(Publicado en Página Siete el domingo 6 de marzo de 2022)
Hay un género literario que leo siempre con placer: la biografía y por extensión, el testimonio. El relato en primera persona de lo que la gente vive a lo largo de su vida o en un momento preciso de su existencia, ejerce sobre mi una fascinación donde se mezcla la búsqueda de la verdad (que es siempre subjetiva), con la evidencia de la sinceridad que contagian ciertos relatos.
He vuelto a sentir ese placer (por dolorosa que pueda ser la experiencia) al leer “Días de furia”, libro coordinado por Karen Gil y Susana López, publicado por la fundación Konrad Adenauer, cuyo subtítulo resumen de manera inequívoca el contenido: “Relatos de mujeres periodistas de su cobertura en los conflictos poselectorales de Bolivia en 2019”.
Dos años después de los sucesos de octubre y noviembre de 2019, este libro es una bocanada de aire fresco para la memoria, que tantas veces nos traiciona, y que es fácilmente maleable cuando tiene que enfrentar a la maquinaria del olvido.
La memoria está hecha de retazos, y este libro narrado por mujeres que estuvieron en la primera línea de la cobertura, contribuye a armar un rompecabezas (o un rompe-corazón) de mucha calidad literaria, pero sobre todo de mucha sinceridad y honestidad.
El hecho de que se trate de nueve mujeres periodistas, todas ellas de una misma generación (con 12 a 15 años de experiencia laboral), constituye una “conspiración” en el sentido más positivo del término: una conspiración contra los relatos dominantes, a veces contaminados de machismo y otras veces sesgados o cegados por la pasión política. Es diferente lo que “Días de furia” ofrece al lector: miradas cristalinas, dolidas pero lúcidas, sobre hechos que nos sacudieron a todos, cada uno en su esquina, cada uno en su casa o en la primera línea de defensa de la verdad.
Todo lo que estas mujeres hicieron o trataron de hacer, es cumplir con su misión de informar. Su dedicación al periodismo las hizo arriesgar el pellejo (como lo han hecho tantas otras extraordinarias mujeres periodistas en el mundo), para acercarse lo más posible al calor intenso de los hechos.
Miro sus fotografías al inicio de cada capítulo y las admiro, veo mujeres jóvenes, profesionales, compañeras y madres, que en lugar de retroceder buscaban la manera de llegar al centro del conflicto, aunque fuera enfrentando violencia física e insultos, no solamente provenientes de hombres, sino de otras mujeres enardecidas: “perra”, “prensa vendida”, “puta”… Y todo por tratar de transmitir en vivo lo que estaba sucediendo.
Unas lo hacían para canales de televisión, otras para periódicos, otras para medios y plataformas digitales. Todas lo hicieron con pasión, con miedo, con osadía rayana en la temeridad, y por suerte todas sobrevivieron para contarlo. El sesgo de cada testimonio puede tener matices, lo cual es lógico tratándose de personas que tienen un criterio propio sobre la política, pero el rasgo común a todas es la sinceridad de la narración.
La obra comienza con una breve línea de tiempo de 35 días, preparada por Liliana Aguirre ilustrada con viñetas de Merlina Annunaki. Esa cronología solo cubre el periodo álgido del conflicto (del 20 de octubre al 24 de noviembre), que luego será revivido de manera testimonial por las nueve periodistas.
Cada relato es un descubrimiento para el lector. El de Daniela Romero refresca la memoria sobre las tensiones en la Policía Nacional, fundamentales en aquellos momentos. Por una parte, el gobierno intenta comprar a 36.000 policías con un “bono de lealtad” de 3 mil bolivianos. Daniela recibía en Página Siete mensajes de policías encabronados por ese intento de soborno. Por otra, la jerarquía policial celebrando el cumpleaños de jefazo con cuatro tortas gigantescas, de una de las cuales emerge un puño masista bastante grotesco. En la foto, Evo Morales con dos uniformados, uno de ellos el comandante general Yuri Calderón, y el otro, jefe nacional de la Felcn, Maximiliano Dávila, que acaba de caer por narcotráfico. La visita prepotente de Yuri Calderón a Daniela y las amenazas que recibe son el corolario de un apasionante testimonio.
“Me despertaba sobresaltada, quería llorar y finalmente lo hice, pero encerrándome en el baño. Un grito desgarrado fue opacado por una toalla para que mi esposo y mis dos hijos, de siete y 11 años, no me escucharan”, escribe María José Mollinedo Landa, que sufrió tremendas presiones y amenazas mientras cubría en vivo para un canal de televisión los acontecimientos que se dieron en el centro de La Paz.
A Susana López la insultaron y la persiguieron con palos mientras el 31 de octubre, noche de brujas, cubría para un medio digital las turbulentas manifestaciones y enfrentamientos que se dieron. Tuvo que vencer el miedo, pero no dejó de acercarse a la fuente de las noticias, con valentía y consciente de que su trabajo era importante. El 8 de noviembre, en Cochabamba Juany Reyes fue testigo del amotinamiento policial y sufrió también amenazas y violencia verbal y física de parte de grupos violentos, tanto de la Resistencia Juvenil Cochala como de grupos del MAS. Ambos actuaban igual en su agresividad contra los periodistas, sin respetar su trabajo.
Miriam Telma Jemio vivió el amotinamiento policial en La Paz, al día siguiente, mientras cubría los hechos para su medio de información digital: Guardiana, para el que realizó transmisiones en vivo a través de Facebook. Cada dos minutos de transmisión eran “120 segundos de miedo y frustración”. A cada paso que daba en cercanías de la Plaza Murillo, la misma consigna se repetía como un eco: “no puede grabar”, “no puede filmar”. Los propietarios del espacio público deciden quién puede hacerlo. ¿Por qué tanto miedo a los periodistas? ¿Qué es lo que temen? Empujones, insultos, pero Miriam siguió grabando, frente a la intolerancia y corriendo el riesgo de salir lastimada.
Así se van sumando estos vibrantes relatos escritos, que se hubieran enriquecido mucho con un DVD que incluyera las imágenes de esas valientes coberturas que hicieron las periodistas de primera línea.
Desde que el MAS regresó al poder ha tratado de imponer un relato sin argumentación, sobre un supuesto golpe de Estado contra Evo Morales para tapar el fraude electoral cometido en 2019. Los intentos de establecer ese relato paralelo no han trascendido los discursos oficialistas. Ni siquiera en las filas del partido de gobierno hay una verdadera convicción. El libro coordinado por Karen Gil y Susana López es otro pilar en el que se asienta la verdad de los hechos.