Ninguna ficción que tenga como personaje a un presidente de Estados Unidos abiertamente corrupto, mentiroso y manipulador hubiera sido verosímil antes de que la historia produjera a Trump. Ahora podrán hacer varias versiones fílmicas sobre este personaje delirante, torpe, fabulador, tramposo, acosador de mujeres, corrupto, etc. Y será creíble.
Mentiroso contumaz, Donald Trump superó con creces la ficción. El Washington Post, hizo un seguimiento meticuloso de sus mentiras, dichas o publicadas en Twitter, que alcanzaban la suma de 29.508 en 1.386 días (hasta el 5 de noviembre de 2020), es decir 21 mentiras por día, debidamente comprobadas por uno de los más prestigiosos diarios del mundo, el mismo que reveló el escándalo de Watergate y que precipitó la renuncia de Nixon.
Al final, Twitter y Facebook decidieron suspender sus cuentas porque ponía en riesgo los fundamentos de la democracia estadounidense. Lo que Trump propició el 6 de enero no tiene precedentes y ha sido bochorno nacional e internacional para la potencia mundial, rebajada al nivel de república bananera. Incapaz de asumirse perdedor, Trump sacó a las calles a lo más reaccionario de la sociedad gringa, para asaltar el congreso y sembrar caos.
Las mentiras que se repiten calan hondo en la gente menos informada, aquella dispuesta a tragarse las teorías conspirativas de un desaforado sin principios, capaz de engañar al fisco, a su mujer o a sus colaboradores con el mismo cinismo. Quienes lo apoyaron en la Casa Blanca al principio se distanciaron luego convirtiéndose en sus principales acusadores delante del Congreso y del FBI. No solo revelaron sus trampas y mentiras, sino que describieron la intimidad de su carácter racista, misógino y xenófobo. Los libros sobre el torcido personaje proliferaron durante su presidencia, y “friends and foes” lo hicieron papilla por igual.
Los que se mantuvieron a su lado o se unieron al final, como Rudy Giuliani, tenían razones de peso: Giuliani gana 20 mil dólares por día, para prestar el servicio de reiterar las mentiras de Trump. ¿De dónde sale ese dinero? De fanáticos de extrema derecha, ricos y pobres, que en los últimos meses de su presidencia le regalaron más de 350 millones de dólares en donaciones para su “defensa legal”. En retribución, más de cien pillos convictos se beneficiaron con un perdonazo presidencial horas antes de que abandonara la Casa Blanca.
Lo que no pudo Trump es perdonarse a sí mismo, de modo que enfrentará una cadena de investigaciones por evasión fiscal, para empezar, ya que se negó a revelar su declaración jurada de bienes y sus impuestos. El New York Times reveló que pagaba 750 US$ de impuestos por año, menos que una profesora de escuela. Mucho más, 130 mil dólares, le pagó a la actriz pornográfica Stormy Daniels para que no hablara de los servicios prestados. Pero ella vio que era mejor negocio hablar.
El multimillonario resultó menos rico de lo que se pintaba. Según Forbes, no está entre los 100, ni entre los 500, ni entre los mil más ricos del mundo. Ocupa el lugar 1.001, con poco más de dos mil millones de dólares invertidos en edificios, casinos y campos de golf. Por el fracaso de sus inversiones, sus deudas suman más de 500 millones de dólares.
Un tío mío, que vive hace más de medio siglo en California y que siempre fue republicano, me decía hace poco que estaba indignado por la manera como Trump había destruido todo vestigio de institucionalidad. Solíamos tener discusiones amistosas en las que defendía a Bush o a Reagan, pero ahora fue él quien tocó el tema para decirme lo despreciable que es Trump por sus mentiras, por sus trampas, por su engaño a la población con menos capacidad de análisis.
Megalómano delirante y arrogante, con un afán de figuración que raya en lo enfermizo, Trump llevó la investidura a un punto tan bajo, que los presidentes republicanos que lo precedieron aparecen en el relato histórico como caballeros decentes y progresistas.
Donald Trump y Evo Morales se parecen: ambos quisieron prorrogarse en el poder contra la Constitución y las leyes, ambos son mentirosos delirantes, tramposos compulsivos, carentes de ética y moral.
Al igual que nuestro folklórico “jefazo”, Trump tuvo la suerte de llegar al poder en una coyuntura económica favorable que dejó Obama. Los indicadores de empleo favorecieron su imagen, no porque él hubiera tomado decisiones que condujeron a una bonanza económica. Simplemente supo usar el discurso adecuado para atribuirse un éxito que no era suyo.
Si existe justicia Trump acabará en la cárcel, quizás no por todas las tropelías y abusos que cometió, pero al menos por evadir impuestos, como Al Capone.
(Publicado en Página Siete el sábado 23 de
enero del 2021)
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El pueblo no debería temer a sus
gobernantes,
son los gobernantes los que deberían
de temer al pueblo.
—Hugo Weaving