29 enero 2020

Terrorismo y corrupción

 Las múltiples caras del terrorismo en este siglo muestran una distancia notable con lo que en el siglo anterior fueron sublevaciones armadas de pueblos que decidieron sacarse de encima a dictaduras militares y civiles que oprimían a la mayor parte de la población en beneficio de unos pocos. La legitimidad que tuvieron en su momento la Revolución Mexicana (1910-1917), luego la Revolución Nacional en Bolivia (1952), más tarde la Revolución Cubana (1959) y la Insurrección popular del Sandinismo (1979), se perdió luego en movimientos armados cuyas actividades se tejieron indisolublemente con actividades delincuenciales para asegurar el financiamiento de sus operaciones. 

La situación en este siglo se ha agravado. En días pasados tuvo lugar en Bogotá la III Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha Contra el Terrorismo, en la que participó la Canciller boliviana Karen Longaric. Desde Canadá hasta Argentina, 20 países enviaron sus representantes al más alto nivel, enviando con ello su señal de preocupación.

Obviamente, el régimen de Nicolás Maduro no estaba invitado a la cita, desde el momento en que aloja en su territorio a actores violentos que cometen atentados en territorio de países vecinos. Entre los terroristas que alberga Venezuela está Gustavo Aníbal Giraldo, del ELN, responsable directo del atentado con un camión de explosivos, que exactamente un año antes, el 17 de enero de 2019, mató a 22 estudiantes de la Escuela de Cadetes de Policía General Francisco de Paula Santander.

En conmemoración del aniversario de ese hecho, se fijó la fecha de la cumbre contra el terrorismo, y pudo ser una oportunidad para que el ELN pidiera perdón, como lo hizo con los 84 muertos de Machuca, en 1998, pero no hubo tal cosa para favorecer un ambiente para el diálogo, como el que se hizo antes con las FARC para firmar la paz. Como dijo en la ceremonia conmemorativa uno de los padres de los cadetes asesinados: “Yo perdono. ¿Pero a quién, si a mí nadie me ha pedido perdón? 

En la jornada anterior a la Conferencia Ministerial, los países asistentes suscribieron un comunicado elaborado por los equipos técnicos de los países. Cada uno fue aportando con sus dolorosas experiencias, desde Argentina que se refirió a los ataques terroristas en la embajada de Israel, en 1992 (22 muertos) y en la Asociación Mutual Israelita (AMIA) con 85 personas fallecidas, hasta México con las continuas desapariciones de periodistas y la violencia contra migrantes centroamericanos por parte de carteles de la droga.

El representante de México hizo constar su condición de mero "observador" en la Conferencia, quizás en coherencia con esa misma condición que mantiene dentro de sus fronteras, mientras el crimen organizado se desarrolla con toda su fuerza y se extiende hacia otros países.

Las dos constataciones más importantes de las delegaciones participantes, señalan primero que para el terrorismo no hay fronteras, y que los grupos terroristas están estrechamente vinculados a la corrupción.

En el primer aspecto, fueron claros los informes de varios países que han detectado en su territorio la actividad de terroristas que vienen de lejos. Como señala el comunicado final: “las organizaciones terroristas ISIS/Daesh y Al-Qaida, y sus organizaciones afiliadas, constituyen una amenaza a la seguridad colectiva, a la seguridad de los ciudadanos dentro y fuera de sus territorios, y a todas las personas dentro de sus respectivas jurisdicciones”. Más adelante expresaron “su preocupación por las actividades que redes de Hezbolá continúan realizando en algunas áreas del hemisferio occidental”. Aunque parezca difícil de creer, estos grupos operan en América Latina y son responsables, entre otros, de los atentados en Argentina.

El segundo aspecto señalado son los vínculos indisociables entre el terrorismo, el narcotráfico, la trata y tráfico, el lavado de dinero, la minería clandestina, los secuestros y chantajes, el tráfico de especies animales, la deforestación de zonas protegidas y los daños consecuentes al medio ambiente. Una cadena de crímenes conectados entre sí. Esa integralidad de las acciones y efectos de la delincuencia organizada constituyó la esencia de los debates entre los gobiernos, y ninguno se desmarcó del documento final:

“Destacaron la importancia de un enfoque holístico, que tenga en consideración los vínculos que existen entre el terrorismo y su financiamiento, los cuales pueden incluir diversas manifestaciones de la Delincuencia Organizada Transnacional. En tal sentido, reafirmaron la responsabilidad de los Estados de negar cobijo financiero, operacional o cualquier otro tipo de apoyo a los terroristas…”

La acción conjunta de los países puede frenar el terrorismo que no está motivado por la ideología sino por los negocios del crimen organizado. No solo son definidos como terroristas los que portan armas o bombas, sino redes de apoyo cada vez más complejas, que incluyen a quienes incitan verbalmente al terrorismo para cubrir operaciones delincuenciales.

Por ello los países “reconocieron que el terrorismo transnacional no conoce frontera geográfica, y en tal sentido, ratificaron el compromiso indeclinable de los Estados para que, denieguen refugio, asilo, albergue y/o cualquier tipo de apoyo a quienes financien, planifiquen o cometan actos terroristas, o a quienes les presten colaboración, de conformidad con las legislaciones nacionales, las obligaciones del derecho internacional, los tratados internacionales y las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas” (que son muchas y, como siempre, poco implementadas).

(Publicado en Página Siete el sábado 25 de enero 2020)   
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El terrorismo es inmune,
se nutre de los minutos de silencio multitudinarios.
Sólo la resistencia individual le contraría.
—Fernando Savater