29 marzo 2022

Tiempo de adolescer

(Publicado en Página Siete el domingo 28 de noviembre de 2021)  

 Aunque la mayoría de los diccionarios solamente registra el verbo “adolecer”, otros reconocen “adolescer”, con “s”, como el verbo de las transiciones. No tendría sentido la palabra adolescente sin un verbo que la respalde y que no signifique enfermedad o carencia, como es el caso de “adolecer”, sino transición y tránsito de la inocencia a la madurez física y espiritual. Por ello prefiero usar “adolescer” aunque me digan que no existe.

98 segundos sin sombra” de Juan Pablo Richter

 Adolescer significa un desgajamiento del ámbito familiar en el proceso de crecer hacia otro estado. Así lo entiende la psicoanalista argentina Cristina María Calcagnini cuando habla de “oscuras transiciones” de la pubertad, una metamorfosis que no solo tiene la felicidad del descubrimiento, sino que se asemeja a una cuerda de equilibrista sin red, donde abajo espera el suicidio y al frente está la posibilidad de llegar a la edad adulta con dolor, pero con esperanza. 

 La película “98 segundos sin sombra” (2021, 94 minutos), título dotado del misterio de la poesía, es precisamente un retrato de adolescencia en el sentido de tránsito hacia una etapa de la vida en la que las responsabilidades individuales se conjugan con los cambios del cuerpo y con las circunstancias de la independencia personal.

 El largometraje más reciente de Juan Pablo Richter es una propuesta temática diferente en el cine boliviano de años recientes, bien nutrido de películas sobre las dictaduras militares (“Cuando los hombres quedan solos”, “La casa del sur” o “El novio de la muerte”) o sobre la guerra del Chaco (“Boquerón”, “Fuertes”, “Chaco” o “Tres pasos al frente”). En el panorama del cine reciente de Bolivia, la obra de Richter destaca porque no se deja llevar por ninguna corriente, es una expresión propia y renovadora.

 “98 segundos sin sombra” se construye a partir de una novela de Giovanna Rivero, y por lo tanto ofrece una calidad literaria y testimonial muchas veces ausente en películas donde los diálogos parecen de relleno, como si los silencios fueran temidos. En este caso hay silencios y hay tiempos para los diálogos y sobre todo para los monólogos del personaje principal, la joven Genoveva Bravo (Irán Zeitun), adolescente que vive una peculiar situación familiar en el “culo del mundo” (“shithole”) un pueblo en algún lugar del oriente de Bolivia.

98 segundos sin sombra” de Juan Pablo Richter 

 El tiempo está en el título y está en cada minuto de la obra. Es a la vez un leit motiv argumental y una manera de hacerlo transcurrir, de una vez, para llegar a otro estado. El juego de Genoveva consiste en medir desde su mundo interior los segundos de las acciones en el mundo exterior. “Cuento los segundos importantes, segundos en los que sucede o va sucediendo un cambio radical”, dice el personaje protagonista en el plano de apertura del filme.

 Su medición de los segundos es también un tiempo de reflexión, un tiempo secreto que solamente comparte con dos o tres personas, ni siquiera con su padre y su madre, extraviados en circunstancias personales que los agobian y que no pudieron resolver. De alguna manera ambos siguen encerrados en una adolescencia no resuelta, algo que Genoveva está determinada a no repetir.

 La familia de Genoveva es disfuncional desde donde se mire: la madre (Patricia García) está sumida en un transe místico casi permanente, incluso cuando tiene que atender a Nacho, su hijo recién nacido y repudiado por el padre (Fernando Arze), que pasa sus noches en bares y parece estar implicado en el tráfico de cocaína. Aunque no me parece un personaje que incida realmente en la historia, tanto la madre como Genoveva acuden a la casa/templo del “maestro” Hernán, un joven que posa como guía espiritual con un aire de misterio que seduce a las mujeres.

98 segundos sin sombra” de Juan Pablo Richter 

 No solo la familia es disfuncional, sino el pueblo donde reina el machismo, la violencia sexual, y la corrupción que nace del narcotráfico. El colegio de monjas no constituye un espacio libre de presiones: los profesores abusan sexualmente de las adolescentes, el bullying entre estudiantes es moneda cotidiana, y las monjas actúan con hipocresía imponiendo una disciplina absurda e ineficiente.

 La obra describe en primera persona, con mucha profundidad y a la vez sin dramatismo exacerbado, la vida adolescente de Genoveva y sus amigas del colegio. Cada una de ellas tiene una vida interior compleja, que adivinamos a través de las excelentes interpretaciones que ofrecen las actrices, pero solo podemos penetrar en la intimidad de la protagonista. La realidad que le ha tocado vivir a Genoveva la obliga a refugiarse en un mundo de fantasía que comparte con una amiga íntima y la abuela Clarita (Geraldine Chaplin), dependiente de un tubo de oxígeno probablemente luego de una larga trayectoria como fumadora.

 La obra retrata my bien la amistad y la solidaridad entre mujeres adolescentes que comparten problemas y valores. Sin recurrir a la violencia explícita, ni en el lenguaje ni en la imagen, el relato aborda temas tan vitales como el acoso sexual, la anorexia o el tráfico de drogas.

 La solidaridad entre adolescentes es un refugio, una cueva para aislarse de una sociedad hostil. Inés (Florencia Ramírez), anoréxica, la mejor amiga de Genoveva, y Vacaflor (Luciana Carrasco), embarazada por el profesor de historia, comparten ese escudo defensivo, y lo hacen también con su imaginación. La obra incluye pinceladas de poesía tejida con la realidad, como el cometa que cruza la noche que nace Nacho, hermano de Genoveva, repudiado por su padre y no deseado por su madre.

98 segundos sin sombra” de Juan Pablo Richter

 La interpretación de Irán Zeitun es estupenda, muy madura como actriz, a tal punto que a su lado los personajes de la madre, el padre y la abuela parecen caricaturas. Supongo que el director quiso rodearse de actores conocidos para promocionar mejor su obra, pero en términos dramáticos no tiene mucho sentido la presencia de Fernando Arze, Patty García y Geraldine Chaplin en papeles secundarios bastante planos, que distraen de la joven protagonista. No se explora el potencial de Arze o García, y Geraldine Chaplin queda para el anecdotario de que ha actuado en dos películas bolivianas.

 Es inevitable establecer relaciones con otras obras que hablan desde la perspectiva de mujeres adolescentes. Pienso en “Noche de fuego” de Tatiana Huezo (aunque el ámbito en que se desarrolla es muy diferente), y “Las niñas” de Pilar Palomero, con la que tiene varios puntos de conexión, para no mencionar sino dos obras recientes y excelentes, de México y España respectivamente.

 “98 segundos sin sombra” cuenta con una banda sonora muy cuidadosa, enriquecida por once composiciones de Gabriel Lema (dos son canciones), creador versátil, cuya música apoya de manera incidental muchas escenas de la obra, sin buscar protagonismo propio y sin distraer al espectador de la pantalla.

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El vino de la adolescencia no siempre aclara según pasan los años,
a veces se vuelve turbio.
—Carl Jung 


23 marzo 2022

Un secuestro de novela

(Publicado en Página Siete el domingo 23 de enero de 2022)

 El sábado 30 de junio de 1984 ocurrió uno de esos insólitos episodios que hacen de la historia un relato que supera a la ficción: Hernán Siles Zuazo, presidente de Bolivia, fue secuestrado en un absurdo intento de golpe cívico-militar-policial. Si uno incluyera el episodio en una novela, podría ser tachado de delirante, con justa razón.

 Felizmente existe un testimonio de primera mano, “Han secuestrado al presidente” (1990) escrito por los ex generales Edgar Claure Paz y Gary Prado Salmón. El primero era jefe de la Casa Militar, encargado de la seguridad presidencial, y el segundo, comandante de la 8a División del Ejército en Santa Cruz, la más importante de Bolivia.

 Leer este relato con casi cuatro décadas de distancia ofrece la posibilidad de revivir un episodio tan inusitado como sintomático de los extraños senderos (o espirales) que recorre la historia de Bolivia. Melgarejo, Barrientos, Natusch y el propio Evo Morales son autores materiales de un anecdotario interminable pero este, descrito en íntimo detalle por Prado y Claure, no tendrá autores cuyos nombres merezcan ser recordados.

 “Nada de lo que aquí está escrito es producto de la fantasía”, previenen ambos autores al inicio, como resguardándose de que alguien pueda poner en duda la veracidad de los hechos narrados. Y para que eso no suceda el libro está repleto de nombres, fechas, horas, detalles y fotografías que le otorgan solidez testimonial y documental.

 El general Claure Paz fue uno de los primeros en recibir la noticia del extraño secuestro, cuando aquella madrugada a las 5:45 recibió la llamada de teléfono de Marcos Domic, diputado del Partido Comunista, ya enterado de lo que había sucedido: “unos militares, armados y en traje de campaña, han ingresado por la fuerza a la residencia presidencial y se han llevado en un auto al doctor Siles…” El resto del país dormía profundamente, y pasarían varias horas antes de que el acontecimiento recorriera el territorio echando chispas como guía de dinamita.

 Con frecuencia, las grandes anécdotas históricas oscurecen la trama que las rodea. Detrás de un llamativo titular a cinco columnas hay una red compleja de relaciones que determinan el desarrollo y el desenlace de los hechos. Conscientes de ello, los autores ofrecen en los dos primeros capítulos del libro suficiente información sobre el contexto político y social que se vivía con el retorno a la vida democrática en diciembre de 1982, luego de 18 años casi ininterrumpidos de gobiernos militares, tres sexenios marcados sobre todo por los siete años de la dictadura del coronel Hugo Banzer y los golpes breves, pero no menos sangrientos, del coronel Natusch Busch y del general Luis García Meza.

La silla presidencial vacía 

 Siles Zuazo, vencedor en las elecciones de 1980 que le fueron escamoteadas por el golpe militar, recibió en 1982 un gobierno debilitado desde su nacimiento por una economía precaria (pronto hiperinflacionaria), a la que se sumaron presiones de los partidos políticos de la derecha y de la izquierda, y del poderoso sindicalismo de la Central Obrera Boliviana y sus organizaciones afiliadas. Las posibilidades de cumplir con la “agenda de 100 días” eran remotas. No existía una sana intención de la oposición política (ni siquiera de los partidos que eran parte de la UDP, la coalición de gobierno), de contribuir a la salida de la crisis y a la estabilidad del país. Apetitos personales y rencillas históricas guiaban las acciones de los dirigentes mientras la ciudadanía contemplaba aturdida, además de marginada de los mecanismos de decisión.  

 Paradójicamente, como señalan los autores, los militares institucionalistas se convirtieron en el principal sostén del gobierno, una vez que fueron separados del servicio activo aquellos oficiales que habían estado comprometidos en asonadas y golpes.

 El momento histórico coincidió con el crecimiento del narcotráfico y el procesamiento de la droga en el Chapare (ya no solo en Santa Cruz), con participación de campesinos colonizadores sin remilgos morales. Los campesinos no solamente producían la hoja de coca sino la pasta base que era transportada en avionetas a haciendas en el Beni o Santa Cruz para convertirla en cocaína. Cuando se lograba atrapar a algún narcotraficante, grande o pequeño, la “justicia” corrupta se encargaba de hacer la vista gorda, más o menos como sucede ahora.

La casa donde tenían secuestrado al presidente

 Las relaciones del presidente Siles con el ejército se erosionaron aún más a raíz de la llegada de un avión francés con armamento, una “donación” agradecida (a cambio de Klaus Barbie) de la que los militares no habían sido informados. La oposición no perdió la oportunidad de echar gasolina al fuego: el MNR publicó en junio de 1984 una solicitada pidiendo la renuncia del presidente. Los rumores de golpe militar volvieron a intensificarse. Aunque cada año conmemoramos o “celebramos” el 10 de diciembre como fecha del “retorno de la democracia”, olvidamos con demasiada frecuencia que las conspiraciones continuaron a lo largo del gobierno de Siles Zuazo, secuestrado en junio de 1984 y obligado a renunciar a la presidencia en 1985, en una suerte de golpe parlamentario que acortó de un año su mandato.

 Los autores de “Han secuestrado al presidente” dibujan la cancha en la que se produjo la jugada del secuestro, detrás del cual había un esquema golpista confuso, en el que (tal como sucedió antes con Natusch), compartían el mismo taxi personajes que iban a diferentes lugares. Entre ellos despunta por su ambición el coronel Rolando Saravia Ortuño, ex edecán de Banzer, quien estaba seguro de que habían llegado sus quince minutos de gloria. Nadie se acordará de él al terminar de leer esta reseña, pero fue el principal instigador de la juntucha golpista en la que unos pocos daban la cara y otros pocos tenían las maletas listas, por si acaso.

 En un país donde los golpes militares consisten en apropiarse del palacio de gobierno, Saravia y sus conspiradores creyeron que el mejor camino era secuestrar al presidente. El relato sería jocoso si de por medio no hubiera estado la vida del presidente Siles, cuya reconocida serenidad contribuyó a resolver el entuerto.

 En Bolivia hay un listín telefónico con nombres y teléfonos de conspiradores, siempre listos para una nueva aventura, con la certeza de que si sale bien se benefician, y si sale mal no pasa nada.  En las filas del MNR había para escoger, pero también en otros partidos. Los Bedregal, Sandoval Morón, Humboldt, Fortún, Galindo (y un largo etcétera) se unieron en esta ocasión a militares y policías de menor rango, que conciben la política como un trampolín. Una amiga solía decir de los militares: “con seis años de primaria y cuatro de gimnasia ya se creen presidenciables”.

Negociación del ministro Oscar Bonifaz 

 Este libro ofrece aportes fundamentales sobre lo que ocurría en el interior del ejército, las tensiones, divergencias y ambiciones que determinan con frecuencia esas volteretas tan alejadas de la institucionalidad. Los autores han investigado para proporcionar datos precisos sobre las reuniones conspirativas previas al intento de golpe que, por supuesto, eran también conocidas por los organismos de inteligencia del Estado y del ministro de Interior, Federico Álvarez Plata. A pesar de disponer de la información, el presidente Siles estaba demasiado anclado en su lentitud para tomar decisiones y no daba la importancia debida a esos afanes conspirativos que sumaban más militares, policías y militantes de partidos políticos a medida que pasaba el tiempo. No necesitaban los conspiradores civiles tocar las puertas de los cuarteles, ahora los conspiradores militares tocaban las puertas de los civiles.

 En medio de las reuniones supuestamente clandestinas de los conspiradores, se generaban episodios anecdóticos que le dan autenticidad al relato, como el entusiasmo de Carlos Ponce Sanginés cuando en una de esas reuniones, el 25 de junio en casa del Dr. Reynaldo Venegas, exclama: “A Siles hay que hacerle lo que los españoles le hicieron a Atahualpa”.

 Llegado el día, el secuestro se produjo como se había planificado, con fuerzas combinadas del ejército y de la policía. El libro recoge los nombres de los uniformados y de los civiles que participaron en cada etapa de la conspiración, pero sería bochornoso reiterarlos aquí para sacarlos por unos segundos del anonimato del que venían y al que regresaron después. Su aventura sobrepasaba sin duda la limitada capacidad de sus cerebros.

Siles y uno de los captores

 Al margen del absurdo político y de la tolerancia insospechada de la historia, la narrativa del secuestro y la liberación del presidente Siles Zuazo, se lee como el guion de una película tragicómica. Cuando el teniente Celso Campos Pinto y su tropa ingresan a la casa presidencial para llevarse al presidente, no pierden oportunidad de robarle a la primera dama, como vulgares cacos, su reloj de pulsera, unos binoculares y un teléfono inalámbrico…

 Siles es llevado a una fábrica textil abandonada en la calle Estados Unidos No. 1011, en Miraflores, perteneciente a la familia Rescala Nemtala (cómplice en la jugada), donde es entregado a seis “custodios” que fueron reclutados por Adolfo Monje y Ruddy Bertinni en un billar de los bajos fondos. Los mercenarios, a quienes se les prometió una “peguita” estable a cambio del servicio prestado, se llevan una gran sorpresa cuando ven llegar al presidente de la república como rehén. Los organizadores del esquema muestran así su extraordinaria “valentía”, dejando en manos de criminales de poca monta la vida del primer mandatario.

 La rápida convocatoria en el palacio de Gobierno del gabinete de ministros presidido por el canciller Gustavo Fernández, y de dirigentes de partidos políticos de la UDP, así como el rechazo de los militares institucionalistas al pretendido golpe, hizo que en pocas horas se desmoronara el esquema torpemente urdido. Los perpetradores no tardaron en esconderse o buscar asilo, pero quedaba por despejarse la gran incógnita: ¿dónde estaba el presidente?, ¿seguía con vida?

 Atando cabos con datos parciales, el cerco se cierra en el barrio de Miraflores. Aunque “peinado” previamente por el regimiento Ingavi, no es sino con la llegada de los capitanes David Aramayo y Miguel Flores, enviados por el general Claure, jefe de la Casa Militar, cuando ellos logran ingresar a la casa señalada saltando la pared, y son recibidos con disparos desde una ventana en un segundo piso. Balas van y vienen hasta que uno de los captores empuja hacia la ventana, encañonado, al presidente Siles: “No disparen, soy yo”.

Siles secuestrado 

 Durante su encierro, Siles había logrado apaciguar a sus captores para que no lo maten, garantizándoles una salida que no ponía en riesgo sus vidas. Su sangre fría contribuyó a bajar la tensión.

 El personaje “sorpresa” en el desenlace del secuestro es Román Cordero, del diario Presencia, arrojado y temerario foto-reportero, primer negociador sui generis, quien no dudó en ingresar en solitario y sin protección para parlamentar con los mercenarios y convencerlos de optar por una salida negociada. Las imágenes tomadas por Cordero e incluidas en el libro son un testimonio extraordinario de esas horas de tensión que precedieron a la liberación del presidente en Miraflores. La imagen de Siles apenas visible en la ventana de los cristales rotos, haciendo una señal con el pulgar levantado para indicar que se encuentra bien, las fotos del Oscar Bonifaz, ministro de Finanzas y de Jorge Crespo, subsecretario de Relaciones Exteriores, que llegaron a la escena para continuar la negociación, son un extraordinario testimonio de ese momento histórico, al igual que otras dos fotos emblemáticas tomadas en el palacio de Gobierno: en la primera están los ministros, con los aliados de la UDP, reunidos en torno a la silla presidencial vacía; en la otra, en horas de la tarde, desde el mismo ángulo, aparece el presidente Siles, recibido de pie por sus ministros y aliados para ocupar nuevamente la silla presidencial.

 Una vez acordados los términos de la liberación, el propio presidente acompañó a sus captores a la embajada de Argentina, para que puedan solicitar asilo. En la vagoneta conducida por el mayor Max Claros Caba (quien se quitó los grados para hacerse pasar por soldado), muy apretujados, además del presidente y de sus seis captores, iban Oscar Bonifaz, Jorge Crespo, el capitán David Aramayo, y el propio Román Cordero, que no cesaba en su oficio de registrar los hechos. Dentro del vehículo grabó un diálogo con los mercenarios, donde revelan que unos civiles los contrataron el viernes anterior en un billar.

El presidente Siles regresa al palaci

 Al fracasar la intentona golpista, unos huyen, otros se entregan y distribuyen culpas con ventilador, y muy pocos dan la cara, convencidos de que sus acciones eran justificadas. Incluso algunos se asilan sin estar perseguidos, inculpándose como tontos. Todo esto parece divertido una vez que ya pasó, pero no lo fue durante los instantes de incertidumbre narrados por los ex generales Prado y Claure. Esas pocas horas condensan mucho de lo que ha sido la historia política de Bolivia, entre conspiraciones, golpes cívico-militares, asilos y exilios, y al final de cuentas: impunidad. Solo tres militares (Saravia, Ardaya y Campos) fueron dados de baja con ignominia y cinco mandos policiales que ya estaban asilados. Ninguno fue procesado ni cumplió condena alguna. Varios fueron incluso reincorporados y ocuparon nuevamente puestos de mando años después. Los conspiradores civiles apresados, fueron liberados poco a poco.

 El libro incluye documentos militares y civiles clave, que se emitieron durante las pocas horas que duró el secuestro y en días posteriores. Hay pronunciamientos de los golpistas, del congreso, del gabinete de ministros, de las Fuerzas Armadas, etc. Uno de ellos es el de los propios mercenarios, que decidieron dejar la embajada de Argentina y entregarse a la justicia boliviana.

 Al final todo queda en nada. Como siempre en Bolivia, los perpetradores de crímenes se reciclan fácilmente. Así lo demuestra el epílogo del libro, que actualiza la información sobre cada uno de los principales cabecillas del fallido golpe y el secuestro del presidente.

 Este es un libro que merece una nueva y mejor edición, que no se deshoje como una margarita, y que quede como referencia para la memoria de nuevas generaciones.

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El momento de la traición es lo peor, el momento en que uno sabe, más allá de toda duda, que ha sido traicionado: que otro ser humano le ha deseado a uno tantas desgracias.
—Margaret Atwood
 

19 marzo 2022

Bohemia creativa

(Publicado en Página Siete el domingo 16 de enero de 2022)

 En octubre de 2021 estuve en Sucre en casa de Luis Ríos Quiroga, a quien no había visto en más de tres décadas. En mi memoria se habían instalado gratos recuerdos de la época en que él organizaba, con mucho empeño y buenos resultados, ferias de autores en las que participé junto a Néstor Taboada Terán, Antonio Paredes Candia, Alcira Cardona, entre otros.  Lucho Ríos tenía capacidad de convocatoria, y esos viajes a la capital eran agradables.

Luis Ríos Quiroga 

 Verlo tanto tiempo más tarde me causó una fuerte impresión. Los años no habían pasado sin consecuencias para ambos, y en su caso la situación era menos feliz. Lo encontré cansado, muy dependiente de su hijo y acompañante Santiago Cerezo, enclaustrado en su casa de la calle Junín # 1024, luego de varios episodios que lo habían llevado de urgencia al hospital para atender problemas renales. Su conversación era pausada, meditaba un buen rato antes de hablar. No era el hombre dinámico que yo recordaba, pero conservaba la chispa de humor de antaño.

 Me dedicó un librito de cien páginas publicado por la Corporación Regional de Desarrollo de Chuquisaca, “Bohemia sucrense, pensamiento y obra” (1992) que reúne en diez breves capítulos sus apuntes sobre los grupos de la cultura contestataria de Sucre, desde principio del siglo pasado hasta la fecha de publicación del libro.

 Varios aspectos me interesaron desde las primeras páginas, para empezar el “Testimonio” a manera de prólogo de Ricardo Rada Laguna, uno de los fundadores del grupo Ukamau. Rada introduce bien el espíritu que animaba a aquellos grupos bohemios que alborotaban a una “sociedad pacata y prejuiciosa” dominante en el “pueblo chico” (infierno grande) que era Sucre, donde los “decentes” ocupaban simbólicamente el centro de la plaza 25 de Mayo, mientras que los “hualaychos y cholos” giraban a su alrededor, y los indios solo miraban desde lejos.

 Tres cuartos de siglo más tarde, los jóvenes rebeldes adquirieron carta de ciudadanía y laureles por sus obras, y Rada sale en defensa de su reputación, pues eran acusados de pasarse de copas con frecuencia: “¡Se bebe! Verdad. Pero es la mesurada libación que no conduce a la borrachera o a la farra sino a la embriaguez. Deslindemos.” Y añade que mientras la borrachera busca la anulación de la conciencia, la embriaguez es una “enajenación pasajera” que rompe barreras del “yo” y del egoísmo, y promueve la comunión de afectos.

 El texto de Ríos Quiroga es en parte testimonial puesto que participó en varias de las agrupaciones de jóvenes rebeldes y contestatarios que cultivaron la bohemia como provocación frente a esa sociedad clasista y respingada, ridiculizada en numerosas obras, como la de Tristán Marof: “La ilustre ciudad”.

 Parte de la rebeldía de esos grupos consistía en el rescate y la valoración de personajes locales, entre ellos la chola, a quien varios poetas le dedican versos inspirados. Cholas había muchas, con nombres exquisitos como “La Gentileza”, “La Peligrosa”, “La Tres Mil”, “La Siete Lunares”, “La Pastita de Milán”, “La Orureña”, “La Bella del Mundo”, y otras que, por sus artes culinarias, por su elegancia, por su picardía o por su belleza, embrujaban a los jóvenes escritores en chicherías donde al ritmo de guitarras, mandolinas o armonios se gestaban las letras de nuevas creaciones literarias o musicales.

 Frente a la “discriminación brutal” de que era objeto la chola por parte de una aristocracia rancia y desubicada en el tiempo y el espacio, Ríos Quiroga añade pinceladas con sesgo autobiográfico: “Pero, la realidad nos muestra que la chola es la más abnegada en el amor por sus hijos, por su hombre, hasta soportar la más negra ingratitud del hijo que muchas veces niega y reniega de las entrañas donde se formó”.

Nicolás Ortiz Pacheco
(dibujo de Clovis Díaz) 

 Desde inicios del siglo XX surgieron las agrupaciones de bohemios irreverentes, como La Mañana que animó Claudio Peñaranda, inspirado por las rupturas estéticas de los poetas modernistas de América. Un clavel rojo los identificaba para diferenciarse de los afrancesados devotos de la flor de lis, los supuestos nobles de sangre azul. Nicolás Ortiz Pacheco, Carlos Medinaceli y Rafael García Rosquellas fueron otros miembros prominentes de este grupo. Ríos Quiroga le dedica a Ortiz Pacheco un capítulo aparte, donde retoma anécdotas que lo hicieron famoso, como aquel duelo poético que sostuvo con Enrique Reyes Barrón para escribir a cuatro manos el poema “Borrachera”, o duelos menos amables de los que salió librado gracias a su ingenio y su capacidad de improvisar.

 El libro presta especial atención al grupo La Peña, escritores y músicos que desde el 5 de septiembre de 1953 se reunían en casa de Fernando Ortiz Sanz, quizás su principal animador ya que fue casi permanente “secretario de turno” del boletín que publicaba La Peña, con 60 ediciones mimeografiadas, de las cuales la No. 16 (2 de enero de 1954) llena la tapa de la obra. El primer número del boletín registró los nombres de los nueve fundadores: Gunnar Mendoza, Gustavo Medeiros, Julio Ameller, Fernando Ortiz S., Enrique Vargas S., Guido Villa-Gómez, Hernando Achá S., Alberto Martínez y Roberto Doria Medina, cuyo lema era “Si hay espíritu…”. “No pretendemos crear nada o servir a nadie: ni siquiera a la cultura”, dicen en su manifiesto. Gracias a los boletines de La Peña, Ríos Quiroga reproduce en ese capítulo poemas de Guido Villa-Gómez (“Efigie”), de García Rosquellas, alias Euros Anti (“Desayuno”), de Ortiz Sanz (“Te diré una cosa”) en quechua y castellano, y una parábola de Alberto Echazú.

Gunnar Mendoza

 Nuevos grupos se fueron formando a través de los años, que contaron a veces con la participación de los mismos intelectuales. Por ejemplo, Guido Villa-Gómez también participó en el grupo Antawara, que reunía en casa de Alfredo Vargas Pórcel (el “Paja” Vargas), a Mario Estenssoro, Octavio Campero Echazú y Ramón Chumacero Vargas, para leer y comentar libros, desde el Quijote hasta la Biblia “que Alfredo Vargas sabía de memoria”, según anota Luis Ríos.

 En la “Fraternidad de los 13” se reunían también Ortiz Sanz, Fidel Torricos Cors, Ovidio Céspedes, Alberto Arce, Mariano Arrieta, Remberto Prado y Humberto Ríos Durán, entre otros que en el local de doña Lolita componían sobre la marcha epigramas picarescos.  

 Así suma Luis Ríos en su recuento a grupos como la Cuerda Mayo, o el Grupo Anteo (que aglutinaba a pintores, poetas y gente de teatro en torno a Walter Solon Romero), la Peña de Arte Illapa animada por Carlos Morales y Ugarte, alias “Fray Machete”, una combinación única entre intelectual, artista, bohemio y hombre de Estado. Illapa tenía su propia bandera, publicó 20 números de la revista Crisol, e incorporó a nuevas generaciones -incluidas unas pocas mujeres- como lo hicieron luego la Academia de la Mala Lengua Chuquisaqueña y el Grupo Hacheh, a los que Ríos Quiroga dedica apenas un par de páginas, pero que darían para mucha investigación y sabrosa narrativa.

Luis Ríos Quiroga 

 Sería largo enumerar aquí a los miembros de cada grupo, sus obras y ocurrencias, pero el libro de Luis Ríos Quiroga (que incluye una sección iconográfica con 13 imágenes históricas) es un abreboca para los investigadores y “rescatiris” de la literatura boliviana.  

 Nota final: A tiempo de cerrar este comentario, me llega la sombría noticia del fallecimiento de Luis Ríos Quiroga, el domingo 9 de enero. Va este texto en su homenaje. 


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Uno no hace la literatura que quiere, sino la que puede.
—Max Aub 


15 marzo 2022

Los versos del lamero

(Publicado en “Ideas” de Página Siete el domingo 6 de febrero de 2022)

 Acaba de morir, pero lo estoy escuchando. Estamos en su oficina en el cuarto piso del ministerio de Minería, en el Prado. Es el 14 de abril de 1971 y él está detrás de su espeso bigote negro y de sus gafas con gruesa montura. Como si yo mismo buscara pistas, le pregunto a Héctor Borda Leaño qué es la poesía.

 “Preguntarle de poesía a un poeta implica una dificultad: no podrá seguramente el poeta explicarse como se explica a un niño cuando recibe una clase de literatura. Pero para mí fundamentalmente la poesía es el dolor traducido en palabras. No hay una poesía trascendente que no haya estado impregnada de un inmenso y grande dolor. Un dolor que produce indudablemente un sentido creador en el hombre. Por eso he dicho siempre yo que la poesía es dolor, es fundamentalmente dolor. Creo que mi poesía puede tener algunos elementos del dolor, no llega a aquilatar el dolor por eso no es una poesía que trascienda los ámbitos nacionales y pueda ser universal. Lo será en tanto y en cuanto este dolor sea intenso, sea grande, sea transformador, como sucede por ejemplo con las obras de Beethoven, como sucede con las obras de un Vallejo”.

 Cuando le pregunto si no hay otro camino para la poesía que aquel comprometido socialmente y me responde que no, que para él en ese momento no hay otro camino.

 “La poesía ha pasado por etapa indudablemente significativas, y en épocas pasadas podría no interesar ni ser valedera la poesía social. Para mi en este instante histórico, la poesía que traduce una inquietud social es la poesía valedera porque esa llega a los grandes conglomerados humanos que tienen que recoger esa poesía como factores de una alquitaración mental para poder entender su propia realidad”.

 Sobre la llamada “poesía pura” me da una respuesta contundente: “No he creído nunca en las cosas puras. Como no creo en la mujer pura, tampoco creo en la poesía pura”. Sin embargo, concuerda en que la poesía no puede ser solamente descriptiva y llana porque los versos se reducirían a una mera información sobre los hechos:

 “La poesía nunca debe despojarse de sus atributos esenciales que son las figuras de dicción. Las metáforas, las imágenes, hacen a su propia esencia. Pero con esas metáforas hay que construir o hay que interpretar esa realidad que nosotros vemos cotidianamente, envolviéndonos en nuestra actividad común y corriente. Si no existe metáfora y no existen figuras de dicción, no existe poesía”.

 Cuando conversamos aquella vez, Héctor Borda ya había publicado “El sapo y la serpiente” y “La ch’alla”. Las leyendas orureñas impregnan esos dos primeros poemarios: “La mitología orureña está fundamentada en el sapo, la serpiente, el cóndor, el lagarto y las hormigas. Esas son las figuras míticas del carnaval de Oruro y en torno a ellas yo hago poesía. Estos animales están dentro de la leyenda orureña cuando se habla del pueblo de los Urus, que había pecado de liviandad y de excesiva falta de allegarse a los dioses, estos le enviaron como plagas. Pero las deidades benéficas que rodeaban a Oruro las convirtieron en piedra, y ellas han quedado a través del tiempo, y con esas figuras se hacen las ch’allas, las k’oas y todo el complejo ritual de nuestra cultura indígena”.

 “Todo esto se ha transmitido oralmente, pero ha sido reelaborado también por un sistema de aculturación por los españoles. Ellos a su vez han hecho transferencias de deidades y valores para colocarlas dentro de sus propios calendarios, dentro de sus propios valores, pero tiene una vigencia en la cultura indígena de Bolivia”.

 Me llamó la atención, en ese tiempo, que la palabra “voltereta” se repitiera en su poesía con frecuencia: “La voltereta tiene solamente el significado de darle movilidad al poema, en tanto que este poema puede significar el dinamismo del carnaval de Oruro”.

 Con la obtención de el Premio Municipal de Poesía en 1971, su manera de escribir comenzaba a evolucionar hacia una poesía más explícitamente política. Me dijo entonces que en “La ch’alla” y “El sapo y la serpiente” tomó elementos del folklore para hacer poesía, pero a partir de allí había dado un paso hacia la poesía social con el libro premiado, “Con rabiosa alegría”. Sus nuevos poemas “pintan” a las barrenderas, a los artilleros, al mayuperico, al chico que vende café, al pequeño rumpero que muere en la mina: “es decir, retratos digamos subjetivos y la trascendencia que pueden tener estos en los quehaceres humanos y cotidianos de los bolivianos”.

 Héctor me habló de otros libros que estaban listos para ser publicados, de los que había adelantado algunos poemas en un recital: el libro “Qué joder” debía salir pronto, con “poesía combatiente, de intención política y tendenciosa indudablemente”, y otro titulado “Poesía o muerte”, también poesía social, “pero no combatiente”.

Hector Borda Leaño ©Vassil Anastasov

 En mi indagación sobre los mecanismos internos de la poesía, insistí sobre el uso de metáforas e imágenes en sus poemas: “La imagen es para el poema lo que es la vestidura para el hombre. Indudablemente no es la imagen en sí poesía, pero es la vestidura de la poesía. Ligados esos factores de imagen con factores de ideas, se tiene la poesía. No pueden estar de ningún modo desligados”.

 ¿Qué pregunta lo asalta con frecuencia?, le pregunté.

 “Me la puedo plantear, y sería esta: ¿hasta qué punto la poesía puede hacer el papel del fusil en la lucha por la liberación? He querido responder a esa pregunta siempre, y mi angustia consiste en esto, en que el fusil mata definitivamente, la poesía mata haciendo vivir. Puede ser paradójico, pero en cuanto mata haciendo vivir, la poesía tiene tanto valor como el fusil para la lucha de liberación de los pueblos de América Latina. De modo tal que en la medida en que los pueblos se levanten contra las opresiones de los poderosos, la poesía ha de estar siempre delante de la revolución”.

 La poesía de Héctor Borda está impregnada de su vivencia en las minas. Trabajó en la empresa Patiño Mines, luego en la ex empresa Aramayo en Chorolque, y también en La Unificada, y finalmente en minas de Comibol, la empresa del Estado:

 “He vivido mucho en la mina, he trabajado desde mis catorce años de edad en la mina. Puedo decir que soy autodidacta, a pesar de que en los intermedios de mis épocas de trabajo he tratado de estudiar y me he culturizado. He salido bachiller en un colegio nocturno, tengo también formación universitaria a través de mis viajes al exterior. Pero fundamentalmente soy autodidacta. He trabajado en las minas, he sido carrero, rumpero, lamero, patachero, enmaderador… El patachero es el obrero que labra en la roca con instrumentos de metal una especie de cornisas donde se asienta la enmaderación (en los socavones). El enmaderador trabaja la madera para esa enmaderación. El lamero es el que destranca los buzones trancados con mineral, es un trabajo sumamente peligroso, y en las minas se da ese trabajo siempre a hombres pequeños y de poco peso, porque tienen que trabajar con dinamita en espacios reducidos”. 

 Le pregunté si el dedo faltante en una de sus manos se debía a un accidente en la mina: “No, nada tiene que ver”, respondió, sin aventurarse en más detalles.


 No escatimaba sus opiniones sobre la literatura boliviana, mirada desde el cristal de un poeta comprometido políticamente. Sobre la poesía contemporánea me dijo: “Creo que puede llegar a hermosos caminos, hermosos objetivos, pero sucede que hay una desorientación ideológica y también hay poco interés por estudiar las mecánicas interiores del poema. Hay algunos que se dicen revolucionarios porque han descrito ‘las llagas del minero’, sus ‘miserias’, etc., pero enfocan el tema desde un punto de vista esencialmente reaccionario. La poesía tiene que saber tratar el tema a la luz de una ideología conceptual, a la luz de una doctrina. Y mientras el poeta no tenga una fundamentación doctrinal y no tenga un acervo cultural e ideológico firmemente asentado, no puede ser de ningún modo revolucionario ni antirrevolucionario, es nomás un poeta azul de esos que quieren hacer figuritas con palabras”.

 Sobre los nuevos poetas bolivianos me dijo que Pedro Shimose le parecía un valor interesante: “mi gran amigo, ahora bien, creo que le falta madurar, pero lo digo con mucho respeto y mucha consideración por su poesía, al fin y al cabo, él no tiene la culpa de ser joven. Llegará un momento en que madurará su poesía a través de los años y de sus experiencias personales”. Luego mencionó a Matilde Casazola, “que ha de dar frutos extraordinarios dentro de muy poco tiempo”, y a Mery Monje Landívar. “Creo que esos son los poetas más significativos de Bolivia”, concluyó hace medio siglo, cuando conversamos frente a una grabadora.

 Sobre la narrativa boliviana me dijo que faltaba el gran novelista: “Si Chueco Céspedes hubiera nacido en una nación poderosa, habría sido otro cantar. Habría sido más conocido y mejor valorado. Céspedes es uno de los mejores novelistas de América Latina, pero ha tenido la desgracia de nacer en un país subdesarrollado y pobre, y nosotros mismos no le damos el verdadero valor que tiene. Hay una enorme distancia entre un Chueco Céspedes y un Jorge Icaza, sin embargo, Icaza, el de ‘Huasipungo’, es más conocido. Esas son las arbitrariedades de pertenecer a un país poco conocido, bloqueado por intereses foráneos, minimizado por sus propios hombres, sin fe en ellos y en los destinos del país. Botelho Gozálves es también un magnífico escritor, pero no ha llegado a la dimensión universal, porque por otra parte se cree que ser universal es escribir sobre temas que son foráneos a nosotros, cosa que no es cierto, como ha demostrado Gabriel García Márquez con ‘Cien años de soledad’, que es cien por ciento colombiana pero no por ello deja de ser universal”.

 Considera que “Metal del diablo” es la mejor obra de Céspedes: “Incuestionablemente, es auténtica. Conozco bien la problemática de las minas. Hay pinturas realmente extraordinarias de la vida de las minas, es auténtica en todo, hasta en sus epítetos, en sus adjetivos, es muy real”. Reconoce valores entre narradores como Renato Prada Oropeza o Raúl Teixidó, pero considera que estos nuevos valores “no tienen todavía una trascendencia extraordinaria”, porque “el escritor boliviano carece de una formación integral, parece que no se interesa mucho en el estudio de la sociología, de la antropología. No puede describirse una situación cualquiera como se da en Alemania o en Argentina, tiene que tener una peculiaridad nacional, y esa peculiaridad formada por la sedimentación de una cultura indígena, solamente se la va a conocer a través de profundos estudios de sociología y antropología. Los modos de comportamiento de los personajes son completamente diferentes, y a eso hay que calar para significar y para pintar auténticamente a los personajes”.

 Esa conversación concluyó con la lectura de algunos de sus poemas. Mientras buscaba entre sus poemas le pregunté cuándo se publicaría su libro premiado: “Todo depende de la buena voluntad de la Alcaldía”. Dudó entre “La patinadora” y “El mayuperico”. Se decidió por este último, luego de explicarme que el mayuperico es “la resaca” de los trabajadores: “es el minero desplazado del trabajo del interior de la mina para que vaya a trabajar los yacimientos aluvionales del río, ya no está integrado al servicio social, trabaja por contratos, es un trabajador eventual, un desplazado, también les dicen maquipuras. Julián Tarqui fue un mayuperico compañero de mi curso, de mi escuela, lo encontré años después trabajando en Huanuni y posteriormente lo encontré nuevamente en La Paz, buscando un hospital para poder morirse tranquilo con silicosis”.

 Un poema salido de la entraña de Héctor, como la de Julián, pero con más suerte.

 Alguna vez escribió también cuentos sobre temas mineros, “unos cuatro o cinco”, me dice sin darles mucha importancia porque nunca llegó a publicarlos.

 En uno de sus raros regresos de Suecia, en 1997, me regaló su libro “Poemas desbandados” con una generosa dedicatoria. Nunca más nos vimos. Lamenté no verlo en Malmö, donde residió durante décadas, porque sencillamente olvidé que vivía allí, frente a Copenhagen, cuando tuve la oportunidad de dar conferencias en universidades de ambas ciudades.

 Héctor Borda, fallecido este miércoles 26 de enero de 2022, era un gran poeta y un personaje extraño, que nunca llegué a comprender del todo. Es fácil decir que llevó con él el país a su exilio, prolongado voluntariamente durante tanto tiempo, pero creo que su manera de sentir sobre Bolivia era mucho más compleja, una mezcla irreconciliable de amor y despecho. Sería importante saber lo que escribió, poesía o prosa testimonial, en sus últimas décadas de distanciamiento amoroso.

 En Bolivia, definirse y asumirse toda la vida como poeta no es poca cosa. Escribir poesía como camino y fin de la existencia es admirable, en un país donde para hacerlo no basta crear versos sino trabajar en cualquier otra cosa para sobrevivir, para comer, pagar tener un techo donde cobijarse. Héctor Borda se definió siempre como poeta, aunque trabajó en muchos oficios para sobrevivir y tuvo acercamientos con la política partidista en un corto periodo de su trayectoria.

 Como suele suceder en nuestro país, no se ha escrito mucho sobre él, aparte de breve notas necrológicas, de modo que estas páginas son mi pequeño homenaje a su persona y a su poesía.

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Ha muerto
y su cadáver todavía sigue
con temblorosos huesos expectando
la cortina metal de la neblina.
—Héctor Borda Leaño 

 

10 marzo 2022

Métanle nomás

(Publicado en Página Siete el sábado 19 de febrero de 2022)

 La nueva Ley 467 del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz de “regularización de construcciones fuera de norma”, en vigor desde el 21 de febrero, es un insulto al sentido común y a la inteligencia de los vecinos honestos de la ciudad.

La wiphala todo puede 

 Podría llamarse “Ley 150 mil: métanle nomás”, porque de eso se trata: un engaño a primera vista, donde se permite la “conversión de la sanción de demolición en sanción pecuniaria”, como si eso permitiera corregir los errores de construcción y el peligro que representan, además de la agresión al paisaje visual de la ciudad. Para el concejal Pierre Chaín, promotor de la ley, basta que los transgresores “paguen” para que se resuelva el problemita y así obtener “recursos frescos para la comuna”, aunque la ciudad se joda. En otros países, la “regularización” sería demoler parcial o totalmente las construcciones fuera de norma, pero ya no hay alcaldes con pantalones bien puestos, solo demagogos y oportunistas.

 Las multas no resuelven los problemas: si se excedieron en el número de pisos, si el edificio no tiene suficientes estacionamientos, si la construcción está en un terreno inestable o avasallado, si entre edificios no hay los metros de retiro estipulados, si no se respeta el espacio público en las aceras, etc. los riesgos seguirán ahí y la razón de ser de esas normas queda malversada.

La “torre de pizza"

 Junto a donde vivo, una empresa que lava más blanco construyó tres edificios simultáneamente: sobre la avenida principal uno de 19 pisos que yo llamo la “torre de pizza” porque parece una tajada de pizza, con un metro de ancho en un extremo y apenas siete metros en el otro. El edificio del medio tiene 13 niveles a pesar de que está situado sobre una calle lateral y no debería sobrepasar 8 pisos. El tercero, aparentemente, tiene la altura establecida por la norma, pero entre los tres acumulan una serie de irregularidades: no tienen estacionamientos suficientes, no hay retiro reglamentario entre los edificios, ni un metro de área verde, y quién sabe qué otras faltas más.

 Los vecinos hicimos un reclamo formal en 2018, cuando todavía estaban en construcción. La alcaldía respondió “oportunamente” ocho meses más tarde: más de 70 páginas de sellos y firmas que en síntesis decían que todo estaba autorizado, aunque salta a la vista que varias normas fueron violadas.

 La Alcaldía nunca actúa de oficio, simplemente mira a otro lado mientras se cometen las faltas, y solo reacciona cuando hay quejas de los vecinos. De esa manera llegamos a la aberración de 150 mil construcciones fuera de norma en La Paz, según el concejal Pierre Chaín, permitidas por la desidia del gobierno municipal y por la corrupción instalada en todos los escritorios encargados de poner sellos y firmas. El problema de fondo es la incapacidad de fiscalizar y la corrupción metida hasta la médula en la alcaldía. Es un asco que no se limpia con multas.

 Las sanciones “a posteriori” son un regalo para constructores inescrupulosos: “Métanle nomás, después arreglamos”, como dijo alguna vez el “jefazo” de Chaín. Construyan como quieran, destruyan la ciudad, pongan en peligro a sus habitantes, y luego arreglamos con plata. Corrupción antes y corrupción después.

Construcción ilegal, calle 12 de Calacoto 

 Desde la ventana de mi departamento veo hace años un edificio sin terminar. La construcción fue detenida por la alcaldía porque está sobre una calle lateral y sobrepasó los 8 niveles autorizados. La denuncia de los vecinos permitió que la gestión de Revilla detenga la construcción, pero el constructor se limpió con la interdicción: como ya había alcanzado 12 pisos, durante los meses siguientes le metió dos más y levantó paredes de ladrillo. Tengo fotos que lo demuestran. Lo más seguro es que ahora “arregle” con la alcaldía y se salga con la suya. 

 Nos ocuparemos en otro momento de las construcciones que lavan dinero proveniente del narcotráfico y del contrabando: adquisición de departamentos en efectivo sin pasar por el sistema bancario, compra de materiales de construcción sin facturas, pago a obreros y albañiles también en efectivo, evasión de impuestos, etc. Hay mucha tela que cortar.

 

Mientras tanto el alcalde Arias puede seguir bailando en los cumpleaños de Lora, dueño y constructor de “Las Loritas”, con música en vivo de Los Karkjas, masistas de corazón, el grupo preferido de Evo Morales.

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La corrupción es un mal inherente a todo gobierno
que no está controlado por la opinión pública.
—Ludwig von Mises
 


06 marzo 2022

Segunda división

(Publicado en Página Siete el domingo 20 de febrero de 2022)  

 En un artículo anterior abordé las cinco películas nominadas a los Premios Goya de España, manifestando mi aprensión ante las 22 nominaciones que obtuvo “El buen patrón”. Ahora quiero referirme a otras películas, no menos interesantes, que no tuvieron tanta suerte o tan buen aparato promocional. Algunas fueron candidatas o nominadas a los Goya, otras al Premio José María Forqué y otras ni siquiera tomadas en cuenta. En conjunto constituyen una suerte de “segunda división” en el pelotón de obras que ofrece un panorama muy rico del cine español durante el año transcurrido. Estos son algunos ejemplos, entre más de un centenar.

“La hija” (2021) de Manuel Martín Cuenca 

 “La hija” (2021) de Manuel Martín Cuenca, tuvo dos nominaciones en los Goya pero ningún premio. Es una obra de drama y suspenso que mantiene en vilo al espectador: Javier, profesor de bachillerato (Javier Gutiérrez) y su esposa Adela mantienen en calidad de rehén (al principio “voluntaria” y cómplice), a Irene, una joven estudiante embarazada que se ha comprometido a entregarles el bebé que ellos no pueden tener. Lo que al principio parece una relación armoniosa y paternal, se convierte en una pesadilla en medio de hermosos paisajes de campiña (que el dron, maravilloso instrumento, ayuda a revelar). La remota hacienda en la que mantienen escondida a la joven se convierte en un escenario de violencia creciente. A partir de la mitad del filme se crea un conflicto de dimensiones mayores cuando la pareja decide retener por la fuerza a Irene. El paisaje bucólico se convierte en un escenario de terror y la obra se torna en una reflexión ética y moral. El profesor y su esposa, buenos ciudadanos y buenas personas toda su vida, están convencidos de que hacen lo correcto, pero se transfiguran en criminales sin casi darse cuenta. Bellamente filmada, con excelentes interpretaciones, lo único que desentona es la música omnipresente que adquiere protagonismo al punto de distraer al espectador de la historia.

“Bajocero” (2020) de Lluís Quílez

 El mismo Javier Gutiérrez aparece como protagonista en “Bajocero” (2020) de Lluís Quílez otro buen ejemplo de cine de suspenso que cuenta el traslado de presos en un furgón blindado, en una noche invernal (e infernal). El furgón es atacado por alguien que quiere matar a uno de los presos, para ello elimina a los guardias del convoy, menos al conductor que resiste y se atrinchera con los presos dentro del furgón. Al margen del suspenso que constituye la amenaza exterior en ese invierno extremo, la obra desarrolla con habilidad las historias de cada uno de los presos.  En ese ambiente de enclaustramiento e incertidumbre, parecen humanizarse incluso en su relación con el custodio que defiende su propia vida como la de los reos. “La única vida interesante, es la de los artistas y de los delincuentes”, dice uno de los presos. Poco a poco la amenaza exterior y las disputas internas van eliminando físicamente a los presos, hasta el final sorprendente del furgón que se hunde sobre un lago congelado.

“Karen” (2019) de María Pérez Sanz 

 “Karen” (2019) de María Pérez Sanz, sobre la escritora Karen Blixen, se basa en sus diarios. Por ello quizás su carácter fragmentario, una suma de viñetas bellamente filmadas. Blixen y su fiel criado somalí, Farah Aden, representan el apego de la escritora danesa a su vida en África. Está compuesta como una serie de postales de la vida de Blixen como propietaria de su hacienda de café en Kenia. El ritmo del montaje es lento, en parte por razones estéticas y también para sobrepasar los 60 minutos de duración e ingresar en la categoría de largometraje. Nada espectacular sucede en la obra, porque de lo que se trata es de reflejar un estado de ánimo y de contemplación, mientras Blixen escribe su diario y reflexiona sobre su vida en medio de la enfermedad y la inminencia de la muerte. La película concluye con imágenes de las visitas de turistas a su casa-museo en Kenia (también para estirar el filme), y una canción que no viene a cuento. Esta caída narrativa impidió quizás que la obra accediera a las nominaciones.

“El club del paro” (2021) de David Marqués 

 En un registro diferente, “El club del paro” (2021) de David Marqués tampoco accedió a nominaciones, aunque postuló a 22 candidaturas. La obra muestra a cuatro desempleados amigos en una España que tiene “mejor circuito de bares que de carreteras”, según dice uno de los personajes. Fernando, el Negro, Fermín y Jesús, y un periódico, El Relativo, donde Fermín, que no da pie con bola, es nombrado jefe de redacción y Fernando despedido inmisericordemente dan vida al argumento, que incluye entrevistas falsas donde cada uno habla de los demás amigos. Fernando, el más racional, nunca consigue trabajo. A Fermín, el despistado, todo le va bien. El Negro nunca trabajó, pero hace negocios turbios. Lo interesante es que todo, o casi todo, sucede en el bar Rami, como en un escenario de teatro. Es una comedia divertida, sin más.

"Destello bravío” (2021) de Ainhoa Rodríguez

 Algunos críticos suponen que “Destello bravío” (2021) de Ainhoa Rodríguez, fue una de las mejores películas españolas de 2021. Me pareció pretenciosa, de esas que esconden sus deficiencias detrás de un lenguaje visual enrevesado que hace que algunos espectadores se sientan demasiado tontos como para entenderla, y por lo tanto no se atreven a ejercer su derecho a la crítica. Tenemos que suponer que, aparte de lo que vemos en la pantalla, hay “mucho más” que sucede en códigos escondidos entre líneas. El título de la obra es grandilocuente, más grande que la propia película. Alude a supuestas iluminaciones e intensidades sensoriales de los personajes en un pueblo aislado de Extremadura, donde varias mujeres maduras enfrentan la soledad envejecidas, pero recuperando resabios de fantasías sexuales, mientras el tiempo parece no transcurrir. Una que otra escena sorprende positivamente, como aquella surrealista donde veinte mujeres reunidas en torno a una mesa para comer, se acarician en silencio. Una de ellas se desnuda y vierte sobre su cuerpo un vaso de leche. Otra se masturba. Planos fijos, largos. Escenas que no parecen conectarse. Fotografía contrastada, oscura. La experimentación es interesante, pero no equivale forzosamente a la genialidad que se suele atribuir a obras que no se entienden.

“Nación” (2021) de Margarita Ledo Andión 

 Finalmente, el documental de mi amiga Margarita Ledo Andión, quien en “Nación” (2021) registra los testimonios de un grupo de mujeres que rememora la resistencia, años atrás, frente al cierre de la empresa Pontesa. Se trata en realidad de un semi-documental, ya que ha sido rigurosamente planificado y filmado con dos o tres cámaras para ofrecer diferentes ángulos de las mismas secuencias, lo cual permite registrar los testimonios desde diferentes perspectivas. Algunas escenas están concebidas como en una película de ficción (la escena dramatizada sobre una roca junto al mar), preparadas hasta en el mínimo detalle. No solo constituye una reivindicación social y de la memoria, sino también de la lengua (la lectura del poema en gallego) y la importancia de la solidaridad local comunitaria. Incluye documentos de acontecimientos pasados que actúan como disparadores de la memoria colectiva (el partido de futbol de mujeres filmado en súper 8 o imágenes en blanco y negro de la fábrica de cerámica). La estación de trenes de Arcade (Pontevedra), tomada por mujeres de Pontesa, se convierte en un lugar emblemático de las historias de las obreras. Es notoria la dirección de actores, que hablan por turnos, con monólogos escritos para cada personaje. Las imágenes de la resistencia a la represión policial alternan con secuencias de la vida cotidiana que tienen peso cultural, como la secuencia de dos mujeres y una niña desgranando maíz, y las canciones que unen a tres generaciones que recuerdan los tiempos armoniosos en que trabajaban en la fábrica. Muchos otros sub-temas se entrelazan en este fresco social y memorioso. 

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El negocio del cine es macabro, grotesco:
es una mezcla de partido de fútbol y de burdel.
—Federico Fellini