A 39 años de su asesinato, aún no se ha hecho justicia. No conocemos en detalle el mecanismo tenebroso de la maquinaria que acabó con su vida. Quizás un próximo gobierno desclasifique los archivos militares, tan celosamente protegidos en estos 13 años de “proceso de cambio”, y se despejen las dudas que todavía quedan.
Recordar a Lucho es, cada año, un acto más significativo porque cada vez somos menos los que lo conocimos, los que disfrutamos de su amistad y los que fuimos cómplices suyos en aventuras de periodismo independiente, de cine o de derechos humanos. Tuve la suerte de ser parte de todo ello.
Las nuevas generaciones poco saben de Espinal, pero tampoco saben del mundo en general porque no leen y no procesan de manera analítica la información que reciben a través de sus prótesis electrónicas –por muy sofisticadas que sean estas y por muy abundante que sea la avalancha de datos.
Quizás al pasar delante de una escuela que lleva el nombre de Espinal suenan campanas, pero no lo suficiente como para que los jóvenes se interroguen o investiguen. Es posible que sepan que el Día del Cine Boliviano se celebra en honor a Luis Espinal el 21 de marzo de cada año en la Cinemateca Boliviana, pero no saben mucho de lo que hizo en Bolivia y menos aún que Lucho luchó y murió por ellos, para que vivieran tiempos mejores. Lucho luchó… una simple tilde pone el énfasis en una parte importante de su vida: la lucha por la democracia, por la verdad y por la justicia.
Además está su pasión más íntima, el cine. Por una parte el cine que realizó y por otra el cine que vio como cinéfilo. Como cineasta le gustaba producir obras testimoniales que revelaban la realidad escamoteada por los gobiernos (primero en España y luego en Bolivia), pero creo que disfrutaba más aún viendo cine como un espectador alerta. Su ejercicio de la crítica cinematográfica era un complemento que le permitía discurrir y elaborar frente al espejo de la máquina de escribir.
La mayor parte de las veces iba solo al cine, a cualquier hora, pero sobre todo en las noches, en la última sesión, lo que permitió que sus asesinos le siguieran los pasos por la Avenida del Ejército y la calle Díaz Romero, luego de haber visto en el Cine 6 de Agosto “Los malditos” (“La caída de los dioses”) de Luchino Visconti.
En las conversaciones que sosteníamos en las oficinas del “Semanario Aquí” hablábamos más de la política nacional y de la coyuntura, pero en su casa nuestras conversaciones eran sobre cine, sobre lo que hablaba con verdadera pasión porque conocía en profundidad las principales corrientes cinematográficas mundiales. De hecho, cuando recién aterrizó en Bolivia yo fui de sus primeros estudiantes: tomé dos talleres que dictó en el Sindicato de Trabajadores de la Prensa: “Introducción a la crítica cinematográfica” y “Grandes realizadores de cine”.
En días pasados comentaba por correo con Francesc Xavier Victori Espinal, uno de los cinco sobrinos catalanes de Luis, acerca de los preparativos para conmemorar en 2020 los 40 años de su asesinato en su pueblo natal, Sant Fruitós de Bages, Cerca de Manresa. De pronto las cuatro décadas me cayeron como un balde de agua fría porque pensé en lo rápido que han pasado, cuando en realidad todo el tiempo que Espinal vivió en Bolivia no sumó más de doce años… Pero qué años tan productivos, tan llenos de vida, de creatividad y de compromiso social. Años que marcaron a Bolivia de tal manera que ese fuego lo seguimos sintiendo cada vez que recordamos su vida y su muerte.
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Somos antorchas que sólo tenemos sentido cuando nos quemamos,
solamente entonces seremos luz. —Luis Espinal