¿Dónde estabas cuando asesinaron a Kennedy? ¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las torres gemelas en Nueva York? ¿Recuerdas el día que supiste del asesinato del Che?
Para todos los que tenemos la edad suficiente, esos tres momentos de los últimos 50 años son imborrables. Sí me acuerdo del asesinato de Kennedy porque estaba en Maryland y escuché en la radio el momento en que le dispararon en Texas y lo que vino después. Estaba en Guatemala cuando una mañana temprano vi en la televisión, en vivo y en directo, la caída de las dos torres gemelas. Y claro que recuerdo aquel día que mataron al Che y la portada inmensa de la edición especial de Presencia, que aún conservo.
Ahora, nosotros hasta que nos toque la hora, y las generaciones nacidas en este siglo, recordarán con precisión el día que se declaró la pandemia de coronavirus en el mundo. No olvidaremos nunca ese primer día de incertidumbre y escepticismo, que luego se convirtió en la certeza de que estábamos viviendo a nivel global una de las calamidades más importantes que haya sufrido la humanidad en toda su historia.
Claro que hubo dos guerras “mundiales” que ocurrieron en Europa y afectaron de distinta manera al resto del mundo, pero no hubo muertos en nuestra región. Por supuesto que hubo antes la pandemia de la gripe española, pero no nos alcanzó. Duró dos años, de febrero de 1918 a abril de 1920, infectó a 500 millones de personas y tuvo una letalidad estimada entre 20 a 50 millones de personas, pero no fue global.
Esta vez y de aquí en adelante, las pandemias (la gripe española no lo fue, aunque recibió el mismo nombre), endemias y sindemias del futuro serán globales. Tenemos que saberlo y tener la certeza de que volverá a suceder. Esto no se termina con la vacunación que avanza a marchas forzadas en algunos países como Chile y Estados Unidos, y como tortuga en Bolivia.
Por eso es sano que todos recordemos el instante en que supimos (y quizás no creímos) que nuestras vidas iban a cambiar definitivamente.
En mi caso, era un día soleado y caluroso. Me encontraba en Cartagena de Indias, como invitado en el Festival Internacional de Cine que había comenzado oficialmente tres días antes, el 10 de marzo. Los ecos de la pandemia originada en China eran todavía débiles, aunque ya se habían detectado los primeros casos en Colombia (como en otros países de la región). Nadie sabía todavía que un grupo de turistas italianos había contagiado ya, el 4 de marzo, al taxista Arnold de Jesús Ricardo Iregui, que los recogió del aeropuerto y que moriría el 16 de marzo. Sería la primera víctima mortal en Colombia
Werner Herzog |
El Festival transcurría normalmente. El miércoles 11 por la tarde, luego de aterrizar, caminé del hotel a la inauguración en el clásico Teatro Heredia, donde un mes antes había asistido a la conmemoración de los 50 años de la Comunidad Andina de Naciones. Al día siguiente, el jueves 12 en la mañana tuve un encuentro memorioso con Caroline Champetier, invitada especial del Festival, colega cineasta que estudió conmigo en el IDHEC en los años 1970 y se convirtió en la más importante jefe de fotografía de cine en Francia. Tomamos un café mientras resumíamos nuestras vidas respectivas y escuchábamos despreocupados la noticia de que el gobierno colombiano había limitado a 400 personas el aforo en espectáculos públicos en todo el país.
En la tarde no me perdí el conversatorio con Werner Herzog, otro invitado especial, en el patio del Claustro de Santo Domingo, atestado de gente, y luego en una sala de altos techos, la conferencia del viceministro Felipe Buitrago sobre economía naranja. Hablé con él sobre la posibilidad de que viniera a Bolivia, mientras nos llegaba la noticia de que ahora el aforo en eventos se había reducido a 50 personas. Todavía asistí en la noche a una invitación del consulado de México para degustar mezcal y escuchar música de Jalisco en el hotel.
Al día siguiente, viernes 13 (fecha fatídica), se acabó todo. En la mañana alcancé a participar en una sesión de Patrimonio Fílmico Colombiano donde estrenaron la versión restaurada de una película del pintor Enrique Grau, conversé con mi amigo Rito Alberto López, subdirector de Patrimonio Fílmico y allí llegó la noticia de que el festival se había suspendido porque Colombia había declarado la cuarentena en todo el territorio nacional. Cambiar los boletos para el vuelo, correr al aeropuerto para regresar a Bogotá, son las últimas imágenes del día que llegó la peste a nuestras vidas.
(Publicado en Página
Siete el sábado 20 de marzo de 2021)