05 agosto 2021

La llorona y el dictador

(Publicado en Página Siete el domingo 16 de mayo de 2021). 

Para cualquiera que conozca bien Guatemala, el filme La llorona (2019) de Jayro Bustamante refresca la memoria trágica del país centroamericano sometido a una seguidilla de sangrientas dictaduras miliares. Si uno no conoce la historia del país, es muy difícil apreciar en justa medida esta obra cinematográfica.   

La llorona (2019) de Jairo Bustamante

Mi experiencia de diez años de vida en Guatemala, donde llegué en 1997 (un año después de la firma de los Acuerdos de Paz) está íntimamente ligada a la historia que narra Bustamante: los últimos días del ex dictador Efraín Ríos Montt, impulsor de la doctrina militar de “tierra arrasada”, que significó el aniquilamiento de miles de indígenas mayas.  

Su gobierno fue el más cruel: 10 mil asesinatos en los primeros tres meses de los 17 que estuvo al mando. Llegó al poder mediante golpe militar el 23 de marzo de 1982 y fue derrocado por otro militar el 7 de agosto de 1983. Más de 400 comunidades fueron destruidas, un verdadero genocidio en las cinco regiones del país. El 83% de las víctimas eran indígenas de los diferentes grupos mayas, y el resto guerrilleros, militantes urbanos de la resistencia, profesores universitarios, estudiantes y cualquiera que se opusiera a los militares. De las víctimas, 38% eran niños menores de 12 años.  

Debido al poder de los militares y al apoyo de Estados Unidos y de la empresa privada guatemalteca ultraconservadora y racista, Ríos Montt escapó a la justicia durante varias décadas, incluyendo los ocho años que fue diputado, una paradoja cruel tratándose de un exdictador cuya brutalidad superó con creces a los anteriores, que no eran para nada inocentes corderos.     

Finalmente, la sociedad civil guatemalteca, los familiares de las víctimas y la presión internacional, llevaron a juicio a Ríos Montt el 28 de enero de 2013. Más de un centenar de testimonios, múltiples documentos fotográficos y filmaciones de las fosas comunes (que todavía se siguen encontrando), relatos de sobrevivientes de las masacres, torturas y desplazamientos forzados resultaron el 10 de mayo de 2013 en una condena de 80 años de cárcel para el dictador, pero que no llegó a cumplirse porque diez días después, la sentencia fue suspendida por la Corte Constitucional, con argumentos pueriles. Ríos Montt murió a los 91 años en abril de 2018, sin el castigo que merecía, tan solo el repudio de la sociedad y (en el filme) de su propia familia.  

La película de Jayro Bustamante es un acto de justicia poética porque aborda ese último periodo que abarca el final del juicio y la muerte del dictador, perseguido por “la llorona”, el espíritu de sus víctimas que abruma su conciencia (si es que la tuvo).  

Un extraño llanto que solo escucha el ex dictador Enrique Monteverde lo atormenta en las noches. A veces sale de su habitación blandiendo un revólver para ahuyentar su pesadilla. En una de esas, casi asesina por error a su propia esposa, y en otra a su nieta. Afectado por demencia senil, Monteverde se enfrenta a un juicio que sopla en dirección contraria: recuperar la memoria en un país muy dado a olvidar las atrocidades de los militares y de la clase dominante.  

Después del juicio (en el que vemos a Rigoberta Menchú, tal como sucedió en la realidad), grupos de ciudadanos hacen vigilia día y noche frente a la residencia del exdictador, y alguna vez rompen los vidrios. La tensión que vive el país se traslada dentro de la familia: la esposa toma al principio partido por su marido, pero luego se sueña como indígena maya que protege a dos niños ahogados por órdenes del general. En el mismo sueño ella lo estrangula. La hija tiene claridad sobre la culpabilidad de su padre y lo enfrenta. El fiel guardaespaldas lo protege día y noche, no opina. Cinco empleados mayas deciden irse.  

Como toda familia de la clase dominante guatemalteca, la de Monteverde tiene empleadas mayas en el servicio doméstico, ambas kaqchikeles. Una mayor, Valeriana, que ha estado muchos años en la casa y siente una fidelidad incomprensible, y otra muy joven, Alma, recién llegada para suplir a los que se fueron, que se convierte en el personaje central porque a través de su silencio dice mucho y aterroriza al ex dictador. Ella, que perdió a dos hijos pequeños y al esposo, representa la figura lóbrega pero tranquila de la llorona que castiga a los pecadores. Alma (espíritu) es la personificación de un pueblo abusado y masacrado.  

Como lo fue el pueblo maya, Alma es acosada por el exdictador senil, creando un doble conflicto familiar. El simbolismo de este acoso es evidente y se teje con el mito de la llorona. El agua está presente en los sueños y en la realidad de la mansión donde se refugia con su familia el exdictador. El agua es un leit motiv que a la vez representa la muerte y el renacimiento. La crueldad y la limpieza. Al final del filme, después de la muerte del general, sus cómplices ven con espanto que el agua inunda los espacios donde caminan.  

Los diálogos son escasos, suficientes para reconstruir las referencias históricas sin necesidad de acudir a descripciones detalladas. Jayro Bustamente es un cineasta parco con los diálogos y parco con la luz. Prefiere que hablen los rostros y que la penumbra defina las tensiones que atraviesan el filme. La representación de los sueños de los personajes completa la evocación histórica al mismo tiempo que define los complejos y temores que aquejan a los personajes: así como la esposa sueña las masacres que cometió el ejército, el guardaespaldas sueña con unos niños mayas que aparecen en la casa.  

No abundan las evocaciones sangrientas de la guerra, apenas unos minutos en las pesadillas. El horror y el terror están en la piel y la memoria de los personajes, no en la espectacularidad cinematográfica. En esa casa nadie duerme bien. En las noches deambulan como fantasmas por los pasillos y habitaciones. La llorona es la culpa que todos comparten, por los hechos cometidos o por la complicidad con el dictador.  

Rigoberta Menchú en La llorona

Algunas tomas de corte surrealista borran la frontera entre el sueño y la realidad: en el jardín aparecen los espíritus de los asesinados. Una rana nada en la piscina entre las fotos de los desaparecidos.  

En una escena de ironía, realizan un ritual maya al que el genocida se somete de buena gana. Él, que había intentado exterminar a toda la cultura maya, se entrega al rito.  

Conocí a Jayro Bustamante y a la actriz maya María Mercedes Coroy en Montevideo, en los Premios Platino del año 2017, donde presentaron otra obra extraordinaria: Ixcanul, que al igual que La llorona obtuvo numerosos reconocimientos y premios internacionales. Esto es aún más sorprendente cuando se trata de una producción guatemalteca, de un país con una historia cinematográfica limitada al no existir un Estado que la propicie.  

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La dictadura es el viaje de la prepotencia a la impotencia.
-Mi otro yo