Waseigue, Wassaige, Waseige, Wasseigue… Casi todos sus amigos hemos escrito mal su apellido alguna vez, en parte porque él era simplemente “Eric” para todos, y para mí “Eric Le Rouge”, como le decía en broma recordando que su idioma materno era el francés y que su inclinación política era de izquierda. En la mañana del viernes 2 de abril de 2011, a sus 78 años de edad, le falló el gran corazón que había usado tanto para los demás. Ya van diez años de su muerte y no me hubiera acordado de ello si no era por Amparo Carvajal en cuya casa nos reunimos el jueves 1 de abril cuatro amigos, para recordar a Eric y gracias a él acercarnos luego de más de un año de separación y encierro.
No culpo a quienes no lo conocieron o no saben de él, porque Eric mantuvo siempre un perfil bajo, aunque esto suena chistoso porque era muy alto y cuando caminaba por el Prado o entraba a algún lugar, no podía pasar desapercibido. Quienes lo conocimos, no podemos olvidar la gran persona que era, en todos los sentidos. Tan alto, que una vez evitó que lo tomaran preso abrazándose de un poste hasta que sus captores se cansaron. Paulovich escribió una crónica sobre aquel incidente. La primera impresión que todos tenían al conocerlo era su estatura, que sin embargo no era intimidante sino todo lo contrario, amable como la de Cortázar. Como si pidiera disculpas por ser tan alto.
La segunda impresión era su manera de hablar. Un belga que habla como paceño no es frecuente. Adoptó de la manera más natural los modismos locales y las expresiones que solo alguien que quiere entrar definitivamente en nuestro tejido social puede aprender: “Ya pues, che”, “Le cascaremos una salteñita”, etc. Todo esto con una picardía que lo hacía encantador. Además, tenía una memoria de elefante y no olvidaba a las personas que conocía.
Aunque no estuvo directamente vinculado con los llamados “curas rojos” (Pedro Negre, José Prats, Federico Aguiló, Aníbal Guzmán y Mauricio Lefevre), Eric mantuvo a lo largo de su vida en Bolivia una posición progresista y comprometida, cuando la palabra “izquierda” significaba algo y no había sido malversada y denigrada por los impostores del “Socialismo del Sigo XX”, angurrientos de poder y no de generosidad para contribuir en cambios sociales.
Eric sí contribuyó en cambios pequeños y grandes, y lo hizo desde su vida cotidiana y sus posibilidades, negociando proyectos sociales más allá de su condición de cura dominico.
Nació el 20 de febrero de 1932 en Namur, Bélgica, sus padres eran André de Wasseige y Beatrice de Witte; tenía tres hermanos: Antoinette, Baudoin y Xavier. Fue educado por los jesuitas. Su familia se trasladó a Bogotá, Colombia, donde él estudió la secundaria en el Liceo Louis Pasteur, hasta hoy uno de los mejores. En Lovaina obtuvo una licenciatura en ciencias comerciales y en 1960 ingresó a la Orden de los Dominicos (“un poco tarde”, le dijo su madre). Estudió teología en Friburgo y obtuvo su licenciatura en 1967. (A tiempo de entregar esta nota a Página Siete, a fines de abril, me llegó por Amparo Carvajal la noticia del fallecimiento de Baudoin, en Colombia).
Llegó a Bolivia a fines de la década de 1960, más o menos al mismo tiempo que Luis Espinal. Regresó a Bélgica en ocasión de la muerte de su madre, pero volvió a Bolivia ya para quedarse. Los dominicos apoyaban en esos años la biblioteca del Instituto Boliviano de Estudios y Acción Social (IBEAS), que quedaba en la Avenida Arce donde ahora es el Ministerio de Educación, y que desapareció luego del golpe de Banzer. Mediante el Decreto Supremo No. 10106 todos los bienes de IBEAS fueron transferidos al Ministerio de Planificación el 21 de enero de 1972.
Desde su llegada Eric se acercó a los defensores de derechos humanos. Visitaba con frecuencia a Gregorio Iriarte en Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) y se comía los caramelos. Gregorio bromeaba: “No ha debido tener niñez”. Más tarde se veían en Justicia y Paz, que funcionaba en el obispado. Colaborador de CIPCA, que dirigía entonces Luis Alegre, daba talleres de capacitación a campesinos en Jesús de Machaca, donde también trabajaba Xavier Albó.
Jorge Wavreille publicaba en mimeógrafo los editoriales de Luis Espinal en Radio Fides, y en 1974 Eric colaboró con él en la publicación de “La masacre del valle”, que tuvo lugar en enero de ese año. A raíz de la publicación ambos fueron expulsados a Perú. Durante su estadía allí fue destinado a una humilde parroquia en Pampa de Comas, un lugar desolado en las afueras de la capital peruana, que el gobierno progresista del general Velasco Alvarado prefería llamar “pueblo joven”. En cuanto pudo, regresó a Bolivia, pero dejó amigos en Perú. En Lima había hecho amistad con Alfonso Barrantes, que apoyaba solidariamente a la comunidad de bolivianos, y cuando éste político de izquierda fue electo alcalde de la ciudad, le envió desde La Paz un efusivo telegrama que podía haberle metido en problemas nuevamente.
En años posteriores, Eric continuó su trabajo en favor de la justicia. Presentó hábeas corpus en defensa de los presos políticos y, a su instancia, alguna vez hice de “correo” para traer de Francia dinero para ellos, que Amparo Carvajal protegía como si fueran su gran familia.
Más adelante Eric creó la Oficina Social de Apoyo a Proyectos (OSAP), desde la que siguió apoyando iniciativas productivas, como elaboración de miel en Cristal Mayu, con hijos de mineros. A él se unió en OSAP José Luis Baxieras, conocido como “Pepón”. Cuando el ex dirigente campesino Genaro Flores enfrentaba una enfermedad y carecía de recursos económicos, Eric activó la red de amigos para ayudarlo. Era así, tan solidario como discreto. Ese espíritu solidario estuvo siempre en su conducta, en las épocas duras y en las maduras.
Aunque fue presidente de la Comisión de Justicia y Paz, representante de Intermon, secretario ejecutivo de UNITAS y miembro de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, mantuvo un perfil discreto todo el tiempo. Hay pocas fotos de él, se las arreglaba para hacerse invisible.
Su gran proyecto, hasta el final de su vida, fue el compromiso con el semanario Aquí, para el que conseguía apoyo económico de instituciones europeas defensoras de la libertad de expresión. Xavier Albó se refiere a Eric como “el invisible”, porque no buscaba protagonismo o visibilidad, todo lo contrario. Remberto Cárdenas considera que Eric fue siempre una suerte de codirector del semanario Aquí, aunque su nombre no apareció en ninguna de las ediciones. No solo conseguía el dinero para seguir adelante, sino que ofrecía consejos y crítica sobre el contenido y la presentación del semanario.
Nos dábamos cita para comer salteñas en el Prado. Hablábamos de política y de amigos comunes. Eric apoyaba a Evo Morales y aunque estaba de acuerdo con mis críticas, prefería pasarlas por alto en función de lo que consideraba que eran sus fines últimos. Yo no estaba de acuerdo con él en eso de que “el fin justifica los medios”, porque significaba entrar en contradicción con principios democráticos por los que habíamos luchado muchos años. Probablemente, como otros religiosos de su generación, hubiera cambiado su opinión al ver la deriva autoritaria y corrupta del MAS.
(Publicado en
Página Siete el domingo 25 de abril de 2021)