No hay muchas personas que hayan atravesado transversalmente el cine boliviano de la manera que lo hicieron Luis Espinal y Norma Merlo. Desde que llegó a Bolivia hasta que lo asesinaron salvajemente en 1980, Espinal abrazó el cine boliviano en la producción, la crítica, la investigación, la cátedra y como promotor de actividades de cineclub. Norma Merlo, nacida en Argentina, llegó a Bolivia para convertirse en una actriz multifacética que transitó como merlo en el agua en obras de teatro y de cine, y fue además una dinámica impulsora de la Cinemateca Boliviana en su primera etapa, imprescindible en ese ambicioso proyecto.
Ahora que el 21 de marzo se conmemora el Día del Cine Boliviano en homenaje a Luis Espinal, me parece justo incluir a Norma Merlo, quien falleció este 14 de marzo, apenas una semana antes, habiendo regalado a Bolivia todo lo que sabía y todo lo que era como persona, mujer y artista.
Más allá de las obras de teatro y de cine en las que participó, en mi memoria se han fijado dos imágenes de Norma relacionadas con el inmenso apoyo que brindó a la naciente cinemateca: la veo en la boletería y en la pequeña oficina de la calle Pichincha y también la veo personificando a Charlot en las jornadas de lucha por la Ley de Cine o cuando era necesario hacer campaña en busca de fondos para la construcción de la nueva Cinemateca. Mientras Pedro Susz, introvertido e indescifrable, proyectaba su pensamiento en un horizonte lleno de desafíos, Norma se exhibía extrovertida y alegre para reclutar a esos amigos que tanto necesitaba el proyecto. La Cinemateca de La Paz (luego Cinemateca Boliviana), no existiría sin su trabajo tesonero.
Otro recuerdo más reciente viene a mi memoria: en julio de 2014, junto a artistas amigos de muchos años como Gil Imaná, Jorge Sanjinés, Antonio Eguino, Erasmo Zarzuela, Lorgio Vaca, Matilde Casazola, Quico Arnal, Luis Ramiro Beltrán, Alfredo La Placa, Guillermo Aguirre y David Mondacca, entre otros, Norma y yo recibimos una vistosa medalla y el título de Maestro de las Artes, que nos otorgó el Ministerio de Educación de Bolivia. En la imagen publicada en algún diario, ella aparece bromeando con los demás, distraída y despreocupada, sin fijar la vista en la cámara, como una niña que no se queda quieta el día de la foto para el anuario del colegio.
Sabíamos que Norma estaba enferma desde hace mucho tiempo y que su salud se había agravado en semanas recientes, pero no medimos la dimensión de su ausencia hasta que Pedro anunció que ese proceso tan largo y penoso había concluido. Antes de partir, Norma se vio rodeada del enorme cariño que manifestaron, durante varias semanas antes de su fallecimiento, todos los que la conocimos, tanto sus colegas del teatro y del cine, como sus amigos y los amigos de Pedro. Norma deja una hermosa huella de alegría y sorpresa.
Con el paso de los años uno tiende a olvidar la riqueza de los detalles que hacen de una persona un ser excepcional. Al compartir la hoja de vida de Norma, Pedro nos ayudó a recordar la amplitud de su obra artística.
Desde 1960, cuando comenzó su carrera artística en Argentina, participó en más de cincuenta obras de teatro, interpretando complejos personajes de Jean Anouilh, Bertolt Brecht, Jacques Prévert, Ionesco, Tennessee Williams, Oswaldo Dragún, García Lorca, Darío Fo, Auguste Strindberg o William Shakespeare, bajo la dirección de directores como Pedro Asquini, Andrés Canedo, David Mondacca, Marta Monzón, Carlos Cordero, Mabel Rivera, Maritza Wilde, Rose Marie Canedo y la querida Tota Arce, entre otros.
Luego de su llegada a La Paz en 1975 cruzó la calle del cine, y allí son memorables sus breves interpretaciones en largometrajes representativos de nuestra cinematografía, como “Amargo mar” de Antonio Eguino, “Cuestión de fe” de Marcos Loayza, “El día en que murió el silencio” de Paolo Agazzi y “El Atraco” del mismo director. Sin embargo, es un proyectos pequeños e independientes, y por tanto menos conocidos, donde Norma se explayó como actriz. En “El piso 24” de Pedro Susz, en “La ciega” de José Marchiori y en “Elegía” de Gioconda De Benedetti, tuvo papeles protagónicos que dejaron huella.
Para mi, no importa el soporte (sea celuloide, video o digital), sino las obras en las que contribuyó con cineastas que comenzaban sus trayectorias y que en parte gracias a Norma obtuvieron los premios de aliento que otorgaba en esos años la alcaldía municipal de La Paz. “Recorrer esa Distancia” (1988) de Francisco Ormachea, “Enigma de Fulgor” (1989) de Iván Rodrigo, “Don Quijote en la Ciudad de La Paz” (1989) de Jean Claude Eiffel, “Cuando tu te hayas ido” (1990) de Marcos Loayza y “Ese Sordo del Alma” (1990) de Raquel Romero, son algunas de las obras sobre las que escribí en un libro (todavía inédito) en aquella época pionera.
Recuerdo en particular su trabajo en el cortometraje de Marcos Loayza, “Cuando tú te Hayas Ido (Me envolverán las sombras)”. El bolero “Sombras” de Rosario Sansores y Carlos Brito Benavidez, así como “La Voz Humana” de Jean Cocteau y las “Memorias” de Olga Guillot, aparecen como una abultada bibliografía de respaldo para una idea simple, pero que no por ser sencilla es menos importante: llevar adelante la propuesta dramática en un solo plano fijo a lo largo del cual, delante de la cámara o fuera del encuadre, habla un personaje interpretado por Norma Merlo. Desde que este personaje pone en funcionamiento la cámara hasta que comete suicidio al final, transcurren 18 minutos en los que con pericia y madurez Norma Merlo logra mantener en vilo al espectador. Su personaje elabora, revive y expresa con profundidad un monólogo que deja sentir su dolor (o su ira), para refrescar su memoria, demasiado consciente de que lo hace por última vez.
Toda la obra descansa en la interpretación. El espectador entiende muy pronto que el personaje no se dirige verdaderamente a la persona ausente que ama. La cámara deja de importarle a la mujer, que olvida el aparato para acordarse de sí misma, y en múltiples ocasiones abandona el campo visual, pero sabemos que está allí por su voz que continúa ejercitando ese último derecho de réplica.
El mundo exterior está sugerido en el video por luces de color que parpadean en la ventana, por el sonido de los vehículos que transitan en la calle y por un televisor encendido en el fondo de la habitación. Pero la mujer se ha aislado de ese mundo exterior, lo necesita solamente como un ruido de fondo que, quizás, la hace sentir menos sola en su soledad existencial. Si bien uno de los méritos de la obra es haberla filmado en un plano fijo (que se echa a perder al final), su mayor fuerza radica en la solidez interpretativa de Norma Merlo. Ella sostiene la acción y la tensión que atraviesa el video. Con una actriz menos experimentada, hubiera sido un gran riesgo.
Norma se fue, pero entre bastidores, está mirando con una sonrisa traviesa a los que seguimos bregando en el escenario de la vida. Ella está más allá de nuestros afanes y nuestras pequeñeces.
(Publicado en Página
Siete el domingo 21 de marzo de 2021)