A fines de noviembre tuvo lugar en París
la sesión 21 de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) y la 11ª Reunión de las
Partes en el Protocolo de Kyoto. Me acordé que en 1998, hace 17 años estuve en
la COP4, en Buenos Aires, en mi calidad de director del programa Tierramérica
de Naciones Unidas, una plataforma de información sobre medio ambiente.
Entonces me parecía que esas reuniones
servían para algo. Quizás había mayor
entusiasmo en la gente que participaba y los países no actuaban con tanta
hipocresía. O la hipocresía se limitaba
a los grandes depredadores del planeta y no a los chicos. Pero ahora, es
generalizada, y un ejemplo es el doble discurso del gobierno boliviano, que
habla de la madre tierra en las reuniones internacionales, y es depredador en
casa, con proyectos de energía nuclear y concesiones a empresas petroleras y
mineras, a las que ha prometido no nacionalizar.
Pero no quiero hablar de eso ahora porque
no vale la pena, es una batalla perdida con un gobierno autoritario como este.
Prefiero hablar de energías renovables a las que apuestan algunos países tanto
el norte como en el sur.
A mediados de julio estuve en España y al
recorrer una parte de Andalucía entre Écija y Carmona (Sevilla) de pronto
apareció en el horizonte un diamante de luz que refulgía entre las plantaciones
de olivares, compitiendo con el sol como una estrella diurna, lo cual me
pareció extraordinario. Cuando la cinta de asfalto nos acercó a Fuentes de
Andalucía, descubrimos una enorme torre coronada por un captor de luz de
cristal, rodeada por miles de espejos que reflejan la luz del sol sobre ese
punto único en lo alto de la torre.
Me maravilló tanto que apenas pude,
averigüé de qué se trataba: el complejo Gemasolar, la primera planta termosolar
de España capaz de producir energía aún en días nublados y de noche. El
megaproyecto fue construido por la empresa Torresol Energy, un consorcio de la
empresa de ingeniería vasca Sener y la sociedad de energías renovables Masdar,
de Abu Dhabi. Constituye uno de los
centros productores de energía solar más avanzados del mundo, con 2.650
heliostatos (espejos planos) dispuestos en anillos concéntricos para reflejar la
luz en un receptor cilíndrico que puede alcanzar temperaturas de hasta 500
grados centígrados, colocado en la cúspide del faro de luz de 140 metros de
altura, la estructura más alta de Andalucía. Cada 20 segundos los espejos se
mueven adaptándose automáticamente al movimiento del sol.
Se trata de una tecnología
extraordinaria, capaz de suministrar 110 GWh al año a una población de 27.500
hogares, lo que le ahorra al país y al medio ambiente 30 mil toneladas de CO2
por la importación de 28 mil toneladas de petróleo que contamina. Otros países
están haciendo lo mismo. Chile está invirtiendo dos mil millones de dólares en
el Proyecto Copiapó Solar, que podría ser en 2019 el más grande del mundo.
Estados Unidos ya tiene el Crescent Dunes Solar Reserve, un proyecto modelo.
Además de olivares y viñedos, Andalucía
siembra energías alternativas. ¿Cómo no hacerlo si dispone de dos ingredientes naturales
necesarios: abundante sol y planicies propicias para capturar los vientos.
Las torres de electricidad “antiguas” parecen
espantapájaros enanos al lado de las hileras de majestuosos molinos de viento,
impecablemente blancos y elegantes, que se yerguen a 50 metros de altura.
Pero no todo es luces. Hay sombras tan absurdas como la que proyecta
el gobierno español, que ha decidido ponerle un impuesto al sol… De eso hablaré
en una próxima nota.
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Hay
suficiente en el mundo para cubrir
las
necesidades de todos los hombres,
pero
no para satisfacer su codicia.
—Mahatma Gandhi