Entré a ver “Fuertes”
con la mejor disposición, atraído por la historia de 600 stronguistas
(jugadores y simpatizantes) que cuando estalla la Guerra del Chaco con Paraguay
en 1932, deciden enlistarse en el ejército boliviano y formar parte de un
destacamento que tendrá la misión de defender Cañada Esperanza (hoy Cañada
Strongest).
No soy ni aficionado
ni conocedor de fútbol (aunque por invitación de Ricardo Bajo he escrito a
cuatro manos con Carlos D. Mesa un cuento para el libro que celebró el
centenario de The Strongest), y tampoco me gustan las narraciones que rebalsan
patriotismo, pero me atrajo la perspectiva de ver cómo los directores de la
obra habían logrado tejer el entramado del fútbol y de la guerra, a partir de
una historia real, no muy lejana en el tiempo.
Luego de 115 minutos
de proyección, casi dos horas, salí de la sala con impresiones y sentimientos
encontrados, tratando de buscar los hilos de la historia para poder comentar
esta obra que es representativa de las nuevas corrientes en el cine boliviano.
Recordé a Henri
Langlois, el fundador y director durante muchos años de la Cinémathèque Française, quien alguna vez afirmó que solía ver las
películas sin sonido, para apreciar mejor la calidad del relato. Puede parecer
un extremo, ya que en el cine tiene tanta importancia la imagen como el sonido,
pero fue inevitable pensar en esa aseveración cuando lo primero que uno nota en
el film es la voz en off que narra demasiado, y lo segundo, una música imprudente,
que pretende un papel protagónico en el filme, pero no ayuda al conjunto.
El argumento
desarrollado por Salazar y Traverso es rico en anécdotas, muchas de ellas
basadas en hechos reales, lo cual es muy atractivo desde el punto de vista
histórico y biográfico. La sola mención, por ejemplo, de Juan Lechín en su
época de crack del fútbol, emociona. Sin embargo, sobre las precisiones
históricas me remito al formidable comentario que hizo del film Ricardo bajo,
alguien que realmente conoce el tema y que podía haber sido consultor en la
producción.
Sigo. Ciertos
personajes son más creíbles que otros… Con esto quiero decir que algunos actúan
con mayor naturalidad y otros tienden a la caricatura, pero ya sabemos que un
actor es alguien que puede modelarse, y que al final, la responsabilidad de la
dirección de actores recae sobre los autores de la película, aunque en este
caso pareciera que cada actor tuvo mucha libertad de interpretar su personaje a
su manera (quizás por eso el Víctor Zalles de Luigi Antezana resulta un tanto
caricatural).
Veo mis notas,
tomadas en la oscuridad de la sala (no como Julio de la Vega, que tenía una
puntabola con luz), y rescato lo bueno de este film que es un tributo sincero a
un episodio histórico importante para los bolivianos, y que está motivado por
valores humanos fundamentales: la amistad por encima de todo, el amor a la
patria, el coraje frente a la muerte, el valor de la familia, etc. El personaje
principal encarna todo eso. Mariano Velasco Romero (Christian Martínez) es un
joven absolutamente bueno, estudioso, esforzado y apasionado. De esos que se
enamora cuando niño y cultiva ese amor toda la vida. Con la misma fidelidad y
pasión se une a The Strongest o marcha a la Guerra del Chaco. Es un personaje perfecto, sin contradicciones.
El “arco dramático”
(una expresión que les gusta usar a mis estudiantes de cine) tiene una
progresión lógica, aunque en su primera parte muy larga y reiterada. Para
establecer la personalidad del personaje, su relación con quienes lo rodean y
el contexto de Bolivia en aquellos años, asistimos a numerosos entrenamientos,
partidos y campeonatos de fútbol entre barrios (San Pedro versus Los Obrajes, y
otros). Tantos, que se llevan la mitad del film, hasta que aparecen las
primeras alusiones a la Guerra del Chaco.
En el esquema de un
filme convencional, el clímax del arco dramático es la ruptura que se produce
cuando el fervor patriótico hace que todo el equipo de The Strongest y 600
fanáticos del club sigan la consigna de “pisar fuerte en el Chaco”. Y en la
segunda parte del film, transcurrida ya una hora de proyección, lo hacen al
grito de ¡Huarikasaya K’alatakaya! mientras salen del túnel de Cañada Esperanza
(como si salieran del túnel del estadio) dispuestos a dar lo mejor de sí mismos
en una de las pocas batallas ganadas por Bolivia. Allí se reiteran escenas de
solidaridad y de amistad que se proyectan más allá del sentido de pérdida y de
muerte, y no cabe duda de que son escenas enternecedoras, de mucha carga
emocional. Lamentablemente, todo ello con muy poco análisis crítico, que es más
o menos obligatorio cuando se hace una reconstrucción histórica y se mencionan
nombres y hechos reales. Los jóvenes que marcharon al Chaco manipulados por
gobernantes irresponsables y carentes de estrategia y logística, fueron
empujados por un patriotismo sin respaldo real, a una muerte que su entusiasmo
no podía evitar. Hay escenas que sugieren esa falta de apoyo a quienes estaban
en el frente (falta comida, agua, armas), pero todo ello con tanta sutileza que
pasa desapercibido.
El filme está narrado
con una fotografía y con encuadres y movimientos de cámara magníficos, y una
“paleta de color” (otra expresión que usan mis estudiantes) que refleja el
imaginario que nos transmiten las fotos antiguas, amarillentas porque con el
tiempo el químico del fijador tiende a homogenizarlas. Me saco el sombrero dominguero para saludar la
fotografía de Gustavo Soto, la producción de Pilar Groux, la dirección de arte
de Serapio Tola y el vestuario de Melany Zuazo, realmente impecables. Todas las
locaciones de filmación son estupendas, y se agradece las interpretaciones
mesuradas de Fernando Arze, Christian Martínez, Christian Vázquez y Reynaldo
Pacheco, actores con mucha experiencia.
Entonces, si todo
parece tan “en su lugar”, ¿por qué salgo de la sala con la sensación de que me
falta algo? Quizás porque todo está demasiado prolijo y carente de
contradicciones, y a la vez narrado en un estilo de telenovela donde las
actuaciones de algunos personajes dejan la impresión de ajustarse a la pequeña
pantalla. Así como he identificado más arriba las fortalezas en el argumento,
en la fotografía, producción y dirección de arte, quiero mencionar las que a mi
juicio son debilidades: el comentario en off excesivo con datos que no
interesan en la propuesta dramática (la historia minuciosa de los campeonatos
de futbol), la música omnipresente y melosa que impregna la cinta buscando
protagonismo propio (sin desmerecer que la composición pueda ser de calidad), la
falta de una mirada crítica sobre la guerra, y algunas actuaciones y diálogos
poco convincentes.
A pesar de sus
limitaciones, “Fuertes” es una película boliviana que hay que ver porque se
suma a un puñado de producciones recientes muy significativas de una nueva
etapa profesional en nuestra cinematografía, que no ha perdido su vocación
social. Pienso en “Muralla” de Gory Patiño, “Lo peor de los deseos” de Claudio
Araya o “Cuando los hombres quedan solos” de Fernando Martínez, entre otras
dignas de ser vistas y comentadas.
(Publicado en Página Siete, el domingo 10 de noviembre 2019)
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Aprendamos a esperar siempre sin esperanza;
es el secreto del heroísmo.
— Maurice Maeterlinck