“Al señor Alfonso Gumucio Dagron / P r e s e n t e.- Sírvase hacerse presente en las oficinas del Departamento de Estadística de este Ministerio, el día viernes 22 del presente a horas 10:30”. Ese escueto mensaje intimidatorio con la firma y el sello del Jefe del Servicio de Inteligencia del Estado me encontró, por suerte, fuera de territorio boliviano.
Años más tarde, la carta me sirvió para la portada de mi primer poemario: “Antología del asco”, junto a un rinoceronte dibujado por Edgar Arandia, de su serie “Zoociedad”.
Cuando miro esa amable convocatoria cincuenta años más tarde, no puedo sino esbozar una sonrisa lacónica. ¿De veras creían los esbirros de ministerio de Gobierno que yo me iba a presentar al “Departamento de Estadística” donde torturaban a los presos políticos?
Ha pasado medio siglo desde el golpe militar del entonces coronel Banzer. El proyecto banzerista se impondría durante largos siete años sobre los bolivianos, con su carga de muerte, corrupción, endeudamiento externo y proyecto regional autoritario y pro-imperialista.
El militarismo arrasó en varios países de la región, de la mano de la CIA y de multinacionales, que si bien no eran tan importantes en Bolivia, lo eran en Chile, Argentina, Brasil y otros países limítrofes. Bolivia era apenas una espina que había que extraer.
Tuve el privilegio de hacer mis primeras armas en el periodismo y en la literatura en los años turbulentos de la década de 1960 y 1970, tiempos en lo que el compromiso político individual fue esencial para mi, como lo fue el compromiso militante para otros de mi generación, que se unieron a la guerrilla de Teoponte o a diferentes tiendas políticas, de las que salieron las más de las veces (cuando salieron vivos), decepcionados y frustrados.
El golpe militar del 21 de agosto de 1971 y la propia existencia de un militar como Hugo Banzer Suarez no se explica sin las convulsiones de los años anteriores: el golpe de Barrientos en 1964, el golpe del general Ovando en 1969, el brevísimo intento de contragolpe del general Miranda y su triunvirato, y el “recontragolpe” del general Juan José Torres en 1970. Una historia sombría donde se mezclan intereses personales, rencillas y traiciones, todo ello tejido con un discurso “salvador de la patria”, como suele ser.
Esta es mi crónica testimonial sobre más de cincuenta años, entre militarismo, democracia y autoritarismo de nuevo cuño. Cada quien cuenta el baile como lo vivió.
Flashback 1
Dirigentes de la FSTMB, al centro Alfonso Gumucio Reyes |
Tengo que remontarme a junio de 1967, cuando la dictadura del general René Barrientos apresó a mi padre y lo encarceló en el Panóptico de San Pedro, donde estuvo tres meses. Durante las visitas que le hice conocí a sus amigos de prisión, nada menos que la plana mayor de dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), con excepción de Juan Lechín que estaba exiliado. Mi padre daba charlas sobre economía y geografía de Bolivia a extraordinarios personajes de nuestro sindicalismo minero, cuando la FSTMB estaba envuelta en gloria y no era el saco de maleantes y oportunistas que es ahora. Allí trabé amistad, entre otros, con Simón Reyes, Oscar Salas, Irineo Pimentel, Víctor Carrasco, Corsino Pereyra y René Chacón. Los fotografié en grupo con una minúscula cámara Minox que pude ingresar a la cárcel sin que fuera detectada, todavía la conservo.
También estaba preso Rolando Requena, lugarteniente de don Juan Lechín, un vikingo enorme con una historia personal que está por escribirse. Rolo fue “adoptado” por Lechín y su lealtad al “maestro” estaba por encima de cualquier otra cosa. Había tenido una juventud desbocada, era un camorrero, dispuesto a enfrentarse a puñetes cuando fuera necesario, no le tenía miedo a nada. Se decía que era un tipo violento, que entraba a las casas derrumbando puertas a patadas y luego de aterrorizar a las familias se llevaba objetos de valor. Parte de su leyenda negra lo colocaba en bares y night clubs en los que protagonizaba golpizas con o sin motivo. Su estatura y sus manos enormes intimidaban, al igual que su rostro.
Pero yo conocí al niño bueno que habitaba en el cuerpo de ese matón de la política local. “La cárcel me ha transformado” me dijo una vez, “Barrientos me ha hecho un favor”. Rolo se había convertido en otra persona. Llevaba una vida monástica, hacía ejercicios todos los días y se había tornado en un lector empedernido. Yo le llevaba pilas de libros que devoraba en pocos días, pero que además recordaba con una memoria prodigiosa, realmente admirable. Una vez le llevé, entre otros libros, una guía del monasterio de El Escorial, y en mi siguiente visita al Panóptico hizo una descripción del lugar como si hubiera estado ahí. Partiendo de la entrada describía cada sala, cada pieza de arte, cada espacio. Compadecido de mi pobre memoria, Rolo me daba ejercicios que yo debía completar durante la semana, por ejemplo, aprendí de memoria la lista de presidentes de Bolivia. Unos años más tarde supe de la muerte de Rolando Requena, cuando no tenía todavía los años para morir. Me contaron que la autopsia había revelado un organismo envejecido por los trajines de la vida. Creo recordar que tenía 45 años cuando murió.
En la misma sección Álamos de San Pedro donde tenían sus celdas los dirigentes de la FSTMB, Rolo Requena y mi padre, estaba también un personaje ajeno a la política, pero notorio por cuenta propia: el argentino Oscar Rodríguez Cominotti, uno de los que perpetraron el sonado atraco de Calamarca la tarde del 28 de julio de 1961. Tenía 36 años, pero parecía mayor. No encajaba en el perfil de un criminal, de hecho, no fue quien asesinó a balazos a los que llevaban la remesa: Juan Márquez Gonzáles, Plácido Jaldín y Pedro Condorete. El asesino de los tres fue Telmo Aguirre, pero Rodríguez fue el cerebro del asalto. En la cárcel era simplemente un argentino medio “chanta” y medio simpático, que tenía la mejor celda de Álamos, con los muros pintados de azul, una buena cama, alfombra de canto a canto y un equipo de música a todo dar, que ponía en marcha cuando venían a visitarlo las esbeltas bailarinas de la discoteca Jankanou.
Viví esos momentos cuando todavía no había cumplido 17 años. No fue el único episodio de represión durante el gobierno de Barrientos, y el hecho de que Luis Adolfo Siles Salinas fuera vicepresidente (o rehén), no hizo ninguna diferencia.
Una noche de ese mismo año 1967, esbirros del gobierno de Barrientos atacaron la casa del doctor Guillermo Jáuregui Guachalla en la Avenida Busch de Miraflores. En la casa del exministro de Salud, se llevaba a cabo una recepción en honor de la esposa del expresidente Paz Estenssoro, por entonces exiliado en Lima. Granadas de gas atravesaron las ventanas obligando a los comensales a salir a la calle despavoridos, para toparse allí con agentes de civil que les propinaron una paliza a hombres y mujeres por igual, alineados en “callejón oscuro”. Mi padre llegó a la casa sobre la media noche, gateando y con dos costillas rotas. Mi madre desapareció hasta el día siguiente: ella y Chichina se habían escondido primero detrás de unos arbustos y luego pasaron la noche en casa de amigos.
Flashback 2
La polarización política que se dio a partir de la guerrilla del Che en Bolivia, dividió a la sociedad, o más bien la fragmentó en muchos pedazos. Como solía decir mi querido Liber Forti: “Cada boliviano es un partido político, con crisis interna”.
Mi actividad a fines de la década de 1960 se concentraba en mis estudios de medicina. Fue precisamente en esa etapa que me tocó vivir el golpe militar del general Ovando, el viernes 26 de septiembre de 1969. Ese día tenía prácticas de histología a las 7:00 de la mañana con el catedrático Ferdín Humboldt Barrero. Como casi todos los profesores de aquellos tiempos, Humboldt era implacable: faltar a una práctica significaba perder la materia. En esos tiempos no había tan temprano en la mañana radio taxis ni otro medio de transporte. Inicié mi caminata desde Obrajes apenas despuntó el día, para llegar a tiempo al pie del “desecho”, la ruta empinada que sube a Miraflores. Me esperaba allí una desagradable sorpresa: no había paso. Un carro de asalto y algunos uniformados impedían subir por allí hasta la Facultad de Medicina, situada en diagonal frente al Cuartel General de Miraflores. Mis razones no conmovieron a los soldados, hasta que pude hablar con un oficial para explicarle que el catedrático de histología no aceptaba ninguna excusa. Ante tanta insistencia mía, y al verme casi con lágrimas en los ojos, me dejó pasar, no sin antes advertirme que estaba subiendo en vano, pues todo estaba cerrado. Fui el único estudiante que llegó esa mañana a la Facultad de Medicina.
Quiroga Santa Cruz firma el decreto de nacionalización de la Gulf
Al pasar por una tiendita de barrio que tenía la puerta entreabierta, frente al Estado Mayor, escuché el comunicado de las Fuerzas Armadas justificando el golpe. El gabinete de ministros ya estaba conformado y fue una gran sorpresa: Ovando había nombrado a personalidades progresistas: Marcelo Quiroga Santa Cruz, José Ortiz Mercado, Oscar Bonifaz, Alberto Bailey Gutiérrez, Mariano Baptista Gumucio, José Luis Roca y otros intelectuales reconocidos. Las medidas tomadas en los meses siguientes por el gobierno de Ovando, entre ellas la nacionalización de la Gulf, dejaron perplejos a todos. Todo indicaba que el ex aliado de Barrientos quería pasar a la historia como un militar nacionalista, y no como verdugo.
Un año más tarde, el derrocamiento de Ovando por la ultra derecha militar fue un episodio tan efímero como grotesco: la asonada golpista del general Rogelio Miranda con su hirsuto bigote y su triunvirato, duró apenas seis horas (su bigote duró más). La respuesta vino de la mano de la resistencia popular que condujo al poder al general Juan José Torres (“Jotajotita” por cariño y porque no era muy alto).
Flashback 3
Me enteré que el gobierno del general Torres iba a publicar un nuevo diario matutino, El Nacional, dirigido por el periodista Ted Córdova Claure. Ni corto ni perezoso me presenté en la redacción, que quedaba en la plaza Murillo, frente a la Cancillería, donde también estaba la redacción del diario Jornada. Pedí ver a Teddy, que aún no era amigo mío, y para mi sorpresa me recibió. Yo no tenía título de periodista ni más experiencia que unos cuantos artículos publicados en Presencia y en revistas culturales, pero tenía aquello que se pierde con los años: osadía.
Ted Córdova me miró divertido cuando le dije que venía para ofrecer mis servicios como encargado de la página cultural, y esgrimió una sonrisa de sorpresa cuando añadí: “pero quiero una página completa, sin publicidad”. Quizás porque no tenía otro candidato o porque mi entrada con volapié le resultó simpática, me contrató en las condiciones que yo mismo había propuesto. Salí de allí con un ejemplar de su novela “Cita en tierra coraje” (Camarlinghi, 1970), con dedicatoria: “Para Alfonso, en el comienzo de su carrera periodística, que siga adelante, pero que de ninguna manera se quede en el simple periodismo noticioso. Nuestro tiempo y nuestra patria requieren de un periodismo creador y de opinión agresiva. Este libro pretende ser algo de eso”.
En la redacción de El Nacional coincidíamos al final de cada tarde Chichi Solíz Rada, Coco Manto, Junior Carvajal, y el uruguayo Álvaro Barros Lemez, entre otros bajo la mirada cómplice del brasileño Paulo Cannabrava filho, con su barba gris ya desde entonces. Los escritorios estaban frente a frente en dos filas, y las pesadas máquinas de escribir echaban humo hasta el anochecer. Aunque el diario pertenecía al gobierno de Torres, los periodistas que ahí escribíamos jamás fuimos sujetos de presiones o censura. Escribíamos lo que pensábamos. La única vez que recortaron el último párrafo de un artículo mío, por razones de espacio, armé un innecesario escándalo y presenté una dolida carta de renuncia que Ted desestimó calmando mis exaltados ánimos.
Mi página cultural no tenía competencia, no había otra tan nutrida. Cada día publicaba una entrevista, el comentario de un libro o de una película, una reseña de alguna exposición pictórica y algún poema o cuento breve. Evitaba publicar cables de agencias, me empeñaba en que toda la página fuera producción original. Publiqué entrevistas con artistas como Miguel Alandia Pantoja, Gonzalo Ribero, Magda Arguedas o Víctor Zapana, escritores como Héctor Borda Leaño, Porfirio Díaz Machacao o Héctor Cossío Salinas, cineastas como Antonio Eguino y Oscar Soria, músicos como Nilo Soruco o Carlos Rosso, y gente de teatro como Eduardo Cassis, Liber Forti o Eduardo Perales, además de algunos extranjeros de paso por Bolivia: Mario Monteforte Toledo, Jorge Hacker, Eduardo di Mauro o el mimo Pradel.
Además de la página cultural publiqué en El Nacional columnas de opinión política, a veces con mi propio nombre y otras con los seudónimos Cienfuegos y Fedor (quizás leía a Dostoievski).
En ese mismo edificio patrimonial estaba la redacción de Vanguardia un semanario recién fundado por el Movimiento de Izquierda revolucionaria (MIR), cuyas ediciones estaban al cuidado de René Zavaleta. Cada que tenía oportunidad iba a conversar con René y alguna vez a instancias suyas publiqué en Vanguardia algunos artículos: sobre el poeta ruso Evtuchenko que visitó Bolivia, y sobre el caso del poeta cubano Heberto Padilla.
El camino del exilio
El golpe de Banzer el 21 de agosto de 1971 acabó con el espejismo del poder popular. No ayudó a la estabilidad del gobierno de Juan José Torres el surgimiento de posiciones ultristas que tendieron la alfombra roja a los golpistas. La inmadurez de la extrema izquierda le costó a los bolivianos los siguientes siete años de dictadura militar.
El primer año de mi exilio lo pasé en la España franquista, donde tuve la peregrina idea de estudiar cine en la Facultad de Ciencias de la Información, recientemente creada, de la Universidad Complutense. No aprendí mucho pues los profesores eran unos carcamanes franquistas cuyos nombres ni siquiera recuerdo. Pedro Shimose llegó poco después que yo a Madrid, y me encontró sin trabajo y sin recursos, por lo que me invitó a compartir con él un pequeño departamento, completamente nuevo y vacío, que le había prestado su amigo Inocencio “Chencho” Arias, político y diplomático español muy querido en Bolivia.
con Pedro Shimose, Madrid 1972
Pedro y yo nos encerrábamos a escribir poesía, cada uno en una habitación del departamento en el Barrio del Pilar, similar al barrio de Los Pinos en La Paz, pero con edificios de diez pisos, construido por José Banús, empresario que se enriqueció durante el franquismo.
Mi única “posesión” en Madrid era una casilla de correos en alquiler, en la oficina central de la Plaza Cibeles, donde iba casi todos los días para ver si había cartas de mis padres y de mi pareja. Recuerdo muy bien la frustración de abrir la casilla y encontrarla vacía muchas veces. Un día, luego de recoger una carta de mi padre iba caminando por la calle de Alcalá cuando presencié el arresto de un ciudadano. Me detuve para observar, pero minutos después mi imprudencia hizo que me llevaran preso a una estación de la Guardia Civil donde me interrogaron y abrieron la carta de mi padre. No duró mucho mi detención, pero me dejó un sabor amargo: lo que no me había sucedido en Bolivia, me sucedió en la España franquista.
En esa casilla de correos recibía también Pedro Shimose su correspondencia, lo cual me permitió un día darle una grata sorpresa: llegué al departamento con un telegrama de Cuba, donde le anunciaban que su libro Quiero escribir pero me sale espuma había ganado el Premio Casa de las Américas de poesía. Fue motivo de celebración.
Frustrado porque en la universidad no había nada que aprender y porque no conseguía ningún trabajo en España, decidí seguir mi aventura en Francia, luego de pasar un verano inolvidable en Mallorca, gracias a la generosidad de mi amigo Carlos Patiño Vargas, que trabajaba allí en una la línea aérea Spantax. En esa estadía veraniega visité y entrevisté nada menos que al poeta inglés Robert Graves, el autor de “Yo Claudio” y muchas otras obras magníficas.
Comité de Resistencia Antifascista
A primera hora de la mañana, un día de septiembre de 1972, bajé del tren Puerta del Sol proveniente de Madrid. La estación de Austerlitz era la puerta de ingreso a una nueva vida, que comenzaba con 50 dólares en el bolsillo, sin hablar francés y sin saber dónde iba a dormir esa misma noche.
Luego de cambiar algunos francos, dejé la maleta en la consigna automática de la estación y compré un mapa detallado de París, barrio por barrio, que me sería sumamente útil durante los meses siguientes, hasta que llegué a conocer mejor que muchos parisinos la ciudad en la que viviría siete años, publicaría dos libros y tendría mi hija mayor.
Esa misma noche fui acogido por un grupo de estudiantes bolivianos (Lucho, Jorge) que me proporcionaron un lugar para dormir. Mi amiga periodista, Amalia Barrón, me consiguió un trabajo temporal de pintor… de brocha gorda: pinté el departamento de Mimi y Gérard Barthélemy (que habían vivido en Bolivia cuando Gérard era agregado cultural de Francia), en ese barrio por entonces bohemio y hermoso alrededor de la iglesia de Sacra Coeur. “Freddy” me cedió la “chambre de bonne” que tenía en la rue Le Verrier, en un barrio privilegiado colindante con el parque de Luxemburgo. En breve me inscribí en la Facultad de Vincennes, y resolví mi visa de estudiante gracias a militantes trotskistas de esa universidad, que me trataron como a un camarada cuando comenté que tenía amistad con Guillermo Lora, que para ellos era un demiurgo. Cuando Lora llegó a París, lo fui a visitar al fortín de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) donde lo alojaban y cuidaban celosamente.
Con los bolivianos que me acogieron formamos el Comité Boliviano de Resistencia Antifascista, cuya principal tarea era dar a conocer lo que sucedía en Bolivia bajo la dictadura de Banzer. No imaginábamos siquiera que aquello iba a durar siete años. En dicho Comité eran muy activos los compañeros “Freddy”, Lucho, Jorge, Marta, Tania y otros cuyos apellidos dejo en reserva ya que no he consultado con ellos.
Ofrecíamos conferencias sobre Bolivia, hacíamos exposiciones de fotografía y publicábamos el boletín Resistencia, cuyas ediciones llegaron al número 16, las primeras mimeografiadas y la última impresa en offset, con fotografías. Además, en mi calidad de representante en Europa del Grupo Ukamau de Jorge Sanjinés, tenía la oportunidad de presentar las películas del director boliviano en muchos espacios culturales de Francia.
Debido a su irregular periodicidad, Resistencia no publicaba noticias sobre Bolivia sino análisis y documentos de las organizaciones políticas y sindicales. La producción del boletín era al principio completamente artesanal. Mecanografiábamos los documentos por turnos y nos ocupábamos del diseño que era la parte que más me gustaba. Hasta el número 15 solo las tapas del boletín estaban impresas, lo que nos permitía publicar fotografías. El único número que se imprimió íntegramente en offset fue el 16, el último. Allí usé letraset para los títulos y para el índice, que hoy me parece completamente kitsch por la mezcolanza tipográfica, pero no era tanto el resultado de una elección de orden visual, como de las limitaciones materiales: había que usar lo que sobraba en las hojas de letraset.
Conservo algunos ejemplares de Resistencia, particularmente de la etapa en que estuve más comprometido con la producción del boletín, al que contribuí, por ejemplo, con una entrevista y fotografías de don Juan Lechín y otra de Juan José Torres, con quienes nos reunimos a su paso por París. A partir de número 12 la portada llevó el título con la misma tipografía y diseño.
En la tapa del número 12 (1974) pusimos una foto del ejército en un campamento minero. La edición tenía 34 páginas mimeografiadas, copiadas con tres máquinas de escribir diferentes. Las primeras 14 se ocupan del convenio de venta de gas a Brasil, y las denuncias del PRA y del PDC, con Walter Guevara Arze y Benjamín Miguel como firmantes. El número 12 incluye las resoluciones del XVII Ampliado Nacional de los trabajadores mineros, un análisis de la huelga del magisterio y una detallada cronología de la lucha universitaria contra la dictadura. También publicamos en esa edición una carta de los militares sublevados el 5 de junio de 1974, firmada en el exilio por los tenientes coronel Raúl López Leytón y Alfredo Calvi, y otro pronunciamiento del “Estado Mayor Central de Oficiales Progresistas”, que pongo entre comillas porque no llevaba firma alguna. En el espacio que quedaba en la misma hoja de mimeógrafo escribí en seis párrafos un comentario sobre la película El enemigo principal, de Jorge Sanjinés, realizada en Perú, en el exilio. Reconozco todavía la pequeña letra de mi máquina Hermes portátil. La prestigiosa revista Cahiers du Cinema (Nº 257, mayo-junio 1975), publicó un ensayo más extenso que escribí en coautoría con Marcelo Quezada. Menos de un mes más tarde, el 21 de junio, me sumaría a Sanjinés en Ecuador para la filmación de “Fuera de aquí” como asistente de dirección.
A mi regreso sacamos el número 14 (1975, 32 páginas) de Resistencia. Salió en agosto en ocasión de la fiesta nacional con varios comunicados de organizaciones sindicales sobre la represión y la persecución de dirigentes. A raíz de las declaraciones en Estados Unidos del presidente de la empresa petrolera Gulf Oil sobre sobornos a militares durante el gobierno del general Barrientos, incluimos seis páginas con una relación de los hechos, así como con declaraciones desde el exilio del general Ovando, del general Torres y de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Dedicamos otras siete páginas al artículo “El fascismo en América Latina” de René Zavaleta. Una hoja suelta, añadida cuando la edición ya estaba impresa, da cuenta de la formación de un Comité Francés de Solidaridad con la Lucha del Pueblo Boliviano, con la adhesión del MIR, PCB-ML, PRIN, POR Masas, POR Combate, ELN y el grupo Resistencia (nuestro comité). Por ese entonces teníamos una buena relación con un periodista de la Agencia France Presse (AFP) que nos apoyaba difundiendo a través de la agencia las denuncias que hacíamos. En la última página de esa edición publicamos el cable de la AFP: “Bolivianos en París alertan sobre el peligro que corren los dirigentes sindicales presos en Bolivia”, entre ellos René Higueras del Barco.
Le dedicamos la primera mitad de las páginas del número siguiente (No. 15, 1976, 32 páginas) a un dossier sobre tema marítimo con varios artículos, análisis y breves opiniones. El pronunciamiento del Tribunal Russell, el cierre de universidades, la participación de Domitila de Chungara en la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, y otras notas se ubicaron en las páginas restantes. Nuevamente añadimos una hoja suelta de último momento, con la denuncia que hizo la revista peruana Marka sobre el fraude fiscal en Bolivia, y una nota de Prensa Latina con la denuncia que hizo nuestro Comité sobre el apresamiento del periodista Antonio Peredo Leigue y “su probable muerte en prisión”. Por suerte, no fue el caso.
En esa edición publicamos por primera vez una dirección postal donde podían enviarnos “documentos, información y correspondencia (no confidencial)”: era la dirección de nuestra querida amiga Desirée R. Lieven (la “R” para diferenciar la correspondencia dirigida a Resistencia). Desirée (Kyra Saven, nuestra princesa rusa anarquista), siempre solidaria con América Latina y con todas las causas justas, nos ayudaba mecanografiando partes de nuestra publicación en su pequeñísimo departamento de la rue Visconti, donde solíamos caerle para conversar en torno a un vaso de vino tinto (eran pequeños vasos, no copas), una baguette y quesos que nunca faltaban. Personaje entrañable, Desirée nunca cerraba su puerta cuando salía de su casa, por si llegaban los amigos.
La vida de Resistencia, publicación del Comité Boliviano de Resistencia Antifascista de París, concluyó con el número 16 (1976, 32 páginas), el primero íntegramente impreso en offset. En la tapa, otra foto de trabajadores mineros que yo había tomado a fines de la década de 1960 en interior mina, y en las páginas interiores un despliegue de material original. Publicamos entrevistas (con fotos) de Juan Lechín, Jorge Selum Vaca Diez, el ex agente de la CIA Philip Agee y el general Juan José Torres, asesinado en Argentina el 2 de junio de 1976, con quien nos habíamos reunido en París un año antes. La posibilidad de trabajar en offset hizo posible que en el mismo número de páginas publicáramos mucho más material, usando dos columnas y una tipografía más pequeña.
con Jaime Galarza (centro) y Philip Agee (derecha)
La entrevista con Philip Agee (que filmé en 16mm para mi película documental “Señores generales, Señores coroneles”), tuvo importantes repercusiones, ya que Philip nos entregó una lista de más de 30 agentes de la CIA que habían operado en Bolivia. Nuestro contacto en la AFP publicó una nota que le dio la vuelta al mundo y en pocos días, la CIA tuvo que retirar de nuestro país a sus agentes, entre ellos el jefe de estación, James E. Anderson.
En ese último número de Resistencia se publicó un análisis sobre los asesinatos de Andrés Selich en La Paz y de Joaquín Zenteno Anaya en París. En ambos casos, señalamos la responsabilidad de la dictadura de Banzer, algo que quedó establecido en el caso de Selich. El asesinato de Zenteno Anaya nos tocó de cerquita como una ráfaga de viento gélido: existía la posibilidad de que las autoridades francesas creyeran que nosotros estábamos involucrados. Por esas casualidades de la vida, un par de días antes yo había fotografiado el mismo lugar donde lo abatieron a balazos, al pie de la estación del Metro Passy, a unos 30 metros de la Embajada de Bolivia. Mis fotos parecían un réperage del lugar, sospechosas sin lugar a dudas. Sin embargo, yo las había tomado allí y en el edificio de la esquina, donde se habían filmado escenas de El último tango en París, el emblemático film de Bernardo Bertolucci con Marlon Brando.
El fin de la dictadura
Huelga de hambre, fines de 1977
Con el debilitamiento de la dictadura muchos regresamos a Bolivia desde los países donde andábamos desperdigados. Llegué a fines de 1977 cuando las mujeres mineras iniciaron una huelga de hambre que se extendió por el país sumando grupos de huelguistas en iglesias, sindicatos y otras instituciones. En la redacción del diario Presencia, que entonces dirigía don Huáscar Cajías Kaufman, visité al grupo de huelguistas donde había varios amigos: Luis Espinal, Xavier Albó, Domitila de Chungara, Hernando Calla, Rufus, Pastor Montero y cuatro compañeras más. Tomé una docena de fotos que con el correr de los años he visto mil veces publicadas, sin crédito al autor, como suele ser la mala costumbre en Bolivia.
Ahí empezó una nueva etapa en CIPCA, en el semanario Aquí, golpe tras golpe, hasta un nuevo exilio en 1980.
La Paz, agosto de 2021
_________________
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…”
—Joan Manuel Serrat
/ Antonio Machado