(Publicado en Página Siete el domingo 9 de mayo de 2021)
En varias oportunidades he criticado, con la mayor honestidad, algunos aspectos de la gestión del ex alcalde Luis Revilla, en particular: a) no haber aprovechado el primer año de pandemia (sin tráfico) para terminar a tiempo las obras viales de Miraflores y Sopocachi, b) no hacer respetar las reglamentaciones de construcción, dando pie a edificaciones fuera de norma, o que las violan mediante autorizaciones “truchas” de la propia Alcaldía, c) no haber podido despejar a los comerciantes que ocupan las calles con sus puestos, impidiendo el paso de peatones y vehículos (en vano se hizo “peatonal” la calle Comercio, hoy es un asco), d) no haber limpiado los ríos mediante un sistema de saneamiento y reciclaje permanentes, y sanciones a los infractores, e) no haber detenido y procesado a loteadores que aplanan los cerros que rodean la ciudad, alterando su fisonomía y poniendo en peligro la estabilidad del suelo f) no habernos librado de la maraña de cables que saturan los postes y que suelen aniquilar los árboles públicos, salvajemente mutilados por las empresas para dar prioridad a sus cables sobre el bienestar colectivo de la ciudad.
Sin embargo, sería injusto dejar de reconocer aquello que ha sido positivo en una década de gestión continua del alcalde Revilla, del Concejo Municipal (con gente extraordinaria como Pedro Susz), y de todos los trabajadores del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP). Se ha hecho mucho, ha sido una de las mejores alcaldías que ha tenido esta ciudad.
Lo más evidente, aquello que los ciudadanos disfrutamos más, es el Puma Katari, el servicio de autobuses municipales con paradas fijas, limpios y cómodos. El resultado del Puma Katari no es solamente un mejor transporte público, que gradualmente debería remplazar a los desordenados y caóticos minibuses privados, sino además su impacto sobre la educación y la cultura ciudadanas, algo similar a lo que sucedió desde 1995 en Medellín, cuando se inauguró el metro: los ciudadanos aprendieron a hacer fila, a mantener limpio el espacio público y, sobre todo, a respetarse entre sí. Ese es un logro irreversible. En tiempos de pandemia, con ocupación del 50%, el Puma Katari se convirtió en el transporte ideal para quienes queremos cuidarnos del virus. Los ciudadanos lo defendimos contra el vandalismo organizado del MAS, nunca sancionado por las leyes.
Las ideas buenas hay que adoptarlas. Así como el Puma Katari se inspira en el Transmilenio colombiano que se ha replicado en un centenar de ciudades de América Latina, también se adoptaron en La Paz algunas iniciativas de cultura ciudadana de uno de los mejores alcaldes que tuvo Bogotá, Antanas Mockus, para alentar creativamente la educación vial, tanto de conductores como de peatones. El programa de las cebras es innovador y ha sido replicado con particularidades propias en otras ciudades de Bolivia, aunque no con el mismo éxito. Incluso en La Paz, queda mucho por hacer con las cebritas, que no siempre están donde son necesarias.
Las cebras significaron empleo para muchos jóvenes, al igual que los espacios de estacionamiento en zonas determinadas de la ciudad. En lugar de colocar parquímetros automáticos, la alcaldía privilegió el empleo de jóvenes y generó recursos para pagarles. Así logró que los conductores entendieran que el espacio público tiene un costo, no es cuestión de dejar el vehículo en cualquier lado. A ello se sumaron iniciativas como el Día del Peatón (una vez al año es muy poco) o los domingos de ciclovías, aunque éstas con una extensión muy limitada (Bogotá tiene 550 kilómetros de ciclo rutas permanentes y 117 kilómetros de ciclovías temporales, creadas en plena pandemia).
Se han hecho esfuerzos de educación ciudadana a través de la separación de basura, aunque en muy pequeña escala. Los contenedores grandes eran indispensables, así como un sistema de recolección y separación eficiente. ¿Cómo pudimos vivir sin ello tantos años? Se han creado plantas industriales para procesar desechos orgánicos y convertirlos en abono, de desechos sólidos para reciclarlos, y de desechos de construcción para producir losetas. La ciudad se ha modernizado con empresas municipales como EmaVerde y Emavías, así como el sistema de hospitales del municipio (que han sido indispensables durante la pandemia).
Los “barrios de verdad” no solo generaron empleo temporal, sino que embellecieron sectores abandonados que carecían de infraestructura mínima. Se pavimentaron calles, mejoraron servicios públicos, construyeron infinitas gradas para integrar los barrios al centro de la ciudad, habilitaron espacios deportivos y culturales. La crítica que se le hace al programa es que legalizó (de hecho) construcciones fuera de norma y premió a los loteadores que terminan saliéndose con la suya, y que la alcaldía no sanciona porque no actúa de oficio, sino solo cuando hay denuncias.
Desde mi perspectiva de ciudadano cercano a las artes, el sector de la cultura recibió un apoyo nunca antes visto en la historia del gobierno municipal. Además de los concursos que proporcionaron fondos semilla para la producción artística, la Secretaría Municipal de Culturas (SMC) coordinó e impulsó la realización de actividades culturales en todos los ámbitos, gracias a la visión y carisma de Andrés Zaratti Chevarría y de su predecesor, Walter Gómez.
Una de las joyas en la corona de laureles de la cultura municipal es la revista Jiwaki, que con tanto amor produce Fernando Lozada, animador cultural por excelencia. El contenido y el diseño de la revista (de distribución gratuita) pueden competir con cualquier revista cultural en el mundo. Cada página de la edición está producida con especial esmero. Y no se queda atrás la “mini” agenda Jiwaki, el programa de bolsillo de actividades culturales que cada mes nos permitía acceder a toda la oferta cultural de la ciudad, no solo aquella de la alcaldía.
Fue también un acierto el liderazgo de Mabel Franco en el ámbito de las artes escénicas. El teatro ha sido lastimosamente una obra de titanes en Bolivia, pero gracias al impulso que se le ha dado en estos años en La Paz los escenarios estaban siempre ocupados con obras de interés. Esa gestión se cierra con broche de oro al bautizar el Teatro de Cámara del Teatro Municipal con el nombre de Norma Merlo.
En un plano más personal, el Gobierno Municipal honró a mi padre en 2014 con el título póstumo de Hijo Predilecto de la ciudad de La Paz (la segunda vez que esa distinción se otorgaba a una persona), colocó una placa conmemorativa junto a su tumba en el Cementerio General (otro espacio embellecido por la gestión municipal) y en la plaza que lleva su nombre en la calle 22 de Achumani. En el Salón Rojo del Palacio Consistorial se presentó la biografía que escribí sobre mi padre, El ingeniero descalzo, en una sesión de honor con palabras del alcalde Luis Revilla y de mi amigo Carlos Mesa. En 2019, fui honrado junto a otros artistas y productores de la cultura con la Tea de la Libertad.
Los resultados de una gestión de diez años superan con creces las deficiencias. Revilla entrega una alcaldía modernizada, con una batería infinita de normas y reglamentos, que son como las bóvedas de los ríos, obras escondidas que no atrapan la mirada como las plazas, puentes y espacios de esparcimiento, pero sirven como fundamentos de una mejor ciudadanía. Es cierto, también le entrega a Iván Arias una alcaldía con deudas, en parte atribuibles a la pandemia.
Ahora que Revilla culminó su mandato y que el
Negro Arias asumió la Alcaldía, queda sugerirle a este último que con humildad
y sabiduría sepa llenar la huella que dejó el primero, y si es posible, hacerla
más grande como desafío para las próximas gestiones. Más allá de cualquier
color partidario, los chalecos amarillos inspiran el respeto de los ciudadanos.
No se debe abolir ese símbolo.