27 noviembre 2021

Recuerdo de Mario Velarde Dorado

 (Publicado en Página Siete el domingo 12 de septiembre de 2021)

Cómo se puede explicar que una persona con trayectoria política, varias veces ministro de Estado y diplomático, autor de obras de narrativa, transite a través del espejo que lleva de esta vida a la otra sin que nadie se percate en su propio país, al que sirvió durante varias décadas.

Cuando me avisaron que había fallecido, busqué la noticia en internet, y no encontré nada, absolutamente nada. Lo único que hallé en las redes fue un tuit de Carlos D. Mesa: “Lamento la muerte de Mario Velarde Dorado, político y diplomático comprometido con el país, ministro de RREE del presidente Siles en el tiempo de la conquista de la democracia. Mi solidaridad con su familia”.  Por lo demás, silencio.

Berlin 1976

Recuerdo que Mario y yo nos vimos en el exilio en 1976. Lo fui a visitar a Berlín, donde él y otros amigos bolivianos, como Oscar Zambrano y Ronald Grebe, radicaban. De ese Berlín anterior a la caída del muro conservo muy pocos recuerdos, entre ellos unas imágenes de Ronny en su casa, de Oscar en la calle, y un par de fotos mías en “check-point Charly”, el paso fronterizo controlado por Estados Unidos para pasar el muro entre Alemania Oriental y Alemania Occidental. Esa fue la única vez que vi a Mario fuera de Bolivia, y él se acordaba más que yo de aquel encuentro.

Mario Velarde Dorado (Foto: Alfonso Gumucio)


Muchos años más tarde lo volví a ver en Santa Cruz, donde residía. Lo entrevisté sobre mi padre, de quien tenía un alto concepto pues gracias a él había iniciado su carrera en el Estado: “En 1961, por recomendación del doctor Paz en su segundo período, don Alfonso me nombró director de la Oficina de Propiedad Industrial del Ministerio de Economía. El doctor Paz, muchos años después, cuando lo visité en San Luis en noviembre del 92, me dijo que lo había hecho movido por un asunto de su propia juventud, cuando se desempeñó como abogado y tramitador para el registro de marcas y patentes. (…) Cuando el ministro recibió mi informe, lo aprobó de inmediato y con una firmeza digna de los grandes administradores. Así, se multiplicaron los ingresos en favor del Tesoro General de la Nación, en medio de amenazas de demandas de inconstitucionalidad. El presidente apoyó al ministro y las cosas cambiaron hasta tal punto que la embajada norteamericana me entregó pasajes de ida y vuelta a Washington donde representé al país en un Congreso Internacional de Propiedad Industrial. Don Alfonso ordenó los viáticos y de este modo pude conocer la capital del imperio.”

Siles Zuazo y Paz Estenssoro

Ese fue el inicio de la carrera de Mario Velarde en el servicio público: “A mi retorno, gracias a don Alfonso, la Oficina cobró importancia y hasta notoriedad, a tal extremo que don Alfonso hizo aprobar un Decreto Supremo nombrando la Comisión de Revisión del Derecho Industrial e Intelectual (colegios de abogados, universidades, etc.) que tuve el honor de presidir. En enero del 62, el ministro Fellmann me invitó para desempeñar el puesto de Director General de Organismos Internacionales de la Cancillería, donde inicié la carrera a tanta velocidad, particularmente por mi especialidad en materia de relaciones con Chile (ya era catedrático de Derecho Internacional), que ya a fin de año, antes de cumplir 30 años de edad, fui embajador representante permanente en la ONU”.

Mario era una persona buena, generosa y honesta. Intervino en política sin pretender nada más que servir a Bolivia. Fue próximo a Paz Estenssoro y a Siles Zuazo, en cuyos gobiernos ocupó varios cargos dentro y fuera de Bolivia.

Fue también catedrático en la Universidad Católica de La Paz, en la Universidad Mayor de San Andrés  (UMSA) y en la Escuela de Altos Estudios Nacionales Eduardo Avaroa, así como director general de Organismos Internacionales en el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre 1961 y 1962, embajador delegado de Bolivia en la Comisión Económica y Financiera de la ONU de 1963 a 1964, embajador Representante Permanente Alterno de Bolivia ante la ONU y en 1964 embajador de Bolivia ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Su carrera en el servicio público se prolongó todavía veinte años más. Durante el gobierno del general Juan José Torres fue ministro Secretario General de la Presidencia (1970-1971) y ministro interino de Relaciones Exteriores y de Educación en el mismo año. Ese periodo terminó con el golpe militar de Banzer. De 1982 a 1983, al retornar la democracia a Bolivia con el presidente Hernán Siles Zuazo, fue canciller de la república. Fue electo diputado nacional (1983-1986), y presidió las comisiones de Defensa y Policía Judicial. Finalmente, de 1987 a 1989, fue embajador de Bolivia en Moscú. 

Una faceta menos conocida de Mario Velarde Dorado es su actividad literaria. Según recuerda Giancarla de Quiroga, Mario ya había publicado el cuento “Sin sueños fue la vida de Amadeo” en 1958, muy probablemente en la revista Cordillera. Pero su obra más ambiciosa fue la novela de 477 páginas, “Benigno Arosa, de madre chola” (2017), una edición al cuidado de su sobrino Jaime Taborga, publicada por la Editorial 3600.  

Mantuve correspondencia esporádica con Mario a lo largo de varios años. En uno de sus mensajes, que guardo con especial aprecio, se refiere de esta manera a mi padre: “El visionario Alfonso Gumucio Reyes, incorruptible y decoroso, que quedó a cargo de la planificación del Oriente en general y de Santa Cruz en particular, diseñó́ el proyecto de la región integrada de cien kilómetros de largo por veinte de ancho, desde la ciudad de Santa Cruz de la Sierra hasta más allá́ de Montero y Portachuelo. Se instaló el Ingenio Guabirá́, se mecanizó mediante subsidios la agricultura, se trajeron “colonizadores” collas para sembrar caña de azúcar y todo cambió en Santa Cruz. Se terminó de construir la carretera asfaltada de Cochabamba a Santa Cruz y se trazó y construyó la firme y sólida carretera al norte. Las autoridades edilicias de esta ciudad, malagradecidas, no han rendido ningún homenaje real a este paradigma de patriota. Hasta hoy no existe, por ejemplo, ninguna buena calle, plaza o avenida que lleve el nombre de don Alfonso. Inconcebible, como también resulta increíble que Alfonso Gumucio Reyes muriera en la pobreza, zurcido el cuello de la camisa, después de haberse desempeñado como presidente y gerente general de la Corporación Boliviana de Fomento, titular por muchos años del ministerio de Economía Nacional y por último embajador en España para que descansara y terminase de actualizarse pues, según Paz Estenssoro, Gumucio en 1964 sería su sucesor en la presidencia. Como si se tratase de algún médico, sólo en Montero hay un hospital que lleva su nombre”. 

Muchos lo habrán olvidado pero los amigos tendremos presente a Mario. Falleció en Santa Cruz, la noche del sábado 28 de agosto. Unas pocas líneas para que quede algo en la memoria de los bolivianos, tan dados al olvido.

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La historia nunca dice adiós.
Lo que dice siempre es un hasta luego.
—Eduardo Galeano