15 agosto 2023

Altamira, donde el arte vive

(Publicado en Página Siete el domingo 28 de mayo de 2023)

Daniela Espinoza y Ariel Mustafá 

 Hace 15 mil años, aproximadamente, en Altamira, sobre la costa cantábrica, seres humanos que hoy consideramos prehistóricos (pero que ya estaban haciendo historia) mostraron su inteligencia y su sensibilidad narrando sobre las paredes de una cueva aquello que veían y sentían, dibujos de bisontes, ciervos, osos y leones de las cavernas, caballos, y mamuts. No eran solo representaciones realistas de animales y cazadores con arcos y flechas, o huellas de manos con las palmas abiertas, sino interpretaciones simbólicas de la realidad, que han trascendido en el tiempo. No sabemos si el origen de las artes plásticas se remonta a esa experiencia humana tan singular, pero desde entonces ha inspirado a infinidad de artistas que a través de su obra hacen exactamente lo mismo: interpretar la realidad de una manera sublimada, a veces abstracta, a veces figurativa e incluso decorativa.

 No es casual que Daniela Espinoza y Ariel Mustafá, galeristas empedernidos desde hace casi tres lustros, hubieran nombrado a su galería evocando con un doble sentido aquella cueva: la importancia de las obras, pero también del espacio donde se exhiben.

 El reto de poner en valor obras de arte contemporáneo es enorme en Bolivia: “Si hace un año nos hubieran preguntado, nosotros jamás hubiéramos soñado tener esto. En este proceso han influido otras personas, para animarnos a dar un gran paso. Michael Palza nos hizo ver que nos faltaba espacio y que necesitábamos una galería de verdad para mostrar las grandes obras que tenemos y que estaban arrinconadas”, dice Ariel Mustafá y recuerda que Palza le dijo: “Hasta ahora han vendido cuadros en un local comercial, ahora van a venderlos en una galería de arte”.

 La pequeña casa original de San Miguel, de una planta con 90 metros cuadrados, adaptada siete años atrás para exhibir cuadros, era insuficiente. Ahora es una galería nueva de dos pisos, con tres metros de altura en la planta superior y todas las condiciones estructurales necesarias. El antecedente, no lejos de allí, fue la galería Nota que dirigía Norah Claros y cuyo edificio fue diseñado por Ricardo Pérez Alcalá: “Norah Claros ha profesionalizado el galerismo en Bolivia. Norah es a las artes plásticas lo que José Antonio Quiroga es a los libros y a la literatura”, manifiesta Ariel.

 Añade sin temor: “Nosotros somos comerciantes de arte. En francés suena más bonita la palabra marchand, y en inglés son más directos cuando dicen art dealer. Creemos que el mercado es un factor importante, con altos y bajos como todo en la vida, pero no estaríamos aquí si no hubiera personas que compran las obras”.

 Altamira representa a 27 artistas plásticos, entre los más importantes de Bolivia. Sería largo hacer una lista de ellos, pero sin duda destacan los apellidos de aquellos con trayectoria más extensa: La Placa, Zilveti, Lara, Arnal… En 87 exposiciones realizadas hasta ahora, de tres semanas cada una, más de 3.500 obras de arte han pasado a manos de coleccionistas privados. Los pequeños círculos rojos pegados junto a un cuadro significan que los artistas pueden vivir de su obra dignamente. 

 Hay coleccionistas nuevos y también compradores casuales, pero lo que importa, dice Ariel, es que para ser comprador de arte es necesario que una obra te guste, que te seduzca. “En la decisión de comprar una obra, el nombre del artista influye en un 60 % a 65 %, y el 35 % al 40 % restante depende si te gusta la obra. Nosotros nos concentramos en artistas ya reconocidos, pensamos que promover a los más jóvenes es tarea del Estado a través de los salones de pintura”.

 No todos pueden comprar obras de arte que cuestan varios miles de dólares (pero valen mucho más) porque el costo está determinado por el mercado, y el boliviano es un mercado pequeño, además susceptible de altibajos por situaciones como la que se está viviendo ahora con la escasez de dólares y la incertidumbre económica: “Tenemos menos galerías en La Paz que en una cuadra en Buenos Aires o en un barrio de Lima”, añade Ariel.

 El oficio de galerista es una mezcla de talento emprendedor y amor por el arte. Ariel cita de memoria a un crítico de arte de Nueva York: “Los galeristas son seres extraños: abren un negocio caro, para vender cosas que la gente no necesita y que probablemente nunca va a comprar”.

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El arte parece ser el empeño por descifrar o perseguir la huella
dejada por una forma perdida de existencia.
¾María Zambrano