02 octubre 2021

Casa de la Moneda, un espacio mágico

(Publicado en Página Siete el martes 3 de agosto de 2021). 

La Casa de la Moneda de Potosí ejerce desde siempre un poder mágico sobre mi. La he visitado muchas veces, nunca he ido a Potosí sin ingresar a ese recinto magnífico, donde se respira no solamente historia sino un aroma fantasmal.  

En la Casa de la Moneda hice descubrimientos inolvidables, a veces solo y a veces de la mano de amigos como Ricardo Pérez Alcalá, artista potosino extraordinario, o de Wilson Mendieta Pacheco, durante el tiempo que ejerció como director de esa institución patrimonial. Con ambos era una delicia conversar sobre las historias potosinas transmitidas oralmente durante siglos, transformadas a veces por el ingenio y el humor fino y pícaro de Pérez Alcalá.  

Con Ricardo solíamos disfrutar en Potosí los tradicionales helados de tumbo, chirimoya y canela de doña Brígida, o nos hacíamos sacar fotos con uno de los últimos fotógrafos de parque, los verdaderos, que impresionaban los negativos y hacían copias ahí mismo, no los que ahora usan polaroid o, peor, una cámara digital escondida donde antes había una cámara analógica antigua.  

El ingreso a la Casa de la Moneda siempre me pareció majestuoso, sobrecogedor. El mascarón del primer patio, realizado por el francés Eugene Moulon, fue incorporado recién en 1856, pero se convirtió en un elemento inseparable del edificio construido hace 248 años (1759-1773). El Baco de Moulon representa la abundancia y el exceso de la época en que la plata del Cerro Rico fluyó a raudales hacia Europa, y convirtió a la ciudad de Potosí en una de las más prósperas del planeta. El rostro enigmático recibe a los visitantes como si estuviera burlándose de ellos: “Fuimos la gloria, somos el olvido”. 

Ricardo no había regresado a su ciudad natal durante 12 años cuando estuvimos allí a mediados de mayo de 1989. El 16 de ese mes visitamos a Wilson Mendieta Pacheco con una solicitud especial: que abriera para nosotros la caja fuerte de la casa de la Moneda. Allí se encontraba una joya invalorable que pude examinar y fotografiar: el extraordinario álbum “Potosí gráfico” de Fortunato Díaz de Oropeza. ¡Ni el propio Wilson, nombrado recientemente en el cargo, sabía que tenía ese tesoro en su oficina!  

El álbum es una de las obras de dibujo más bellas que jamás he visto en Bolivia. Cada página está íntegramente dibujada, tal como me había contado antes Ricardo. Postales de Potosí que parecen pegadas, retratos de personajes ilustres, hasta un cerillo quemado, una estampilla y una moneda que uno está a punto de levantar porque proyecta incluso su sombra: todo está dibujado como una reproducción perfecta de la realidad. La maestría del artista era tan grande, que una vez dibujó un billete y lo fue a cambiar al banco, donde lo aceptaron sin pestañear.  

El día anterior, 15 de mayo, Ricardo y yo habíamos visitado en Sucre a don Gunnar Mendoza, quien nos mostró en el Archivo Nacional las láminas originales de las acuarelas de Melchor María Mercado, una obra extraordinaria cuya edición facsímil preparaba ya por entonces don Gunnar. ¿Por qué no se ha hecho hasta ahora una edición facsímil del álbum de Fortunato Díaz de Oropeza? ¿Sigue bien resguardado en la caja fuerte de la Casa de la Moneda?  

Visitar Potosí con Pérez Alcalá era una experiencia especial, por la magia que era capaz de operar la presencia de mi querido amigo, sin embargo, en otras ocasiones que visité por mi cuenta la Casa de la Moneda estuve igualmente embriagado por el encantamiento que esa inmensa estructura arquitectónica ejerció sobre mi.  

Tengo la ventaja de haber estado en la Casa de la Moneda cuando no había tantos turistas y uno podía caminar por todos sus rincones sin ninguna restricción. No era obligatorio unirse a un grupo con un guía que explicaba las cosas de manera grandilocuente. Siempre he preferido las visitas no guiadas, aquellas donde la sensación de descubrimiento es única e intransferible.  

Un par de razones familiares hacen que la Casa de la Moneda sea también mi casa, de una manera que trataré de explicar.  

Desde niño crecí en la casa familiar de Obrajes donde había hermosos muebles coloniales que mi padre heredó de mis abuelos Adriana y Antonio. Una enorme banca y dos sillas del mismo estilo, un arcón donde se guardaban las sábanas y una repisa de pared, todo ello tallado en madera. Los muebles estaban en el pasillo que atravesaba la casa desde la entrada hasta la parte posterior, eran demasiado voluminosos como para ponerlos en la sala. En sus últimos años de vida mi padre cedió los muebles a la Fundación Cultural de Banco Central de Bolivia, que tuvo el acierto de enviarlos a la Casa de la Moneda, donde se encuentran ahora. Lamentablemente las visitas guiadas no cubren todas las salas del museo, sin embargo, en más de una ocasión pude verlos allí y evocar mi propia casa (que ya no existe).  

La otra razón familiar es que en la colección de minerales de la Casa de la Moneda, están la Gumucionita y la Delmirita, ambos descubiertos por mi tío abuelo Julio Gumucio Valdivieso, hermano menor de mi abuelo Antonio. Mi tío Julio clasificó ambos minerales que llevan el apellido familiar y el nombre de su esposa, Delmira. La Gumucionita es una variedad de esfalerita (sulfuro de zinc) de color verde, gris, marrón y negro, y contiene 0,64% de arsénico. Se cree que el color es causado por la mezcla de rejalgar. No es un mineral fácil de identificar y clasificar. De hecho, la variedad “esfalerita” viene del griego sphaleros, que significa engañoso o inseguro. Cada vez que regreso a la Casa de la Moneda espero el momento de llegar a la colección de minerales, para fotografiar una y otra vez las seis o siete muestras que se exhiben.  

Por lo demás, toda la Casa de la Moneda es un espacio que cautiva. El edificio es una de las construcciones más imponentes, fuertes y sólidas que tenemos en Bolivia. Sus gruesos muros de piedra podrían resistir al tiempo y a los accidentes de la naturaleza mejor que cualquier construcción moderna en el país. Su estructura es noble, sencilla y acogedora (más de 15 mil metros construidos). En su lugar original está la pesada maquinaria de madera que sirvió para acuñar los Reales de 8, 4, 2, 1 y ½, y otras monedas con las efigies de los sucesivos reyes de España. Esas hermosas máquinas movidas por tracción animal y humana permiten visualizar el proceso enorme que involucraba ese trabajo. Las celdas para esclavos en el altillo superior del edificio son hoy testigos mudos de los abusos cometidos.  

Las piezas de moneda llamadas “macuquinas” (voz proveniente del quechua) eran anteriores a la casa de la Moneda, ya que se trabajaban a golpes de martillo, cortadas irregularmente con pesadas tijeras, y selladas en cospeles de plata. Algunas tenían forma de corazón.  

No tengo certeza si las pequeñas monedas de 5 centavos que circulaban en Cochabamba en 1876 con el lema “Pagará a la vista Nicasio de Gumucio”, fueron acuñadas en Potosí por mi antepasado, pero sé que tenían el mismo valor de cambio que otras monedas bolivianas de la época.  

En las salas de la Casa de la Moneda se exhiben maravillosas colecciones y objetos de valor artístico. La pinacoteca contiene obras de Pérez de Holguín y Guzmán de Rojas, además de la colección de vírgenes cuyos trajes replican la forma cónica del Cerro Rico. La sala de platería no es muy grande, pero contiene artefactos hermosos, aunque sin duda los más están dispersos en museos de Europa. Los tallados de madera policromada para las iglesias, los altares, y las ya aludidas colecciones de numismática y minerales, constituyen algunos de los principales atractivos de la Casa de la Moneda, que para mi nunca será solamente un museo o una grandiosa obra arquitectónica, sino un espacio que me recuerda a los amigos y a la familia.  

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El rico come, el pobre se alimenta.
—Quevedo