28 julio 2023

Unas 1.200 razones

(Publicado en Brújula Digital el 8 de julio de 2023)

Estuve el martes 4 de julio en el Seguro Social Universitario (SSU) de La Paz para que me hicieran una curación de emergencia (nada grave), pero tuve que retirarme al cabo de 40 minutos porque no me atendieron. El motivo es que estaba ahí adentro el rector de la Universidad Mayor de San Andrés, Oscar Heredia, cuyo nombre suelo olvidar, pero no su apodo: Wila Chala.

La única razón por la que el rector visita el Seguro Social Universitario es porque está en campaña de reelección, con más de un año de anticipación. A todo lado va como ministro de Estado con fotógrafo y una cohorte de serviles encargados de propaganda del equipo de “comunicación” de la UMSA, pagados por la universidad, por supuesto.

De la corriente masista-oportunista, el rector que antes reclamaba por los derechos humanos, aparecía en la testera en actos de la APDHB y hablaba de la necesidad de reformar la justicia, ahora está calladito. Lo grave es que no solo se calla él (no perderíamos nada) sino que amordaza a toda la universidad, la principal universidad pública del país. Todo, en función de su reelección. Qué manía tienen estos de atornillarse en el poder sin hacer nada para merecerlo.

Si realmente tuviera interés en mejorar el Seguro de Salud Universitario, ya lo hubiera hecho desde que empezó su gestión. Pero el SSU sigue siendo el reflejo de la UMSA mal organizada, dominada por demagogos, con más burocracia que cuerpo docente. La UMSA es una suma de feudos con dinosaurios “estudiantiles” corruptos, algunos decanos, directores de carrera y docentes con acusaciones de acoso, como sucede en la Facultad de Ciencias Sociales con otro masista inútil de apellido Pomar.

Sin embargo, hay cosas buenas en el Seguro Social Universitario, aunque otras son lamentables.

Empecemos por las buenas: los médicos (al menos los pocos que yo consulto), las enfermeras y el personal de farmacia y laboratorio o de atención en ventanillas, son gente amable dedicada a su trabajo, que presta un buen servicio.

Antes de la pandemia publiqué un par de artículos sobre los problemas del SSU y la incapacidad para resolverlos. Las autoridades de entonces (varios años de interinatos donde nadie toma decisiones) me invitaron a conversar en el piso 15 y fui acompañado por mi amigo el doctor Javier Torres Goitia T., a quien todos respetaban por su larga e impecable trayectoria como ministro de Salud. Allí nos explicaron que eran conscientes de los problemas señalados en mi artículo y que estaban desde hace meses dedicados a una “reingeniería” total del Seguro. Pero aquello no avanzó mucho y con la pandemia el caos que ya existía se hizo peor.

El único cambio visible que se produjo a raíz de la pandemia, es que ya no hay que levantarse a las 5 de la mañana para hacer fila y sacar ficha de atención, sino que se puede hacerlo a través del portal en línea, siempre y cuando esté uno a las 7 de la tarde en punto, atento para reservar una ficha solo para el día siguiente. Pero el sistema no funciona como debería, ya que nunca está abierto a las 7:00 pm, sino que tarda dos o tres minutos y cuando uno logra finalmente ingresar, ya la mitad de fichas han sido repartidas misteriosamente, lo que indica que hay trampa informática de por medio.

Por lo demás es lo de menos (como diría Cortázar). Todo sigue igual: faltan médicos de algunas especialidades porque no se firman los contratos con tiempo, y los especialistas externos hacen gran negocio proporcionando un mal servicio porque exceden su agenda diaria con un número de pacientes que está por encima de los que pueden atender correctamente. ¿Bajo qué criterios se selecciona a los especialistas externos? Es algo que se debería transparentar.

Tengo más de 1.200 razones para exigir una mejor atención y servicio en el SSU, ya que soy “asegurado voluntario”, es decir, de los pocos (entre miles) que paga cada mes la astronómica cantidad de 1.200 Bolivianos, tan caro como un seguro privado de salud. Antes de la pandemia pagaba una suma fija mensual de 700 Bolivianos, y me parecía razonable, pero ahora el costo sube cada mes porque está indexado a las Unidades de Vivienda Familiar (UVF) que nunca bajan, aunque el gobierno diga que no hay inflación. Para hacer más difíciles las cosas, solo se puede pagar en el Banco Unión, a diferencia de otros servicios automatizados que se pagan en cualquier banco. Y luego de pagar, recoger el “recibo” (una enorme hoja amarilla) en Miraflores, otro paso burocrático completamente innecesario y absurdo.

De modo que si el rector Wila Chala quiere intentar su reelección en 2024 más le vale preocuparse de veras por los problemas de la UMSA, incluido el Seguro Social Universitario, que no necesita visitas de campaña, sino mejoras de fondo. O quizás sea reelecto precisamente por no hacer nada, lo que confirmaría el estado pestilente de la mayor casa de estudios del país.

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Si alguien desea una buena salud, primero debe preguntarse si está listo para eliminar las razones de su enfermedad. Solo entonces es posible ayudarlo.
—Hipócrates
 

23 julio 2023

Platino 2023: Bolivia en el mapa

(Publicado en Los Tiempos el domingo 30 de abril de 2023)

Utama, de Alejandro Loayza 

 Qué gran noticia recibimos los bolivianos en abril 2023 cuando “Utama”, se llevó dos reconocimientos importantes por la Mejor Dirección de Fotografía (Bárbara Álvarez) y por la Mejor Música Original (Cergio Prudencio) en la gala de los Premios Platino que tuvo lugar el sábado 22 de abril en Madrid. La película de Alejandro Loayza Grisi ha llegado a la cima de este evento cinematográfico que en 10 años de existencia se ha convertido en el más importante de la región latinoamericana y de la península ibérica.

 El atlántico cinematográfico se ha hecho más navegable desde que los Premios Platino continuaron, a ambos lados del océano, con la larga tradición que había iniciado Viña del Mar y posteriormente, con altos y bajos, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el de Cartagena y el de Guadalajara, para no citar sino los más notorios.

 Me ha tocado estar un par de veces (Marbella, 2015 y Punta del Este, 2016), en ese evento cuya duración se reduce a una noche de gala pero antes, a muchos meses de trabajo de preselección y selección, cada vez más perfeccionado como sistema incluyente y participativo, puesto que en esta décima edición de 2023 fueron inscritas inicialmente 505 películas, preseleccionadas 55, candidatas 20, nominadas 4 o 5 en las 23 categorías, y finalmente una premiada en cada categoría.

Argentina 1985, de Santiago Mitre

 La obra “Argentina 1985” de Santiago Mitre se llevó el Platino a la Mejor Película Iberoamericana de Ficción, Mejor Actor, Mejor Guion y Mejor Dirección de Arte, aunque creo que el premio a la escenografía le hubiera correspondido más a “Bardo” de Alejandro G. Iñárritu, que es casi lo único bueno que tiene. De hecho, colocarla entre las nominadas a Mejor Comedia parece una humorada equivalente a clasificar en esa categoría a Kafka.

 Estaba “cantado” que la película de Mitre se llevaría varios premios por sus indudables méritos, pero esta vez no pasó la aplanadora como sucedió un año atrás con “El buen patrón” (con menos méritos, pero con un poderoso patrón del cine español, Javier Bardem). Ahora, la asignación de premios fue más justa, lo cual dignifica a los organizadores de los Premios Platino y es indicativo de que los jurados hicieron un real esfuerzo de ver todas las películas y calificar las mejores.

Iosi, el espía arrepentido,
de Daniel Burman y Sebastián Borensztein 

 Este es un proceso largo y llevado con mucha seriedad cada año. Lo sé porque ejercí como jurado de series y miniseries, lo cual me permitió ver obras importantes como las que llegaron a la nominación final: “Noticias de un secuestro” de Rodrigo García y Andrés Wood (premiados), “Iosi, el espía arrepentido” de Daniel Burman y Sebastián Borensztein, “El encargado” de Mariano Cohn, Gastón Duprat, Jerónimo Carranza y Diego Blieffeld, y “Santa Evita” de Rodrigo García.  Para bien o para mal, no cabe duda de que el formato de miniserie por capítulos está desplazando al cine convencional de dos horas en la oscuridad de una sala de cine.

 Sobre los largometrajes finalistas debo decir que “Competencia oficial”, premio a la Mejor Comedia Iberoamericana de Ficción (sobra la palabra “ficción”, ni modo que sea comedia “documental”), tiene la virtud de poner en escena a tres muy buenos intérpretes (Penélope Cruz, Antonio Banderas y Óscar Martínez ) en una historia que parece precisamente burlarse del mundo del cine cuando apunta a los premios y festivales.

As bestas, de Rodrigo Sorogoyen 

 Que “As bestas” de Rodrigo Sorogoyen se haya llevado cuatro galardones, Mejor Dirección,  Mejor Interpretación Masculina de Reparto (para Luis Zahera), Mejor Montaje y Mejor Sonido, es un justo reconocimiento a la fuerza narrativa de esta obra que pone en escena la irracionalidad y la violencia que se desata en una aldea de Galicia cuando una familia lugareña entra en conflicto con una pareja de franceses que se instala en la zona.

 En resumidas cuentas, las cuatro películas más premiadas en la décima edición de los Premios Platino merecen ser vistas: “Argentina 1985” (5 estatuillas), “As bestas” (4), “Utama” (2) y “Cinco lobitos” (2). Pero también otras que no llegaron a la selección final, como “El castigo” de Matías Bize, filmada en un solo plano secuencia integral, con la estupenda interpretación de Antonia Zegers.

 De manera similar a lo que sucede en Estados Unidos para llegar a los Oscar, pasando primero por los Golden Globe y los Critic Choice Awards, en España se da una progresión parecida que sirve para cimentar la competencia de los Platino: comienza con el Premio José María Forqué y sigue con los Goya. Estos premios que convocan a una enorme audiencia televisiva durante el tiempo que dura una gala, están marginando de la atención masiva a los grandes festivales clásicos de cine (Berlín, Venecia, Cannes o San Sebastián).  

 Otro fenómeno impensable hace apenas cinco años es la irrupción de las productoras de contenidos para televisión entre las grandes productoras de cine. Los intentos para dejar al margen a Netflix, Amazon o Disney (entre otras) han sido infructuosos y, de hecho, estas son las que dominan paulatinamente el escenario de los galardones, y no solamente los de las series.

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El arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean.
—Edgar Degas 


20 julio 2023

Un símbolo vivo

(Publicado en Público.bo y Brújula Digital el sábado 15 de julio de 2023)

A lo largo de la historia ha habido personajes cuyas vidas sembraron el camino de nuevas generaciones con valores humanos y compromiso social. Las vidas de Gandhi o de Nelson Mandela han quedado en el imaginario colectivo como ejemplos supremos de consecuencia, valentía y humildad. Los recordamos por sus vidas, no por sus muertes. Los recordamos por sus enseñanzas y por su generosidad. Los recordamos por su manera de trascender despojados de soberbia y de apego a los bienes materiales.

Las circunstancias históricas extremas de India bajo el colonialismo inglés y de Sudáfrica sometida a la aberración del apartheid, convirtieron a ambos personajes en símbolos sin fronteras, más allá de la circunstancia específica de sus países. La sabiduría de sus frases y las imágenes de sus luchas por la dignidad seguirán inspirando a esta parte de la humanidad que todavía cree en valores fundamentales. Quizás al paso de los siglos Mahatma y Madiba sean recordados a través del velo difuminado que distorsiona la memoria (si es que la humanidad sobrevive un siglo más), como ocurrió con Jesús, Mahoma o Buda Gautama, profetas cuyas vidas fueron remendadas por seguidores más interesados en fundar religiones que en aplicar preceptos filosóficos.

Cada región y cada país ha tenido faros cuyo ejemplo de vida debería orientar a las nuevas generaciones, pero eso ya no sucede. Vivimos un siglo que en sus primeras décadas ha mostrado un enorme deterioro moral y una profunda crisis de valores. Nunca antes el daño fue tan grande al espíritu como cuando los valores humanos se invirtieron, la corrupción y la injusticia se extendieron, y también la desidia, el abandono y el cinismo.  

Los que tenemos edad suficiente, sabemos que las condiciones de lucha han cambiado. La esponja ácida de la indolencia y el descaro ha borrado a la gran mayoría de los jóvenes que hoy sólo manifiestan indiferencia e individualismo. Con el manido argumento de que ya no creen en la política tradicional, se unen a una masa amorfa de encubridores de injusticias. La inacción y el silencio cómplice engorda a los corruptos directos e indirectos: el que recibe la coima es tan culpable como el que la entrega para asegurarse un contrato.

Bolivia atraviesa el periodo más triste y lamentable de su historia. El país entero está dominado por la destrucción, el odio y el oportunismo. Gobiernan narcotraficantes, contrabandistas, avasalladores y depredadores de la naturaleza. Se perdió lo último de dignidad, moral y ética porque desde el poder se ha logrado “normalizar” exitosamente los antivalores del oportunismo y de la descomposición social.

Ya no es extraño ni reprochable que poblaciones enteras estén fervorosamente dedicadas al narcotráfico, al contrabando o a la trata y tráfico. He dejado de mitificar a trabajadores mineros que antes admirábamos y que ahora, con los mismos guardatojos (pero nuevitos) y con discursos vaciados de contenido, se enriquecen envenenando los ríos. Y no puedo sino desconfiar de comunidades indígenas que quieren expulsar de sus territorios a la minería salvaje, pero solo para hacer lo mismo y seguir deforestando, envenenando y avasallando.

Todo lo anterior, alentado mediante prebendas desde el gobierno que asienta su estabilidad política en movimientos sociales maleados y en 520 mil empleados públicos cómplices, activos o silenciosos, del deterioro ético de la sociedad. Así vamos perdiendo los rasgos fundamentales de humanidad.

Antes, el apoyo de instituciones y de líderes sociales era importante, pero hoy están en su mayoría quebrados, comprados y vendidos. Como ejemplo, el pusilánime rector de la UMSA, antes defensor de la APDHB, ahora aliado oportunista del MAS, quizás el más visible por su wila chala, pero no el único. Cada vez abundan más los que carecen de valores y de integridad ética y moral, aunque se cuelguen la etiqueta de la “reserva moral” de la sociedad boliviana.

Los indiferentes son también cómplices culpables que se acomodan en una zona de confort, se escudan en una ética cuestionable y, aunque expresen en privado un discurso “políticamente correcto” que no los compromete ni arriesga, no es menor su cobardía que la de los mercenarios digitales que se esconden en el anonimato.

En medio de ese paisaje humano desolador, se yerguen unas pocas voces que desde diferentes espacios individuales o grupales luchan por la justicia, por los valores humanos y por la dignidad que quisiéramos heredar a futuras generaciones. Lo hacen desde su lugar de trabajo, desde su entorno inmediato, con convicción, dedicación y sin ánimo de protagonismo. Lo hacen en el marco de instituciones o colectivos ciudadanos, donde investigan y denuncian las políticas depredadoras: la minería del oro, el envenenamiento del agua, la deforestación, la corrupción, o los avasallamientos.

También hacen lo propio periodistas, columnistas y líderes de opinión, que a riesgo de su seguridad personal y de ser considerados parias en los ámbitos en que se mueven, tratan de entender y de explicar cómo hemos llegado a un deterioro social y moral tan extendido.

Y por supuesto, lo hacen los defensores de derechos humanos, en todos los rincones del país, que se enfrentan a agresiones físicas y sicológicas por el simple hecho de exigir justicia y la vigencia de derechos. Entre esos defensores destaca en Bolivia la personalidad de Amparo Carvajal, presidenta de la APDHB, quien ha optado por sacrificar su salud y seguridad personal en una acción extrema y peligrosa, en aras de recuperar la histórica sede de la Asamblea de Derechos Humanos de Bolivia avasallada por grupos de choque del gobierno.

Es probable que su abnegación no conduzca a un resultado positivo y no trascienda más allá de las repercusiones en medios de información independientes (cada vez menos). ¿Vale la pena su sacrificio? Aquellos que la refuerzan y aplauden no son quizás conscientes del cargo de conciencia que tendrán que sobrellevar si le sucede algo grave a Amparo. Yo prefiero a Amparo como símbolo vivo. La prefiero sana y libre para que su ética siga orientando a otros defensores de derechos humanos. Es muy peligroso jugar con la vida de otras personas, como hace el gobierno. Yo seguiré apostando siempre por la vida, eso me enseñó mi querido Liber Forti.

La situación de Amparo nos ha puesto en un túnel sin salida. Acciones como la huelga de hambre de 1977-1978, se podían realizar porque existía un capital social movilizado, como sucedió frente a la dictadura de Banzer. Pero los tiempos han cambiado y los jóvenes ya no son la “generación de recambio”, los más son ahora apáticos y les importa un bledo, o peor, forman parte de las correas de transmisión subsidiarias del prebendalismo, la corrupción y el contrabando.

Las condiciones de lucha por la democracia y por los derechos humanos ya no justifican actos dramáticos que ponen en riesgo la vida de personas valiosas, porque ya no existe un acompañamiento transgeneracional. El poder prebendal del régimen del MAS ha tenido la habilidad de envilecer o crear temor a través de grupos de choque. No hace mucho marchábamos pacíficamente hasta San Francisco en defensa de la democracia. Luego nos limitamos a llegar a la Plaza Abaroa, de donde funcionarios del gobierno (sin ocultar sus gafetes institucionales) nos agredían. Luego las manifestaciones se relegaron al sur de la ciudad de La Paz, donde carecen de importancia. En esa situación estamos.

Amparo solía decir que “los derechos humanos son más que una casa”, pero está sacrificando su vida por esa casa que sin duda recuperaremos. Mientras tanto, la queremos y necesitamos viva.

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Si me preguntas para que vine a este mundo, te responderé: para vivir en voz alta.
—Émile Zola
 

16 julio 2023

Los sesenta de Rayuela

(Publicado en Los Tiempos el domingo 26 de mayo de 2023)

 No es fácil describir la emoción con que a fines de la década de 1960 los escritores de mi generación, que teníamos entonces menos de veinte años, recibíamos cada nueva obra del “boom” de la literatura latinoamericana. El grupo consagrado bajo ese explosivo rótulo incluía a Gabriel García Márquez, a Carlos Fuentes, a Mario Vargas Llosa y por supuesto a Julio Cortázar. Tuve la suerte de conocer brevemente a todos ellos, pero quizás fue la literatura de Cortázar, con quien pude estar varias veces en París, la que me marcó más.

 Nuestro grupo de aspirantes a escritores esperaba ansiosamente el arribo de cada libro nuevo del cuarteto del “boom”, pero también de Rulfo, Asturias, Guimarães Rosa, Borges, Sábato, Amado, Carpentier, Marechal, Onetti y Roa Bastos, entre otros. Nos ayudaba la amistad que teníamos con Jorge Catalano que nos acogía en la trastienda de su librería, Difusión, para hablar de literatura con Pedro Shimose, un poco mayor que nosotros. Los libros tardaban en llegar, a veces con una o dos ediciones o reimpresiones de retraso, pero tener un nuevo ejemplar en las manos era una satisfacción indescriptible.

 Años más tarde algunos críticos literarios que no vivieron esa época, afirmaron que el “boom” fue una operación comercial que eclipsó a otros autores importantes de nuestra región. Todo lo contrario, nosotros ya leíamos a otros escritores argentinos o brasileños, y gracias al “boom” y el renovado interés por la literatura latinoamericana pudimos acceder a nuevas ediciones de los clásicos, que de otro modo no habríamos conseguido.

 Este año se cumplen 60 de la publicación de “Rayuela” (1963), la obra más conocida de Julio Cortázar, que yo leí probablemente en 1967 o 1968, cuatro o cinco años después de su publicación. Otros cuatro o cinco años más tarde, la volví a leer, pero en París. Fue una experiencia distinta y enriquecedora en dos sentidos: pude apreciar mejor la novela y también la ciudad. Todavía se vivía el ambiente que impera en la obra, con el beneficio adicional de los eventos de mayo de 1968 y la llegada de exiliados latinoamericanos en la década de 1970. “Rayuela” me ayudó a adoptar París, la ciudad en la que mi vida se desarrollaría durante los siguientes cinco años.

 Cortázar atraviesa ese periodo de mi vida como si los capítulos “opcionales” (pero imperdibles) se multiplicaran con escenas de mi propia vida. No fue extraño que al nacer mi primera hija recibiera el nombre de Sybille, la traducción al francés de la Maga, el fascinante personaje de la novela.

 Si bien “Rayuela” fue la puerta grande de entrada al mundo de Cortázar, todas sus obras se cruzaron en mis itinerarios parisinos. Tuve las primeras ediciones de “62 modelo para armar”, “Libro de Manuel”, “La vuelta al día en ochenta mundos”, “Último round”, “Ceremonias”, “Territorios”, “Los autonautas de la cosmopista” y casi todos los demás libros que fui perdiendo en los traslados y adquiriendo de nuevo en otros destinos. He debido comprar “Rayuela” unas cuatro veces, y perdido otras tantas.

 Con cada uno de esos libros iniciaba un viaje de fascinación. Si “Rayuela” había innovado con su segunda parte optativa y con la invención de centenares de palabras, “Ultimo round”, con el piso de abajo y el de arriba, fue un regalo de inventiva, así como “Libro de Manuel”, que incluía recortes de periódicos y se aproximaba a la crónica de la vida cotidiana. Ahora que he desempolvado la sección que le corresponde en mi biblioteca, no encuentro dos libros que fueron muy queridos cuando los leí: “Historias de cronopios y famas” y su poesía reunida en “Pameos y meopas”, sobre la que publiqué un comentario en la revista literaria “Reseña”, en España. Incluso tengo la edición en inglés de “Rayuela” (“Hopscotch”), en la traducción casi imposible de Gregory Rabassa. Uno de los desafíos más grandes para cualquier traductor.

 Los cuentos que había leído antes, particularmente en “Final del juego” (1964, la edición de Sudamericana), adquirieron un nuevo sentido en París. Confieso que al leer por primera vez “Axolotl” no sabía que realmente existía ese extraño anfibio que tiene su hábitat en los canales de Xochimilco. Siguiendo los pasos del personaje de Cortázar, lo vi por primera vez en el acuario de Trocadero en 1972, tomé entusiasmado varias fotos, hice una ampliación esa noche y la dejé con una nota en un sobre manila, en la rue L'Éperon No. 9, donde vivía Cortázar. Para mí era un gesto significativo, para él probablemente una tontería de un admirador, pero al cabo de unos días respondió con una nota manuscrita agradeciendo el gesto.

 Tuvimos un par de encuentros, uno en la Prefectura de París, en la fila de los extranjeros que renovaban su visa de estadía en Francia. Cortázar, en la cumbre de la fama, hacía esa fila como cualquier estudiante sin papeles, mientras en Argentina sus connacionales lo acusaban de haberse nacionalizado francés, lo cual era mentira (pero además no tenía nada de malo). En una revista mexicana he narrado hace años la conversación que sostuvimos aquella vez, al igual que otro encuentro en 1973, poco después del golpe de Pinochet, cuando ambos visitábamos una exposición de pintores chilenos en Saint-Germain-des-Prés. 

 Años después me atreví a llevarle a la misma dirección mi segundo poemario, “Razones técnicas” (1980), no solo porque me había prestado el título de un verso suyo, sino porque yo sentía que mi poesía le debía mucho a la suya, publicada en Barcelona en el libro “Pameos y meopas” (1971) en la colección Ocnos de la editorial Libres de Sinera. Esta vez tardó dos años en responder y lo hizo en una carta manuscrita explicando que había estado enfermo, que mi poesía no le debía nada a la suya, y otras palabras amables que ya he reproducido en otro lugar. También conservo el disco de homenaje al Che que Casa de las Américas publicó en La Habana en 1978, con los poemas y las voces de 24 escritores latinoamericanos, entre ellos uno de Cortázar y otro mío.  

 Cortázar está ligado íntimamente a mi vivencia de París, de modo que cada vez que voy me hallo visitando los lugares donde vivió y su tumba en el cementerio de Montparnasse, una lápida limpia que inauguró Carol Dunlop, su última compañera, fallecida 15 meses antes que él, y que ahora cubre también los restos de Aurora Bernárdez, la primera esposa, quien lo cuidó hasta el final.

 “Rayuela” es un laberinto en el que el lector se interna para vivir una aventura creativa estimulante, una novela interactiva donde uno puede tomar caminos diferentes y llegar a finales distintos. Medio siglo más tarde, no faltan críticos literarios que pretenden menospreciar la novela olvidando su carácter innovador y revolucionario en la época que fue publicada, pero la literatura se vive, no es solo un objeto de estudio. Claro, es también una cuestión de gustos. 


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Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo,
emblema de los que salen de noche sin propósito fijo,
razón de los matadores de brújulas…
-Julio Cortázar
 

11 julio 2023

Nada es lo que parece

(Publicado en Los Tiempos y Página Siete el viernes 23 de junio de 2023)

David Choquehuanca en la Isla del Sol

 El solsticio de invierno es una fecha emblemática porque revela la esencia de la “Era de la Impostura” que vivimos en Bolivia desde hace más de tres lustros. Nada es lo que parece, y lo que aparece en la superficie, esconde más de lo que desvela. 

 En junio hemos visto fotografías y filmaciones de las máximas autoridades del país disfrazadas con trajes arcaicos, inventados con el propósito de mantener la ficción de una nueva era en la que el poder social estaría en manos de indígenas originarios. Nada más falso: el poder del Estado (o el poder político desde el Estado), ha sido avasallado por un movimiento oportunista, que no representa en absoluto a las “grandes mayorías indígenas”, en primer lugar, porque esas mayorías ya no lo son desde hace más de tres décadas.

 Aunque la ministra de Culturas, tan vanidosa en su atrevida ignorancia, tache de “inquilinos” a ciudadanos de Santa Cruz, la realidad la contradice y la hace quedar en ridículo: los dos últimos censos de población demuestran con cifras irrefutables que en este país somos en gran mayoría mestizos, y que la población originaria se ha ido reduciendo gradualmente (lo cual explica la negativa del gobierno a realizar un nuevo censo que estaba previsto en 2022). El Censo de 2012 ofreció resultados que al gobierno del MAS no le convenía difundir, pero el informe existe y es muy claro: apenas 17.22 % de los bolivianos se consideran aimaras, y sólo 18.52 % quechuas. Sumados con guaraníes y otras etnias menos numerosas, no llegan a 40 %.

 Más allá de la impostura de imponer, mediante una propaganda abusiva, los símbolos de una minoría que se reclama indígena y agita wiphalas, sobre una mayoría que es mestiza y enarbola la bandera tricolor, hay hechos que trascienden lo simbólico y afectan profundamente la estructura social, ideológica, política, y económica de Bolivia.

Evo Morales en Tiwanaku 

 Los disfraces (dignos de dibujos animados de Disney), en los que se envuelven altaneros Evo Morales, Choquehuanca y el propio Arce Catacora (que trabajó para gobiernos neoliberales), simbolizan sobre todo la simulación de quienes quieren vender una imagen que no corresponde con la realidad.

 Choquehuanca, en particular, pretende revivir mitos y darle vuelta atrás al tiempo de los relojes mientras despliega su filosofía de Alasitas sobre el equilibrio de las alas del cóndor o el sexo de las piedras. Su ardid de aprendiz de brujo no convence a nadie, ni siquiera a sus acólitos más cercanos, porque lo que trata es de ampliar el espacio del oportunismo político, bañado de un lenguaje tan vacuo como intrascendente, que solo revela la reducida capacidad intelectual del sujeto y disimula su trayectoria de mediocridad profesional y esterilidad creativa.

Evo Morales y Luis Arce Catacora

 Las dictaduras militares eran francas: eran dictaduras y punto final. Aguanten todos. Los neoliberales eran llanos: se desempeñaban de acuerdo a una ideología que exponía su orientación sobre el desarrollo nacional. No aparentaban lo que no eran. Sin embargo, los gobiernos del “proceso de cambio” se caracterizaron desde aquel 21 de enero de 2006 en Tiahuanaco, como el epítome de la falsedad ideológica y de la transmutación inversa. Se arroparon no sólo en disfraces creados para alimentar un imaginario colectivo engañoso, sino en un relato que ha tenido efectos peores. Los disfraces son parte del folklore y quedarán en el anecdotario político, pero el relato deja resultados perversos.

@Abecor 

 Quizás lo más visible es la esquizofrenia entre el discurso de la “madre tierra” o Pachamama, y el sistemático proceso depredador de la naturaleza, nunca antes visto en Bolivia: millones de hectáreas incendiadas, ríos envenenados con mercurio, destrucción del hábitat de miles de especies de plantas y animales. Los daños son irreversibles y han sido seriamente estudiados, pero la impostura se mantiene con un cinismo apabullante.

 Lo propio pasa con el discurso indigenista y de derechos humanos. Mientras los líderes del MAS engañan a los indígenas con promesas y los corrompen con prebendas, destruyen también las formas tradicionales o actuales de organización comunitaria. La corrupción en el Fondo Indígena fue una operación maquiavélica para descomponer y sojuzgar a los dirigentes de “movimientos sociales” inventados para evaporar formas nobles de organización sindical y popular.  

La demolición de los derechos humanos se ha realizado sin lograr corromper a las organizaciones de la sociedad civil, como la APDHB, pero creando en paralelo organizaciones espurias, que solo representan los intereses del gobierno de silenciar la protesta para seguir cometiendo atropellos a través de un sistema de justicia corrupto hasta la médula. Paradoja mayor es que el régimen autoritario del MAS presente “propuestas” sobre derechos humanos en Naciones Unidas… 

Así vamos, gobernados por la impostura como nunca antes había sucedido en la historia del país.

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La impostura es como una máscara que se desvanece con el tiempo,
dejando al descubierto la verdad detrás de las apariencias.
 

08 julio 2023

Armando Urioste, orfebre

(Publicado en Página Siete y Los Tiempos el domingo 19 de marzo de 2023)

 En Bolivia la fotografía es un arte y un oficio que no la tiene nada fácil. A diferencia de otros países donde es valorada, donde hay museos, galerías y grandes coleccionistas particulares (como Elton John) que se especializan en fotografía, en el nuestro el ejercicio de la fotografía enfrenta día a día un ninguneo deplorable. No solo no se valora al fotógrafo ni se valora su obra, sino que se suelen omitir los créditos correspondientes, se piratean las imágenes sin autorización de sus autores (y sin pagar un centavo) y se las recorta al gusto de cualquier editor mediocre para su publicación en algún diario o revista.

 Muchos fotógrafos han abandonado el oficio, pero por suerte hay nuevas generaciones que llegan con mucha energía, y quedan algunos de generaciones anteriores que, como Armando Urioste, renuevan cada cierto tiempo sus votos para continuar con la proeza de crear fotografía en un país que ni la entiende ni la valora.

 Desde que en 1986 fundamos con otros 12 colegas la Sociedad Boliviana de Fotografía (de corta vida), con Armando tenemos muchos años de compartir la afición casi morbosa de persistir en una tarea que a nadie le importa. Él lo ha hecho siempre con mayor entusiasmo, en una búsqueda de perfección que se puede ver en sus trabajos más recientes, que dedica como homenaje a tres pintores que admira: María Luisa Pacheco, Alfredo La Placa y Tito Kuramoto.

 Como fotógrafo, ha transitado durante varias décadas desde la fotografía social documental en blanco y negro, hasta estas expresiones muy sublimadas del abstraccionismo poético. Ese largo camino se ha visto enriquecido, sin duda, por su especialización en la técnica de reproducción e impresión de imágenes, un oficio en sí mismo que le ha permitido sobrevivir.

 Ante la escasez de galerías que abran sus muros a la fotografía, Armando Urioste ha optado por elaborar lujosas carpetas con reproducciones de su obra, que se pueden ver y adquirir en la Galería Chroma, en La Paz.

 Una de esas series está dedicada a los trabajos de reinterpretación de la pintura de los tres artistas citados anteriormente, sobre los que ha escrito un texto de presentación que en sí mismo tiene mucho más valor que una introducción académica.

 Dice por ejemplo de María Luisa Pacheco: “Contarme de La María Luisa de Pacheco que perdiere el nombre artístico fruto de una separación matrimonial para recuperarla de un caballero de idéntico apellido que le brindara generoso su nombre, para que recupere la propiedad de su arte, parece un cuento de Cortázar, en sus inicios”.

 Y de Alfredo La Placa destaca que “fue de las manos de mi madre que entreví a este alquímico personaje de encomiable dulzura y benigna mirada que me llevó a su colección de platería potosina y luego me introdujo al universo de su taller donde encontré las más inimaginables muestras de su incansable peregrinaje por las formas, en que lo bello se nos presenta en el mundo, desde la esfera de cristal que me trae al Salvatore Mundi de Leonardo hasta el caracol marino que da forma a una de las maravillas de la geometría…”

 De Kuramoto me contó Armando, que el cruceño vino a La Paz y quedó tan impresionado por los celajes, que decidió pintarlos. (Me hizo recuerdo a Pérez Alcalá que me decía que le habían cerrado tantas puertas en su vida, que decidió pintarlas).

 Las interpretaciones que hace Armando de los tres artistas revelan tanto de ellos como de sí mismo. Los cuchillos afilados que se yerguen como picos de montañas o las transparencias de vidrio y metal que destellan azules imposibles, son a la vez el homenaje cabal que él logra hacer a María Luisa Pacheco y a Alfredo La Placa, y la revelación de su propia creatividad en el manejo de la luz, de la materia y del color.

 La abstracción en fotografía no es fácil (o a veces resulta demasiado fácil cuando el fotógrafo se topa con ella en la naturaleza), pero en este caso es una abstracción buscada y sublimada. Urioste trabaja sus fotos como un orfebre que pule hasta conseguir el brillo adecuado a una pieza, y los toques finales son siempre con el material más delicado, aquel que ya no le puede quitar a la obra su entereza, sino otorgarle un guiño más de gracia.

 Si bien se suele decir, con toda razón, que el arte del fotógrafo radica en su ojo y no en el aparato que utiliza (el ejemplo clásico fue Cartier-Bresson), y que en la fotografía el principal elemento de la composición es la luz, no cabe la menor duda de que una buena parte del trabajo también está en el laboratorio. Siempre lo estuvo, pero más aún en estos tiempos digitales en los que las posibilidades se han ampliado al mismo ritmo que los desafíos.

 Por ello, para pasar de las pobres reproducciones de una obra fotográfica en el humilde papel periódico o en su versión digital, los invito a revisar las carpetas que ofrece Armando y que ha trabajado meticulosamente una por una, para que no exista la menor sombra de imperfección.  Qué mejor homenaje a estos tres grandes artistas. 


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I'm lucky enough and wealthy enough to be able to buy photographs and buy art that inspires me from day to day. I don't want a Picasso on my wall; it's great art, but it's dead art to me. I'd rather have a photograph by someone I've never heard of that really inspires me.
—Elton John
 

06 julio 2023

Oficio ingrato

 (Publicado en Página Siete el viernes 12 de mayo de 2023)

@Abecor 

 El 10 de mayo se celebró el Día del Periodista Boliviano. Algunos colegas escribieron en las redes: “no hay nada que celebrar”, y tenían razón. 

El dibujo de Abecor, que muestra una colección de siete maltrechos micrófonos, parece decir lo mismo. No podemos celebrar un oficio que, en las circunstancias actuales de Bolivia, no nos permite regocijarnos.

 ¿Hubo tiempos peores? Quienes hemos sufrido la represión de las dictaduras militares, diremos impulsivamente que sí, pero habría que pensarlo un poco más y hacer comparaciones.

 Tengo en mi haber dos exilios por mi condición de periodista o escritor en la prensa (nunca fui reportero, siempre columnista). El primer exilio en 1971 a raíz del golpe del coronel Hugo Banzer Suarez, por mi trabajo en el diario El Nacional, que dirigía Ted Córdova Claure, a quien acribillaron con una ráfaga de metralla, pero sobrevivió. Fue una etapa de denuncia y de lucha contra los militares más retrógrados, en apoyo de los pocos que eran progresistas (para no usar términos tan devaluados como “derecha” e “izquierda”). Era mi primera experiencia como periodista de planta y la disfruté durante los pocos meses que duró. Fue una etapa de aprendizaje del oficio, mucho más estimulante que una universidad.

 En el exilio hubo que empezar de cero, como suele ser. Mis intentos de encontrar trabajo en Madrid como periodista en Cambio 16 fueron inútiles. Un año más tarde, en septiembre de 1972 llegué a París y allí entendí que para sobrevivir tenía que convertirme en pintor… de brocha gorda. Mi colega y amiga Amalia Barrón, que vivía en la capital francesa, me consiguió varios trabajos, uno de ellos en casa del periodista español Ramón Chao, donde conocí a su hijo, un niño de diez años que luego se convertiría en famoso cantante: Manu Chao.

 El segundo exilio fue con el golpe del general García Meza, en 1980, por mi trabajo en el semanario Aquí que dirigía Luis Espinal, secuestrado y salvajemente asesinado cuatro meses antes del golpe. A todos “los del Aquí” nos corretearon, algunos estuvimos clandestinos un tiempo y luego optamos por asilarnos. En mi caso, tuve que huir por la frontera peruana cuando el cerco represivo se achicó. Otra vez el exilio, pero esta vez en México, donde mi amigo Juan Carlos “Gato” Salazar me consiguió trabajo de periodista en Excelsior. Los meses que estuve en ese empleo, antes de irme a la Nicaragua sandinista, fueron también de enorme aprendizaje y muy estimulantes a pesar de que la paga era baja y las condiciones de vida difíciles.

 Las persecuciones y los exilios no solamente significaban un riesgo personal, sino que afectaron a mi familia, a mis padres, a mis hijos, a los amigos que me cobijaron en la clandestinidad, y a los espacios donde trabajaba. No solo acallaron al semanario Aquí (donde casi todos éramos voluntarios) sino también CIPCA, donde yo estaba a cargo del área de comunicación.

 Partir, dejar todo en el aire, asumir que uno tiene que comenzar desde cero una vez más, es el costo que se paga por decir lo que uno piensa. A pesar de ello, esas experiencias que algunos encuentran aventureras o heroicas, tenían la compensación de contribuir a la toma de conciencia sobre los problemas de Bolivia y parecían servir para algo.

 Vivimos ahora una etapa parecida a la de las dictaduras militares, quizás peor porque estamos en una suerte de exilio interno sin horizonte ni oportunidades. Nunca como ahora estuvo todo el aparato del Estado bajo el control absoluto de un partido político, sin independencia de poderes y con movimientos sociales y sindicatos corrompidos por el prebendalismo.

 En cuanto a nuestro ingrato oficio, los medios de información independientes de Bolivia son los únicos de la región que no pagan a sus columnistas regulares, ni siquiera simbólicamente. Por añadidura, tampoco podemos encontrar otras fuentes de trabajo ya sea porque lo que escribimos torna incómodos y miedosos a los potenciales empleadores, o porque nos negamos a tragar sapos en trabajos que denigran nuestra condición de libre-pensantes. 

 A nuestro alrededor el oficio está devaluado, aunque no faltan quienes nos felicitan y “aconsejan” lo que deberíamos escribir (algo que no se atreven a expresar en público). Por otro lado, da lástima ver a jóvenes periodistas que se someten dócilmente para mentir o para ser cómplices de mentiras, que es lo mismo. Se ha vaciado de valores la práctica cotidiana de este oficio que alguna vez fue noble. Nunca fue tan grande el abismo entre las palabras y los hechos. La normalización de la falsedad y de la impostura dañan a largo plazo el imaginario colectivo.    

 Luego de varias décadas de perseverancia, no ha servido de mucho luchar enarbolando las banderas de la ética que caracterizan al periodismo independiente, y aun así seguimos, sin saber exactamente por qué ni para qué.

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El periodismo es la profesión peor pagada.
La que da más amarguras, también.
—Mario Vargas Llosa 
 

02 julio 2023

La APDHB avasallada

(Publicado en Los Tiempos y Página Siete el viernes 9 de junio de 2023)

Amparo Carvajal en la vigilia de la APDHB

Crónica de un avasallamiento anunciado: se produjo lo que desde hace tiempo sabíamos que iba a suceder y que confirma una vez más el carácter avasallador y autocrático de los gobiernos del MAS, que no respeta los derechos humanos, ni la propiedad, ni las libertades, ni las leyes, ni la Constitución, ni las normas de convivencia ciudadana.

 Este es un gobierno que alienta el avasallamiento de tierras y terrenos en todos los rincones de Bolivia, y con la misma violencia y prepotencia, avasalla y divide también a las organizaciones sociales cuando no puede comprar a sus dirigentes, como ha hecho con la COB, la FSTMB, la FSUTCB y otras que apoyan el autoritarismo que sus predecesores combatieron a lo largo de la historia, y ahora besan la mano (o amarran los huatos) de quienes los humillan ignorando una historia de luchas anterior a la domesticación y el sometimiento. 

 La Casa de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDHB), la única organización independiente de defensa de los derechos humanos en nuestro país, ha sido avasallada con violencia el viernes 2 de junio pasado, por un grupo digitado desde el ministerio de la Presidencia, por un personaje nefasto con antecedentes criminales, el “Satuco” Torrico, que funge como viceministro. El masista, con su grupo de choque, ha sido responsable de atacar con violencia manifestaciones ciudadanas pacíficas y patear mujeres en el suelo. En las campañas electorales de Evo Morales los “satucos” pintaban en las noches las paredes de la ciudad con lisonjas a su jefe máximo. La recompensa del viceministerio de “Coordinación y Gestión” le ha permitido infiltrarse de manera oportunista en el sector del MAS que detenta el poder.

 La APDHB tomó conocimiento hace varios meses de la correspondencia entre el “Satuco” Torrico y Edgar Salazar, otro militante del MAS del sector de Evo Morales, quien ha estado obrando en la sombra para fraguar con apoyo del aparato del gobierno, papeles que lo acrediten como presidente de la APDHB, cuando todo el país sabe que esa responsabilidad la tiene Amparo Carvajal Baños, no solo por decisiones del congreso más reciente de la organización, sino por su papel histórico en la defensa de los derechos humanos.

 Desde hace cincuenta años Amparo ha realizado un trabajo de hormiga en apoyo de todos los perseguidos y detenidos políticos, incluyendo Evo Morales y García Linera antes de que lleguen al poder con la arrogancia y prepotencia que los caracteriza. Amparo visitaba a todos los detenidos políticos de las dictaduras militares, y lo ha seguido haciendo en tiempos de la autocracia del MAS. Poco a poco sus responsabilidades crecieron para seguir la huella de quienes la precedieron a la cabeza de la APDHB: Julio Tumiri, Gregorio Iriarte, Waldo Albarracín, Rolando Villena, Yolanda Herrera, entre otros.    

 La Casa de los Derechos Humanos en la Av. 6 de Agosto de La Paz, ha sido el epicentro de la defensa de los afectados por los abusos de poder. Sus puertas estaban siempre abiertas para todos los que buscaban justicia. Ahí mismo funciona la APDH de La Paz, que cada día procesaba demandas de ciudadanos y comunidades. Allí se recibieron los primeros testimonios de las víctimas de Senkata, antes de que el régimen sobornara a los dirigentes de ese grupo manipulado y convertido en un instrumento prebendal. Todos los archivos que contienen información confidencial están en grave riesgo en manos de los avasalladores pagados por el régimen.

 El rechazo a la toma arbitraria de la Casa de los Derechos Humanos ha sido unánime en Bolivia. Las organizaciones de defensa de la democracia han manifestado su apoyo a la APDHB que preside Amparo Carvajal, quien mantiene una vigilia permanente en la puerta de la institución. Por una parte, el Comité Ejecutivo Nacional de la APDHB y las APDH departamentales, por otra el Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), UNITAS, CEJIS, CEDIB, Jubileo, CISEP, la Conferencia Episcopal, las organizaciones nacionales y departamentales que agrupan a los periodistas de Bolivia, entre muchas más.  

 Llama la atención el silencio cómplice de organizaciones internacionales como la CIDH y la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), de la que la APDHB es el único miembro en Bolivia, tan rápidas para apoyar al régimen autoritario de Evo Morales y su sucesor, y tan lentas en manifestarse en favor de los derechos de los ciudadanos y de las organizaciones que los representan.

 También duele la indiferencia y la hipocresía de la Unión Europea y de Naciones Unidas, que no cumplen con su obligación explícita de defender los Derechos Humanos, y cuyos representantes locales transan con los gobiernos autoritarios con la esperanza de recibir el Cóndor de los Andes cuando se vayan del país a otro destino mejor, y más tarde a una cómoda jubilación al cabo de una carrera burocrática inocua.

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Consérvanos la imprudencia de la juventud.
La bendita imprudencia que es capaz 
de jugarse la vida por un ideal; 
capaz de ilusión y de amor.
—Luis Espinal