(Publicado en Ideas de Página Siete el domingo, 21 de mayo de 2023)
Cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció el pasado 5 de
mayo el fin de la emergencia global de Covid-19, muchos en Bolivia se quitaron
los barbijos, como si nuestro país hubiera cumplido un rol ejemplar en estos
tres años.
En primer lugar, hay que recordar lo que significa pandemia: “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”. En otras palabras, no quiere decir que se acabaron las infecciones, ni que los mecanismos de transmisión han sido anulados por magia. La epidemia sigue, sobre todo en países como Bolivia, que manejaron mal su política de prevención.
En México, que a diferencia de tantos otros países nunca cerró sus fronteras (pese a que en 2021 la primera causa de mortalidad fue el Covid-19), el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, está siendo investigado por “negligencia” y por emitir “falsos informes” sobre la situación del coronavirus en su país, que acumula la friolera de 700 mil fallecidos con Covid-19 (cálculo basado en el “exceso de muertes”). Un juez federal ha ordenado a la Fiscalía General de la República (FGR) retomar las investigaciones para determinar la responsabilidad del funcionario en las muertes ocasionadas por el coronavirus. Claro que el principal responsable es “otro López”, el propio presidente de México quien, en la etapa más virulenta de la pandemia, cuando ni siquiera había vacunas, decía que él estaba protegido por una estampita de la virgen de Guadalupe y un billete de dos dólares. López Obrador se vacunó a regañadientes solamente cuando las autoridades de Estados Unidos se lo exigieron para poder visitar a su amigo Donald Trump. Sin embargo, como no se puso después los refuerzos necesarios, ya ha caído con Covid-19 por lo menos tres veces, la última de ellas el pasado 24 de abril de 2023, según admitió de mala gana.
Parece que todos los populistas a este lado del mundo se pusieron de acuerdo en manifestar su escepticismo sobre la peligrosidad del coronavirus, con las consecuencias que conocemos para sus respectivos países. Tanto Trump, como Bolsonaro y López Obrador hicieron causa común, al igual que el vicepresidente David Choquehuanca, que se negaba a vacunarse y dijo que se había curado del Covid-19 comiendo pasto (y rebuznando, sin duda).
Para Bolivia, con el porcentaje más bajo de vacunados de la región, es
bastante irresponsable actuar como si aquí todo estuviera bien y no hubiera más
peligro. Solo el 32% de la población adulta tiene tres dosis de la vacuna, y
apenas más de la mitad se vacunó una vez. Como todos sabemos (o deberíamos
saber) el efecto protector de una vacuna desciende a partir del quinto mes, o
sea que la mayoría de nuestra población está “nuevita”, lista para nuevos
contagios.
Además de no diferenciar entre pandemia y epidemia, muchos de los que en Bolivia se alegran con el anuncio de la OMS no conocen la diferencia entre vacunar e inmunizar: el hecho de recibir un pinchazo en el brazo no quiere decir nada. La única manera de saber si uno está protegido, es través de un análisis de anticuerpos. Gracias a un programa de investigación de la UMSA que dirige el Dr. Roger Carvajal, pude hacerme tres veces esa prueba como voluntario, pero ¿qué porcentaje de la población boliviana se ha hecho una prueba de anticuerpos? Probablemente ni el 1%. Este y otros elementos se suman al desconocimiento sobre el problema (para lo cual no hay vacuna).
Los propios fabricantes de vacunas indican que ninguna vacuna es 100%
efectiva. Los chinos no ofrecen información fidedigna, pero se sabe que sus
vacunas son menos eficaces, ya que no llegan al 60% de protección (Sinovac:
49%). Por pudor (o por negociado) el gobierno boliviano ha mantenido en secreto
la cláusula sobre el precio de las vacunas compradas a China y a Rusia. En
cambio “el imperialismo” nos ha regalado vacunas en varias oportunidades
durante la pandemia, a través del mecanismo Covax.
Se conoce el costo de las vacunas en el mercado internacional: AstraZeneca-Oxford (2.08 US$ dólares), la china CanSino (4 US$), la rusa Sputnik (10 US$), la Pfizer-BioNtech (14.40 US$) y la Moderna (17.50 US$). En otras palabras, por su afinidad política los gobiernos del MAS han estado comprando a China y Rusia vacunas con sobreprecio. ¿Alguien los procesará por daño económico al Estado?
Nuestro país ha manejado tan mal como México o Brasil su estrategia de
vacunación. Si uno revisa la prensa de los tres años de pandemia encontrará
abundante información que muchos en el régimen del MAS prefieren olvidar,
echando la culpa al gobierno transitorio de Jeanine Añez, que tuvo que hacer
frente a la primera pandemia mundial, sin vacunas y sin conocimiento suficiente.
Arce, campeón de las mentiras, prometió el 7 de febrero de 2021 que hasta
septiembre de ese año 8 millones de bolivianos ya estarían vacunados… El
discurso aguanta todo. A mediados de octubre estábamos lejos del objetivo, y en
cuatro departamentos había lotes de vacunas a punto de caducar.
En abril de 2023 el ministerio de Salud se acordó de las vacunas chinas que todavía quedaban, y se puso en campaña para promover su aplicación, sin informar a la gente que esas vacunas no protegen de las variantes BA-4 y BA-5, que durante 2022 y 2023 han sido causantes de más contagios que la cepa “ancestral” y “originaria” (dos palabrejas que le gustan al MAS).
Es probable que se haya logrado en el planeta la llamada “inmunidad de
rebaño” contra la cepa ancestral, pero siguen generándose nuevas variantes
precisamente porque la gente no está vacunada y cada organismo se convierte en
una incubadora de sorpresas. Hasta ahora las nuevas variantes no son letales
para la gente ya vacunada, y sus síntomas se confunden con los de una fuerte
gripe. ¿Cómo se diferencian ambas? Solo mediante un test PCR, que ya pocos se
hacen porque se creen a salvo.
La diferencia del coronavirus con una gripe o con los virus de influenza estacional, es que no conocemos todavía los efectos de largo plazo del Covid-19. Sabemos que a corto plazo produce síntomas diversos, que pueden incluir durante días o semanas la pérdida del sentido del gusto o del olfato, problemas respiratorios, cardiacos o musculares, pero no sabemos lo que puede suceder uno o dos años después de haber enfermado de Covid-19. Todavía se están haciendo estudios cuyos resultados se conocerán a fines de 2023.
Conozco personas en excelente estado físico, vacunadas con tres o
cuatro dosis, que hacen deporte regularmente y se alimentan de manera sana,
pero que meses después de haberse contagiado con Covid-19 enfrentaron episodios
inexplicables de arritmias cardiacas. No presentan daños morfológicos o
fisiológicos en el corazón, en las arterias, en los pulmones o en el cerebro, y
sin embargo han caído hospitalizadas con taquicardias elevadas, a veces con
riesgo de muerte por infarto. Algunos estudios preliminares han encontrado una
relación entre esos episodios y personas que tuvieron Covid-19.
Mientras no se hagan más estudios, mientras no sepamos los efectos de
largo plazo del Covid (long Covid), seríamos irresponsables de no seguir
cuidándonos, no solo para protegernos a nosotros mismos sino a los que nos
rodean. Hay gente a la que le cuesta entender que, aunque uno no adquiera la
enfermedad porque está protegido por un nivel alto de anticuerpos, igual puede
contagiar a otros que no lo están.
Otra incógnita es que no tenemos certeza si las vacunas que hemos recibido eran eficaces. La caducidad de las vacunas es un tema, pero hay otro que vale la pena abordar: el 99% de la gente no conoce la diferencia entre vacunar e inmunizar. ¿Estamos seguros de que la vacuna era todavía eficaz? Sabemos que la primera vacuna Pfizer que se aprobó rápidamente por la emergencia de salvar vidas, tenía que conservarse a -70º grados de temperatura y la Moderna a -20º grados. Es muy probable que sobre todo la Pfizer no haya podido mantener su eficiencia en nuestro país, donde no había congeladores tan potentes.
Mi experiencia de trabajo me hace conocedor del tema de la cadena fría
y puedo decir que -70° grados constantes es, en el Tercer Mundo (todavía existente), un sueño
guajiro.
Primero, hay que entender lo que significa la cadena fría: desde los
laboratorios donde se fabrican las vacunas hasta el brazo del receptor la
temperatura debe mantenerse constante. Esto no es imposible en los hangares
centrales de los ministerios de Salud en las principales ciudades de un país,
pero cuando se empiezan a fraccionar las vacunas para enviarlas a municipios más
pequeños, ya no existe ninguna garantía en la cadena fría. Y menos cuando de
esos municipios aislados salen las brigadas de vacunación hacia los pueblos y
aldeas cargando una caja de plastoformo que solo mantiene la temperatura a cero
grados por unas horas.
Trabajé en Unicef en Nigeria el año 1990 cuando la consigna mundial de Naciones Unidas y de otras organizaciones aliadas era lograr que el 80% de niños menores de dos años fueran inmunizados en todo el planeta. Para ello se movilizaron recursos ingentes que en muchos casos fueron a parar en manos de funcionarios corruptos. Unicef destinó fondos al gobierno nigeriano en su nivel federal, estatal y local. Para optimizar resultados donó más de mil vehículos Toyota Hilux y Land Cruiser a los centros de epidemiología, para que las brigadas de vacunación pudieran llegar a los rincones más alejados de ese país tan centralizado y olvidadizo de sus áreas rurales, donde no había servicios básicos elementales: agua, electricidad, telefonía.
¿Cómo mantener la cadena fría cuando no hay electricidad? Había
opciones: congeladores que funcionan con gas licuado o con energía solar, que
Unicef repartió por miles cuando estuve en Nigeria. Pero había problemas: a)
esos congeladores no enfriaban a la temperatura que requieren algunas vacunas,
y b) la corrupción y la falta de educación del personal sanitario no garantizaba
el mantenimiento de la cadena fría. En más de una ocasión, al hacer visitas
sorpresa a las comunidades, solía preguntar por el congelador donado por
Unicef, y ante la respuesta evasiva de los encargados exigía ver dónde estaban.
No era raro encontrarlos llenos de cerveza en la casa del administrador del
programa de vacunación, y las vacunas a un lado en una caja de cartón.
El gobierno nigeriano, muy pagado de sí mismo, fue de los que proclamaron con bombo y platillo que había vacunado a más del 80% de los niños menores de 2 años. Y es cierto, los habían “vacunado”, pero no los habían inmunizado. Vacunar e inmunizar son cosas diferentes. Un año más tarde, al hacer pruebas de serología, la Organización Mundial de la Salud comprobó que solamente un 34 por ciento de los niños nigerianos estaban protegidos contra las enfermedades transmisibles que las vacunas debían prevenir.
Si eso sucedió con vacunas que requerían de una cadena fría de -5
grados, ¿qué puede suceder con una cadena fría de -70 grados? Por mucha publicidad
que hiciera Pfizer de sus contenedores especiales para las vacunas contra el
coronavirus, y por mucho que algunos gobiernos hayan invertido grandes sumas
para equipar hangares frigoríficos en las principales ciudades y hospitales
centrales, no me fio de la estabilidad de esa cadena fría en países donde la
electricidad no se mantiene de manera constante y donde las prácticas en el
sistema de salud no cumplen con protocolos internacionales.
En Bolivia hemos leído varias veces noticias sobre lotes de vacunas que fueron tirados a la basura porque no se aplicaron a tiempo. En abril de 2021 se hizo público que ni siquiera había suficientes congeladores para mantener las vacunas rusas a -18 grados. A fines de 2021 una estadística internacional colocaba a Bolivia y Venezuela entre los países peor preparados del mundo para enfrentar la pandemia, a pesar de la propaganda millonaria de Arce Catacora.
Quizás para el anecdotario conviene recordar al presidente de la cámara
de Diputados, el masista Freddy Mamani, quien en marzo de 2021 justificó la
distribución de Viagra entre los parlamentarios varones, “como parte del
tratamiento para el Covid-19”. Con paquidermos de ese calibre estamos lidiando
en Bolivia desde hace 17 años.
La pésima estrategia y la política demagógica del régimen del MAS
quedaron al desnudo desde el principio, cuando el gobierno de Luis Arce
Catacora “se prestó” de Argentina 25 mil vacunas Sputnik para iniciar su “gran
campaña” de vacunación. Eran tan pocas dosis que ni siquiera alcanzaron para el
personal de salud y menos aún para las personas con enfermedades de base. Para
lo único que sirvió ese lote inicial fue para la propaganda de Arce, que gastó
más en los viajes que hizo por todo el país para sacarse fotos junto a unas
cuantas enfermeras posando con las vacunas. Puro circo. Y lo que vino después
no fue mejor pues la política errática del gobierno se expresaba en
declaraciones tan grotescas como las del vicepresidente Choquehuanca, que se
negaba a vacunarse en lugar de predicar con el buen ejemplo. La gente es
desmemoriada, pero si miran las estadísticas, en el pico de la pandemia Bolivia
se mantuvo entre los 30 países con más fallecimientos (per cápita) en el mundo.
¿Ya se olvidaron que los cementerios y los crematorios de todo el país no daban
abasto?
Entonces, no tiene sentido que el país con la tasa de vacunación más baja de la región cante victoria demasiado pronto. Ya circula la nueva cepa Kraken (XBB.1.5) en varios departamentos de Bolivia, y no sabemos si habrá otras, más o menos peligrosas. El gobierno sigue ofreciendo vacunas que no incluyen las variantes nuevas, en lugar de comprar la vacuna bivalente que cubre las cepas Ba-4 y Ba-5 de las que proceden las más recientes. Lo que otros gobiernos del mundo están haciendo es proveerse de una vacuna que pueda ser aplicada anualmente, actualizada cada año como sucede con la vacuna contra la influenza, que en Bolivia ha causado muertes de niños no vacunados.
La llegada del invierno multiplica los casos de influenza, y no se
están haciendo más pruebas PCR gratuitas para saber si se trata de casos de
gripe o de Covid-19, ya que los síntomas de corto plazo son los mismos, pero
los de largo plazo son todavía un enigma.