(Publicado en Página Siete el sábado 2 de octubre de 2021)
Cuesta sintonizar el pensamiento con los recalcitrantes que afirman que las vacunas no deben ser obligatorias en virtud de un supuesto respeto a la “libertad individual”.
No me refiero a fanáticos religiosos que abominan “la marca del diablo” o devotos de las teorías conspirativas que están convencidos de que nos van a poner un microchip en el brazo para controlar nuestras vidas. No me sorprende en gente carente de un mínimo nivel educativo, pues es parte del problema (no solo en Bolivia), pero sí me llama la atención que gente instruida e informada —incluso algunos que escriben columnas en estas mismas páginas, refuerce esa cantaleta de la “libertad individual” como tamborileros en un desfile macabro.
Hay un detalle que parece “escapar” a los que rechazan la obligatoriedad de las vacunas: los no vacunados son un peligro para todos, no solo para ellos mismos. Se pasean tan campantes, pero en realidad sus cuerpos pueden ser armas letales y llevar el contagio a otros.
Los porcentajes de vacunación completa son ahora muy significativos en Europa y en países de América Latina, como Chile (73.4%) y Uruguay (73.7%). Incluso Ecuador (55.2%), Argentina (47.4%), y Brasil (41.6%), se han recuperado, pero en Bolivia la vacunación completa solo cubre al 27.5 %, por lo que somos los últimos en América del Sur junto a Paraguay y Venezuela.
El gobierno disfraza los porcentajes añadiendo la muletilla “de la población vacunable”, que primero era adultos mayores y progresivamente 50, 40, 30 y 18 años. Pero ya sabemos que la variante Delta no perdona a los niños, de manera que para obtener un porcentaje realista hay que tomar en cuenta a toda la población, como hace Our World in Data, para poder establecer comparaciones con otros países que ya están vacunando a mayores de 12 años.
Una persona que vive en sociedad y que niega vacunarse es exactamente como un ciudadano que se pasea por la calle con una granada de fragmentación o con polvo de Antrax. En Estados Unidos se producen cada año miles de muertes por armas de fuego que están no solamente toleradas sino protegidas por su carta magna, en virtud de la “libertad individual”.
Es obvio que la libertad individual termina donde comienza el daño a la colectividad. Eso que parece tan sencillo, es incomprensible para los negacionistas cuyos argumentos constituyen un atentado a la salud pública. No es casual que, en países como Estados Unidos, Francia o Italia, el Estado haya decidido imponer normas para que las personas no vacunadas no puedan acceder a instituciones de gobierno, bancos, espacios deportivos, restaurantes y bares. Ya que no pueden obligar a las personas a vacunarse, al menos se les puede restringir el acceso a lugares donde pueden contagiar a otros.
La estupidez de los recalcitrantes me indigna igual que las personas que no usan barbijo o que no mantienen una sana distancia. Si en la calle veo a alguien sin tapabocas, me detengo para increparlo. Y si me dice que ya está vacunado, le aconsejo que se informe un poco más, porque los vacunados pueden transmitir el virus, aunque ellos no enfermen de gravedad.
Para las mentes obtusas, que hablan del “apartheid” al que estarían sometidos los que rechazan la vacuna, va esta analogía sencilla: los cinturones de seguridad salvan vidas (comprobado estadísticamente, igual que las vacunas) y son obligatorios en todo el mundo. No cabe la coartada de “no uso cinturón de seguridad porque viola mi libertad individual”.
Parece increíble que con toda la información que circula desde hace más de un año, haya todavía gente desinformada. Por mucha desconfianza que se tenga en las vacunas, las estadísticas son contundentes: la humanidad estaría en una situación deplorable si no existieran vacunas (polio, viruela, difteria, sarampión, rubeola, tétanos, meningitis, etc.) que han salvado millones de vidas.
Hace meses me topé en la calle con alguien sin
barbijo que me dijo que si se enfermaba iba a curarse con chuño. No supe en ese
momento si reírme o desearle lo peor. En estos 16 meses de pandemia ha fallecido
más de un conocido que minimizaba al virus. La letra entra con sangre.