(Publicado en Página Siete el domingo 11 de junio de 2023)
“Ese sur tan lejano”, la exposición que tuve oportunidad de visitar en
París, en la Maison d’Amérique Latine, reúne entre otras fotografías, los
retratos que Gisele Freund hizo de grandes escritores latinoamericanos durante
su itinerario por nuestra región entre 1942 y 1952.
Para quienes no lo saben todavía, Gisele Freund (1908-2000) fue una de las fotógrafas más importantes de Europa, además fue una pionera de la fotografía profesional cuando era todavía el dominio de artistas masculinos. Nació en Berlín, pero pasó la mayor parte de su vida profesional en Francia, donde falleció. Con la llegada de la brutalidad nazi a Europa, Freund huyó a América Latina en 1942 y fue acogida en Buenos Aires por Victoria Ocampo, lo que le permitió conocer a grandes escritores argentinos y conectarse con el mundo cultural latinoamericano en otros países de la región: Uruguay, Chile, Perú, Ecuador y México.
Fue miembro de la agencia Magnum desde su fundación en 1947 hasta 1954 (cuando Robert Capa la conminó a renunciar), y publicó reportajes en Time, Life, en diarios de Argentina, México y varios países europeos, pero sobre todo Francia. Hizo enormes aportes a la fotografía en color, cuando todavía ninguna publicación francesa tenía capacidad de imprimir las fotos que hizo en la década de 1930 utilizando las nuevas películas Kodachrome y Afgacolor en 35mm.
La muestra, cuyo título se inspira en un verso de Luis Cernuda, es excepcional, tanto por los personajes que Freund retrató, como por la calidad de cada uno de los retratos. Entre las 72 impresiones póstumas, 14 de ellas exhibidas por primera vez, algunas destacan sobre las demás, no solo por su belleza, sino por su originalidad técnica.
Por ejemplo, Freund superpuso el rostro de Jorge Luis Borges con el de
Adolfo Bioy Casares, con el ánimo de subrayar la identidad y complicidad que
existió entre ambos escritores argentinos, coautores de obras tan emblemáticas como
Seis problemas para don Isidro Parodi(1942), Dos fantasías memorables
y Un modelo para la muerte (ambos de 1946), Crónicas (1967) y Nuevos
cuentos de Bustos Domecq (1977) con los seudónimos Bustos Domecq o Suarez
Lynch, para significar que se trataba de un “tercer escritor” que reunía las
cualidades literarias de ambos. Es el único retrato en sepia de la exposición.
El retrato de Julio Cortázar me tocó particularmente porque ese rojo intenso de la camisa parece recordarnos a la vez su narrativa rebelde (que refuerza la amenaza del objeto cortopunzante que aparece en la pared encima de su cabeza) y su amor por el jazz. La armonía de la composición se completa con esa rosa solitaria que aparece a un lado del autor de Rayuela, equilibrando la imagen.
El de Asturias, sentado debajo de un enorme retrato que le hizo Guayasamín,
es un doble retrato que no deja de sugerir la grandilocuencia del novelista
guatemalteco. La foto Pablo Neruda y la de Silvina Ocampo, hermana de Victoria
y esposa de Bioy Casares, forma parte de los retratos donde la prioridad está
en el rostro del personaje, sin otros elementos de distracción. Gisele Freund
subraya la palidez de los personajes, algo que la película en color de la
época, menos brillante y saturada, permitía.
Hay una narrativa literaria en los retratos fotográficos de Gisele Freund,
porque procura interpretar el espíritu de los escritores fotografiados. A
primera vista se trata de retratos directos, sencillos, sin ningún rebusque ni
ánimo de espectacularidad, pero la elección de los colores, de la postura de
los personajes y la relación de los objetos que los rodean, ofrece una lectura
más interiorizada con la obra y la personalidad de cada uno. Son famosos sus retratos
de James Joyce y de Virginia Woolf, pero no son parte de esta muestra.
Freund no solamente hizo fotografía, sino que también reflexionó sobre ella. Había realizado estudios de ciencias sociales con Teodoro W. Adorno, Karl Mannheim y otros de la llamada Escuela de Frankfort, era una ávida lectora, y su amistad con Walter Benjamin, Sylvia Beach, André Malraux y otros intelectuales, amplió sus horizontes. Su libro La fotografía como documento social (1974) es prueba de ello.
Profundamente conocedora de la pintura, era consciente de que la fotografía
era también una manera interesada de interpretar la realidad: “El lente, ese
ojo supuestamente imparcial, permite todas las deformaciones posibles de la
realidad, dado que el carácter de la imagen se halla determinado cada vez por
la manera de ver del operador y las exigencias de sus comanditarios. Por lo
tanto, la importancia de la fotografía no sólo reside en el hecho de que es una
creación sino sobre todo en el hecho de que es uno de los medios más eficaces
de moldear nuestras ideas y de influir en nuestro comportamiento”.
También escribió: “Salvo raras excepciones, todas las fotos publicadas en
la prensa y revistas de todo tipo secundan un objetivo publicitario, aun
suponiendo que éste no sea inmediatamente discernible”.