08 febrero 2020

El olor de los pobres

El extraordinario elenco de actores
 Lo malo de ver una película que llega precedida de tanta fama, es que uno no puede evitar la información que circula sobre ella, y eso corre el riesgo de influenciar el criterio de quienes escribimos sobre cine. Lo bueno, es que términos como “extraña”, “original”, “inclasificable” y otros similares tuvieron el efecto de provocar mi curiosidad por el filme, aunque antes de verla evité leer comentarios y críticas sobre “Parásitos” (2019) dirigida por el sudcoreano Bong Joon-ho. 

Al salir de la sala de cine, muchas ideas, y sobre todo sensaciones, daban vuelta vertiginosamente en mi cabeza, pero algo quedaba claro sobre todas las demás consideraciones: “Parásitos” es una gran metáfora sobre la lucha de clases en la sociedad de la información. 

En pocas palabras la línea argumental muestra a la familia Kim de cuatro personas (padre, madre, hijo e hija) que viven la pobreza más deprimente en un subsuelo de la ciudad donde incluso la taza de baño está encima de sus cabezas y tienen que trepar a ella como a un trono, ya sea para hacer sus necesidades o para “robar” la señal de wifi de algún vecino. La otra familia, los Park, también conformada por cuatro miembros, padece otro tipo de inseguridad que su bienestar familiar no permite resolver completamente. 

La familia de estrato bajo, por un azar del destino, logra poner un pie dentro de la casa de estrato alto, y en poco tiempo se apropia del funcionamiento de esa casa: el hijo empleado como profesor de inglés, el padre como chofer, la hija como profesora de arte y la madre como ama de llaves. Los cuatro desplazan gradualmente a los empleados anteriores, tendiéndoles trampas que terminan en su despido. 

La historia dista de ser simple, me recordó el cuento de Cortázar “Casa tomada”, donde una pareja de hermanos cuarentones en un caserón enorme, se ve progresivamente reducida por fuerzas invisibles, a una parte de la casa y luego expulsados.  No es solamente el tema que tiene afinidades con la película de Bong Joon-ho, sino la estructura misma del relato: la primera parte puede parecer anodina y descriptiva, mientras que la segunda desata una dimensión simbólica que desborda. 

La casa es también un personaje
Nada está librado al azar en “Parásitos”. La construcción de la casa de la familia pobre, en un subsuelo de la ciudad, y la casa de la familia rica, en la parte más alta, con un enorme jardín que parece más cerca del cielo, constituye uno de los decorados más elocuentes que recuerdo en mi vida de cinéfilo. Ambas casas hablan, dicen mucho de la distancia que media entre las clases sociales. Y no se trata solo de Corea del Sur, se trata de la humanidad, del mundo en que vivimos, porque la metáfora puede aplicarse a cualquier ciudad y país. 

La invasión de los “parásitos” de estrato bajo, que emergen prácticamente de las alcantarillas de la ciudad, se produce sin escollos hasta que el filme adquiere una dimensión inesperada y fantástica que en la segunda mitad descompone completamente las relaciones entre todos los personajes. 

Todo se precipita gracias a una lluvia torrencial, una de las secuencias más poderosas en cuanto a su narrativa y a su valor simbólico, porque en pocos minutos muestra de manera literal la caída de la familia de clase baja que huye de la moderna casa señorial hacia el subsuelo de la ciudad, que ha sido colapsado por la cantidad de agua de manera que las aguas servidas revientan las cañerías y marcan de la manera más gráfica la miseria humana en la que vive la familia que mediante el engaño, la seducción y la impostura trató de igualarse con la familia rica. Cuando los Kim huyen de la mansión descienden interminables calles y escaleras hasta el submundo de los pobres. 

¿Podemos inferir por tanto que la familia de estrato bajo representa a los “parásitos” del título de la película? ¿No son acaso tan parásitos los miembros de la familia rica y bondadosa que los emplea a su servicio? 

Los acontecimientos se precipitan con la misma violencia con que la torrencial lluvia se abate sobre la ciudad. La línea argumental parece evolucionar con vida propia de la mano de actores formidables que enfrentan situaciones extremas, una tras otra. No voy a describir aquí las escenas, porque el elemento sorpresa es fundamental en esta película que teje de manera imbricada e inseparable varios géneros: comedia, drama, tragedia, suspenso… 

Hay dos leitmotiv (temas recurrentes) importantes en el film. El primero tiene que ver con las nuevas tecnologías de la información, presentes desde la primera escena, cuando la familia de estrato bajo se desespera porque sus celulares han quedado sin wifi. La dependencia de la conexión permanente a internet es paradójica en el país que tiene, en el mundo, el servicio de internet más veloz y eficiente. Y el hecho de que solamente puedan captar señal “robada” aproximándose a la taza de baño donde hacen sus necesidades, no tiene nada de gratuito. 

Pero es la conexión de internet la que permite a la familia de astutos “perdedores” fraguar hasta en el más mínimo detalle su asalto a la fortaleza de los ricos, los ingenuos “triunfadores”. La tecnología del teléfono celular hace posible que sin plantearse problemas de conciencia, los Kim planifiquen una pequeña rebelión que equivale a una toma circunstancial del poder político. El único personaje aislado de esa tecnología, usa en el refugio antiaéreo en el que se esconde, el código morse para comunicarse con el exterior, lo cual no deja de ser fascinante porque ese sótano secreto está muy por encima del semisótano donde sobrevive la familia de clase baja. 

En todos y cada uno de los personajes, el dilema moral es permanente. Un poco menos en los Park, cuyo bienestar los mantiene viviendo en una burbuja que flota sobre cualquier consideración de culpa o remordimiento. 

El otro leitmotiv es el que sirve de título a esta columna: el olor de los pobres. En un momento dado los miembros de la familia rica comienzan a distinguir en la familia de estrato bajo un olor peculiar que los distingue y que los identifica como miembros no solo de una misma familia, sino de una comunidad desplazada del bienestar y del poder, una especie de casta de servidores, de vasallos. Por ello una de las escenas más sorprendentes ocurre precisamente como desenlace de un gesto de disgusto por ese olor, que en circunstancias muy dramáticas provoca la solidaridad de clase con un desenlace inesperado. 

Es a propósito que he sembrado este comentario de referencias crípticas. No es la intención confundir al lector sino por el contrario invitarlo a ver el largometraje de Bong Joon-ho, una de las propuestas cinematográficas más innovadoras que he visto en mucho tiempo

(Publicado en Página Siete el domingo 2 de febrero 2020)
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Un buen vino es como una buena película:
dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria;
es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas,
nace y renace en cada saboreador.
—Federico Fellini