01 junio 2022

Vacunas a la basura

(Publicado en Página Siete el sábado 19 de marzo de 2022)

Arcínico y la propaganda del puño en alto 

 El 18 de marzo se tiraron a la basura en Bolivia decenas de miles de vacunas Moderna que vencieron el día anterior. El próximo 22 de abril sucederá lo mismo con las vacunas AstraZeneca. También el 3 de octubre del 2021 se tiraron a la basura alrededor de 450 mil dosis de esta vacuna. A mediados de noviembre se desecharon miles de vacunas Pfizer donadas por el mecanismo Covax, que habían sido descongeladas para vacunar a las carreras a mayores de 12 años.

 Esto seguirá sucediendo, por la irresponsabilidad del gobierno de Arce que hace mucho ruido cuando llegan donaciones de vacunas, pero no dice nada cuando las tira a la basura.

 Para cada llegada de vacunas donadas mediante el mecanismo Covax o compradas a Rusia o China, Luis Arce en persona arma una gran alharaca y llena la ciudad de gigantografías donde anuncia que tenemos suficientes vacunas, más de 12 millones. Lo que no dice es que muchas de ellas terminan en la basura.

 ¿Por qué se pierden? Porque no existe una política de Estado clara, no hay liderazgo, no hay conducción de la política de salud, no hay estrategia de prevención para hacer frente al coronavirus, no hay esfuerzos de información educativa para que la población sea más consciente del peligro que entraña no vacunarse.

 A fines de diciembre el gobierno central dictó la medida más próxima a la racionalidad, pero no supo sostenerla ni una semana debido a su política errática sujeta al chantaje de cualquier agrupación anti-vacunas.

 En los pocos días que duró la exigencia del carnet de vacunación en lugares públicos para las fiestas de Año Nuevo, el número de vacunados por día se multiplicó por doce: un día normal de vacunación a mediados de diciembre sumaba alrededor de 5 mil vacunados en todo el país, y en cuanto se anunció la obligatoriedad de presentar el carnet de vacunación en restaurantes, bares, supermercados, hospitales, bancos y otros espacios, esa cifra superó las 70 mil vacunas por día en el país. Cuando el gobierno levantó las manos y dio un paso atrás, se retrocedió a la pobre cifra de 4 mil vacunados por día, o menos.

 Para tratar de evitar que las vacunas terminen en el basurero, el gobierno acorta irresponsablemente el tiempo entre la segunda dosis y la de refuerzo a dos meses, mientras que los fabricantes de vacunas y los entes de salud de los países más avanzados recomiendan cinco o seis meses de espera. Por ejemplo, yo había recibido mi segunda dosis en julio de 2021, y tuve que someterme a la dosis de refuerzo apenas tres meses más tarde, en octubre, pocos días antes de que se venciera el lote de AstraZeneca. Cuando las Pfizer se iban a vencer en noviembre, el gobierno autorizó de emergencia la vacunación a partir de 12 años: no fue por una estrategia bien planificada.

 La variante Omicron ha golpeado levemente a países de Europa porque ya tenían a más del 80% de su población vacunada y porque tomaron medidas radicales para impedir la propagación: solo con el Green Pass (el pasaporte de vacunación), se puede entrar a restaurantes, tomar transporte público, ingresar a tiendas, bancos o supermercados.

 En Bolivia se tuvo la oportunidad de implementar medidas similares, pero el gobierno carece de autoridad y le tiembla el pulso. Para desentenderse el ministerio de Salud descarga sobre las gobernaciones y las alcaldías la responsabilidad de aplicar vacunas a punto de caducar.

 La falta de planificación hace que el gobierno siga aceptado generosas donaciones de vacunas a punto de expirar, y que luego no tenga capacidad de llevarlas a los brazos de quienes las necesitan. Por eso el retorno a clases presenciales es un fracaso y el déficit educativo en el nivel universitario pon en riesgo la formación profesional de la próxima década.

 Algunos creen que lo peor ya ha pasado, pero no es cierto en un país que apenas tiene el 52% de su población con dos dosis de vacuna, mientras que todos los demás países de nuestra región superan el 70%. No nos engañemos: las UTI siguen saturadas y 9 de cada 10 fallecidos con Covid no estaban vacunados. Así seguiremos sin rumbo, a la zaga de los demás países de América del Sur. Mientras tanto el gobierno pusilánime se limita a “recomendar” que la gente se vacune.

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Administra mal quien gasta ciegamente los ingresos, sin poder distinguir luego, en los apuros, qué parte de los ingresos puede soportar el gasto y qué otra parte hay que librar de él.
—Kant