26 noviembre 2012

Volver a nacer, Juan Díaz Bordenave

Con Juan en La Paz, noviembre 1988

“Ese día volví a nacer, y desde entonces vivo cada nuevo día como un regalo inesperado”, me dijo Juan Díaz Bordenave, el amigo pila-i, cuando me contó cómo lo habían asaltado en Río de Janeiro años antes, disparándole un balazo en plena cabeza. Salía del banco, donde había retirado una cantidad considerable de dinero, y su hijo lo esperaba en un escarabajo Volkswagen. Apenas se había sentado en el vehículo, colocando la bolsa con el dinero en el piso, cuando un brazo entró por la ventana y trató de arrebatarle el paquete.  Juan forcejeó, resistiendo al asalto, y entonces el agresor le disparó en la cabeza.

No murió entonces. La bala, con mucha suerte, no penetró en el cráneo sino que dio un paseo alrededor de la cabeza, y salió por el otro lado sin dañar su cerebro. “Ese día volví a nacer….” A partir de allí sintió que la vida le regalaba un tiempo extra, y lo aprovechó al máximo viviendo cada día para los demás. Su generosidad de antes se redobló, su buen humor de siempre siguió siendo contagioso, su capacidad intelectual y creativa se desplegó en los textos que escribía, en las ponencias que hacía en los congresos, en las iniciativas que tuvo para reforzar e institucionalizar el campo de estudio de la comunicación para el desarrollo, campo del que fue uno de los grandes exponentes latinoamericanos, junto a Luis Ramiro Beltrán, su más querido amigo boliviano, con quien compartió tantas peripecias intelectuales y personales a lo largo de cinco décadas.

La última vez que estuve con Juan Díaz Bordenave fue en mayo de 2012, en Montevideo, durante el XII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), donde él era la estrella entre todos los presentes y tuvo a su cargo una de las ponencias magistrales. Me regaló su nuevo libro Aportes a la comunicación para el desarrollo, con una generosa dedicatoria. Los admiradores de su obra y de su pensamiento lo buscaban en los pasillos de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Uruguay para pedirle entrevistas, consejos o simplemente para conocerlo y saludarlo. Él mantenía un perfil bajo, como siempre, un tanto divertido de ver tanta algarabía en torno a su persona.

Juan era un hombre de una gran humildad y modestia. Le restaba importancia a los inmensos aportes que hizo a la comunicación para el desarrollo en América Latina. En una entrevista que le hicieron en mayo pasado, durante el congreso de ALAIC en Montevideo, decía:

“Yo no soy investigador en el sentido clásico de la investigación. La investigación  es una cosa formal, tiene rigor científico, yo no lo sigo. Mi misión es la divulgación, la interpretación que exige la creación de nuevos conocimientos. Hay mucha gente que está trabajando en comunicación, gente de diversas ramas de estudio que no necesariamente tienen alcance a los productos de investigación específicos de la comunicación. Yo no investigo, tomo los productos de la investigación, los simplifico y los divulgo. Creo que ese no es un papel  tan importante como el papel del investigador, pero  es necesario. Me defino como una especie de intermediario entre la ciencia y la necesidad.”

A diferencia de otros personajes que se sienten tan importantes que suelen desaparecer de los eventos inmediatamente después de hacer su parte del programa, Juan participó en todas las sesiones del congreso de ALAIC, y nos hizo el honor de asistir los tres días como un participante más en el grupo que yo coordinaba sobre comunicación y cambio social. Como la sala estaba atestada de gente, Juanito se sentaba a veces en el suelo y no permitía que nadie le ofreciera su silla. A sus 86 años, su salud le permitía eso y mucho más.

Cuando entre 2003 y 2006 nos embarcamos con Thomas Tufte en la aventura de producir la Antología de comunicación para el cambio social, un libro de 1.400 páginas con 200 textos de 150 autores, teníamos claro desde un principio que no podía faltar Juan Díaz Bordenave, quien aparece en el libro con dos textos largos y cinco selecciones más breves.

Con motivo de la presentación en Paraguay de la edición en castellano de la Antología, Juan mencionó un episodio que otras veces ha recordado en sus intervenciones públicas: la edición “pirata” que hice de uno de sus libros… con su autorización y su prólogo.

La anécdota, que es absolutamente cierta, me recordó los tiempos en que yo dirigía el Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa, una ONG boliviana dedicada a la comunicación participativa. Juan fue de los primeros en visitar CIMCA el año 1988, y no dudó ni un minuto cuando le pedí reimprimir su libro Comunicación y sociedad anunciándole que no podríamos pagarle ni un centavo. En Asunción lo recordó una vez más, y alcancé a grabar un breve clip de ese momento, que puede verse en este enlace de YouTube

Erick Torrico, Juan Díaz Bordenave y Thomas Tufte, en Asunción, agosto 2009
En ese mismo encuentro en la capital paraguaya, Juan nos llevó a almorzar en su casa un “caldo de bolas”, junto a Thomas Tufte y Erick Torrico, y reiteró una vez más su invitación para que fuera a pasar unos días con él en su finca Namichai (“aro” de oreja, en guaraní), en Altos. Le prometí que lo haría en un próximo viaje, que no pudo ser. La situación política de Paraguay cambió tan radicalmente con el golpe constitucional en contra del presidente Fernando Lugo, que ni yo tenía ganas de volver por allá, ni Juan ganas de quedarse más tiempo en su propio país, al que tanto dio de la manera más desinteresada.

Si me pongo a recorrer el mapa de encuentros con Juan, tengo que incluir La Paz, Asunción, Río de Janeiro, Montevideo, Brasilia, Santa Fe, Maputo y Bellagio, entre otras ciudades que albergaron nuestra amistad a lo largo de casi tres décadas. 

En Santa Fe (Argentina), mayo del 2005: Alfonso Gumucio, Washington Uranga, Frank Gerace, Luis Ramiro Beltrán,
 Juan Díaz Bordenave y Daniel Prieto Castillo
Uno de los encuentros más agradables fue en Santa Fe, la ciudad argentina donde Daniel Prieto Castillo tuvo la brillante idea de reunirnos a Luis Ramiro Beltrán, Juan Díaz Bordenave, Francisco Gutiérrez, Washington Uranga, Frank Gerace, y mí, en un evento de comunicación para el desarrollo con participación de las mujeres de la organización de los Sin Techo. Entre otras actividades, tuvimos un divertido paseo por el río Paraná y una fiesta en la que Luis Ramiro y Juan entonaron canciones en guaraní.

En el timón: Beltrán, Díaz Bordenave, Prieto Castillo
Juan tenía muchos amigos en América Latina, y Bolivia era quizás el país donde se sentía más a gusto por el cariño con el que cada vez se lo recibía. Su amigo del alma, Luis Ramiro Beltrán, era una de las razones de esa proximidad afectiva. Cuando el presidente Lugo le propuso ser embajador de Paraguay en nuestro país, nos avisó inmediatamente y manifestó su alegría por esa posibilidad.  Sin embargo, el congreso vetó su designación. El grupo parlamentario que le ponía trancas al presidente Lugo y que ahora gobierna gracias a su golpe de estado “legal”, hizo de Juan otro chivo expiatorio.

Era generoso con los investigadores bolivianos.  En la misma entrevista que le hicieron en ALAIC en mayo de este año, que puede leerse completa en este enlace, destacó:

“Bolivia es uno de los países dónde  más investigaciones hay. En Bolivia siempre se le dio prestigio a la investigación por razones históricas. Cuenta con siete universidades que tienen canales de televisión. Es un país que vibra con la comunicación. Otros no tanto”.

En Bellagio, mayo 2002: Gumucio, Díaz Bordenave, Fraser y Prieto Castillo
Otro gesto de su generosidad fue escribir un prólogo (“prólogo de ternero profano”, como lo nombra en un mensaje) para un libro de comunicación que aún no he publicado. “Sobre ti escribiría desde una tesis de doctorado hasta una telenovela brasileña, cuanto más un inocente prólogo”, me dijo en un mensaje. En ese prólogo aún inédito recuerda Juan la vez que lo invité a una reunión del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social –organización de la que fui director ejecutivo- en Bellagio, Italia, en mayo del 2002, donde tuvimos el acierto de reunir a varios grandes de la comunicación. Además de Juan estaban Everett Rogers, Alfred Opubor, Colin Fraser (ya fallecidos), John Downing, Jan Servaes, Nabil Dajani, y Daniel Prieto Castillo, entre otros.
Juan Díaz Bordenave junto a Alfred Opubor, Daniel Prieto, Colin Fraser, John Downing, Alfonso Gumucio, Everett Rogers, 
Jan Servaes, Nabil Dajani y otros especialistas de comunicación para el desarrollo reunidos en Bellagio, en mayo 2002
También recuerda nuestra experiencia común en Mozambique, cuando lo invité durante unos días a Maputo en abril del 2003 para que diera un taller sobre comunicación, educación y salud, en el marco del proceso estratégico de comunicación para el desarrollo y de lucha contra el SIDA, que yo asesoraba en ese momento. Pasamos unos días agradables conversando en Maputo, pero con la mirada puesta al otro lado del atlántico.

En años recientes usábamos el “chat” de Gmail para conversar. En junio y julio de 2012  tuvimos varios intercambios sobre la situación que vivía Paraguay, Juan no era nada optimista sobre lo que estaba sucediendo. Unos días antes me había enviado su artículo más reciente, titulado “El golpe en Paraguay”, donde denuncia la maniobra congresal para eliminar al Presidente Lugo en un par de horas de “juicio” sumario. En su mensaje me dice que es un “texto de desahogo de la tristeza”.

En Brasilia, abril 2005
A fines de octubre leí varios mensajes de colegas paraguayos sobre el deterioro de la salud de Juan y su traslado en avión privado el 10 de noviembre de Asunción para reunirse con su esposa, María Cándida en Río de Janeiro. Hubo un emotivo homenaje el día anterior en el Café del Teatro Municipal, para el que los amigos enviamos breves mensajes de solidaridad; Juan participó por Skype desde el hospital donde se encontraba internado.

Una de las últimas fotos, con María Cándida ©Thomas Tufte
Fue Thomas Tufte quien me hizo llegar las últimas noticias. Lo visitó en su casa en Río a mediados de noviembre.  Esto me cuenta Thomas: “Cuando llegué estaba sentado tranquilo en su sala. María Candida me recibió, y yo me fui a conversar con Juan. Estaba contento por recibir mi visita; se puso a hablar, a pesar de su cansancio, pues le costaba hablar por mucho tiempo. Tuvo que hacer unas pausas. Aún no estaba claro que tratamiento que iba recibir, estaba aguardando respuestas. Tiene un cáncer de pulmón, así que la situación es bastante grave. Vinieron hijos y nietos a visitarlo, así que después de una hora y media, me retiré. Te mandó muchos saludos. Te adjunto una foto.”

El siguiente mensaje de Thomas, apenas una semana más tarde, me anunciaba que Juan había fallecido en la madrugada del jueves 22 de noviembre.

Cada vez me cuesta más escribir sobre los amigos que fallecen, se está convirtiendo en una epidemia, en estos dos años he perdido una decena.

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Muchos tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
                          —Miguel Hernández

12 noviembre 2012

Archipiélago 77


Un número capicúa de la suerte: 77. Los siete días de la semana, las siete puntas de la estrella, los siete colores del arco iris, los siete grandes mares del planeta, las siete notas del pentagrama…  Si el 7 ya es significativo en la numerología, el cabalístico 77 lo es en mayor medida. Con ese número la revista Archipiélago celebra 20 años de pensar la cultura latinoamericana sin fronteras. Esa LA que aparece de manera prominente en el nombre de la revista, subraya esa voluntad de promover el espíritu de una Latinoamérica culturalmente rica y diversa.

Archipiélago 77 destaca por una hermosa foto de portada con fondo blanco y textos de Nils Castro (Panamá), Eduardo Matos Moctezuma (México), Roberto Segre (Argentina), Fernando Martínez Heredia (Cuba), Alirio Liscano (Venezuela), Norman Girvan (Jamaica), Antonio Terán Cabero (Bolivia), entre muchos otros. La revista hay que comprarla, pues no existe en internet, lo cual, como le he dicho a Carlos Véjar varias veces, es una limitación innecesaria, casi inexplicable dadas las facilidades con que hoy se pueden subir PDFs a la red.

Carlos Véjar Pérez Rubio
Este no es un proyecto institucional cualquiera, sino el resultado del esfuerzo personal, titánico y casi mesiánico, de una persona: Carlos Véjar Pérez Rubio, arquitecto de profesión y de ejercicio, autor de varios libros entre los que menciono solamente Crónicas y relatos de la arquitectura y la ciudad (1992), Y el perro ladra y la luna enfría (1994), Utopía de cristal (2003), sobre arquitectura y urbanismo, Integración de América Latina y el Caribe (2000), y Globalización, comunicación e integración latinoamericana (2006).   

Archipiélago surgió como surgen muchos grandes proyectos culturales, de una conversación entre amigos. La idea inicial de una revista cubano-mexicana se transformó casi inmediatamente por iniciativa de Véjar en algo más amplio, con una mirada latinoamericana y caribeña.  Pero no solamente eso, Véjar se propuso abordar la cultura en su sentido más vasto, incluyendo no solamente las artes, sino también la política, la sociología y antropología, la ciencia y la tecnología.

Número "Cero", agosto 1992
Así se bautizó Archipiélago el 20 de agosto de 1992 en La Habana, a las cinco de la tarde, en Casa de las Américas, en un acto que encabezó su director Roberto Fernández Retamar y contó con la presencia, entre otros, del escritor Cintio Vitier, del embajador mexicano Mario Moya Palencia y del Director Regional de Cultura de la Unesco, el ecuatoriano Hernán Crespo Toral.

El número cero de la revista “nació en México, se bautizó en Cuba y se confirmó en Bolivia” suele contar Carlos Véjar a quien quiera escucharlo. Como toda aventura editorial independiente, ésta tuvo un parto difícil. El número cero cumple 20 años en 2012, pero el “número uno” de la revista, en el formato que conocemos hoy, se presentó en 1995, cuatro años después del bautismo inicial. Esa confusión de fechas la recuerda bien Cárlos Véjar, porque el columnista Nikito Nipongo, advirtió luego de la publicación del “número cero”, en su columna "Perlas japonesas", que cuando saliera el número 77, en realidad sería el 78:

“Y estrictamente, tenía razón. La verdad es que el número cero lo publicamos como prueba, para sondear el ambiente cultural y medir nuestras fuerzas, sabiendo que si se retrasaba en salir el número 1 no pasaría nada. Y en efecto, pasaron casi tres años para que pudiéramos sumar las fuerzas necesarias para editar ese número 1 y presentarlo en México, en la Casa Lamm, en mayo de 1995. A partir de ahí ya no podríamos fallar en la publicación periódica, porque el proyecto se moriría (o se convertiría en una revista ‘cristiana’, de esas que salen cuando Dios quiere, lo cual afortunadamente no sucedió). Incluso, tuvimos que hacer ajustes sobre la marcha debido principalmente a los problemas económicos, cambiando la periodicidad de bimestral a trimestral (además de editar algunos números dobles, como el dedicado a Bolivia).”

Luis Ramiro Beltrán, Carlos Castañón, Alberto Bailey, 
Carlos Véjar, Oscar Arze Quintanilla
Excelente conversador, memorioso y cuidadoso en el mantenimiento de una red de amistosos “corresponsales” a lo largo y a lo ancho de nuestra región, Carlos no puede evitar una cierta predilección por Bolivia, donde tiene amigos como Luis Ramiro Beltrán, Oscar Arze Quintanilla, Fili Azurduy, y Mariano Baptista Gumucio.  En México también ha frecuentado a lo largo de dos décadas a otros bolivianos, como Coco Manto y Mario Miranda Pacheco. Me cuento entre los amigos de Carlos y entre los colaboradores de Archipiélago. Cómplice en esa voluntad latinoamericanista de la publicación, he contribuido con artículos cuyos temas abarcan Bolivia, México, Ecuador y otros países. 


Creo que una de mis primeras contribuciones (además de ser un eficiente chasqui que llevó ejemplares de la revista a varios países), fue la nota sobre la muerte de Jorge Enrique Adoum, que se publicó en el número 65. En el número 68 escribí sobre el libro de Luis Ramiro Beltrán (y otros colegas bolivianos), La comunicación antes de Colón; y en el número 72 introduje las fotos del “ojo inquieto” de mi amigo ecuatoriano Cristóbal Corral. En el número 76 escribí “Me gustan los estudiantes”, precisamente, sobre lo que no me gusta de los estudiantes de ahora, que viven pegados a sus prótesis tecnológicas, pero cada vez leen menos o retienen menos de lo que leen. Incluso escribí para la sección de ciencia y tecnología del número 73, un texto sobre el médico pionero de la laparoscopía en México, el Dr. Sánchez Moreno. Este número de aniversario trae una nota mía sobre la muerte de Carlos Fuentes.  

Alberto Híjar, Gustavo Viniegra, Saúl Ibargoyen, Carlos Véjar,
Horacio Cerruti, Gustavo Vargas - Primer Aniversario  de Archipielago
Carlos Véjar tiene una mirada sobre América Latina y el Caribe que no tiene la mayoría de los mexicanos, demasiado encerrados en su propia grandeza cultural. México autosuficiente generalmente mira a su vecino del norte y menosprecia a sus vecinos del sur, lo cual explica en parte su chauvinismo: México para los mexicanos. Por ello el trabajo de Archipiélago es tan importante en México y desde México, y por ello también quizás, tristemente, no es muy fácil, demanda un esfuerzo mayor en un contexto tan ensimismado.

Para hablar de los 77 números de la revista, me reuní con Carlos Véjar en la Librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica, en la Colonia Condesa, y me contó lo que he consignado aquí y lo que él mismo dice en este video, Archipiélago, 20 años, que hice rápidamente como un regalito de aniversario.

Como dice Carlos Véjar recordando el poema de Antonio Machado en la nota editorial del número de aniversario: “se hace camino al andar”. 

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Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
               —Antonio Machado   

10 noviembre 2012

Luces y sombras de la memoria


La imagen usada en la promoción de Tan cerca tan lejos (2011) de Michel Favre, resume en muchos sentidos la película: en contraluz sobre el horizonte del altiplano se recortan varias figuras en un juego de luces y sombras. Tal es el espíritu de Carmen Perrin que anima el proyecto, un documental estructurado como un retorno al pasado, pero también un aterrizaje en un presente que no es un espacio idílico sino problematizador, a veces doloroso. 

Carmen Perrin es una artista plástica boliviana que vive y trabaja hace muchos años en Suiza. Su obra experimental es tan variada como desconocida en Bolivia, y se caracteriza por la voluntad de diálogo con los espacios, las formas y la materia, con intervenciones que tienen como punto de partida aquello que ya está allí, heredado o encontrado. Carmen revela en sus intervenciones lo que los comunes mortales no vemos.

Alberto Perrin en Ginebra,  1975
Esa es una parte de esta historia. La otra es que Carmen es hija de Alberto Perrin Pando, pionero de la época sonora del cine boliviano, contemporáneo (y amigo cercano) de Jorge Ruiz y Augusto Roca. Las imágenes documentales que filmó Alberto Perrin en 1953 y 1954 en la Isla del Sol, en el Lago Titikaka, son un leit motiv que permite a Carmen Perrin, con el apoyo de Michel Favre, transitar por este itinerario de regreso a sus fuentes.

Esos dos ejes, la plástica visual de Carmen y la antropología visual de Alberto, confluyen en este film que Michel Favre ha dirigido poniendo su cámara al servicio de la mirada de Carmen Perrin. Si pudiera traducir a su esencia este proyecto, diría que a través de Favre, Carmen recupera la memoria visual de su padre, se acerca a Bolivia, y reconstruye su relación con el altiplano, en el mismo espacio físico de la Isla del Sol que transitó su padre sesenta años antes. 

Luego de recibir en julio del 2009 varios correos electrónicos de Carmen Perrin y de Michel Favre, pude coincidir con ellos en París, el domingo 20 de septiembre del mismo año. Nos reunimos en el Café du Marché, en Le Marais, y allí me contaron de este proyecto, que me interesó desde un principio en parte por estar vinculado a don Alberto Perrin, a quien fui a visitar en Ginebra en 1975, y en parte porque sentí la importancia que tenía para Carmen como boliviana y artista visual renovar sus lazos con el país.  Para Michel Favre, era un nuevo desafío creativo. 

Gumucio, Perrin y Favre, en París septiembre 2009
Resulta difícil clasificar Tan cerca, tan lejos como un documental. Se trata más bien de una intervención visual cuyo mérito es la calidad y el tiempo de la mirada, no tanto así la información que proporciona. Es un film intimista, cuya lectura depende del grado de información que ya tengamos previamente, pero que también puede ser apreciado -sin información previa- como una apuesta de arte visual. Es un film que se da el tiempo de mirar, de observar, de contemplar. La cámara no se apresura, no nos apresura, no muestra premura o prisa. Hay imágenes de perfecta geometría, que corresponden a la mirada de artista de ambos cómplices. 

Carmen Perrin reanuda los lazos familiares con los pobladores de la Isla del Sol a partir de una exhibición pública de Altiplano (1954) el documental sobre la revolución de Abril de 1952 que inscribió a Alberto Perrin en la historia del cine boliviano. Durante la proyección Carmen observa las reacciones de aquellos que eran jóvenes cuando se hizo la película, de sus hijos y nietos que descubren la mirada de Alberto Perrin sobre la comunidad Yumani de la Isla del Sol. Simultáneamente, la cámara de Michel Favre observa las reacciones de Carmen y revela el dramatismo que expresa su rostro en esos momentos que marcan el regreso, el intento de comprender y de intervenir como persona y como artista.

Una de las ventanas que comunican a Carmen con el presente de la Isla del Sol pero también con su padre, es la cultura. Así como Alberto filmó las festividades del Día de los Muertos, los cementerios en La Paz y en el altiplano, Michel y Carmen registran la preparación de las t’anta wawa y los ritos relacionados con los cultivos de papa en la Isla del Sol, en un intento de integrarse en esa imagen colectiva actual.

Si la mirada de Alberto Perrin era antropológica, la de Michel Favre es expresionista porque representa la mirada no exenta de tensión y conflicto de Carmen Perrin. El sesgo emocional es notorio cada vez que Carmen aparece en la imagen, reclamando con los ojos un espacio. Las luces y sombras, los trasluces y reflejos son una representación de esas emociones de Carmen, mientras descubre un pasado pleno en contradicciones. La verdadera protagonista es ella.

Una escena emblemática en este sentido, es su diálogo con el anciano indígena que le cuenta que “la patrona mató a mi padre” al expulsarlo de la comunidad como castigo por alguna falta cometida. La patrona no era otra que Leonor Pando, la abuela paterna. Mientras para el campesino que ofrece su testimonio ese es simplemente un dato de su vida, para Carmen es la encarnación del conflicto social y generacional, porque revela las relaciones feudales previas a 1952 en las tierras de la familia Perrin Pando en la Isla del Sol. Las propias imágenes familiares de Alberto Perrin así lo sugieren, cuando filma a miembros de su familia bien trajeados y brindando con champagne en vasos de cerveza, con el fondo del lago como escenario poseído, propio.

Reconocer cada lugar, filmar escenas similares a las que filmó Alberto, los mismos senderos, las mismas fuentes de agua clara, desde los mismos ángulos, es una manera de caminar los mismos pasos pero con un concepto diferente. Carmen Perrin quisiera que ese ejercicio de la memoria sea colectivo, por eso comparte con la comunidad Yumani las imágenes de la película, tanto en movimiento como en una muestra de fotografías fijas que extiende a lo largo de un muro (así como los campesinos extienden la papa y el chuño en una larga hilera para celebrar sus ritos de fertilidad) donde cada quien busca su imagen o la de sus padres o abuelos. Ese recorrido de imágenes se convierte en un ejercicio de reconocimiento para la comunidad y de afirmación para Carmen.

Una de las escenas más hermosas de Tan cerca, tan lejos, es la que narra la intervención artística de Carmen, con varios miembros de la comunidad, sobre las paredes del antiguo museo, donde los niños han dejado espontáneamente las huellas de sus manos. Para Carmen, esa es una invitación al diálogo visual, que ella acepta y prolonga mediante líneas que se prolongan hacia el techo, pugnando por conquistar el espacio abierto como los hilos de los cometas de papel que los niños elevan a la merced del viento, sobre el fondo intensamente azul del lago. Ese contrapunto emocional con lo que ya está allí previamente, es el emblema de todo el film, que dialoga con aquello que fue motivo de una intervención antropológica y de otra representación visual seis décadas antes.

La Isla del Sol, es muy diferente a la que filmó Alberto Perrin hace seis décadas. Hoy, son parte del paisaje los aliscafos que dejan surcos de espuma en el lago mientras se acercan cargados de visitantes extranjeros. La comunidad también ha cambiado en función de los intereses económicos que el flujo de turistas determina.  

El film de Michel Favre y Carmen Perrin no pretende explicar nada, solamente transmitir el testimonio de una intervención artística en la que la artista visual se involucra afectivamente. En el diálogo entre las imágenes de 1954 y las de hoy, no existe una curiosidad antropológica sino una voluntad de abrir/cerrar ciclos. A diferencia de las imágenes documentales de Alberto Perrin, las de Carmen/Michel no llevan comentario pues no necesitan subrayar otra cosa que la propia mirada. La música de Peter Scherer, discreta, contribuye en ese propósito.

Tracé tourné noir (2011) de Carmen Perrin
No es casual que el film empiece y termine mostrando el proceso de producción de la obra plástica Tracé tourné noir (2011), un gran disco blanco que la artista ennegrece poco a poco con carboncillo mientras el disco gira. Ese oscurecer del disco de papel, pero también ese girar en torno al mismo eje tiene mucho que ver con la idea que el film transmite, de representar un ciclo que se cierra con luces y sombras.

Michel Favre tiene una larga trayectoria en el cine documental, con obras como Sobras em obras (1999), sobre el artista fotógrafo brasileño Geraldo de Barros, y Ouvindo imagens (2006)  sobre una intervención urbana de Fabiana de Barros en Sao Paulo. En esos dos filmes que conozco, así como en Tan cerca, tan lejos me queda claro que una de las condiciones de trabajo de Favre es la proximidad afectiva con los artistas cuya obra explora. 

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El lenguaje es una piel.
Yo froto mi lenguaje contra el otro.
Mi lenguaje tiembla de deseo. —Roland Barthes

04 noviembre 2012

Gran Simón


Simón Reyes en 1987

Panda en cautiverio
Al cuarto día de prisión trajeron a nuestra celda a un individuo de pantalón y saco café embadurnados de sangre, el rostro totalmente desfigurado. Presentaba dos grandes hematomas en ambas regiones oculares, la nariz rota y taponada con algodones ensangrentados en ambas fosas. Sus movimientos eran penosamente lentos. La oscuridad de la celda acentuaba su aspecto tenebroso.
En principio no lo reconocimos, luego nos dimos cuenta de que se trataba del líder sindical y político Simón reyes, a quien se daba por muerto. El grito que habíamos escuchado días antes en la caballeriza, era el suyo, mientras lo torturaban entre tres. Su aspecto ahora hizo que practicáramos inmediatamente un reconocimiento y limpieza de su cuerpo, y le diéramos la parte más cómoda del cuarto. Le friccionamos el torso y la espalda con saliva. Su espalda presentaba seis cicatrices circulares que mostraban a las claras que habían sido producidas por golpes de cañón de carabina o fusil. Su costado derecho estaba intocable, tenía varias costillas fracturadas. Logramos conseguir un saco de tocuyo y se lo pusimos como faja de inmovilización. 
Desde el día de su llegada a la celda, Simón se había ganado el mote de ‘panda’.
En mi libro La máscara del gorila incluí el testimonio anterior, como un homenaje al coraje y a la integridad de Simón Reyes, uno de los máximos dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), dirigente del Partido Comunista, parlamentario en varias ocasiones. El relato de Ismael Saavedra se refiere a la brutal tortura de la que fue víctima Simón Reyes en julio de 1980, durante los primeros días del golpe y de la dictadura del General Luis García Meza (que hoy cumple una condena de 30 años de cárcel por sus sangrientas fechorías).

Pimentel, Gumucio Reyes, Requena y Pereira (1967)
Por supuesto que no era la primera vez que Simón estuvo preso; lo había estado muchas veces antes. Durante la dictadura del General René Barrientos, estuvo en el Panóptico de San Pedro, en La Paz, que por entonces era la principal cárcel de Bolivia. Allí estaba también mi padre, así como la dirigencia casi completa de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB): Simón Reyes, Irineo Pimentel, Corsino Pereira, Alberto Jara, Sinforoso Cabrera, Oscar salas, René Chacón, entre otros. 

También estaba detrás de las rejas Rolando Requena, lugarteniente de don Juan Lechín. En su celda en la Sección Alamos, Rolo me hacía repetir en orden cronológico los nombres de todos los presidentes de Bolivia, para ejercitar mi memoria. La suya era prodigiosa.

Simón Reyes, Alberto Jara, Alfonso Gumucio Reyes,
Oscar Salas, Irineo Pimentel, Corsino Pereira
y otros dirigentes en el Panóptico de San Pedro, junio 1967
Fue en junio de 1967 cuando apresaron a los dirigentes mineros y cuando, el 24 de ese mes, se produjo la masacre de San Juan. En el Panóptico tomé con una pequeña cámara Minox una serie de fotos de los sindicalistas y políticos presos. En una de ellas aparece el grupo de dirigentes de la FSTMB como si fuera un equipo de fútbol, solamente falta la pelota. Mi padre al medio, con una barba larga y canosa. Simón Reyes en un extremo, cuan largo era. A su lado Alberto Jara. De cuclillas Irineo, Corsino. No recuerdo todos los nombres. Es una foto armoniosa que refleja la convivencia en la cárcel. Durante ese encierro que duró varios meses, mi padre sostenía largas conversaciones con los dirigentes mineros sobre la geografía económica del país y los objetivos del desarrollo.

Ese episodio lo recodaban Simón, Alberto Jara y Víctor Carrasco, a quienes entrevisté en video el 12 de abril del 2001, para que me dieran su testimonio sobre la relación que establecieron con Alfonso Gumucio Reyes en el Panóptico de San Pedro.

También encontré en estos días una foto fechada en 1978, en ocasión de una visita de Alain Labrousse a Bolivia para realizar un documental sobre la huelga de hambre que derrotó a la dictadura de Bánzer. Si mal no recuerdo, tomamos esa y otras fotografías en el edificio de la Federación de Mineros, que dos años más tarde sería convertido en escombros durante la dictadura de García Meza, precisamente en esos mismos días en que torturaban a Simón en el Estado Mayor del Ejército, en Miraflores.

Con el gran Simón, en 1978
A lo largo de su actividad política y sindical, Simón mantuvo una conducta honesta y coherente de lucha por la democracia, sin componendas y compromisos que fueran en contra de sus principios éticos y del interés de los trabajadores mineros. Por ello, cuando era diputado, en 1979 y 1980, hubo ocasiones en las que su posición se distanció incluso de la del Partido Comunista del cual era dirigente. Recuerdo que destaqué ese hecho en uno de mis artículos en el semanario Aquí, “Maniobras en el congreso”, cuando él y Oscar Salas votaron en contra de cualquier compromiso político con el Coronel Natusch Busch, que había ocupado por la fuerza de las armas el Palacio de Gobierno el 1 de noviembre de 1979, hace exactamente 33 años, mientras otros dirigentes de su partido coqueteaban con la idea de mantener en el poder a ese golpista con apellido de estornudo.

Bueno, esos fragmentos de memoria, un poco desordenados por la emoción, para recordar ahora a Simón Reyes, fallecido en Santa Cruz este 1º  de noviembre de 2012, día de los difuntos, a los 79 años de edad.

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Los relojes de arena no sólo nos recuerdan
el rápido transcurrir del tiempo sino también
el polvo en el que alguna vez nos convertiremos.
                                          —Lichtenberg