(Publicado en Página Siete el domingo 12 de mayo de 2019)
Mi hermano menor me reprochó hace algún tiempo que en uno de mis comentarios sobre cine yo había contado “el final” de la película, y eso le había quitado las ganas de verla. Me puse a reflexionar sobre el tema y llegué a la conclusión de que los críticos no siempre tenemos claro para quien escribimos.
En mi caso, lo hago para los que leen críticas de cine, que son una parte insignificante de la población de lectores de diarios o de internet. Además, escribo para los que leen críticas de cine sobre películas que la mayoría considera “raras”, es decir, que no son las que copan la cartelera de los cines comerciales. Escribo, entonces, para gente que tiene curiosidad por el buen cine y que se interesa más en la calidad de una narrativa, que en la historia misma.
Hubo una época en mi trayectoria de comentarista de cine, que también escribía sobre las películas más taquilleras, para desmontar de manera crítica su armado, sus mensajes subliminales y explícitos, y develar los elementos que hacen que los espectadores las miren embobados, abstraídos de la realidad, sin mantener la “distancia” consciente que aconsejaba Bertolt Brecht con respecto a las obras de teatro.
Entre 1972 y 1980 publiqué en el suplemento Semana de Ultima Hora sendos análisis de una o dos páginas del vespertino, sobre las películas “más taquilleras del año” como “Love story” (1970) de Arthur Hiller, “Terremoto” (1974) de Mark Robson, “Aeropuerto 75” (1974) de Jack Smight, “Juggernaut” (1974) de Richard Lester, “Rocky” (1976) de John Avildsen, “Encuentros cercanos de tercer tipo” (1977) de Steven Spielberg, y “La fiebre del sábado por la noche” (1977) de John Badham, entre varias otros.
Mi crítica a “Love story” hizo que el escritor Augusto Céspedes, que era un gran aficionado al cine en su juventud, añadiera al final de una de las cartas que me envió: “No quedaría tranquilo si no escribiese estas líneas más, para decirle que Ud. es un crítico, aunque lo niegue, y de lo mejor. Lo hice constar ante Mariano Baptista cuando leí su precioso comentario a Love story, en que puso Ud. de relieve la inmensa estupidez de la cultura de masas impuesta por el establishment…”
Algunos de esos filmes que solía comentar, sobre todo los de catástrofe interpretados por Charlton Heston, me hacían recordar la frase célebre de Groucho Marx: “Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína”.
Mi intención en esa época era que el espectador que me leía aprendiera a desmenuzar una película y desarrollara de esa manera su propio sentido crítico. No era mi intención convencerlo de mi propia posición o análisis, sino de proporcionar ciertos instrumentos para que cada quien pudiera llegar a sus propias conclusiones, pero de manera lúcida y crítica.
Incluso publiqué en mayo de 1979 un artículo con el título “Sobre estos criterios también se debe juzgar un film”, en el que ofrecía ciertas pistas sobre la publicidad engañosa que rodeaba a las películas taquilleras, que orientaban la manera de pensar de los espectadores incluso antes de ver la obra.
Me refería, por ejemplo, a los afiches de los films taquilleros, que representaban a veces escenas que ni siquiera estaban en la película, para atraer a los incautos. También me refería a las deficiencias de los subtitulados, pero sobre todo de los doblajes, absolutamente arbitrarios (todavía lo son). Finalmente aludía a los diferentes formatos de las películas, donde la relación entre la base y la altura del cuadro de alguna manera determinan su espectacularidad. Películas de densidad sicológica, como las de Hitchcock, solían filmarse en una relación de 1:33 (4:3, el formato clásico de la película de 35mm), mientras que las más espectaculares tendían a formatos apaisados (1:85 o 2:39).
Hitchock, que no veía mucho cine, era un maestro intuitivo. ¿Qué sería de la historia de “Rope” (1948) o de “Psicosis” (1960) en manos de un director novato? Lo mismo podríamos decir por extensión de obras literarias: ¿Las historias de “Cien años de soledad” podrían ser contadas por otro escritor que no fuera Gabriel García Márquez, o las de “Rayuela” por otro que no fuera Julio Cortázar? Es impensable.
En otro artículo de 1979 usé el título “Hemos visto la película, pero no la misma”, para significar que la percepción del espectador es siempre diferente, lo cual es legítimo. Toda obra de arte tiene múltiples lecturas. De hecho, la obra de arte existe solamente en relación con quien la observa. Más allá de las intenciones del creador, su obra adquiere significado sólo en relación con los demás, y cada persona puede tener una lectura propia, más o menos informada.
Este último aspecto es fundamental: para apreciar mejor una obra es conveniente conocer el lenguaje del arte, o del cine en este caso. La lectura de una obra cinematográfica pasa por conocer el lenguaje del cine. Es lo mismo que sucede con la escritura y la lectura: el lector tiene que saber leer para abordar un texto, y mientras más conozca el idioma, más podrá disfrutar la riqueza de una obra literaria.
El prestigioso diario The Washington Post (que tanto irrita a Donald Trump porque pone en evidencia sus mentiras) publicó en 2015 una lista de las diez mejores películas sobre Romeo y Julieta, la historia escrita por William Shakespeare que todos conocemos por adelantado, pero que vemos cada vez con ojos nuevos dependiendo de quién la haya adaptado al cine.
En esa lista aparecen representaciones tan diversas como la de 1936 dirigida por George Cukor con la interpretación de Norma Shearer y Leslie Howard en los papeles principales, o “Romeo debe morir” (2000) de Kharen Hill, con Russell Wang y Jet Li. No importa si la obra original es muy occidental (Shakespeare, inglés, escribe sobre una historia que sucede en Verona), porque cada cineasta tiene la libertad de hacer su propia lectura. La obra original, por su riqueza, permite todas esas transfiguraciones.
La crítica que escribimos los críticos de cine es para que la gente se aproxime a la narrativa de una obra, no solamente a la historia. Todos conocen la historia de Romero y Julieta, y hay unas 50 versiones diferentes en el cine, pero la gente va a una sala a ver la versión de Zeffirelli, o "West Side Story" o "Shakespeare in love" aunque ya sepa "como termina" la historia. Lo que va a ver es cómo está contada, cómo el realizador cuenta la historia, porque ninguno la cuenta de la misma manera. Lo mismo sucede con las novelas, no importa tanto la historia sino la manera de narrar.
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