(Publicado en Página Siete el domingo 14 de noviembre de 2021)
En un artículo anterior mencioné el evento “Representaciones transformativas de la identidad nacional: Expresiones artísticas y culturales bolivianas”, una serie internacional de conversaciones virtuales organizada por Carolina Scarborough, boliviana radicada en Estados Unidos, especialista en arte latinoamericano de la New York University (NYU).
La última sesión nos reunió con Raquel Romero, Diego Mondaca, Marcos Loayza, para hablar del cine boliviano como un medio incipiente que lucha por adquirir vigencia nacional e internacional. Mi ponencia se refirió a la “Trayectoria social e identidad del cine boliviano”, partiendo del presupuesto de que todo el cine que se ha hecho en Bolivia, desde sus orígenes, ha estado marcado por la preocupación por nuestra sociedad y nuestra cultura. A continuación, un apretado resumen.
La producción de cine en Bolivia ha mantenido a lo largo de un siglo:
a) La
impronta de un cine independiente, obra de cineastas que pueden arriesgarlo
todo para hacer cine, aunque por ello no reciban ningún reconocimiento y menos
aún compensación económica.
b) El
compromiso de los cineastas con la identidad nacional e indígena, que ha
sembrado la historia del cine boliviano con obras que cuestionan la realidad de
manera crítica, y por ello se convierten en películas polémicas y con
frecuencia sujetas a la censura.
Cuando a principios de la década de 1970
comencé a investigar la historia del cine boliviano, no había fuentes escritas,
apenas algunos artículos cortos cuya información tuve que verificar. Las
fuentes sobre películas que se pensaban desaparecidas eran fundamentales, pero
más lo fueron las conversaciones que tuve con los cineastas y actores que aún
estaban vivos.
En 1938, en un diario de Cochabamba se publicó un artículo de Raúl Montalvo, titulado “Lo que es cinematografía en Bolivia” donde el autor se refiere vagamente a los filmes de Luis Castillo, de José María Velasco Maidana y sobre todo se ocupa de “La Guerra del Chaco”, de Luis Bazoberry García. Ese texto, tiene la virtud de referirse al primer filme, prácticamente desconocido hasta entonces, de Velasco Maidana: “La profecía del lago”.
Trece años más tarde, el 1º de enero de 1953, después del triunfo de la revolución de abril de 1952, el diario La Nación publicó el artículo de Raúl Salmón: “Auspiciosas perspectivas del cine nacional”. Se trata de la primera síntesis histórica del cine boliviano con informaciones que pude verificar. Salmón se refiere a Luis Castillo, Arturo Posnansky, Velasco Maidana, Bolivia Films, el Instituto Cinematográfico Boliviano, y a una serie de cortos publicitarios rodados entre 1948 y 1952. El autor obtuvo sus datos directamente de Castillo, el pionero del cine boliviano que estaba vinculado como camarógrafo a casi todo el cine que se había hecho en Bolivia antes de 1940. Wenceslao Monroy, Gastón Velasco y Luis Llanos Aparicio, fueron también consultados por Salmón.
En 1954 el flamante Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB) editó un número único de la revista Warawara, en la que figura un artículo sin firma, titulado “Breve historia del Cine en Bolivia”. No se avanza mucho sobre lo publicado anteriormente, por el contrario, el texto no toma en cuenta los datos importantes proporcionados en el artículo de Salmón. En julio de 1958 la revista de artes y letras Khana publicó una separata de 16 páginas: “Historia del cine y su desarrollo nacional” de Marcos Kavlin, representante de la firma Kodak en Bolivia y miembro del Consejo Municipal de Cultura. A lo largo del artículo se amplía y actualiza el texto de Raúl Salmón, pero los nuevos aportes sobre el período histórico anterior a 1950 no son significativos. Kavlin, que falleció en 1977, me contó dos años antes que había basado su artículo sobre el texto de Salmón sin confirmar los datos allí consignados.
Podríamos decir que el cine boliviano nació al mismo tiempo que la censura. Si bien antes de 1925 se habían realizado algunos cortometrajes y sobre todo se habían filmado “vistas locales” de acontecimientos públicos, las primeras películas de ficción reconocidas como tales son “Corazón aymara” de Pedro Sambarino, estrenado el 14 de julio de 1925, “La profecía del lago” (aunque filmada en 1923, se estrenó diez días después del filme de Sambarino), y “La gloria de la raza” estrenada el 9 de septiembre del mismo año, de Arturo Posnansky y Luis Castillo.
Amanecer chipaya, de Alfonso Gumucio
Desde su título “Corazón aymara” indica su contenido social en favor de los indígenas. Un comentario publicado después del estreno lo dice claramente: “Corazón Aymara es uno de los innumerables gritos de aquel clamor que protesta contra la efectiva esclavitud de los indios, esclavitud que se manifiesta con las servidumbres feudales a que siguen obligados, con la indefensión, la incultura en que se han visto circunspectos deliberadamente, la extorsión de parte de patrones, corregidores, párrocos y otros elementos más que medran en las aldeas con el beneficio del esfuerzo indígena”.
“La profecía del lago” no solamente es considerado como unos de los dos primeros largometrajes de ficción del cine boliviano, sino también el primer caso de censura, porque su argumento. Uno de sus actores, Donato Olmos Peñaranda, me comentó: “El tema es el de un señor millonario, con fincas cerca del lago, cuya mujer se enamora de un indio que cuida la casa. En una escena de fiesta se veía a las señoras de la sociedad paceña. Como el film escandalizó tanto el día de su estreno, no duró ni dos días en cartelera”. Un juez ordenó la incineración de la obra, que por suerte no se cumplió.
La tercera obra estrenada en 1925 también aborda un tema que toca la identidad nacional, pues reconstruye visualmente episodios de la civilización de Tiwanaku. “La gloria de la raza” fue realizada por el arqueólogo Arturo Posnansky, lo cual lo coloca en una posición de autoridad científica para realizar una película sobre ese tema. Según las notas de prensa de la época, y sobre todo de un cuadernillo que se publicó con el guion del filme, el filme narra el encuentro en las aguas del lago Titicaca entre un arqueólogo y el último sobreviviente de la civilización uru. Una vez más, la preocupación por la identidad indígena constituye el eje central del cine pionero de Bolivia.
Lo propio sucede con la última película del periodo mudo, una “superproducción” para la época: “Wara-wara” de José María Velasco Maidana, artista versátil (músico, cineasta y artista plástico), que supo aglutinar en torno al proyecto a lo mejor del mundo artístico. La película, estrenada a principios de 1930, reconstruye escenas de la civilización de Tiwanaku y el choque cultural que se produce a la llegada de los conquistadores españoles. Aquí también, la historia con “H” mayúscula se teje con la historia íntima de los amores de un capitán español con una joven ñusta indígena.
Es difícil encontrar en los orígenes del cine en otros países de América Latina, una huella tan importante de la identidad nacional en absolutamente todas las películas de ficción producidas.
________________________ El cine nunca es arte.
Es un trabajo de artesanía, de primer orden a veces,
de segundo o tercero lo más. —Luchino Visconti