Peter Beard ©AlfonsoGumucio |
Peter Beard apareció muerto en un bosque de Nueva York, luego de 19 días de estar desaparecido. Era famoso por sus fotografías de la vida salvaje en África, y de hermosas mujeres para revistas de moda. Tenía 82 años de edad cuando falleció el 19 de abril de 2020. La familia dijo: "Murió donde vivió: en la naturaleza”.
Ha pasado un año desde entonces. Ya estábamos en plena pandemia cuando me enteré de su muerte a través de unas pocas líneas que encontré por casualidad en una búsqueda de internet durante mi confinamiento colombiano. La muerte de Peter Beard me impactó por la manera como ocurrió y porque lo conocí en París el año 1996. Atesoro uno de sus libros de fotografía, que me dedicó no solamente con una felicitación por la Navidad que se aproximaba, sino con el dibujo que hizo rápidamente de una palmera y un elefante, y nada menos que su huella digital impresa sobre el dibujo. Todavía vivía en Kenia, pues añadió a la dedicatoria su dirección postal.
Su cuerpo fue hallado en un bosque cercano a su residencia en la localidad de Montauk, en el extremo oriente de Long Island, a tres horas de Manhattan. Aunque en ese momento el jefe de la policía de East Hampton, Christopher Anderson, dijo que no se había determinado aún la causa del fallecimiento, y no descartó ni un suicidio ni un acto criminal, pero luego se supo que murió probablemente de un ataque cardiaco mientras se extraviaba voluntariamente en el bosque, como lo había hecho tantas veces anteriormente.
Aunque en los últimos años de su vida sufrió de demencia senil, yo lo conocí lúcido, en el apogeo de su carrera, cuando le llovían reconocimientos y el Museo Nacional de la Fotografía, en París, montó una retrospectiva de su obra: “Carnets Africains”. Era una persona encantadora, de esas que combinan en su trayectoria la pasión por el arte y por la aventura. También era consciente del mito que había labrado a lo largo de varias décadas, de modo que cuando le hice algunos retratos adoptaba las poses adecuadas. Tenía entonces 58 años de edad, pero seguía siendo un hombre sumamente apuesto, de rasgos finos y una sonrisa encantadora. Diez años después de nuestro encuentro, la editorial de libros de arte Taschen le dedicó una monumental monografía de 616 páginas, consagrándolo definitivamente. Esa edición que es un ítem de coleccionista, cuesta ahora 12 500 dólares. La cuarta edición, de 2020, cuenta con 770 páginas de fotografías.
Nacido el 22 de enero de 1938 en una familia acomodada de Manhattan, gozó de una educación de alto nivel pues se graduó en la Universidad de Yale en 1961, donde tuvo como compañeros de estudio al artista Josef Albers y a Vincent Scully, experto en historia del arte. Hizo su primer viaje a África cuando tenía 17 años y al terminar sus estudios universitarios, viajó a Dinamarca donde fotografió a Karen Blixen, la autora de la novela Out of Africa que tuvo un impacto en su carrera como fotógrafo. Años después compró en Kenia 18 hectáreas (que bautizó como Hog Ranch), que colindaban con la plantación de café en la que la escritora danesa había vivido durante su estadía en África. El escritor Bob Colacello lo describió como “medio Tarzán, medio Byron”, y otros lo comparaban con Casanova o Hemingway, porque tenía un poco de todos ellos: aventurero, poeta de la imagen y seductor de mujeres bellas.
Beard obtuvo reconocimiento internacional por sus fotos de la vida salvaje en África, donde trabajó durante décadas mientras vivía en un campamento en Kenia, donde aprendió a hablar Swahili. Tuvo varios accidentes a raíz de su pasión por fotografiar de cerca a los animales. Un elefante lo atropelló partiéndole la pelvis en cinco.
Parte de su obra fotográfica africana se publicó en el libro The End of the Game (1965) cuyo título tiene un doble sentido, ya que “game” significa al mismo tiempo “juego” y “cacería”. Defensor de los animales y de la naturaleza, en las fotos seleccionadas para su libro mostraba la belleza de África, pero también la tragedia de sus especies en peligro de extinción, especialmente el elefante, como el que dibujó rápidamente en la dedicatoria de otro libro.
Sus fotografías y más de un centenar de diarios con fotos, recortes, manchas, etiquetas de productos, insectos y objetos incrustados, son obras de arte con las que hizo la crónica de la destrucción de los bosques, de los humedales y de las sabanas, así como la muerte de miles de elefantes y otros animales que llamaban hogar a esos hábitats. “Lo que más me sorprende”, dijo alguna vez, “es que estamos tan dispuestos a perder cosas que nunca podremos recuperar; más aún, parecemos empeñados en nuestra propia destrucción. Es fascinante “.
Beard se mantuvo en parte a través de encargos para revistas como Vogue, tomando fotos de Naomi Sims en la espalda de un cocodrilo y de Veruschka von Lehndorff atando a un rinoceronte. Fotografió a los Rolling Stones de gira y solía consumir cocaína con Keith Richards.
En la última etapa de su vida artística,
realizaba complejos foto-montajes en los que a veces incluía recortes de
periódicos y su propia sangre para subrayar la violencia. Le interesaba mucho
la pintura, y compartía esa afición con su vecino de Montauk el cineasta y
pintor Julian Schnabel, quien a su muerte pintó seis cuadros en memoria de
Beard.
Era un bon vivant que durante muchos años frecuentó a personajes del jet set internacional, como Andy Warhol, Jonas Mekas, Francis Bacon, Truman Capote, Salvador Dalí o los Rolling Stones. No solo fotografiaba animales salvajes, sino mujeres bellas. Estuvo casado con la modelo Cheryl Tiegs y tuvo romances con varias otras mujeres, como Lee Radziwill, la hermana de Jacqueline Kennedy, a raíz de su trabajo como fotógrafo para las revistas de moda: “lo último que queda en la naturaleza es la belleza de las mujeres”, dijo alguna vez.
En la naturaleza vivió y murió. “Tenía la esperanza de que nunca lo encontraran”, dijo en una entrevista su sobrino Alex Beard. “Ese habría sido el epitafio perfecto”.
(Publicado en Página Siete el domingo 18 de
abril de 2021)
______________________________La fotografía es un secreto de un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes.—Diane Arbus