(Publicado en Página Siete el sábado 30 de abril de 2022)
Hay que reconocer que el dedazo de nombrar a Arce Catacora en la candidatura presidencial fue un acierto, porque si Choquehuanca hubiera sido candidato, el MAS no habría obtenido tantos votos, ya que el “larama” solo representa a una minoría aimara de la población boliviana.
En 2009 el MAS impuso en un cuartel militar de Sucre una Constitución Política del Estado que no refleja la realidad del país, pues simboliza de manera sesgada un Estado predominantemente indígena, mera suposición que no corresponde a la verdad. Aquello que fue cierto hace más de medio siglo, no lo es ahora.
El Censo de 2012 reveló taxativamente que solo 1.191.352 bolivianos se consideran aimaras, es decir, apenas el 17%. Las cifras son contundentes: sobre la población censada de 6.916.732 habitantes mayores de 15 años, 4.032.014 NO se consideran indígenas, es decir 58% del total.
Esos resultados explican porqué el gobierno de Evo Morales no quiso difundirlos con el mismo bombo y platillo que habitualmente utilizaba para estrenar canchas de césped sintético o transmitir en vivo discursos tan vociferantes como intrascendentes. ¿De qué país indígena-originario nos han estado hablando?
Dejémonos de cuentos: Bolivia es un país mayoritariamente pluricultural y mestizo, o si se quiere una “formación social abigarrada” como escribió Zavaleta en 1967, y ahora con mayor razón. El relato que quiso imponer Evo Morales con sus teatrales apariciones y sus disfraces de rey sol en Tiwanaku sirvieron para exportar una fábula que no corresponde a la realidad. La invención tardía de la wiphala como bandera aimara y su elevación a símbolo nacional fue un agravio para las otras etnias reconocidas en la Constitución Política del Estado. El Estado Plurinacional con el que trocó el nombre de la República de Bolivia fue otra estratagema sin correlato con la realidad de este siglo.
Las aberraciones simbólicas construyen una imagen falsa de Bolivia, fragmentada en parcelas-naciones como minifundios, y exacerban la polarización racial como no había sucedido desde antes de la Guerra del Chaco. En el discurso del MAS el país se divide entre “indios y blancos”, pero en la realdad cotidiana los mestizos como el propio Morales (que ni siquiera habla el idioma de sus padres), han ejercido el poder durante la era del MAS.
Como puso en evidencia el censo de 2012, Bolivia es mestiza, aunque la categoría no aparecía en la boleta diseñada con la intención de favorecer la autoidentificación étnica con un criterio de “pureza de la raza” antes que de integración cultural. Quizás hubieran tenido más suerte si preguntaban por el idioma materno o primer idioma hablado.
Las generaciones que accedieron a la mayoría de edad desde 2012, se consideran menos indígenas que sus progenitores. Las mujeres jóvenes han abandonado definitivamente la pollera que todavía usan sus madres y optan por usar pantalones. Al igual que los varones, prefieren darle la espalda al Estado y convertirse en comerciantes informales gracias a la profusión del contrabando favorecido por la permeabilidad de las fronteras, y por el cambio del dólar subvencionado con la deuda creciente del Banco Central.
Por eso la reaparición de Choquehuanca hace un año con su nueva careta de conciliador indígena no convenció más que a un puñado de incautos. La realidad es que el más longevo ministro de los gobiernos de Evo Morales, se rodeaba de “k’aras” en su despacho, aunque vistieran chaquetas con listones de fino diseño autóctono. El aimara que quisiera posar como chamán de las nuevas generaciones del MAS no representa hoy el rostro diverso de los bolivianos, aunque sus discípulos quieran alterar narices a combazos.
Si el nuevo censo persiste en diseñar una boleta donde la categoría de mestizos no existe, tendrá peor resultado político que en 2012. La estrategia de la autoidentificación étnica ya mostró sus límites: los jóvenes bolivianos son parte de una sociedad que ha evolucionado, para bien o para mal, y se reconocen culturalmente en el crisol de mezclas antes que en la supuesta pureza de una raza. El empecinamiento racista del régimen del MAS es un búmeran que regresará para cortar la cabeza de unos cuantos impostores.