03 enero 2020

Las metamorfosis de Narciso

La obra de Salvador Dalí, “La metamorfosis de Narciso”, me gusta porque representa en estilo surrealista el mito griego del personaje que se enamora de su propio reflejo. Pero en lugar de concentrarse en ese reflejo, Dalí muestra dos figuras similares, lado a lado, pero diferentes en el detalle: la primera está acuclillada junto al agua con la cabeza apoyada sobre una rodilla en actitud humilde, y la otra es una mano erguida que sostiene un huevo en la punta de los dedos. 

En estos 14 años de autocracia he pensado a veces que esa obra representa al Narciso que tuvimos de presidente, transfigurado una y otra vez a medida que se enamoraba patológicamente de su reflejo proyectado en los medios de información serviles, para crear una imagen endiosada: un caso enfermizo de auto-culto a la personalidad, replicado al infinito por el aparato de propaganda estatal, financiado con fondos del erario.

Evo Morales, joven de corbata y uniforme militar
Esa transfiguración de Evo Morales sería digna de un estudio de sicología. Comienza con las imágenes de un joven con corbata o con uniforme de la Policía Militar, que no soñaba todavía en convertirse en reencarnación de las antiguas civilizaciones del altiplano, disfrazado en una ceremonia en Tiwanaku con un atuendo totalmente inventado para la ocasión, sin ninguna raíz histórica.

La vena histriónica de Evo Morales no ha sido suficientemente estudiada a pesar de que sigue funcionando con éxito en el exterior, convenciendo a ingenuos (y a otros no tan ingenuos) de que el expresidente fue echado del gobierno por “racismo” … (tardó 14 años en llegar a esa conclusión), o peor aún, por ser amigo de los pobres (un despropósito mayúsculo considerando que vivió en el fasto como ningún otro presidente en la historia de Bolivia).

El presidente “más humilde de América Latina” fue desde el principio un megalómano frívolo y calculador. Primero la chompita a rayas con la que conquistó al rey de España y a otros líderes de Europa poco antes de asumir su primera presidencia. Luego, la vestimenta creada especialmente para él por Beatriz Canedo, una de las diseñadoras de moda más cotizadas de la burguesía boliviana.

Evo Morales nunca dejó de sentir que su imagen en el espejo reflejaba a alguien más grande que sí mismo, alguien en quien tenía que convertirse por la fuerza. Hasta su cabellera supuestamente descuidada, que no deja adivinar cuántos dedos de frente tiene el sujeto, estuvo siempre muy cuidada, al extremo de que el 20 de enero de 2016 nada menos que el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, apareció en la televisión nacional, junto al estilista Rodolfo Paz, para desmentir que el presidente había gastado 1.400 Bs del erario en un corte de cabello. Toda una cuestión de Estado…

En el documental “Cocalero”, filmado en 2005 por Alejandro Landes, hay dos escenas, a falta de una, donde se muestra al candidato a la presidencia frente al espejo de una peluquería, dando instrucciones precisas al estilista sobre su peinado. 

La construcción de Narciso-presidente ha sido costosa para el pueblo boliviano, sobre todo para quienes pagan impuestos (no es el caso de los cocaleros). Una vez establecido el personaje (indígena-pobre-magnánimo-generoso), todo fue posible sin crítica desde sus bases: a) carretera y edificación de un museo de 5 millones de dólares a su propia gloria (en su pueblo natal de 200 familias, sin alcantarillado ni hospital decente), b) la compra de un avión de lujo de 34 millones de Euros (Falcon 900 EX Easy, que estaba destinado al equipo de fútbol Manchester United), c) la erección de un fálico palacio de 28 pisos con lujosas suites presidenciales y helipuerto (que destruyó el casco histórico de La Paz), entre otros gustitos del autócrata que dejó atrás los autos blindados para usar exclusivamente aviones y helicópteros en sus desplazamientos.

Morales en el avión presidencial y en su museo en Orinoca 
En paralelo a su metamorfosis física está su transfiguración política. De ardiente defensor de la Pachamama pasó a convertirse en el más voraz depredador extractivista de la madre tierra, autorizando por decreto el ingreso de empresas mineras y petroleras a reservas forestales e indígenas, y culminando con la destrucción de 5 millones de hectáreas en la Chiquitanía para favorecer a soyeros, palmeros, ganaderos y cocaleros. Ningún gobierno en el planeta ha destruido en tan poco tiempo tanta extensión de bosques (per cápita) como el de Evo Morales.

Algo similar sucedió con la metamorfosis que sufrió en su confrontación con las organizaciones de derechos humanos de la sociedad civil, mientras convertía a la Defensoría del Pueblo en una agencia paraestatal controlada desde el ejecutivo.

Y por supuesto, su mayor transfiguración fue la violación de la Constitución Política del Estado que él mismo hizo aprobar entre gallos y media noche en 2009, garantizando su tercera presidencia consecutiva, su cuarto intento inconstitucional luego del desconocimiento del referendo del 21F, y el fraude electoral del 20 de octubre. 

Hay que reconocerle a Evo Morales su arte de prestidigitador, además de artista de la metamorfosis. Apenas la OEA emitió el informe preliminar sobre el fraude, Morales voló a la Terminal Presidencial de El Alto para dar la conferencia de prensa donde, sin mencionar a la OEA, anunció nuevas elecciones y la destitución del Tribunal Supremo Electoral. Era un implícito reconocimiento del fraude, pero tarde piace… las cartas ya estaban jugadas. A medida que pasaban las horas Narciso Morales hacía nuevas concesiones para aferrarse al poder, pero ya nadie creía en su reflejo engrandecido, ni siquiera él mismo. 

(Publicado en Página Siete el 28 de diciembre de 2019)  


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Hermano, que no entre comida a las ciudades.
Vamos a bloquear, (vamos a hacer) un cerco.

—Evo Morales