05 octubre 2021

Cineclubismos latinoamericanos

(Publicado el domingo 25 de julio de 2021) 

Entre las memorias más antiguas que conservo como espectador de cine, hay dos que destacan. Creo que la primera vez que fui al cine en mi vida, tenía 5 o 6 años de edad. Me llevaron al Cine Bolívar, en la Avenida 16 de Julio en La Paz, para ver una película de piratas, probablemente era El pirata Barbanegra (1952) de Raoul Walsh. De ese episodio primerizo como espectador solo recuerdo que me escondí detrás de la butaca porque me dio mucho miedo.  

Otra experiencia que marcó mi memoria, ya en mi adolescencia temprana, es mi asistencia a un cine de pueblo en Montero, en el norte del departamento de Santa Cruz, que entonces tenía 30 mil habitantes, donde solía pasar mis vacaciones escolares mientras mi padre continuaba con su trabajo en Guabirá. El cine no era otra cosa que un patio trasero, a la luz de la luna, con piso de tierra y largas bancas de madera donde nos acomodábamos. Allí recuerdo que vi El siete machos (1951) de Miguel M. Delgado, con Cantinflas.  

Ese recuerdo es mucho más positivo que el anterior, pues más que la película, se me grabó el momento vivido, la audiencia de amigos de mi propia edad, para quienes era una fiesta esa salida nocturna al cine que ni siquiera tenía un nombre.  

Es posible que esos recuerdos precoces hubieran influido de alguna manera en mi interés profesional por el cine. 

De mis estudios en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) —por entonces la más importante institución de enseñanza de cine en Europa, y en la Facultad de Vincennes —donde tenía como profesores a los críticos de dos revistas emblemáticas, Cahiers du Cinema y Cinéthique, lo que atesoro más que el aprendizaje de la técnica, es la comprensión conceptual de que una obra cinematográfica puede ser leída con mayor riqueza si uno traspasa el umbral de la emoción y de la seducción de la espectacularidad.  

En este proceso de “leer” obras de cine contribuyó también en enorme medida el profesor Marc Ferro, con quien tomé el seminario de “Cine e Historia” en la École pratique des hautes études (hoy se llama École des hautes études en sciences sociales) de la cual es director emérito. Su nombre se suma a Jean Douchet, Jean Narboni y Serge Daney (entre otros), profesores y luego amigos, que por su capacidad de reflexión dejaron una impronta en mi formación académica. 

Esta introducción sirve para entender el valor de la lectura crítica del cine, más allá del espectáculo y de la percepción superficial. A diferencia de las artes plásticas, pintura y escultura, que demandan del espectador una participación mayor en el proceso comunicativo, el cine ha sido colocado en el imaginario colectivo más cerca del circo que del teatro o de la ópera. Por suerte grandes cineastas nos han exigido una mayor participación como espectadores, para entender obras complejas por su profunda humanidad y simbolismo (Bergman, Godard, o Kubrick, entre muchos otros). 

Aprender a leer cine es un proceso educativo en el que no solo la enseñanza formal tiene su parte, sino también el papel de los cineclubes, que son resultado de esfuerzos de la sociedad civil para situarse de manera lúcida y crítica frente a una obra de cine. 

Las funciones de los cineclubes en la actualidad pueden resumirse de la siguiente manera:

1. Es un hecho colectivo y público que promueve la discusión y el intercambio de ideas sobre las obras cinematográficas.
2. Promueve la difusión y el conocimiento de filmes que suelen ser desfavorecidos por la distribución y exhibición comercial.

3. Es un proceso de formación de públicos en apreciación cinematográfica, que permite adquirir instrumentos críticos para valorar obras cinematográficas significativas.

4. Permite relacionar una obra cinematográfica con la sociedad, con la cultura, con la historia y con otras artes.

5. En ocasiones facilita el contacto directo entre los realizadores de una obra cinematográfica, con el público. 

Lo anterior quiere decir que un cineclub no es necesariamente una organización o una institución establecida, sino sobre todo un grupo de personas animadas por un objetivo común: la apreciación crítica del cine. Su valor es insustituible, porque en muchas escuelas de cine se enseña mucha técnica y muy poca aproximación crítica al oficio del cine. De ahí que abunden las malas películas y sean tan raras las excepcionalmente buenas, que lo son por su contenido y su forma expresiva, donde la técnica está al servicio de la razón crítica. 

En un cineclub el papel del programador es importante, pero sobre todo el ejercicio de la participación de los espectadores que se involucran en las discusiones. Para ello, el facilitador no debe ser una persona que habla mucho ni impone criterios, sino alguien que anima las discusiones y estimula los intercambios. 

Todo esto viene a cuento porque a fines de julio de 2021 se realizó el Primer Seminario Latinoamericano de Cineclubismos, en plural, ya que no existe un solo modelo. El seminario fue organizado por un grupo de apasionados de Brasil, Ecuador, Perú, México, Chile, Argentina, Venezuela, Colombia y Bolivia, y contó con la participación de 33 ponencias distribuidas en diez mesas sobre historia, reflexiones teóricas, el papel de las mujeres, las universidades, identidades y trayectorias nacionales o individuales. Las ponencias presentadas durante el seminario serán parte de un libro publicado por la casa de la Cultura de Ecuador. 

La mía se ocupó de hacer un breve repaso del cineclubismo en el marco de cine comunitario de la región, y luego abordé el desarrollo del cineclubismo en Bolivia, destacando las principales experiencias desde el Cine Club Luminaria y el Cine Club Juvenil en los que tenían un papel protagonista Luis Espinal, Renzo Cotta y Amalia de Gallardo (entre otros), hasta los más emblemáticos de años recientes: La mejor película del mundo, que anima Diego Gullco; El espejo cine club, creado por Mauricio Ovando y Sergio Zapata; Sopocachi cineclub de Carlos Martínez y el Cineclubcito Boliviano impulsado por Diego Mondaca, para no citar sino los más importantes. 

Cada cineclub tiene sus particularidades, pero en su conjunto representan una opción diferente para ver buen cine latinoamericano y mundial, debatir y reflexionar sobre películas que rara vez llegan a las salas comerciales. 

Las grabaciones del Seminario Latinoamericano de Cineclubismos están disponibles en las cuentas de YouTube y de Facebook, a pocos clics de distancia para los que saben buscar.

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Hay millones de artistas que crean; sólo unos cuantos miles son aceptados o, siquiera, discutidos por el espectador; y de ellos, muchos menos todavía llegan a ser consagrados por la posteridad.

—Marcel Duchamp