11 febrero 2021

Artista de las esferas

El desconcierto y la incertidumbre nos rodean desde hace un año, de manera tan cruel, que podemos decir que todas las muertes pueden ser (justa o injustamente) atribuibles a la pandemia y el confinamiento. Los que mueren contagiados por el coronavirus y los que mueren por otras causas, son igualmente víctimas de una trampa que ha colapsado los sistemas de salud mundiales. Este es un mundo donde ir a un centro médico con el cuerpo sano es tan peligroso como ir cuando ya no queda más remedio.

Gonzalo Cardozo

Parece que no hay un solo día que pase sin que uno sienta muy cerca el aleteo de la parca, el espesor del aire cortado por su guadaña implacable.

Otra vez, tengo que hablar de un amigo que se fue. A través de Orlando Valdez me enteré de la partida definitiva de Gonzalo Cardozo Alcalá, artista orureño cuya obra escultórica y su filosofía de la vida giraban en torno a la forma esférica.

Gonzalo era un hombre entusiasta y cariñoso. Como tenía un gran corazón y lo prodigaba entre los amigos, tuvieron que remendarlo en 2017 para que pudiera seguir repartiendo generosidad. Lo que no supieron hasta más tarde, pocas semanas atrás, es que su armazón de hueso, como en sus esculturas de hierro, también estaba sufriendo las consecuencias de esa vida de entrega. Y cuando quisieron arreglarlo como se arregla uno de esos maniquís articulados de madera que usan los artistas para dibujar las proporciones, ya no hubo caso, porque aunque el armazón era resistente, la médula ósea se obstinaba en reproducir un mieloma que, a pesar de su nombre, no es nada dulce.

Al final, el Tata Cadozo dijo adiós en Cochabamba, el domingo 17 de enero a las 02:00 de la madrugada. Había nacido en Oruro el 29 de junio de 1954, de modo que no tenía sino 66 años de edad, que en nuestros tiempos es poco para vivir y mucho para hacer obra.

En Oruro, en la casa-taller Cardozo-Velásquez, en la calle Junín (entre dos calles de nombre emblemático: Iquique y Arica, ciudades que pertenecieron a Bolivia), vivía rodeado de seis mujeres que eran su vida.

Los nombres de sus cinco hijas se inspiraban en el mundo andino: Nayra, Wara, Lully, Tania Azul y Kurmi. Toda la familia vivía imbuida de luz andina. Su muerte fue celebrada por sus hijas según la tradición: “Para nosotros, en nuestro mundo andino, la muerte no existe, simplemente es un caminar hacia una transcendencia, una transformación. Ahora mi Tata es aire, es río, es fuego, es viento, es cielo... su espíritu va rodando como las esferas de forma perfecta y natural”. Y en la misma despedida las hijas parecen hablar con la voz del artista: “Estarás siempre presente en nuestras vidas, gracias por el tiempo compartido, los caballetes, los tórculos, los experimentos, las aventuras, las locuras, el trabajo con los niños, siempre estuviste ahí́, siempre nos cuidaste y guiaste, sé que ahora no será́ diferente, la Pachita te recibirá́ con toda generosidad porque con obra y tu trabajo nos enseñaste a cuidarla, a decirle tierra te quiero...

En el hermoso patio repleto de las locuras y aventuras de arte, no faltaba nunca una botella de cerveza, vino o singani para celebrar los encuentros. De hecho, tenía un lugar especial en la sombra para sentarse con los amigos a dialogar, y las charlas no tenían límite de tiempo porque el Tata no tenía prisa cuando se trataba de conversar. Bajo el sol despiadado de Oruro, se cubría con un sombrero de ala ancha para recibir a los visitantes. En ese patio, cada primer viernes de mes realizaba rituales de agradecimiento a la madre tierra. Lo hacía también cuando los amigos lo visitaban, aunque no fuera viernes. Tenía en el patio el lugar preparado para el sahumerio y la challa.

En la sala que hacía las veces de galería y museo tenían obra pictórica de sus hijas, pero también de amigos que cuando lo visitaban canjeaban su obra con la suya. Yo salí beneficiado en el canje, porque recibí una escultura de un niño que levanta en las manos el mundo, a cambio de tres tristes poemarios de papel.

Guardo de él los más lindos recuerdos porque era una persona sencilla y amable, y lo recordaré vestido como artista-obrero, con un overol azul que usaba para acometer sus obras de hierro y de piedra. Era un mago para convertir hierros usados y materiales duros descartados por otros, en obras de arte en las que con la fuerza de sus brazos y con máquinas apropiadas doblegaba la materia para darle una forma armónica y un significado trascendente.

Al igual que otro gran artista amigo, Ricardo Pérez Alcalá, Gonzalo Cardozo estudió arquitectura, pero a diferencia de Ricardo, no la ejerció, sino que prefirió hacerse artista plástico de manera autodidacta, especializándose en trabajar la madera, el hierro, la piedra y la cerámica. En una de sus visitas, luego del ritual acostumbrado, Ricardo le dejó esta nota: “Crear siempre hermanados en el camino del arte, nos queda seguir soñando despiertos… y es la esperanza”.

A lo largo de su carrera artística obtuvo reconocimientos, premios y menciones en numerosos concursos, y expuso en casi todas las capitales departamentales de Bolivia, y también en Alemania (varias veces entre 2001 y 2003), en Shanghái (2010) y otros países.

La esfera era para él el símbolo del universo y de la vida, el referente cosmogónico de la existencia misma de la humanidad y de la naturaleza. En el patio de su taller no terminaba uno de ver ni contar la cantidad de piezas que tenía acumuladas en todas las paredes y rincones.

En el fondo de su taller, un inmenso galpón que pocos conocían, guardaba infinidad de materiales inertes que algún día se iban a convertir con fuego y a golpes de mazo (como el martillo de Thor) en piezas de arte con alma.

(Publicado en Página Siete el domingo 24 de enero de 2021)

_________________________________
Usas un espejo de cristal para ver tu cara;
usas obras de arte para ver tu alma.
—George Bernard Shaw