(Publicado en el suplemento Ideas de Página Siete el domingo 3 de abril de 2022)
La chimenea en la casa de las Flaviadas |
El crepitar de la leña seca que arde en la chimenea de la casa se confunde con el sonido del rasguño de la aguja sobre los discos de vinilo. Solo la música se escucha en medio de un silencio cómplice. Entre los asistentes, algunos mantienen los párpados cerrados y otros fijan la vista en un punto indeterminado del espacio. No es solo una oportunidad para escuchar música, sino para mirar hacia adentro en un ejercicio de introspección. Cuántos pensamientos fluyen adentro de cada quien en esta comunión musical.
Aunque las Flaviadas han cumplido 100 años en Bolivia, el sábado 26 de marzo fue muy especial porque se abrieron de nuevo sus salones para una celebración presencial de la música, luego de dos años de pandemia en los que la música, la chimenea y la voz de Eduardo Machicado se trasladó a internet, para beneficio de oyentes no solo en Sopocachi, en La Paz, en Bolivia, sino en cualquier lugar del mundo.
Todavía me sorprende que hayamos sido solamente 21 personas en el retorno a las sesiones presenciales, incluyendo al anfitrión, luego de dos años de ausencias y desapariciones muy sentidas. Lo que para muchos de nosotros constituye un ritual (más allá de la posibilidad de escuchar a los grandes clásicos de la música occidental), para otros es un resabio nostálgico dado que ahora se puede escuchar música en la computadora o en el celular, conectando de manera inalámbrica al equipo amplificador que uno pueda acceder de acuerdo a su bolsillo. Eso piensan sobre todo las nuevas generaciones, donde la música resuena entre los dos parietales y no constituye un fenómeno compartido, un hecho de comunión y comunicación.
No importa. La tradición renovada de Las Flaviadas contará siempre con un grupo privilegiado de amantes de la música y memoriosos de nuestra cultura urbana, que llegarán puntuales a las 18:30 cada sábado a aquella puerta pequeña pero mágica que se abre a todos, sin discriminación, en la Avenida Ecuador de La Paz.
Y aquello que muchos no entienden es que el conocimiento se construye a través de las relaciones humanas y que no debe confundirse con la mera información. Las nuevas generaciones reciben miles de estímulos audiovisuales durante una jornada cualquiera, pero tienen poca capacidad de integrar esos pedacitos de información en el tejido de las relaciones sociales, de la memoria y del conocimiento.
Y todo comenzó en un verano hace 106 años…
“Una noche calurosa en Boston en 1916, al terminar de saborear uno de mis discos de pasta en la ventana de mi cuarto, me sorprendió una ovación cerrada: mis vecinos, habían disfrutado de aquel momento en completo silencio… Podría considerarse la primera Flaviada”, contaba don Flavio Machicado Viscarra a quien tuve el honor de conocer y de acompañar en alguno de sus elegantes paseos por el Prado de La Paz, siempre impecablemente vestido de traje con una corbata mariposa.
A pesar de ese primer hecho fundacional, Las Flaviadas comenzaron “oficialmente” en Bolivia en el año 1922, como “una actividad dedicada a promover el amor por la música universal”. Hacia 1938, después de la Guerra del Chaco, las sesiones fueron tan exitosas que la casa se convirtió en un espacio abierto a todo público, donde asistían personas sin invitación de ninguna clase. Desde entonces, los amantes de la música clásica occidental disfrutan todos los sábados una hora y media de cultura y complicidad. A las sesiones de don Flavio Machicado asistieron personajes de la vida política y artística de La Paz, notables por su vida y por su obra, como Óscar Cerruto, Marina Núñez del Prado, Yolanda Bedregal, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Walter Montenegro y Cecilio Guzmán de Rojas, entre otros.
Esa tradición afianzada a través de tantas décadas hizo que en 2014 el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz declarara a Las Flaviadas como patrimonio cultural inmaterial de la ciudad, una forma de contribuir a su preservación y fortalecimiento.
La colección de música cuenta con 8000 títulos entre discos de 78rpm, 45rpm y 33rpm (lo que llamábamos “long play” cuando éramos jóvenes), además de 500 CDs. Cada sesión sabatina alterna grabaciones en vinilo con aquellas en CD. Cómodos sillones han sido dispuestos alrededor del salón, para que melómanos de toda edad se sientan (y sienten) a sus anchas.
La pandemia ha fortalecido en algunos sentidos la tradición de las Flaviadas y en otros aspectos la ha debilitado. Sin duda su alcance es ahora mayor gracias a las nuevas tecnologías que llegaron para quedarse. La capitana de esa transformación es Cristina Machicado con un grupo de jóvenes entusiastas, mientras que Eduardo Machicado se mantiene en ese rincón secreto que nadie más puede ocupar, donde hace malabarismos con los discos y bajo una lamparita lee los textos de presentación que prepara cuidadosamente cada semana.
La presencialidad es sin duda una gran reivindicación de las Flaviadas, porque aún sumidas en el silencio, las personas que acuden a esa sala hogareña de la familia Machicado Saravia se sienten unidas por un hilo de la memoria que trasciende el tiempo y evoca a miles que los precedieron. De ahí que la pandemia debilitó durante dos años el sentido de comunidad de las Flaviadas, que ahora se acaba de recuperar con un ambiente remozado, un jardín de ingreso convertido en una galería fotográfica, y una pequeña estación de bioseguridad para que todos los asistentes cumplan las normas y se sientan más cómodos.