08 agosto 2023

Libertad bajo palabra

(Publicado en Página Siete el domingo 14 de mayo de 2023)

 En un lugar remoto de Bolivia (que no se menciona, aunque en un mapa se distingue el perfil de Chuquisaca), varias mujeres menonitas de una secta radical tratadas peor que el ganado (no les enseñan a leer, ni saben en qué lugar del mundo viven), han sido violadas de la manera más abyecta, sin importar su edad o estado civil. La policía ha apresado a siete de los perpetradores, a punto de ser liberados porque los otros hombres de la comunidad han reunido el dinero para pagar la fianza. Su regreso supone un riesgo inminente para las mujeres que los denunciaron.


 Algún crítico de cine demasiado acostumbrado a las películas de acción reprochó a “Ellas hablan” (2022) de Sarah Polley el hecho de ser un drama cuyo eje es el diálogo y no la espectacularidad. El crítico supone que el filme recibió premios “por motivos ideológicos” y que la obra “basa todo en lo que su título indica, mujeres hablando”. Añade que “hay muchas películas que se construyeron en base a un grupo de personas hablando y debatiendo, pero en este caso hablamos de algo estéticamente muy pobre”, comentario que revela la pobreza de su propio razonamiento.

 Esta es una obra que no solamente aborda un tema importante, tan crucial como ignorado, sino que está realizada con maestría en cuanto a los diálogos, las interpretaciones, la fotografía y esa inminencia absoluta de aquello que no ve en la pantalla, pero que está presente en el espectador: el miedo, la incertidumbre y… los hombres.

 La reunión de dos días en el piso alto de un granero es el eje de la historia. Un grupo de mujeres menonitas recibe el encargo de tomar la decisión que todas las demás asumirán solidariamente. El debate plantea tres opciones: a) no hacer nada y perdonar a los agresores, b) quedarse para luchar, y c) irse y comenzar una nueva vida. Al no existir una clara mayoría entre la segunda y la tercera opción, el granero se convierte en el espacio íntimo donde deben dilucidar su futuro.

 En esas conversaciones radica la fuerza expresiva de la obra. No es una película de Jean-Luc Godard o de Louis Malle donde personajes intelectuales se enfrascan en profundas disquisiciones, estamos más bien frente a una obra donde mujeres sin educación se descubren a sí mismas a través de la palabra, que se convierte en un vehículo de liberación. Son esas conversaciones las que definirán las vidas de esas mujeres. Quien no sea capaz de valorar ese hecho, no ha entendido nada.

 Las ocho mujeres que representan las opiniones coincidentes y divergentes del grupo más amplio son excepcionales porque aún sin tener educación, sin saber siquiera leer o escribir, son capaces de elevar su capacidad de razonamiento a través de la interacción que propicia el privilegio de usar libremente la palabra. El solo hecho de expresarse entre ellas las ilumina en ese oscuro granero y las hace crecer como personas, hasta que concluyen con la decisión colectiva que las unirá más que nunca en búsqueda de su libertad.

 Se ha dicho que los diálogos son muy elaborados, y que sería imposible que esas mujeres dedicadas desde niñas a la agricultura se expresen de manera tan lúcida y bella, pero esa es una licencia que se toma la guionista y directora para hacer que cada frase sea una sentencia que marca. Lo que quiere significar con ello es que esas mujeres maltratadas han estado durante años elaborando en silencio un pensamiento profundo sobre su condición, y por eso cuando finalmente se dan a sí mismas el permiso de hablar, pueden hacerlo pausadamente, sopesando cada idea y cada palabra, para expresarse con claridad y contundencia.

 La obra no borra las contradicciones, por el contrario, las muestra manteniendo la tensión a lo largo del filme. Aunque unas tengan más miedo o rabia que otras, a todas las une la certeza de que su destino es común, y de que la religión a la que han dedicado su vida se revela como un instrumento de opresión en manos de los hombres que la administran. Esto se aplica a todas las religiones que los hombres (vulgares mortales) utilizan para chantajear y someter a las mujeres en nombre de un dios misericordioso. Es lo que tienen en común, en diferentes grados, el cristianismo, el islamismo, el judaísmo y el hinduismo, entre otras confesiones. 

 La historia original está basada en el libro de Miriam Toews inspirado a su vez en los crímenes ocurridos en una comunidad menonita ultraconservadora donde entre 2005 y 2009 un grupo de hombres drogó y violó a varias mujeres. Una de ellas se suicidó, otras quedaron embarazadas y todas obviamente traumatizadas y afectadas por un sentimiento de impotencia y abandono.

 “Debe haber algo en esta vida que merezca ser vivido, no solo en la próxima” dice una de las mujeres. “No hablamos de nuestros cuerpos porque no hay palabras para hablar de eso”, dice otra. Y otra añade: “Nunca hemos pedido nada a los hombres”. Los hombres están ausentes de la imagen, o aparecen apenas a lo lejos como una sombra en una ventana. Desde que las mujeres han recuperado el poder de la palabra, los hombres son invisibles.

 El único que está siempre allí, silencioso y solícito, es August, el joven profesor de la escuela de varones, encargado redactar el acta de la reunión de las mujeres y la lista de criterios a favor y en contra de la decisión que están a punto de tomar. Es un personaje tierno, solidario, respetuoso, que regresó a la comunidad años después de que su madre hubiera sido expulsada precisamente por ser una mujer rebelde, que cuestionaba la opresión. “Qué bueno que esté aquí August, para recordarnos lo que es posible”, dice Ona.

 El uso de la fotografía para representar la atmósfera en la que viven las mujeres, es otro de los méritos cinematográficos: una vida sin color, gris verdosa, desprovista de luz y contraste. El trabajo de Luc Montpellier, director de fotografía, es estupendo. Las interpretaciones son buenas, aunque Frances McDormand (productora y actriz) aparece poco y no aporta mucho. A todas luces se solidarizó con el proyecto permaneciendo en un segundo plano para no destacar entre los personajes. 

 Este es un film que debería llevar a los gobiernos a intervenir esas comunidades aisladas y represivas que viven al margen de la sociedad, transgrediendo las leyes del país que las acoge. ¿Dónde están ahora los violadores de Manitoba?

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Quien no quiere pensar es un fanático;
quien no puede pensar, es un idiota;
quien no osa pensar es un cobarde.
¾Francis Bacon