Sebastiana Kespi y su hija Emiliana |
En años recientes
estuve varias veces en Chipaya y siempre buscaba a Sebastiana. Mientras filmaba
el documental de largometraje “Amanecer chipaya” (2018), no dejaba de visitarla
y de incluirla en las actividades que desarrollamos mientras rodamos la
película. En cada caso ella participaba entusiasta y voluntariosa.
Imagen de "Vuelve Sebastiana" (1953), de Jorge Ruiz |
Desde La Paz, llamaba
de vez en cuando a Emiliana o al yerno de Sebastiana, para que me dieran
noticias de ella, que en los últimos años sufría de demencia senil. Una de las
veces que llamé fue con motivo de la desaparición de Sebastiana en las calles
de Oruro, a principios de noviembre del 2017. Había salido sola muy temprano el
jueves 2, y no había regresado a su casa. La noticia apareció en las redes y en
los medios, y muchos se movilizaron para buscarla. La policía colocó carteles
de “persona desaparecida”, con una foto antigua de ella. Ese jueves y viernes hablé
varias veces con Emiliana, que no tenía buenas noticias hasta que finalmente me
las dio el viernes 3 por la noche: la habían encontrado deambulando por la
calle Soria Galvarro. Deshidratada, tuvieron que hospitalizarla por unas horas.
Con Sebastiana en Santa Ana de Chipaya |
Tuve la suerte de
conocerla y de conversar con ella muchas veces cuando todavía su memoria no la
traicionaba, aunque poco recordaba su participación en la película
emblemática “Vuelve Sebastiana” (1953) de Jorge Ruiz, sobre un guion de Luis
Ramiro Beltrán, cuando tenía 10 años de edad. O quizás le daba pereza responder cuando le preguntaban sobre esa etapa de su vida que la hizo famosa. Lo
de “famosa” no deja de ser una ironía, pues todos se olvidaron de ella durante
varias décadas, mientras Sebastiana vivía pobremente en Chipaya, y pasaba la mayor
parte del tiempo en casa de su hija Emiliana.
En mayo de 2015 la
Cinemateca Boliviana le hizo un merecido homenaje. Me senté a su lado mientras
veíamos la película de Jorge Ruiz, que ella veía -según me dijo- por primera
vez, aunque otras versiones indican lo contrario. Durante la proyección se mantuvo
atenta, con la vista fija en la pantalla. Al finalizar le pregunté sobre sus
impresiones y respondió: “Ahí vive mi papá, ahí vive mi mamá, por eso estoy
llorando”. Quería decirme que sus padres vivían todavía en la pantalla. Para ella, eso era magia. Luego retomó el
hilo que más le interesaba de la conversación: “Algunos me dicen, usted tendría
que tener un sueldo, por qué no tiene sueldo”. No supe qué responderle. “No tengo sueldo, quiero morir”, me dice, pero
esta vez sonriendo con cierta picardía, como si todo fuera un juego para
victimizarse.
Llegó aquella vez a
La Paz con su única hija mujer. Además, tiene un hijo varón y diez nietos. Dos
de ellos viven en Antofagasta, donde ha ido a visitarlos varias veces. Me
contó que de allá traía algo de dinero para comprar arroz en Oruro. Por lo
demás, sobrevivía de las 25 ovejas que tenía, el equivalente de una cuenta
bancaria: “Yo sigo pastoreando, llorando, llorando”, me decía. Elaboraba queso con
la leche de las ovejas, pero “en marzo la tierra se seca y las ovejas ya no dan
leche”. Los meses buenos son de junio a febrero, cuando llueve. Luego las ovejas
se secan como la tierra.
Por iniciativa del
diputado Santos Paredes de la Comisión de Naciones y Pueblos Indígena
Originario Campesinos, Cultura e Interculturalidad de la Cámara Baja la
Asamblea Plurinacional, recibió una medalla vistosa. Me la mostraba con cierto
orgullo, pero al mismo tiempo decía con sorna: “Qué voy a hacer con la medalla,
mejor me hubieran dado platita”.
Jorge Ruiz, con quien
conversé tantas veces, solía decirme: “En toda mi carrera de cineasta, sólo he
hecho, unas cuatro películas de mi propia voluntad, todas las demás han sido encargos”.
Entre ese puñado de películas propias, Ruiz citaba Vuelve Sebastiana, considerada por muchos su obra más importante.
Sebastiana me contaba
que el maestro de la escuela de Santa Ana de Chipaya la había “prestado” a Ruiz
por sus buenas notas, pero no recordaba cuánto duró la filmación: “una semana,
dos semanas ¿o un mes será?”. Todo eso que importa tanto a los cinéfilos, a
ella la tiene sin cuidado. No recuerda sino tres momentos de la filmación: las
escenas donde aparece pastoreando ovejas, aquellas tomas que se filmaron en
Sabaya, y también la escena de la muerte del abuelo que se aventura en el
altiplano para buscarla. Cuando le pregunté sobre la muerte del abuelo, me contó
que lloró de verdad, no fingió. “De verdad he llorado, pues”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque se ha
muerto”, responde. “Pero si no ha muerto de verdad”, insistí. “Igual he
llorado. Vas a llorar me han dicho, entonces he llorado”.
Filmación de "Amanecer chipaya" |
El periodo que más
frecuenté a Sebastiana fue en 2017 cuando filmé “Amanecer Chipaya”, con un
equipo reducido a Freddy Delgado y Marcos Machaca como camarógrafos (ambos se
turnaron), y Ramiro Valdez como sonidista. La película nació de la iniciativa
del Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático (SIFDE), del Órgano
Electoral Plurinacional. El SIFDE tuvo
la iniciativa de documentar los tres primeros procesos de autonomías indígenas originario
campesinas, consagradas en la Constitución Política del Estado de 2009. Charagua
Iyambae, Uru Chipaya y Raqaypampa fueron, en nueve años, las únicas naciones
indígenas que accedieron a su autonomía.
Lo que tenía que ser
un sencillo registro de 15 o 20 minutos (el presupuesto no alcanzaba para más)
se convirtió en un documental de largometraje porque me enamoré de los Chipayas
y sentí mucha empatía con ellos por su historia, su cultura y sus condiciones
de vida, que están plasmadas en la película. Pero además la filmación me dio la
oportunidad de rescatar la figura de Sebastiana y devolver a los chipayas parte
de su memoria. Siempre tuve en mente que además de cumplir con el SIFDE, debía
hacer un documental que sirviera a los propios chipayas y a las futuras
generaciones, como unas páginas de su libro de historia.
Sebastiana Kespia y Paulino Lupi |
Sebastiana ya había
recibido homenajes y medallas, pero nadie sabía (ni preguntaba) lo que había
sucedido con Paulino, el niño aymara que protagoniza con ella la película de
Jorge Ruiz. Un día, conversando con ella en el patio de su casa, le pregunté
qué había sido de la vida de Paulino, y su respuesta me sorprendió. Entre risas
me dijo: “No es aymara, es chipaya, del ayllu Manazaya, vive en la esquina de
la plaza”. Solo podía ser una esquina, ya que la escuela, la alcaldía y una
tienda ocupan tres esquinas. Lo fui inmediatamente a buscar en una humilde casa
azul y encontré a un Paulino López (ya no Lupi), bonachón que me recibió con
una mirada cristalina y una gran sonrisa. Paulino confirmó que Jorge Ruiz había
pedido “prestados” a los dos mejores alumnos de la escuela, y que el profesor
había seleccionado a ambos.
El “descubrimiento”
de Paulino ha sido en mi vida de cineasta tan importante como el
redescubrimiento de José María Velasco Maidana en Houston el año 1975. Dos
satisfacciones enormes como cineasta y como historiador del cine. Paulino se
queja, con razón, que ha sido olvidado por todos, nadie le hizo hasta ahora el
homenaje que se merece. Es una promesa que le hice y que quiero cumplir.
Sebastiana Kespia y Paulino Lupi |
Las nuevas
generaciones no habían visto nunca “Vuelve Sebastiana” en Santa Ana de Chipaya,
de modo que como parte de la filmación organizamos una proyección en el
auditorio del colegio. En primera fila estaban Sebastiana, Paulino y los
dirigentes de los ayllus. Filmamos sus rostros mientras veían el film y al día
siguiente “me presté” de nuevo, seis décadas más tarde, a Sebastiana y a
Paulino para filmar con ambos unas cuantas escenas que reproducen aquellas en
las que se los ve juntos en la película de Jorge Ruiz. Fue emocionante para el
equipo de filmación pedirles que repitieran lo que habían hecho tantos años
antes, y lo hicieron de buen gusto, como cómplices divertidos. Esas escenas también
están incluidas en la edición final del documental.
Esta vez Sebastiana
se fue para no volver. La recordaré siempre en movimiento, participando en
todas las actividades de su pueblo, haciendo fila para votar y bailando el día
de las elecciones de autoridades originarias en el ayllu Wistrullani, siempre
con una sonrisa un poco pícara.
(Publicado
en Página Siete el domingo 27 de octubre 2019)
______________________
Momentos que desde que uno los vive parecen viejos recuerdos.
—Luis Ignacio Helguera