenía la opción de escribir un ensayo sobre un tema de mi elección, además de realizar la película de fin de grado, “Señores Generales, Señores Coroneles” (1976). 

Para el ensayo escogí como tema “Santiago Álvarez y el cine documental cubano”. El IDHEC me daba dinero suficiente como para viajar a Cuba a entrevistar a Santiago.  Le escribí el 5 de diciembre de 1975 y Jorge Sanjinés también le escribió para que aceptara mi propuesta. Compré un pasaje en vuelo chárter en FMVJ Voyages (2.400 Francos) e inicié inmediatamente el trámite de la visa. 

En el Consulado de Cuba me dijeron que tratándose de una actividad especial, necesitaba una “visa cultural” que debían extenderla en La Habana. Durante las semanas siguientes regresé muchas veces pero la visa “no llegaba”, a pesar de una carta oficial de la dirección del IDHEC a Alfredo Guevara, Director del ICAIC. Regis Debray escribió una carta para apoyar mi pedido de visa, y Chris Marker tuvo la amabilidad de escribirle a Santiago Álvarez para que apoyara desde Cuba. En mis sucesivas visitas a la Embajada de Cuba pude percibir alguna vez a Alejo Carpentier. Al final, la visa nunca llegó y perdí los pasajes. La burocracia cubana salió victoriosa. 


He encontrado en estos días el archivo de mi investigación frustrada, con copias de algunas de esas cartas, el proyecto de investigación y los documentos que había comenzado a reunir. Solo faltaba una entrevista en profundidad con Santiago, y verlo “en acción” produciendo el Noticiero ICAIC, del que fue director durante décadas (1961 a 1990). Quería su testimonio sobre documentales tan emblemáticos como “Ciclón” (1960), “Muerte al invasor” (1961), “Now” (1965), “Hanoi martes 13” (1965), “79 primaveras” (1967), “Piedra sobre piedra” (1968) y tantas otras obras (más de un centenar de documentales, además de las ediciones del Noticiero ICAIC) que fueron catalogadas por la UNESCO como Memoria del Mundo. 

Quería entrevistarlo en profundidad sobre su concepción del cine documental y sobre su vocación internacionalista. Estuvo por lo menos siete veces en Vietnam en plena guerra, también en Chile en la época de Allende, en Perú después del devastador terremoto de 1968, en países de África y Asia que en algunos casos visitó acompañando a Fidel Castro. 

Santiago fue un maestro en el cine documental de agitación política, un artesano de la imagen testimonial capaz de construir con muy pocos elementos obras que son una mezcla de poesía y puñetazo. 

Su estilo es toda una escuela en la que él mismo iba aprendiendo a tiempo que enseñaba a quienes trabajaban con él.  Tenía la visión de un cine documental ágil como un redoble de tambores y musical como una canción de rebeldía. Sus obras tienen ritmo porque se la ingenia con una canción, unas cuantas fotografías y recortes, unos pocos metros de película y una tijera, para hacer un collage cinematográfica que impacta y convoca. Quizás el mejor ejemplo de ese estilo sea “Now”, sobre la lucha antirracista en Estados Unidos, un video clip de estética revolucionaria. 

Hanoi, martes 13 de Santiago Álvarez
Tuve otras oportunidades de estar con Santiago y con Lázara en Cuba, durante sucesivas ediciones del Festival Internacional del Cine Latinoamericano de La Habana, a fines de la década de 1980, pero ya no proseguí con el proyecto de investigación porque ya se había publicado e investigado mucho sobre la obra de Santiago, y porque nuestra relación había evolucionado hacia ese tipo de amistades donde uno ya no habla de trabajo. 

Casi todos sus documentales recibieron reconocimientos en festivales de cine internacionales. Probablemente ya no tenía dónde colocar en su casa tantos objetos de aprecio que le fueron entregados por su obra y por su compromiso con la cultura. 

Lo importante es que Cuba mantiene viva la memoria de Santiago Álvarez, como sucede en países que reconocen a sus artistas y creadores. El Festival que tiene lugar cada año ha crecido para incorporar no solamente películas de otros países, sino conferencias, exposiciones, debates y otras actividades que no solamente honran a Santiago, sino al cine documental, considerado como género “menor” por la industria occidental, pero no así en Cuba. 
Santiago Álvarez (foto: Alfonso Gumucio) 

Del 6 al 12 de marzo, Santiago de Cuba acogió el mayor evento dedicado exclusivamente a películas documentales. El programa incluyó una muestra de los filmes ganadores en ediciones anteriores y una selección de obras de Santiago Álvarez. Esta vez se exhibieron “Despegue a las 18” (1969), “Imágenes del Futuro” (1992), “Cartagena Segunda Independencia” (1994) y “Concierto Mayor” (1997), este último realizado con Ismael Perdomo. Entre los Noticieros ICAIC destaca el No. 142, que concluye con la nota del sepelio del Benny Moré, cuyos 100 años se conmemoran también este 2019. 

Durante el festival se presentó el libro “Santiago Álvarez: un cineasta en revolución”, que incluye ensayos de los periodistas Lianet Cruz Pareta, Andy Muñoz Alfonso y Yobán Pelayo Legrá, que han investigado diversos aspectos del Noticiero ICAIC. También se lanzó la publicación de un número especial de la revista Arte y Compromiso, dedicado a Santiago Álvarez.  Se trata de una edición conmemorativa con testimonios inéditos de colaboradores del documentalista cubano, entre ellos Daniel Diez Castrillo, Ismael Perdomo, Fernando Pérez, Raúl Pérez Ureta, Belkis Vega, Gloria Rolando, Miriam Talavera, el cineasta Jorge Fuentes, el intelectual Víctor Casaus, la escritora Nancy Morejón, además de notorias personalidades de la cultura y el arte como los cubanos Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Eusebio Leal, Omara Portuondo, Leo Brouwer, el brasileño Orlando Senna, el venezolano Edmundo Aray, entre otros. 

Así, la memoria del camino de Santiago en el cine documental, sigue viva. 

(Publicado en Página Siete el domingo 17 de marzo 2019)
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El cine documental de Santiago Álvarez hace poesía y compromete
con la realidad que los ojos solo ven a medias.

—Justo Certero