29 diciembre 2023

Toda una vida entre libros

(Publicado en Los Tiempos, Brújula Digital, Público Bo y ANF el sábado 16 de diciembre de 2023)

En los últimos tiempos la enfermedad lo hizo vivir enclaustrado en su casa. Por respeto a su privacidad y porque dijo que su estado de salud no le permitía ver amigos, no quise visitarlo en mis viajes a Cochabamba después de la pandemia.

Cáceres Romero, Arturo von Vacano y Alfonso Gumucio

A Adolfo Cáceres Romero lo conocí hace medio siglo, cuando ambos éramos jóvenes y le dedicábamos a la literatura nuestro mejor esfuerzo y entusiasmo. Solía visitarlo en su casa cuando él oficiaba como consejero o director editorial de Los Amigos del Libro. En ese momento era el escritor más próximo a don Werner Guttentag, quién publicó en su sello dos de mis primeros libros.

Adolfo fue un gran estudioso de la literatura boliviana y un narrador formidable que vivió entre libros gran parte de su vida, sin ver el mundo salvo en contadas ocasiones. Veía el mundo a través de los libros. Era muy amigo de otro gran escritor y amigo mío, Renato Prada Oropeza, él sí, viajero, con quién publicó un primer libro de relatos con dos portadas, Argal Galar (1968), título que siempre me intrigó. Mi ejemplar se extravió en algún traslado.

Cada vez que publicaba una nueva novela me la hacía llegar generosamente, incluso a otros países donde yo residía, como México o Guatemala. Siempre leí con interés sus obras y solía escribir sobre ellas, lo cual él agradecía con humildad y un dejo de aflicción porque muy pocos críticos o colegas las comentaban. A fines de junio de 2017 me escribió: “Cuando comentaste mi Charanguista de Boquerón, en mayo del 2013, comenzaste extrañado de que esa novela, a pesar de ser distinguida con el Premio Nacional de Novela Marcelo Quiroga Santa Cruz, fuera ignorada por la crítica. De hecho, mi querido Alfonso, ese es el único estudio que tengo sobre esa novela. El resto de mis obras, sobre todo los cuatro volúmenes de mi Nueva Historia… todavía se hallan inéditos para la crítica nacional. Es por eso que Willy Muñoz, que prepara un libro sobre mis obras, empezó con la tarea de invitar a varios escritores y amigos a escribir algo sobre ellas. El caso es que algunos se excusaron, aduciendo falta de tiempo. Esto me hace ver que mis lectores recién están naciendo”.  

Adolfo, sin embargo, incluyó a todos los escritores en los trabajos de investigación que hizo sobre literatura boliviana, y siempre fue generoso en sus comentarios. Conmigo lo fue en grandes dosis de amistad y lealtad. Me incluyó en varias de sus obras, empezando por la antología Poésie Bolivienne du XX Siécle (1986) edición bilingüe publicada en Suiza por la Fundación Patiño, con prólogo nada menos que de Claude Couffon. En la antología Cuentos fuera de serie (2019), que hizo con Homero Carvalho, incluyó el cuento “Tiro fallido” que escribí a cuatro manos con Carlos D. Mesa. Siempre estuvo atento a mis publicaciones y fue magnánimo con ellas y conmigo. Me dedicó su cuento “Sola en su laberinto” y valoró mi primer libro, Provocaciones (1977), sobre el que ya había publicado un comentario a fines de 1991 en el diario Los Tiempos. En una carta que escribió en noviembre de 2012 me dice: “Hermano, donde sí te leí y exploté es con tus Provocaciones que son la base del IV volumen de mi Nueva historia de la literatura boliviana, dedicada al siglo XX y la poesía modernista y social de Bolivia”.

Mi correspondencia con Adolfo era de papel y tinta, hasta que se generalizó el uso del correo electrónico. Uno de los temas recurrentes era su estado de salud, que comentaba al mismo tiempo que leía algún relato de mis viajes: “Gracias por hacerme partícipe de tu recorrido. Se siente un aire habanero en tus palabras. No sabes el bien que me hacen tus reportajes, sobre todo desde que detectaron un bultito en mi estómago y decidieron extirparlo. Afortunadamente no era un tumor maligno; de todos modos, hoy me quitaron los puntos. Siempre te encontraba presente, abriéndome una ventana al mundo con tus palabras”, escribió en diciembre de 2009. En correspondencia posterior me dice que para terminar una obra pendiente postergó una cirugía de columna que debía hacerse en febrero del 2015: “Padezco de estenosis lumbar y trabajo con calmantes y fisioterapia. Le he preguntado a mi médico cuánto tiempo más puedo aguantar, antes de que se estreche del todo el conducto por donde pasa la médula, en la parte lumbar. Me sometió a una prueba de densitometría y, como revelaba que tenía buena calcificación, me dijo de cuatro a cinco años y que a la larga tenía que operarme. Como ya he pasado de los 80 años, he decidido dedicarme a los libros que me quedan, así que ahora he vuelto a La narrativa del siglo XXI y luego lo haré, si todavía Dios me asiste, con la Literatura Boliviana en el exilio. Esa es mi realidad, mi querido Alfonso, y te la revelo por el aprecio y la confianza que te tengo. Te abraza, tu amigo de siempre”.

Trabajó con ahínco hasta el final, descuidando su cuerpo, pero no su intelecto, consciente de que sólo algunos amigos lo leían y pocos escribían sobre sus obras: “En fin, lo que también me preocupa es concluir con otras obras más, teniendo en cuenta que estoy en la zona roja de mi existencia. No soy pesimista, pero así es la vida”. ¿Lo leerán ahora que ya no está con nosotros?

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La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura.
—Adolfo Bioy Casares
 

23 diciembre 2023

Novela sobre novela

(Publicado en Brújula Digital, Público Bo, ANF y Los Tiempos el sábado 9 de diciembre de 2023)

Me he saltado el prólogo de El rabí de Nazaret y la semilla de mostaza (2017) de Ramiro Prudencio y Gonzalo Prudencio (padre e hijo) porque pienso que una novela debe explicarse por sí misma, sin necesidad de “spoilers”. Es labor de los lectores desentrañar el lenguaje y la apuesta narrativa.

Esta es una novela sobre otra novela. A la manera de un diario hablado presenta el relato en primera persona de Daniel, copista en el templo de Jerusalén, contemporáneo de Jesús de Galilea. Este dato es importante, porque quizás la investigación que sirve de base a la novela es más fiel y crítica sobre los hechos en que se basa esa otra obra novelística que llamamos Biblia, una serie de textos reunidos y traducidos casi dos siglos después de la existencia del personaje. La Biblia como tal fue adoptada en el Concilio de Roma recién el año 382…

Por su educación privilegiada, por el hecho de ser muy conocedor de los textos sagrados que ha copiado muchas veces con bella caligrafía, Daniel es parte del pequeño grupo que en aquellos tiempos sabía leer y escribir, por lo que su narración es tanto o más válida que la de los que escribieron lo que querían creer, antes que lo que pudo acontecer. Los episodios del Nuevo Testamento están consignados aquí, pero con un intento de establecer la verdad, por lo que Daniel verifica los datos, cada fecha, y trata de mantener una distancia crítica que no es sin embargo ajena a la fascinación que concita el personaje de Jesús.

Nunca he leído la Biblia, salvo los episodios obligatorios de la educación católica en mis dos años en La Salle (Madrid) o las lecturas que uno escucha en las iglesias. Sin embargo, desde las primeras páginas esta novela llamó mi atención por el relato del narrador sobre las relaciones de poder de los jerarcas judíos que gobernaban desde el templo de la ciudad sagrada, en alianza tácita con el imperio romano y las etnias que ocupaban los territorios de Palestina.

La aparición de “el mejor de los hombres” incomodó a los escribas y el Sanedrín, poderosos e irascibles dueños de la verdad y guardianes de prácticas atrabiliarias como la circuncisión (tan peligrosa para la salud como la ablación genital femenina en algunas comunidades africanas), la observancia del Sabbath o la de no comer carne de cerdo. Jesús ignoró esas costumbres utilizadas para controlar y castigar, por lo que terminó condenado por los propios judíos a la crucifixión, como un vulgar ladrón. Los actos del profeta constituían una amenaza para el poder económico ejercido por Jerusalén, no se trataba solamente de discrepancias religiosas. Jesús fue un pacifista incómodo, como Gandhi en una época más reciente.

El riesgo de las novelas históricas suele ser la abundancia de precisiones sobre nombres, fechas y hechos, que opaca la creatividad narrativa, pero al tratarse de una historia basada también en leyendas con dosis de ficción muy elevada, las licencias de los autores son perfectamente comprensibles. Por ejemplo, Daniel, que conoció a Jesús 30 años antes, recuerda con demasiada precisión, hora por hora, acontecimientos que narra en tiempo real.

La vida de Jesús ha inspirado obras importantes como las de Saramago o Kazantzakis, entre otras. Como en ellas, lo más interesante aquí no son los milagros, analizados con lente científico por el narrador, sino las disputas territoriales y culturales entre romanos, judíos, palestinos o griegos. La impronta de Grecia sobre Roma hizo a los gobernantes romanos más abiertos y hábiles negociadores, mientras que los judíos se aferraban a sus tradiciones con violencia y una carga de ira que ha permanecido en el tiempo, y que sólo sirvió para aislarlos a lo largo de la historia, mientras que el cristianismo se expandió como doctrina.

Los autores han tenido que realizar una investigación histórica muy fina para reconstruir la época en que vivió Jesús. Independientemente de que muchos de los personajes que aparecen en la Biblia sean ficticios y no exista evidencia histórica sobre ellos, lo que fascina en esta novela es la verosimilitud de la época contada, los detalles sobre la vida cotidiana, las precisiones sobre el pensamiento de los diferentes grupos que habitaban Palestina. La existencia de Judas Iscariote, por ejemplo, es tan improbable como la de Sherlock Holmes o Ulises, pero en la habilidad de darles vida en una ficción, radica la maestría narrativa.

Los primeros siete capítulos del Libro I muestran los años finales de Jesús, muerto en la cruz a los 40 años, según precisa el narrador. Los siguientes cuatro, reconstruyen los primeros 26 años de la vida del profeta, hasta que su quehacer se hizo público. Jesús no era hijo de un “humilde carpintero” sino de un empresario de la construcción en Séferis, ciudad pujante. Ese y otros mitos son desmenuzados. El pueblo judío prefería una tiranía local a la de los romanos, aunque las leyes de estos eran más justas. Una de las limitaciones de la novela es cuando en un solo texto (Capítulo IX) se trata de ofrecer explicaciones históricas en lugar de tejerlas en el relato cotidiano. El siguiente capítulo, a su vez, es una larga disquisición filosófica. La obra termina con el Libro II, a mi juicio innecesario, porque más que novela es un ensayo sobre la fundación de la iglesia cristiana después del ajusticiamiento de Jesucristo.

Me ha servido leer esta novela en momentos en que se produce un nuevo y cruel enfrentamiento entre el Palestina e Israel, como resultado de más de siete décadas de ocupación del territorio palestino y la creación del Estado de Israel por decisión de las potencias europeas. La obra ayuda a comprender que la intolerancia y el expansionismo territorial sólo lleva a más sangre.

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Quien escribe teje. Al fin y al cabo, ‘texto’ viene del latín ‘textum’, que significa ‘tejido’.
Con hilos de palabras vamos diciendo, con hilos de tiempo vamos viviendo:
los textos son como nosotros, tejidos que andan.
Eduardo Galeano