Cuando comencé a leer “Waiting for Robert Capa”, la novela de Susana Fortes que me envió Raúl Teixidó, me fascinó el lenguaje poético y la sonoridad que hace tiempo no había encontrado en una novela en inglés. Entonces hice algo que no suelo hacer: mirar la contratapa para saber más sobre la autora. Así supe que es española y me entró la duda: ¿por qué mi proveedor habitual de buenas lecturas, me envió desde Cataluña un libro en inglés de una autora de lengua castellana? Aventuro una hipótesis: la traducción de Adriana V. López es tan buena, que (colijo) preserva la riqueza de la versión original y brilla en inglés sin quitarle un ápice de placer a la lectura.
No podía sino interesarme una novela que habla de la vida de dos personajes históricos maravillosos: Robert Capa y Gerda Taro, la pareja que cruzó las trincheras de la guerra de España dejando miles de fotografías emblemáticas. Gerda murió en la contienda contra el fascismo, y Capa años después, en 1954 cerca de Hanoi, en otra guerra que transformó el mundo.
Quien no conozca un poco de historia no disfrutará la novela en toda su dimensión, pero quien tenga las referencias mínimas, gozará la recreación de personajes entrañables, esta pareja enamorada, que amó la justicia y la libertad al extremo de ofrendar sus vidas. Es el retrato, también, de una especie valiente en proceso de extinción: los reporteros de guerra. Y es que las guerras ya no son lo que eran, y como dice Fortes en el epílogo, la de España fue “la última guerra romántica”, la última donde todavía se podía elegir el bando.
Hay biografías de estos personajes, pero la novela añade el relato de la intimidad imaginada. A través de Gerda, Fortes se remonta al origen mismo de la emigrante judía Gerta Pohorylle y del húngaro André Friedmann, que en pocos pero intensos años se convertirán en Gerda Taro y Robert Capa. La primera parte sitúa a ambos en París de 1935, un año fundamental y una ciudad clave, porque frente al ascenso del nazismo en Alemania, la ciudad luz recibe el reflujo de miles de inmigrantes judíos y gitanos, comunistas o anarquistas, escritores, artistas, periodistas, fotógrafos que encuentran refugio en Francia antes de la ocupación nazi. La pareja de Gerta y André alterna con Picasso, Man Ray, Cartier-Bresson, Aragon, Breton, Buñuel, Hemingway, Matisse o Walter Benjamin, para no citar sino a algunos que pululan por los famosos cafés de Saint Germain: La Coupole, Café de Flore, Le Dome o Les Deux Magots.
Gerda fotografiada por Robert Capa
Aún cuando los tambores de guerra se escuchan muy cercanos, la bohemia parisina tiene un encanto creativo y una vitalidad que marca la época. El placer de la novela radica no solo en la capacidad de tejer las relaciones afectivas de los personajes detrás de sus figuras de pedestal, sino en el acierto de darle vida cotidiana a una ciudad que se convierte en el ombligo de Europa. Son estupendas las escenas que muestran la solidaridad entre nómadas sin país, la amistad y el respeto que contrastan con la intolerancia creciente en los países de los que huyen. Comunistas, surrealistas o libertarios sobreviven unidos contra el fascismo con la seguridad de que su papel en la historia con gran hache los hará trascender. Para quien ha vivido París como una ciudad íntima, recorrer las calles o visitar los cafés cargados de historia deviene un placer memorioso adicional. Es como el doble disfrute de “Rayuela” de Cortázar cuando se lee la novela en París.
La ficción tiene esa ventaja sobre la historia pura y dura: añade la dimensión humana, las pasiones amorosas y las desventuras, las contradicciones y los conflictos, las pulsiones personales y las circunstancias que las conectan a los grandes movimientos históricos. Estos personajes de carne y hueso son los hacedores colectivos de la historia fundacional que transmiten los libros.
Como las buenas novelas basadas en hechos reales, esta es el resultado de una investigación meticulosa que se enriquece con la mención de lugares y momentos específicos. Los 24 breves capítulos son escenas de una película que se desarrolla frente a nuestros ojos. Los detalles le otorgan verosimilitud a la ficción, sin que por ello abunden y saturen la lectura.
El estallido de la Guerra de España cambia la línea de la vida de los personajes que de manera tan entrañable describe Susana Fortes. Unidos por el amor y la amistad, Taro y Capa asumen sus nuevas identidades para la nueva y definitiva etapa de sus vidas. Eran tiempos en que no era difícil procurarse una nueva identidad y papeles. Hasta el recibo de un restaurante podía servir para atravesar fronteras sin levantar sospechas.
Para los intelectuales revolucionarios en Francia, las noticias de los levantamientos fascistas en España evocaban las imágenes de los cuadros negros de Goya, según anota Gerda al enterarse de los fusilamientos sumarios en Sevilla, Valladolid y Navarra. Mientras la guerra civil se desarrolla en España con injerencia directa de Alemania e Italia, la Europa “democrática” —Francia en primer lugar, pero también Inglaterra, se mantiene al margen como si no sucediera nada. Pagará las consecuencias unos años más tarde porque España, en ese momento, era el bastión de la resistencia mundial en la lucha por la libertad y la democracia.
Obreros, intelectuales, inmigrantes y refugiados de toda Europa, comunistas o libertarios, se unen a las brigadas internacionales para luchar por España. Es la solidaridad de los pueblos por encima de los intereses de los países. En Madrid, en la casona de la Alianza Antifascista de Intelectuales, se cruzan Rafael Alberti, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Pablo Neruda, León Felipe y César Vallejo. En medio de esa lucha están las relaciones entre Gerda y Capa, un amor basado en la independencia de ambos y el respeto por las decisiones de cada uno, y la amistad de oro con David “Chin” Seymour.
Las descripciones de la guerra retienen el aliento, en especial cuando se trata del bombardeo de Guernica, población indefensa reducida a cenizas en tres horas por los aviones Junker 52 y Hinkel 51 de Hitler, que descargan más de 3 mil bombas de aluminio y 550 incendiarias, más la metralla “sobre todo lo que se movía”. Capa siente que la fotografía fija no es suficiente para describir la tragedia, y comienza a filmar con una pequeña Eyemo. Algo sustancial en el relato es la reconstrucción que hace Gerda de la foto más emblemática de Robert Capa, una imagen que le produjo un “profundo odio por su ocupación y quizás por sí mismo”. En el cerro Muriano, el 5 de septiembre de 1936 a las 5 de la tarde, Capa fotografía la caída del miliciano de Alcoy que lo haría famoso. No fue una instantánea sino un ensayo que terminó trágicamente con un ataque sorpresivo. “Todos los fotógrafos detestan las imágenes que los persiguen como fantasmas por el resto de sus vidas…”
El domingo 25 de junio de 1937 Gerda escribe en su diario: “Cuando pienso en toda la gente extraordinaria asesinada en el curso de esta guerra, parece que de una u otra manera es injusto permanecer aun viva”. Esa misma tarde sería aplastada por un tanque T-26 y moriría un mes después. Tenía 26 años.
(Publicado en Página
Siete el domingo 11 de abril de 2021)