17 enero 2016

Apagón

Se apagó el año 2015 y durante ese año debía también producirse en varios países de nuestra región el tantas veces anunciado y siempre retrasado apagón analógico. La Televisión Digital Terrestre (TDT) enfrentó el reto de remplazar de una vez por todas a la televisión analógica pero no lo logró, a diferencia de los países europeos que de manera escalonada desde el año 2007 ya tomaron los pasos necesarios para completar la transición de los sistemas analógicos a los digitales. 

Lo fácil para los gobiernos populistas latinoamericanos es decir “ya empezó la transición” (como han hecho casi todos), pero lo difícil es ratificar seriamente qué año se producirá el apagón analógico definitivo. La demagogia típica de esos gobiernos hace que desde el año 2010 hayan anunciado que “empiezan” la transición a la televisión digital, pero los pasos que han dado demuestran que no entienden el tema y que no están preparados para esa conversión.

Me encontraba en México el 17 de diciembre cuando el gobierno apagó el interruptor.  No fue un proceso fácil ni estuvo exento de errores, pero ya se hizo. Una campaña publicitaria lo venía anunciando desde hace meses en los lugares públicos, no solamente para que la población lo supiera, sino ofreciendo información y asistencia técnica y financiera a través de teléfonos de contacto. Con todas las críticas que se le pueda hacer al Estado mexicano, la transición se produjo en todo el país a lo largo de varios años, hasta culminar el último día del año 2015. 

El gobierno federal mexicano distribuyó 14 millones de receptores digitales de televisión, y en los mercados se vendieron por cientos de miles los adaptadores que permiten transformar la señal digital en señal analógica, de manera que quienes poseen un televisor antiguo puedan ver la programación, aunque no será con calidad digital. 

Grupos ciudadanos se organizaron para que la entrega de televisores a las familias de bajos ingresos no se utilizara políticamente. Es un hecho que la entrega de obras en México está normada para limitar las apariciones públicas de funcionarios del gobierno entregando obras como si fueran regalos de los servidores públicos: "Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda Prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa". Está prohibido que el nombre del presidente aparezca, aunque por supuesto los gobiernos se dan mañas para violar la reglamentación. 

La diferencia con Bolivia es tajante, ya que en nuestro país la foto presidencial aparece en toda entrega de obras, como si el primer mandatario hubiera financiado esas obras con sus ahorros personales y no con recursos públicos y dinero de los contribuyentes. 

Muchos de los televisores distribuidos gratuitamente en México aparecieron en casas de empeño o fueron revendidos tan pronto los entregaron, así suele suceder cuando no existe una planificación adecuada y cuando la corrupción se introduce en la cadena de ejecución. 

Uno de los expertos en el tema, Gabriel Sosa Plata, considera que la transición mexicana fue exitosa porque “las propias televisoras, tanto privadas como públicas que hicieron sus inversiones, digitalizaron sus transmisiones y cumplieron en tiempo y forma con el apagón analógico…”, pero le costó al Estado 26 mil millones de pesos con “todo lo que ello implicó políticamente, de uso electoral, etcétera; son cosas que quizá no debieron haber ocurrido”.

Como suele suceder, estos grandes cambios de tecnología abren las puertas a la corrupción y al enriquecimiento ilícito cuando no existe una planificación rigurosa y transparencia de gestión. A pesar de esos inconvenientes México ha sido el primer país en la región latinoamericana en lograrlo, luego de que Uruguay -que había previsto hacerlo el 21 de noviembre de 2015- postergó el apagón por no estar aún en capacidad de ofrecer el servicio a todos los usuarios.

Todos los demás países, menos Bolivia, tienen fecha para el apagón analógico definitivo y están preparándose para la transición a la Televisión Digital Terrestre (TDT). Colombia ha fijado la fecha del 31 de marzo de 2019, Venezuela el 1 de enero de 2020 y Perú el 28 de julio de 2020. Menos precisos, Panamá y Ecuador hablan del año 2017; Brasil, El Salvador y Costa Rica del 2018; Argentina del 2019; Chile, Perú y Honduras del 2020; Cuba y Paraguay del 2024…  Bolivia no tiene fecha oficial.

Lo que no han entendido los gobiernos latinoamericanos es que no es cuestión de decretos y anuncios triunfalistas sino de procesos muy complejos de inversión en tecnología, que con la participación de empresas públicas y privadas garanticen las condiciones para que esa transición de emisión y recepción de señales digitales sea factible. Significa la administración y gestión estatal de las nuevas frecuencias, la renovación completa de los equipos de producción y transmisión de los canales de televisión, y la adaptación del parque de televisores en todo el territorio nacional.

El presidente boliviano delira con la central nuclear “más grande” de Latinoamérica (¿qué quiere decir “más grande”?:  ¿más potencia?, ¿mayor tamaño?, ¿más costosa?), pero no tiene idea de la tecnología como sistema integrado y sostén de las transformaciones económicas. Cree que regalando computadoras con su foto se resuelve el tema del avance tecnológico, pero no se ha tomado en serio la transición a los sistemas digitales de transmisión y recepción. Tan atrasados estamos en Bolivia que seguimos teniendo la conexión de internet más cara y lenta de la región.

Los pasos que ha tomado el gobierno boliviano, además de anuncios retóricos que no se corresponden con acciones en la realidad, solo benefician a quienes están en el poder.  El canal del Estado (o más bien el canal del gobierno, pues se utiliza como instrumento de la politiquería presidencial), tiene ya capacidad instalada para producir y transmitir señales digitales, pero el resto del país no parece interesarle al gobierno. Uno de los anuncios oficiales dice que se fijará la fecha del apagón “cuando la mayoría de los ciudadanos ya puedan captar las señales digitales”, lo que significa que se dejará la responsabilidad en manos de la iniciativa privada.

El capricho presidencial del satélite Tupaj Katari le ha salido caro al país, ya que no podrá amortizarse el costo en los 15 años de vida útil y hasta ahora no ha tenido otro beneficio que ampliar la señal del canal oficial.  Probablemente sucederá lo mismo con la transición a la Televisión Digital Terrestre. Bolivia no está preparada (el tema apenas se discute porque el gobierno está más interesado en invertir en propaganda) y será otra vez uno de los últimos países de la región en ponerse al día. Los delirios de grandeza presidenciales no podrán, por decreto y por saturación de publicidad, remediar esa situación. La corrupción imperante y el tráfico de influencias hace pensar que el gobierno solamente tomará decisiones si algún funcionario vivillo ve en la transición a la TDT la oportunidad de hacerse rico en poco tiempo.
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El apagón analógico sin política de Estado
es como apagar la vela de cumpleaños de un enfermo terminal.
—AGD