01 marzo 2021

Los Forqué en pandemia

Los organizadores de los Premios José María Forqué me invitaron de nuevo como jurado de la categoría “Largometrajes latinoamericanos”. No hay cambios de procedimiento con relación a ediciones anteriores, ya que el visionado y la votación se realizan a través de una plataforma virtual, pero hay diferencias en la calidad de las películas, ya que muchas se filmaron antes de la pandemia y se editaron durante el confinamiento.

Nuevo orden (México) de Michel Franco 

En 2020, solo cuatro fueron pre-seleccionadas en la categoría “Largometrajes latinoamericanos” por un jurado invisible que dejó a un lado filmes importantes como Chaco (Bolivia) o La llorona (Guatemala), para favorecer a dos largometrajes menos trascendentes, lo cual apunta a la necesidad de promover la industria, antes que la calidad de la expresión artística. La tensión entre el cine como espectáculo de distracción evasiva y como representación de la vida y de la historia, se agudiza cada vez más. No es imposible un equilibrio, como demuestran grandes obras, pero lamentablemente algunas apuestan solo al negocio.

Voté por la mejor de las cuatro películas en la recta final de la 26 Edición de los Premios Forqué: la mexicana Nuevo orden (2020) de Michel Franco, que podría describirse como una fábula descarnada sobre la política y la corrupción en América Latina. Esto lo escribí antes de que se conociera el resultado de la votación (en enero), y no me equivoqué, pues la película fue premiada. El relato avanza de manera vertiginosa a partir de las primeras escenas de tensa “normalidad”, donde se celebra el matrimonio de la hija de un ricachón en su lujosa mansión. De pronto se producen hechos que parecen salidos de una pesadilla diurna pero que no son otra cosa que la violencia social que toca a la puerta de quienes nunca la viven como víctimas: una insurrección popular deriva en un sistema político militarizado y corrupto, aún más cruel y sangriento porque se instala como una forma de vida permanente.

Nuevo orden (México) de Michel Franco 

Nuevo orden apabulla por cuanto que el terror que describe no es una ficción cinematográfica sino parte de la realidad cotidiana que no suele mostrarse a la luz de forma tan brutal, pero está en el sótano oscuro de la sociedad: corrupción, asaltos, torturas, asesinatos, chantajes y delaciones son los ingredientes de un caos social que permite al ejército instaurar una dictadura de terror. Los pocos personajes motivados por ideales de solidaridad y justicia son descartados a balazos sin mayor trámite. El toque de queda y la represión permite a los militares hacer jugosos negocios, a la manera de un cartel de narcotraficantes. El “nuevo orden” es un poder fáctico sombrío que controla todo sin piedad.

Uno de los niveles de lectura del film ahonda en las relaciones sociales y de interdependencia entre la burguesía corrupta y sus empleados, leales al extremo de dar su vida. En esa escala de clases sociales que conviven en frágil equilibrio hay ecos de Parásitos, la extraordinaria película de Bong Jong-ho, aunque sin profundizar, como hace la cinta coreana, en los niveles simbólicos.

El olvido que seremos (Colombia-España) de Fernando Trueba

Cerca de la película premiada está en mi preferencia la colombiana El olvido que seremos (2019) dirigida por el español Fernando Trueba y con el protagonista interpretado por el también español Javier Cámara. El filme se basa en el libro de Héctor Abad Faciolince, periodista, escritor y traductor colombiano, que narra la vida y el asesinato de su padre Héctor Abad Gómez, profesor universitario, médico y defensor de los derechos humanos, cuya muerte no ha sido completamente esclarecida, pero se atribuye a las autodefensas (paramilitares al servicio de grandes hacendados).

Hay dos protagonistas en El olvido que seremos: Abad Gómez, personaje amante de la verdad y de la vida, y su hijo, que narra desde su perspectiva de niño y joven la vida familiar con atisbos a la política de las décadas de 1970 y 1980. Durante la primera parte del filme la violencia parece ausente porque el adolescente no la ve o no la entiende. Por eso su entorno, como lo representa Trueba, es de vivos colores, un mundo Kodachrome que subraya la felicidad y armonía de la familia Abad-Faciolince. Pero cuando el joven regresa de estudiar en Italia y comienza a entender el drama de Colombia, las imágenes se tornan en blanco y negro, porque la tragedia de la violencia así lo determina. Hay en esas imágenes contrastadas una referencia a las fotos de prensa, a la crónica roja en blanco y negro, y a las magníficas fotos de Jesús Abad Colorado, cuya muestra tuve la suerte de ver en Bogotá.

El olvido que seremos (Colombia-España) de Fernando Trueba

El film evita la victimización a la que podría prestarse el drama. Por el contrario, muestra a un personaje cuyo compromiso social contagia entusiasmo y alegría. Consecuente con un comportamiento ético antes que una ideología política, Abad Gómez conoce los riesgos pero no está dispuesto a abandonar su labor social ni dejar de expresar públicamente lo que piensa. Asume sin amargura su expulsión de la universidad y los ataques verbales de la sociedad pacata y conservadora de Medellín, donde gobiernan finqueros que se apropian de las tierras de campesinos empobrecidos. Abad Gómez se rige por valores humanos y por la necesidad de cuestionar a una sociedad injusta y discriminadora. Su misión es “enseñar a pensar con libertad” porque “el mero conocimiento no es sabiduría”. Solo eso lo convierte en un marxista subversivo, “aunque nunca leí a Marx”, según confiesa en una entrevista. El filme de Trueba es importante no solo como testimonio del pasado sino del presente.

El robo del siglo (Argentina) de Ariel Winograd 

Sigue en mi lista El robo del siglo (2020) del argentino Ariel Winograd, con un título grandilocuente, diríamos “porteño”. Basado en hechos reales, empieza y termina con una tonada parecida a la de las películas de James Bond. Los asaltantes de un banco son pequeños trúhanes que no quieren hacerle daño a nadie, pero esperan hacerse suficientemente ricos como para vivir bien el resto de sus días.

El guion y los diálogos son precarios, se esfuerzan en afincar la tesis del ladrón bueno que roba a los ricos bajo la premisa atribuida a Bertolt Brecht (explicitada en una escena): “robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo”. Con eso, los Robin Hood de Winograd quedan perdonados de antemano para que el espectador simpatice con ellos. El filme le debe ideas a la saga de Ocean eleven, pero una cosa es la vocación comercial y otra la pretensión de llegar a las ligas mayores del cine, por mucho que quiera pisar las huellas de fortuna de La odisea de los giles (2019), cuyo trasfondo es más político. Este remedo no le aporta mucho al arte del cine, pero quizás a la industria.

Ni el risueño personaje que planea el robo, ni las peripecias familiares de los seis miembros del grupo, ni las torpezas que cometen, convencen, a pesar de las reiteradas referencias cinematográficas que quieren darle legitimidad de “buen cine” mostrando, al pasar, un afiche de Ciudadano Kane.

Agente topo (Chile) de Maite Alberdi

La cuarta película, la sobrevalorada Agente topo (2020) de la chilena Maite Alberdi podría ser el capítulo de un programa de televisión sobre la tercera edad, pero es inexplicable como candidata en un premio que busca calidad cinematográfica. Con la fachada de “documental”, muestra la vida en el interior de un asilo de ancianos donde uno de ellos actúa como “espía” (topo) para informar si son maltratados. La película sensibiliza sobre las condiciones de la vejez y de la soledad en el último tramo de la vida, y en un segundo nivel de lectura presenta una mirada sobre quienes saben que los están filmando desde la cuarta pared invisible que los involucra y exige un determinado comportamiento. Surge una cuestión ética: ¿sensibilización sobre la vejez o invasión impúdica de la privacidad? 

(Publicado en Página Siete el domingo 21 de febrero 2021)

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Un buen vino es como una buena película:
dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria;
es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas,
nace y renace en cada saboreador.
—Federico Fellini