Las notas de prensa ya han dicho de Antonio Peredo lo que era necesario decir sobre su vida pública: hermano mayor
de “Inti” (Guido) y “Coco” (Roberto), dos aguerridos guerrilleros que lucharon
junto al Ché Guevara, y de “Chato” (Oswaldo), líder de la guerrilla de Teoponte
en 1970. Hombre de izquierda, primero del Partido Comunista, luego fundador y
senador del MAS, Antonio fue candidato a la vicepresidencia junto a Evo Morales
en las elecciones de 2002. Periodista y profesor en la universidad, autor de varios
libros, centenares de artículos… Nació en 1936 y acaba de fallecer a sus 76
años de edad el sábado 2 de junio.
Todo eso ya está dicho, pero yo quiero
recordar aquí algunas circunstancias que nos tocó vivir juntos, ya sea en el
exilio en México y Nicaragua, o en
Bolivia.
Maria Martha, Hugo Fernandez y Antonio en Tacubaya, 1980 |
La primera imagen que viene a mi memoria se
remonta a nuestra llegada a México en calidad de exiliados de la dictadura de
García Meza, en 1980. Recuerdo un departamento nuevo y vacío en la Colonia
Tacubaya, un barrio entonces y ahora marginal y por lo tanto más barato. No
teníamos mucho: colchones sobre el piso (uno prestado por mi amigo "Guajo" Rebollar), y una sencilla mesa redonda para las
comidas, donde nos sentábamos cuando llegaban de visita los amigos.
El exilio, ya se sabe, es empezar de
nuevo. Todo lo que uno haya logrado en su vida anterior parece que no cuenta,
ni la experiencia ni el prestigio. Así, en esa sencilla morada en Tacubaya, que
las dos parejas compartimos durante unos meses, pasamos momentos difíciles. Un
dato resume mi recuerdo de esa etapa: en el supermercado me parecía que el
precio de un paquete de mantequilla era exorbitante, algo inalcanzable.
La siguiente imagen es anterior, en
Bolivia. Fuimos colegas en el semanario Aquí y vivimos los avatares de la
represión, por apoyar ese proyecto de periodismo independiente y combativo. La
experiencia de publicar en el semanario Aquí –fundado el 17 de marzo de 1979-
fue fundamental para todos los que en esa etapa crítica de la vida política de
Bolivia, colaboramos con Luis Espinal. Escribíamos en el semanario Edgardo
Vásquez, René Bascopé, Lupe Cajías, Coco Manto, Remberto Cárdenas, Gastón
Lobatón, Raúl Butrón, José
Alcócer, mientras entre bastidores obraban Xavier Albó, Eric Wasseige, Amparo
Carvajal, y otros de la asamblea. Antonio era el Jefe de Redacción, y luego fue
director. Cuando los esbirros de García Meza y de Arce Gómez secuestraron,
torturaron y asesinaron a Luis Espinal de manera tan salvaje, Bascopé asumió
como director. Pero apenas cinco meses después, cuando vino el golpe del 17 de
julio, Antonio Peredo, Bascopé, Coco Manto y yo tuvimos que asilarnos en la
Embajada de México.
Luego de un par de meses en la residencia
diplomática, por entonces a cargo del embajador Plutarco Albarrán, nos
enteramos que el Ministerio del Interior tenía una lista de seis personas a las
que pensaba “congelar” en la embajada. En esa lista estábamos Antonio Peredo,
Cristina de Quiroga (acababan de asesinar a Marcelo), el dirigente fabril Luis
López Altamirano, el diputado Alcides Alvarado y alguien más que no recuerdo en
este momento. Nos pasaron el dato de que el coronel Luis Arce Gómez habría
dicho “que se pudran, no les vamos a dar el salvoconducto para salir a México”.
El salvoconducto llegó finalmente, pero
yo ya no estaba allí. Impaciente, decidí organizar mi salida clandestina por la
frontera peruana y luego de unas semanas de avatares que no vienen a cuento
ahora, volvimos a encontrarnos en México con Antonio y María Martha, para
convivir en el departamento de Tacuyaba durante unos meses, hasta que Mauricio
Antezana y Soledad Quiroga me dejaron el estudio que tenían en la avenida Félix
Cuevas, en la Colonia del Valle.
Otro flash
back alumbra la memoria. Después del asesinato de Espinal y poco antes del
golpe militar de julio 1980, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de
Bolivia, que por entonces presidía Julio Tumiri o Gregorio Iriarte, me encargó
preparar un libro sobre la vida de Luis Espinal. Me metí durante varias semanas
en los archivos de Lucho, en la casa de Miraflores, para reunir información y
le pedí a Antonio Peredo que escribiera el capítulo sobre la actividad de Lucho
en el periodismo. Xavier Albó escribió sobre Lucho sacerdote, Gregorio Iriarte
sobre el asesinato, y yo sobre su actividad como cineasta (que años más tarde
amplié en el libro Luis Espinal y el cine).
También entrevisté a Antonio para una película documental que comencé a filmar,
y que quedó interrumpida por el golpe.
Luis Espinal, en el corazón del pueblo de Bolivia |
El libro que coordiné en un tiempo record
se publicó en Lima en 1981, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo. Por razones de seguridad salió sin los
nombres de los autores, pero para la historia debe quedar establecido que el
capítulo sobre la labor de Luis como periodista lo escribió Antonio Peredo. Una
segunda edición se publicó en España, en 1982, con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América.
Nunca vi siquiera un ejemplar de esa edición.
México fue para Antonio y para mi la
primera etapa del exilio. La segunda fue Nicaragua, donde ambos volvimos a
coincidir para participar y disfrutar del proceso inicial de la revolución de
los sandinistas. Antonio trabajaba como periodista en la Agencia Nueva
Nicaragua, y yo en un proyecto de cine Súper 8 en la Central Sandinista de
Trabajadores (CST). Comprometerse en los primeros años de ese proceso político
innovador fue una experiencia privilegiada.
Con el regreso a la democracia volvimos a
coincidir muchas veces en La Paz, ya sea en torno al semanario aquí o en otras
actividades. Cuando era diputado y luego senador, nos citábamos en el
“mentidero” (el Café de Club de La Paz, en la Avenida Camacho), para ponernos
al día.
También nos volvimos a encontrar “virtualmente”,
si se puede decir, en las páginas de Bolpress, donde algunos “ex” del semanario
Aquí seguimos colaboramos de buena gana. Antonio publicó allí más de 150
artículos desde el 15 de mayo del 2003.
Durante los años más recientes, María
Martha me hacía llegar regularmente, desde el correo miradass1@hotmail.com, los textos que
escribía Antonio sobre la política boliviana e internacional. No recibí ninguno
nuevo en las últimas semanas, pero no le di mayor importancia, pues no sabía que
Antonio estaba enfermo.
En sus artículos pude seguir desde lejos
el pensamiento de Antonio. Había algunos que eran más que opinión, por ejemplo
aquella iniciativa de reconstruir la biblioteca del Ché. Antonio extrajo del
diario del Ché una lista con 109 títulos, muchos de ellos leídos por el
comandante guerrillero en Bolivia, entre noviembre de 1966 y septiembre de
1967. La lista incluye varios autores bolivianos. No sé si la iniciativa
prosperó.
Antonio Peredo en la clausura del seminario sobre radio local, 2009 |
En alguno de
esos mensajes me escribió un comentario: “Ciertamente los ’60 ya nos anunciaban
estas plagas. ¿No se estarían preparando entonces, mientras nosotros soñábamos
con la construcción de una nueva sociedad? Eso nos está diciendo que
ésta, es parte de aquella guerra total contra el sistema.” En otro, de marzo 2009, me agradece una nota de solidaridad que le
envié cuando fue víctima de las intrigas palaciegas de Alvarito, el Robespierre
de Alasitas que funge de vicepresidente.
A fines del 2009, cuando Antonio era todavía
senador del MAS, lo invité a la clausura del seminario internacional sobre
Políticas y Legislación para la Radio Local en América Latina. Era un seminario
importante, porque quienes lo organizamos (Karina Herrera, Erick Torrico, José
Luis Aguirre, Cecilia Quiroga y este servidor) pretendíamos proporcionar
insumos para que el Estado pudiera avanzar en el diseño de una ley general de
comunicación. El esfuerzo que realizamos no mereció la atención del gobierno
del MAS, cuyos representantes no se dignaron asistir. En cambio sí lo hizo Antonio, que estuvo el día de la
clausura.
TIPNIS, OpArt de Kathiana Cardona |
Compartíamos una perspectiva similar
sobre la necesidad de una ley de comunicación en Bolivia, y nuestras opiniones
sobre la prensa nacional y el ejercicio del periodismo era coincidentes: “La
libertad de prensa es una atribución, un derecho y una obligación de los periodistas,
no de las empresas, porque las empresas están para ganar plata y lo mismo les da
tener una fábrica de pinturas o un canal de televisión”, dijo en una entrevista
publicada en Nueva Crónica.
A pesar de
su militancia partidista, Antonio tenía la virtud de decir las cosas con
honestidad, y no dudaba en ser crítico del MAS si era necesario. Por ejemplo,
cuando dirigentes de su partido calificaban de “políticas” las movilizaciones
populares contra el gobierno, Antonio salió al paso en Bolpress: “Cuando escucho decir a un
compañero que una movilización popular es política, se me erizan los pelos.
Esa frase corresponde al léxico de las dictaduras militares que se arrogaron el
derecho a hacer política y se lo prohibieron al pueblo. Por supuesto que toda
movilización tiene carácter político porque es una reclamación, justa o no,
contra la autoridad o contra los empresarios. Otra cosa distinta es que se
aprovechen de ésta algunos politiqueros.”
En su último artículo publicado en Página 7, “La profunda crisis
que enfrenta el gobierno”, Antonio hace un apretado diagnóstico de todos los
conflictos que enfrenta el presidente, sin poder resolverlos, y toma nota del
distanciamiento cada vez mayor del sector indígena y campesino, la base social
de Evo Morales. “Algo está funcionando en sentido contrario”, escribió.
“Atravesamos una crisis que podríamos
calificar como la más grave en la historia de este Gobierno. Es muy fácil decir
que concluyó el proceso de cambio o, más bien, que se acabó la ilusión de
avanzar en ese proceso. De ese modo, nos desligamos de toda responsabilidad,
aunque más no sea la de haber votado a favor del mismo, asumiendo una posición
crítica que puede satisfacernos, pero no contribuye a ninguna solución. Lo
cierto es que el proceso de cambio tiene posibilidades de salir de esta crisis
y fortalecerse. Para ello, cada uno de nosotros debe ser responsable, sentir
que tiene un papel que cumplir”, escribió en ese último texto.
Antonio pide “la rectificación del andar
gubernamental y el retorno al proceso de cambio”, a tiempo que sugiere medidas
concretas: creación de empleos en sectores productivos, seguridad alimentaria,
y lucha contra el narcotráfico.
Conservaré de Antonio el recuerdo de su
voz grave, el bigote grueso con el que siempre lo vi, su coherencia política
que nunca derivó en el fanatismo, y su manera de ser siempre buen amigo de sus
amigos, de todos, incluso de aquellos con los que podía tener divergencias
políticas.
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Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice,
pero me pelearía para que usted pudiera decirlo.
—Voltaire