24 septiembre 2019

El testigo

 Colombia no ha cesado de buscar La Paz desde que comenzó la guerra hace siete décadas, con un saldo de 261.619 muertos, de los cuales 214.584 eran civiles, víctimas de masacres, desapariciones forzadas, secuestros y mucho más. La firma de los Acuerdos de Paz y la polarización generada a raíz de la reincorporación de los actores armados a la vida civil, no es sino una etapa en un largo proceso donde los ciudadanos que no estaban en ninguno de los bandos militarizados, solo querían regresar a una situación de paz y conciliación. 

Los tambores de la guerra suenan todavía porque se trata de un negocio y de una estrategia política. La derecha colombiana comenzó la guerra en los años 1940 cuando despojó de sus tierras a campesinos e indígenas. Luego llegaron las FARC, el ELN, el M19, las autodefensas y otros actores armados para hacer lo mismo que habían hecho los terratenientes: expulsar a la población rural, ocupar ilegalmente el territorio, crear una situación caótica con cientos de miles de desplazados que se asentaron en la periferia de las ciudades. 

El fotógrafo Jesús Abad Colorado puso su cámara y arriesgó su vida al servicio de la búsqueda de paz. Corrió todos los riesgos que supone andar con una cámara en zonas de actividad armada, para documentar a lo largo de varias décadas los diferentes rostros de la guerra. No solo la parte sangrienta y la muerte, sino lo cotidiano del dolor, pero también de la esperanza. 

En un país que, con sinceridad, busca restañar heridas y comenzar una nueva etapa, se puede tener una Comisión de la Verdad genuina (presidida por el sacerdote Pacho de Roux, una de las personalidades más respetadas), y se puede tener un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, compuesto por varias instituciones de prestigio y solvencia ética. Nada que ver con la payasada que se ha montado en Bolivia para eximir de culpa a las dictaduras militares y cargarla sobre los gobiernos llamados “neoliberales”. 

En Colombia, a pesar de las tensiones y contradicciones que se agudizan con las amenazas a la sostenibilidad del proceso de Paz, se puede montar “El testigo”, una gran exposición de fotografías de Jesús Abad Colorado en el Claustro de San Agustín, exactamente al frente de la Casa de Nariño (el palacio presidencial). A pesar de un gobierno de derecha como el de Duque, manipulado por el sector más conservador del país representado por el ex presidente Álvaro Uribe, se puede mostrar sin tapujos lo que fue la guerra que afectó a todas las familias colombianas y que ha quedado aún en los más jóvenes, como un trauma subconsciente no siempre asumido. 

Se trata de una “antología fotográfica” reunida bajo la curaduría de María Belén Sáez de Ibarra, que incluye una selección de imágenes realizadas entre 1992 y 2018. 

He quedado maravillado con la calidad del fotógrafo, pero más allá de sus imágenes, con la maestría de la curadora de la exposición. Esta no es solamente una muestra de fotografías sino un recuento de una historia que no debe repetirse. La manera como ha sido montada la exposición es tan desgarradora, que hay personas que no pudieron verla en su integridad en una sola vez: tuvieron que volver para asimilar el conjunto. 

Y no se trata de que las imágenes sean chocantes o burdas. No hay crónica roja aquí, sino un discurso de imágenes, textos y cuadros estadísticos, finamente hilvanado de manera que apela a la Paz, pero con memoria. 

“Soy periodista, soy fotógrafo; durante muchos años la fotografía ha sido la forma de contar la historia de este conflicto. Estas son fotografías dignas, hechas a pie, como se hace el periodismo; tienen el nombre y el rostro de personas cuyo dolor he compartido”, dice Jesús Abad Colorado en la presentación de la muestra, definiendo claramente su posición. “Este es mi testimonio. Aquí están las víctimas que han sido banalizadas y que yo aprendí a enfocar, a ver con mi ojo y con mi corazón. Aquí las registré y las documenté para que nadie pueda decir después que no supo lo que ocurrió”.  


Las principales salas de la muestra han sido decoradas con estructuras de papel que se elevan como troncos de un árbol sin follaje, cuyas raíces buscan el subsuelo mientras sus ramas se topan con el techo. En medio de ellas el visitante puede imaginar tentáculos que cumplen la función de facilitar la circulación y de separar los diferentes conjuntos fotográficos, porque la muestra no está organizada en orden cronológico, ni por zonas de conflicto, sino por temas. 

El propio fotógrafo ha querido realizar ese tejido de sus imágenes con testimonios de quienes padecieron la violencia. Esas frases que están dispersas a lo largo del recorrido son tan fuertes como las propias fotografías: “En Colombia yo no he podido saber quién es Caín y quien es Abel”, dice una de ellas. Y otra: “No me dijeron ‘lo vamos a enterrar’, sino ‘lo vamos a sembrar’, lo regresan al lugar donde está su ombligo, con una planta de borojó”. Y otra más: “A los padres les faltaban brazos para abrazar a sus hijos y protegerlos”. 


Los horrores de la violencia están expuestos en el conjunto de fotografías, pero “el diablo está en los detalles”, como dice el dicho anglosajón. La fotografía de un zapato cubierto de musgo, junto a otra fotografía de un horno de ladrillo, probablemente no nos diría mucho si no pudieran conjugarse con testimonios como este: “En Villa del Rosario, Norte de Santander, encontré un árbol con una inscripción de las AUC (autodefensas paramilitares). En sus alrededores había ropas y zapatos de campesinos a quienes los paramilitares, acusándolos de guerrilleros, torturaban y desmembraban. Sus cuerpos eran luego incinerados, para desaparecer cualquier evidencia, en unos hornos crematorios ubicados a pocos metros”. 


El horror de la violencia en Colombia supera numéricamente el de todos los muertos y desaparecidos durante las dictaduras del Cono Sur de América Latina. Además, la guerra interna en Colombia tuvo el ingrediente perverso de los desplazados, millones de personas que dejaron sus casas y sus tierras en áreas rurales para incorporarse a la marginalidad de las ciudades. Me ha tocado estar cerca del conflicto armado en 2006, cuando hice el documental “Voces del Magdalena” en una zona todavía convulsionada por los enfrentamientos. A lo largo del Magdalena Medio, en el Carmen de Bolívar, pero también en las Comunas de Medellín, que visité varias veces en periodos más y menos violentos, he visto rostros como los que muestra Jesús Abad Colorado, muchos demacrados por el dolor, pero también otros iluminados por la esperanza. Por ello su muestra fotográfica concluye con una frase en grandes letras: “Y aún así, me levantaré”. 

(Publicado en Página Siete el domingo 15 de septiembre 2019)
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Sucedió en el nordeste antioqueño.
Por enésima vez, la guerrilla del ELN dinamitó el oleoducto Caño-Limón Coveñas
y durante una hora el petróleo estuvo fluyendo. Bajó de la montaña y llegó al río.
Todo se llenó de gases y vino la explosión que consumió el bosque y parte del pueblo.
La gente buscó el río, pero estaba convertido en fuego.
—Jesús Abad Colorado

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19 septiembre 2019

El perfeccionismo de Cuéllar

Fernando "Coco" Cuéllar (foto: Alfonso Gumucio)
 Era un fotógrafo exquisito que transparentaba en sus imágenes la delicadeza de las formas y la intensidad de los colores. No disparaba el obturador de la cámara impunemente, buscaba la armonía de la composición y representaba el volumen de los cuerpos con el cuidado de un escultor.  Fernando Cuéllar, “Coco” para los amigos, hizo miles de fotografías en México, en Bolivia y otros países, sin prodigarse en exposiciones ni buscar la figuración.  

Su actividad como profesor en la Universidad Católica San Pablo ofreció la oportunidad a varias generaciones de estudiantes de descubrir la fotografía como un arte exigente, que trascendía la facilidad tramposa de la instantánea. Fernando era un perfeccionista que enseñaba a manejar la imagen con responsabilidad y respeto. Más allá de las oportunidades que brinda la tecnología digital, tenía como referente su experiencia con fotografía analógica, aquella que permite el trabajo artesanal y exige un doble esfuerzo creativo.  


Saxo
Lo acompañé en dos ocasiones importantes para su carrera de fotógrafo, dos momentos de reconocimiento a su obra: la muestra retrospectiva “30 años de Fernando Cuellar”, que se presentó en julio de 2016 en la Casa de la Cultura de La Paz con motivo de sus tres décadas como fotógrafo, y la exposición “Revive el papel, revive la fotografía”, que presentó junto a Marión Macedo en el Espacio Patiño en abril y mayo de 2015.  

En ambas pasiones estuve a solas con él, porque no fui el día de la inauguración sino después. Conversamos sobre fotografía y me sorprendió su humildad: no hacía alarde de su obra, más bien se refería a ella con cierta timidez, un poco incómodo cuando le hacía alguna pregunta. Y me impresionó su disciplina de estar todas las tardes acompañando sus muestras, de corbata y muy elegante, aunque hubiera pocos visitantes. 

La retrospectiva que se organizó con el auspicio de la Secretaría de Cultura del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz, hacía justicia a la diversidad de su obra porque las 52 fotos expuestas incluían por una parte sus proyectos personales y por otra los trabajos de encargo que había realizado en Bolivia, en México, en Haití, en Francia y otros países donde residió durante algún tiempo. 


Marion Macedo
En la exposición conjunta del Espacio Patiño, Fernando mostró su complicidad y compatibilidad con la delicada obra de Marión Macedo, realizada con pliegos de papel: figuras humanas, libros resignificados, collages, lámparas, etc. La fotografía de Fernando acompañaba esas obras uniéndose a ellas en un mismo esfuerzo de expresión y representación.  La muestra era el resultado de años de colaboración e intimidad entre ambos artistas, puesto que Coco Cuéllar había fotografiado varias ediciones de “La moda de papel”, vestidos creados por Marión Macedo utilizando como único material el papel. Mi hija menor participó en un par de esos desfiles de moda caracterizados por la creatividad de lo efímero. 

Fernando Cuéllar, como muchos de nosotros, tenía una faceta trashumante. Durante sus estudios en Ciudad de México y luego en París hizo énfasis en los aspectos técnicos, lo que luego le serviría para desarrollar proyectos de encargo con el mayor profesionalismo. Recuerdo que alguna vez me contó de su trabajo en Cancún, México, donde permaneció algún tiempo. 

Armando Urioste lo recuerda: “Coco fue un creador comprometido y singular. Nos trajo una estética que no conocíamos, la de la fotografía como puesta en escena, entonces elegía un espacio o un lugar iconográfico y lo poblaba de personajes surreales, ya sea de teatro con Mondacca Teatro o el Festijazz. No le interesaba documentar sino sugerir un mundo que tan solo lo fotográfico podría construir y ese mundo era de una pureza singular”. 


Danza
Otro amigo fotógrafo, Tony Suárez, recuerda que Coco Cuéllar le abrió las puertas en Bolivia a su regreso definitivo de Nueva York: “Hicimos una hermandad muy fuerte”. La memoria de Tony se remonta a un Carnaval de Oruro donde Coco Cuellar, embriagado por la belleza de la festividad, gritaba “Soy feliz, soy feliz” abrazando un poste. “El Cumpa”, escribió Suárez tiempo atrás, “es un hombre de pasiones que no tiene miedo de expresarse”. La pasión por la fotografía unió a ambos amigos durante más de 20 años: “Lo que más me gusta del Cumpa es su fotografía artística, porque siempre está sorprendiendo con su imaginación, su libertad y uno siente que se divierte al hacerlo con toda pulcritud y técnica”. 


Valparaíso
Otro homenaje a la obra de Fernando Cuéllar tuvo lugar cuando la Alcaldía de La Paz lo invitó, de diciembre de 2006 a junio de 2007, a exponer 24 fotografías gigantescas en la Galería al Aire Libre en el barrio de Següencoma. Seleccionó imágenes de la entrada folclórica del Gran Poder, y el día de la inauguración contó con la presencia de varios conjuntos de morenada (Illimani, Unión Comercial y Rosas de Viacha) que animaron con coreografía y música en vivo, las imágenes plasmadas en los paneles metálicos de 7 x 4 metros.  

Lamentablemente esa galería adosada a uno de los muros de contención de la Avenida Costanera, es uno de los peores lugares para exponer, pues no hay manera de que puedan apreciarse las fotos al pasar en un vehículo. 

Muchos años atrás, cuando fui presidente del Círculo de Fotógrafos Profesionales, escribí para el sitio Bolivia Web una semblanza de Fernando, tratando de resumir su extensa carrera profesional en pocas palabras: 


Con Coco Cuéllar, en abril 2005 
“Ha destacado tanto en la fotografía publicitaria, de la que vive, como en la artística, con una fuerte inclinación hacia las representaciones simbólicas. Su trabajo lo ha llevado a México, donde en 1985 se incorporó como fotógrafo oficial del Archivo Histórico de la Ciudad de México. Entre 1986 y 1988 colaboró con revistas de turismo como Cancún Tips y Cancún Destination. De regreso al país fue coordinador de la revista Foto Bolivia. 

“Ha sido Secretario General del Círculo de Fotógrafos Profesionales de Bolivia (CFPB) de 1995 a 1997. Sus trabajos de encargo lo han vinculado a instituciones como CORDEPAZ, USAID, JICA, FADES y Naciones Unidas. Ha participado en numerosos concursos de fotografía y obtenido menciones en algunos de ellos: el XVLI Concurso Fotográfico KIMSA – Kodak (México 1984); el Primer, Segundo y Cuarto Salón Municipal de Fotografía (La Paz, 1991, 1992 y 1994); el Concurso Internacional ASOFOTO (Colombia, 1994); el Concurso Reisfchneider/FUJI (La Paz, 1994) y el II Salón Municipal de Fotografía (Cochabamba, 1995). Ha exhibido en numerosas muestras colectivas en Bolivia y en México”. 

Fernando Xavier Cuéllar Otero nació el 10 de agosto de 1956 y falleció el jueves 15 de agosto de 2019 en La Paz. 

(Publicado en Página Siete el domingo 1 de septiembre 2019)  
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En la fotografía hay una realidad tan sutil
que llega a ser más real que la realidad.
——Alfred Stieglitz

12 septiembre 2019

El impostor

  Melgarejo, a pesar de su autoritarismo y de su megalomanía, era genuino. Exactamente cien años más tarde, Barrientos era auténtico con su populismo y las masacres de mineros y guerrilleros. Banzer era un dictador sobrio a quien no le temblaba la mano para ordenar masacres de campesinos o asesinatos selectivos de opositores. Era como era, al igual que García Meza, que tampoco escondía sus propósitos dictatoriales. 

Melgarejo, Barrientos, Banzer, García Meza y Evo Morales
Evo Morales ha perdurado en el poder más tiempo que los mencionados dictadores militares. Es también populista, autoritario, soberbio y megalómano, pero a diferencia de los anteriores, es además un impostor y mentiroso patológico, porque maneja un discurso supuestamente progresista o “de izquierda”, que en cada uno de sus actos de gobierno queda desmentido. 


En semanas recientes ha quedado desenmascarado su discurso de la “madre tierra”. Los incendios provocados en la Chiquitania por su política (leyes, decretos) de deforestación en favor de ganaderos, soyeros y cocaleros, ha derretido la máscara de cera con que suele cubrirse. No había sido el defensor de la Pachamama que dice ser, sino todo lo contrario: el gobernante más depredador de la naturaleza de toda la historia de Bolivia. 

Vinculado a lo anterior, su discurso de “defensa de los recursos naturales”, la nacionalización del gas y otras mentiras, no tiene asidero real porque su política extractivista (gas, petróleo, oro, litio, etc.), es la más voraz que hayamos conocido desde los barones del estaño. O aún peor, puesto que ha avasallado incluso reservas naturales protegidas, entregadas a empresas transnacionales. 


El discurso de defensa de los derechos humanos ha quedado también al desnudo: su régimen autoritario suma más muertos por violencia política que Sánchez de Lozada o García Meza, la represión de indígenas del Tipnis, de discapacitados y la censura de periodistas y medios, revelan su autoritarismo y desapego de las leyes (incluso las suyas). No ha desclasificado los archivos de las dictaduras militares y su enfrentamiento con las organizaciones legítimas de Derechos Humanos desnuda la máscara de quien hace pocos años tuvo la osadía de promoverse como candidato al Premio Nobel de la Paz. 

Otros discursos, repetidos hasta a saciedad a toda hora por el poderoso Ministerio de Propaganda que sostiene y controla a los medios de información mediante millonaria publicidad, son igualmente una impostura. La educación, la salud o las redes viales son temas centrales del discurso de una revolución inexistente, pero en la realidad lo que ha habido es gasto en infraestructura, pero no en calidad. El presidente desembolsa a discreción y sin licitación 600 millones de dólares anuales en carreteras que pocos meses después hay que reparar porque fueron construidas sin supervisión de las normas de calidad, teleféricos costosos y económicamente insostenibles, aeropuertos subutilizados, viviendas abandonadas, escuelas y hospitales que son edificios vacíos por falta de planificación y estudios de factibilidad. Los recursos para mejorar la calidad de la salud o de la educación se desperdician en aviones, helicópteros, o palacios y museos a su propia gloria. 


El discurso de la soberanía política se desploma porque se ha entregado sin disimulo el Estado a la intervención de China, un capitalismo más salvaje que el de Estados Unidos. La deuda contratada con China (cerca de 7 mil millones de dólares) supera con creces la contraída por gobiernos anteriores con la comunidad internacional. Y sin embargo la coyuntura externa le había permitido al régimen de Morales acumular 15 mil millones de US$ en reservas internacionales (de las que ahora gasta mil por año). El espejismo de bonanza no es más que una hipoteca que pagarán los bolivianos durante muchos años. 

El discurso de la soberanía alimentaria se cae con un sencillo análisis de las importaciones de alimentos. Nuestra balanza de pagos es deficitaria, importamos más de lo que exportamos. El país no es siquiera capaz de producir papa, la importamos de Perú, como importamos frutas de Chile. La industria nacional se desmorona frente al contrabando alentado por la “estabilidad” artificial del dólar. Muestra de ello son las empresas estatales en quiebra (aunque subvencionadas), que sería largo enumerar aquí. 


El discurso de la impostura ha sido cuidadosamente construido a través del culto a la personalidad como no se ha visto en ningún otro país (quizás Corea del Norte). El sello con la cara de Morales aparece en todas las obras del Estado, como si todo se hiciera con dinero de su bolsillo, cuando en realidad sucede lo contrario: mete las manos en las arcas del Estado como si fueran propias. 

Es innegable la astucia con que Morales maneja el arte de la impostura. 


(Publicado en Página Siete el sábado 7 de septiembre 2019)
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Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo
y con sus hechos los traicionan.
——Benito Juárez

06 septiembre 2019

Le gai savoir

Fue en 1938, en “Bringing up baby” de Howard Hawks (con Katharine Hepburn y Cary Grant (él mismo homosexual), que se utilizó por primera vez en el cine la palabra “gay”. Pero pasaron décadas antes de que la sociedad reconociera que la homosexualidad no era una enfermedad o una perversión. 

Desde que se abrieron los closets a fines del siglo pasado, nos olvidamos que la palabra “gay” en inglés (gai en francés, gayo en castellano) tiene como sinónimos: alegre, vistoso, jovial, feliz, animado, exuberante, boyante, vivaz… y otros similares. “Tu me manques” (2019), el más reciente largometraje de Rodrigo Bellott, viene a recordarnos esos significados porque muestra el amor homosexual con una normalidad que las sociedades más retrógradas han querido escamotearle hasta ahora.

Sin embargo, no todo es alegría y pasión amorosa en el largometraje, puesto que narra un drama que nace de la propia experiencia del director y probablemente de muchos que han pasado por episodios similares: Jorge (el actor argentino Oscar Martínez) descubre luego del suicidio de su hijo, que Gabriel era gay y que mantenía en Nueva York una relación amorosa con Sebastián (un excelente Fernando Barbosa), otro inmigrante boliviano. Nacido en una familia muy conservadora de Santa Cruz, Gabriel es prácticamente empujado al suicidio en Miami, cuando la familia le exige regresar a Bolivia. 

El padre, que no conocía bien a su hijo, viaja a Nueva York para encontrar explicaciones en Sebastián y en los amigos de la comunidad gay (hay una hermosa secuencia de testimonios de jóvenes gay), y ese viaje significa para él un aprendizaje, un proceso de conocimiento y toma de conciencia que constituye el alegato central de “Tu me manques”. A lo largo del film se contrastan valores morales y generacionales, a través de un guion muy elaborado y muy bien llevado a la pantalla (a partir de la obra de teatro de Bellott). 


Ese es, en síntesis, el argumento. Pero ya sabemos que buenos argumentos no hacen necesariamente buenas películas. Si bien el tema es de gran importancia actual (sobre todo en un país conservador como Bolivia), la película de Bellott ofrece mucho más. 

“Tu me manques” teje una trama compleja en la que se mezclan tiempos y espacios y a veces se superponen dentro de una misma secuencia con mucha versatilidad. Gabriel, ya muerto desde que comienza el film, revive en la memoria de Sebastián, de Jorge y de los amigos gay a través de una dramaturgia bien pensada, que involucra muchos personajes e incluso tres actores que interpretan a Gabriel (algo que no deja de ser caprichoso, puesto que en el film no se llega a entender en qué se diferencian). 


La ficción cinematográfica se entreteje con la obra de teatro que prepara Sebastián en memoria de Gabriel, que en la realidad “hors champ” fue creada por Rodrigo Bellott. La obra teatral aporta a la obra cinematográfica hasta cierto punto, sobre todo en las secuencias en las que se subraya la emotividad de los actores, todos masculinos. Sin embargo, conspira contra ella en los minutos finales del film porque introduce una especie de noticia periodística que nos dice que la obra se presentó con éxito en Santa Cruz, que la gente aplaudió, bla bla. La obra de teatro (o más bien la coda sobre ella) se “come” el desenlace del filme y es ajena a la obra cinematográfica, pues la prolonga vanamente, en lugar de concluir con el retorno del padre a Bolivia. 

Los actores-personajes de la comunidad gay de Nueva York son entrañables en su manera de relacionarse con humor y picardía, algo que a Jorge (el padre) le permite levantar la venda de los ojos y el estigma católico sobre la homosexualidad (la escena sobre la biblia es excelente, por el cuestionamiento crítico de las cartas de San Pablo). A ratos los personajes resbalan en el estereotipo (me comentó un amigo gay que vio el filme), y no aparecen personajes homosexuales femeninos, pero ello no le resta a la representación una gran naturalidad y complicidad. Es una obra madura para la que ya no caben las disculpas propias del cine boliviano que se esconde detrás de la pobreza del quehacer cinematográfico en nuestro medio. 


Toda obra de arte está hecha de préstamos y de homenajes. “Tu me manques” me hizo recordar “Le gai savoir”, tanto la obra original de Nietzsche como la película de Godard. En ambas abundan las frases sobre la humanidad, sobre el conocimiento, sobre las crisis, sobre la importancia de aprender con alegría. 

En sus apuntes y aforismos sobre la vida Nietzsche escribió: “¿Qué significa la vida? Vivir quiere decir arrojar constantemente lejos de uno aquello que tiende a morir; vivir quiere decir ser cruel e inmisericordioso con todo lo que hay de débil y de reprimido en nosotros, y no sólo en nosotros”. 

En el largometraje de Godard la teatralidad de las escenas y de los personajes permite concentrarse en un discurso que tiene frase que bien podrían repetirse en el film de Bellott. En un escenario vacío que reproduce el eco de las voces teatrales, dice Jean-Pierre Léaud: “Y naturalmente, como siempre, estamos solos”, y a esa frase sigue la réplica de Juliet Berto: “Evidentemente, estamos todavía en la Edad Media”. Aunque ambos se refieren al desierto de la política francesa inmediatamente después del fracaso de Mayo de 1968, el texto nos remite a la “alegría del conocimiento”, el “saber más” para acercarse a las soluciones de los problemas. 
Fernando Barbosa y Oscar Martínez

Pero al igual que las películas de esa época realizadas por Godard, la voluntad didáctica corre el riesgo de anular los planteamientos estéticos y dramáticos. En “Tu me manques” los últimos 15 minutos deshacen un camino que se había planteado en el inicio del filme. 


Desde el momento en el que actor-padre comienza (en la escena de la obra de teatro en la que súbitamente aparece incorporado) un monólogo de cómo se le abrieron los ojos sobre la realidad de su hijo homosexual, se pierde el encanto. Ese discurso sobra, porque las palabras no pueden reemplazar el proceso que ha vivido el personaje en Nueva York en la comunidad gay, y que lo ayuda a entender sus prejuicios y limitaciones. 

Basta la formidable actuación de Oscar Martínez a lo largo del film para que el espectador entienda esa transformación a través del conocimiento y la experiencia, y no sea necesario un discurso didáctico. Menos aún, enterarse de manera extemporánea (a través de una entrevista que sirve para tapar agujeros) que en realidad Sebastián nunca conoció al padre, que el padre es un actor más, etc. cuando el espectador ya se había enamorado de ese personaje que va en busca de la verdad sobre su hijo. 


Rodrigo Bellot
Con sus virtudes y sus limitaciones, como cualquier obra de arte, la película de Bellott tiene todos los elementos para lograr una carrera internacional importante, ya que cuenta con dos actores de mucha trayectoria como Rossy de Palma (favorita de Almodóvar) y Oscar Martínez, y toca un tema que no puede ser de mayor actualidad en sociedades que reconocen los derechos de las comunidades LGTBI, y practican ahora una discriminación positiva para contrarrestar la injusta marginación en la que vivieron (y siguen viviendo en algunos países).

Por muchas de las razones expuestas y por el interés que puede despertar en Estados Unidos, la obra de Bellot fue seleccionada por unanimidad por un jurado de nueve especialistas de cine, para representar a Bolivia en la categoría de "Mejor Película Internacional" en los Oscar. 


(Publicado en Página Siete el domingo 18 de agosto 2019)


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En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación.
——Simone de Beauvoir