16 octubre 2022

Academia del cine

(Publicado en Página Siete el domingo 21 de agosto de 2021)

 Mientras en otros países de la región la creatividad en el séptimo arte se desarrolla con el impulso de una nueva generación de cineastas y la industria cinematográfica crece gracias al apoyo que brindan los Estados a través de diversos mecanismos de subvención, en Bolivia vivimos una situación de precariedad lamentable: hay mucho talento en los nuevos cineastas, pero cada quien tiene que buscar los medios para realizar sus obras, ya que los mecanismos nacionales de financiamiento son escasos o se traducen en montos irrisorios, insuficientes para encarar proyectos ambiciosos.

Rodaje de “Utama”, de Alejandro Loayza 

 En esas condiciones precarias, la nueva generación de cineastas bolivianos ha estado en estos años, pandemia de por medio, cosechando premios y reconocimientos en festivales de todo el mundo, como lo demuestra “Utama”, de Alejandro Loayza, entre otras películas recientes.

 Sería vano comparar a Bolivia con las grandes cinematografías de América Latina (Brasil, Argentina, México), pero podemos compararnos con Ecuador, Perú o Colombia, y aún así quedamos muy mal parados. Mientras el Estado boliviano gasta millones en museos a la gloria del mandatario que quiso eternizarse en el poder, en aeropuertos que no se utilizan, en empresas deficitarias y en infinidad de canchas de césped sintético, el cine boliviano recibe migajas y sus cineastas tienen que reinventarse como gestores para juntar apoyo de fondos internacionales.

Filmacion de “Fuera de aquí"

 Cuando en 1975 fui asistente de dirección de Jorge Sanjinés en su largometraje “Fuera de aquí” (1977), en Ecuador, ese país hermano carecía de industria cinematográfica propia. Ya había pasado por allí una década antes Jorge Ruiz, para realizar documentales, y cuando Jorge Sanjinés encaró su segundo largometraje del exilio durante la dictadura de Banzer, prácticamente estaba inaugurando el cine ecuatoriano, que no contaba sino con algunos documentales emblemáticos.

 Hoy, el cine ecuatoriano nos lleva la delantera, en cantidad de producción y en capacidad de distribución internacional, gracias a políticas de Estado que valoran la cultura por encima del proselitismo. Estuve un par de veces en Quito invitado como jurado del Consejo Nacional de Cine (CNCine) el año que los fondos otorgados por el Estado aumentaron a 2.4 millones de dólares, destinados a varias categorías, inclusive para el cine comunitario. Las subvenciones no se distribuían por favoritismo o afinidad política con el gobierno, sino por recomendación de jurados nacionales e internacionales imparciales.

 Colombia, como otros países, tiene mecanismos que permiten financiar el cine nacional a través de un porcentaje de la taquilla, lo que garantiza un fondo permanente para los cineastas. Pero, aparte de ello, tiene instituciones sólidas que se mantienen de un gobierno al siguiente, sin depender de los vaivenes de la política. Son instituciones privadas o mixtas, que tienen plena autonomía del Estado, aunque en algunos casos reciban apoyo, como es el caso de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano, el equivalente de nuestra Cinemateca.

Elkin Zair 

 Otra institución es la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas, a cuyo director ejecutivo, Elkin Zair Manco, tuve oportunidad de conocer en Santa Cruz el viernes 19 de agosto, en el marco de la conclusión de la onceava edición de Bolivia Lab que anima Viviana Saavedra.

 Bolivia Lab “es una plataforma de formación que fortalece el encuentro y el desarrollo de la industria del cine de Iberoamérica para estrechar lazos de colaboración y alianzas estratégicas en la región”. Su alcance regional hace que esos intercambios sean más ricos, y en esta oportunidad el cierre fue oportunamente dedicado a un encuentro con el director ejecutivo de la Academia Colombiana, que ofreció valiosas orientaciones para alentar la formación en Bolivia de una asociación similar, compuesta por trabajadores de diferentes áreas de la cinematografía, independiente del Estado, cuya principal fuerza serían sus miembros.

 Durante el encuentro con Elkin Zair Manco en Santa Cruz, la Cinemateca Boliviana y la Asociación de Cineastas presentaron un proyecto de academia cinematográfica que viene gestándose desde hace algún tiempo, y que ya cuenta con un proyecto de estatutos y reglamentos detallados. La relación con la Academia Colombiana, facilitada en esta oportunidad por Bolivia Lab, contribuirá sin duda a enriquecer lo que se ha avanzado hasta ahora, con miras a la formación de una Academia Boliviana independiente y sin ánimo de lucro, que reúna a todos los miembros representativos de la creación cinematográfica en Bolivia. Los principios básicos, como en el caso colombiano, deberían ser: democracia, pluralismo, transparencia y participación.

 A pesar del esfuerzo realizado por Bolivia Lab y de las invitaciones cursadas a los cineastas y organizaciones que los representan, la indiferencia de muchos fue notoria en la inasistencia al evento. Quizás se cumple con los cineastas aquello que mi amigo Liber Forti decía sobre los políticos: “Cada boliviano es un partido político… con divisiones internas”.

 En cualquier caso, la oportunidad fue saludable para recoger insumos sobre las formas de organización y los procesos de consolidación. La Academia Colombiana cuenta con 657 miembros, pero no logró de la noche a la mañana ese nivel de participación. Inicialmente, el núcleo era de 20 profesionales en cuatro categorías principales: dirección, producción, guion y actuación. Desde 2009 se sumaron otras categorías hasta completar las 13 con que cuenta actualmente.  Por supuesto, hay requisitos: todos los miembros tienen que demostrar que son autores de al menos dos créditos en producciones estrenadas comercialmente.

 “La organización depende de las voluntades de quienes individualmente se comprometen, ir más allá del deseo, hacia la voluntad de participar en mesas de trabajo para la conformación de la academia. El principio básico es dar su tiempo para construir”, dice Elkin Zair Manco. Recomienda hacer mucha “pedagogía” para dar a conocer los objetivos de la academia, de manera que los creadores del cine comprendan que unidos en una sola asociación representativa, todos pueden beneficiarse.

 En la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas la membresía es individual, no existen “cupos” para la representación de las regiones, pero la institución hace esfuerzos para desarrollar, a través de talleres de capacitación y otras actividades, las capacidades locales. La fortaleza de la institucionalidad colombiana, permite negociar acuerdos con grandes productoras como Netflix o Amazon. El modelo colombiano es un buen ejemplo.

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A director is a man, therefore he has ideas;
he is also an artist, therefore he has imagination.
—Michelangelo Antonioni