No hay otra metrópoli en el mundo que
pueda competir con ella en la cantidad de museos que ofrece. La Ciudad de
México tiene más de 130 museos, entre los que maneja el Estado y los privados.
Digo “más de” porque no es posible contabilizarlos ya que cada año hay dos o
tres nuevos museos que se añaden a la lista. Y no incluyo a las galerías de
arte, que son muchas, solamente a los museos formalmente establecidos, desde el
gigantesco y apabullante Museo Nacional de Antropología e Historia hasta museos
privados como el Museo del Juguete Antiguo (MUJAM), el Museo de Cera, el Museo de la Caricatura o el Museo del Objeto (MODO).
Hay además numerosas “casas museo” como
la del arquitecto Luis Barragán, la del escritor Alfonso Reyes, las de Diego
Rivera, la de Frida Kalho o la de León Trotsky (esta última de pésima
museografía, pero interesante por su historia, ya que ahí fue asesinado el
dirigente de la IV Internacional).
Lo curioso es que entre tantos museos,
los principales espacios para exhibir el arte contemporáneo son relativamente
pequeños y exhiben un porcentaje menor de las muchas obras que custodian. Generalmente
se dedican a exposiciones temporales y esconden su colección permanente. El
Museo Carrillo Gil y la Fundación Jumex son dos ejemplos de ello, el segundo es
un caso patético al que le dedicaré un artículo más adelante. El Museo Rufino
Tamayo no muestra ni una sola obra del gran pintor mexicano y dedica sus salas
a muestras de arte contemporáneo internacional de vocación efímera y de dudosa
calidad.
Frente al Museo Tamayo, a apenas cien
metros de distancia, el Museo de Arte Moderno tiene muy poco espacio de
exhibición (como el de Sao Paulo, es pequeño), de modo que ha optado también
por exposiciones temporales en detrimento de su colección permanente. Las
hermosas obras de su acervo solamente se ven de vez en cuando, cuando se
organiza alguna muestra temática que amerita sacar a la luz algo de Frida Kahlo,
Diego Rivera, Siqueiros, Remedios Varo y tantas otras obras que duermen en sus
bóvedas.
Pero de vez en cuando, hay suerte, porque
alguna de las exposiciones temporales realmente vale la pena y marca un hito.
Sucede ahora con una magnífica muestra de cerámica de alta temperatura del maestro
oaxaqueño Francisco Toledo, que bajo el título “Duelo” reúne un centenar de
obras sorprendentes. Desde que ingresé a la sala supe que estaba frente a una obra excepcional en cerámica.
No es casual el título de la
exposición, "Duelo", porque expresa el dolor que siente este artista sensible y
comprometido con la realidad del pueblo mexicano, por la situación de violencia
y corrupción que vive su país. Por ello el color dominante de la muestra es el
rojo, un rojo sangre, y muchas de las figuras que presenta sugieren la
violencia de la tortura y de la muerte.
Francisco Toledo es un artista excepcional
por su trayectoria de vida y por sus aportes a la plástica. Trabaja en silencio
en Oaxaca, solo sale a la luz pública cuando es importante prestar su presencia
para alguna causa noble, pero prefiere evitar los reflectores: “No creo ni en
el más allá, ni en la gloria, ni en nada. Por eso nunca ha sido preocupación
mía pensar en algún epitafio que resuma mi existencia, pero si tuviera que pensar
en un epitafio… bueno, diría una palabra que es muy bella: Nada.”
La primera obra que uno encuentra en la
entrada de la muestra en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México es una
especie de cañón-falo, que evoca el imaginario de la violencia encadenada. El
gris del metal de las cadenas contrasta con el rojo y el rosado de la carne
aprisionada. Escribo esto mientras miro las fotos que tomé más temprano y
siento que las palabras me quitan el aliento.
Lazos rojos, cadenas, estructuras sin
ventanas o edificios con ventanas minúsculas, como prisiones, rostros torcidos,
manos ensangrentadas, animales agresivos, son algunos de los temas que se
reiteran en la exposición.
Hay figuras que parecen querer escapar de
los recipientes en las que han sido encerradas y otras que se muestran en
actitud de resignación, abatidas en un mar de sangre. Otras apresadas en un
atado de huesos sin dueño o servidas en platos, cabezas cortadas con la lengua
aprisionada, rostros amordazado con correas, jarrones adornados con orejas
humanas.
Aún las obras más inocentes, las vasijas,
sacan a relucir su aspereza, púas de cactus. Un pulpo muestra un pene erecto
mientras atrapa con sus tentáculos a una figura humana.
La figura de un zapato abandonado sugiere
la huida o la muerte de quien lo dejó en el camino. Siempre me he preguntado por qué las víctimas de la violencia
aparecen siempre con los pies desnudos. Aquí están esos zapatos
sueltos que los pies abandonan para emprender un camino sin retorno.
Toledo rehusa la publicidad y los homenajes, es un
artista magnífico, capaz de seguir sorprendiéndonos cada vez que presenta el
resultado de su trabajo, siempre con un dominio absoluto de la materia y
siempre evocando la realidad del presente a través de los símbolos de la
cultura mexicana ancestral.
______________________________________
A
los artistas no debe hacérseles monumentos
porque
ya los tienen hechos con sus obras...
—Antonio Gaudí