05 agosto 2016

Su Excedencia


Los delirios megalómanos de Su Excedencia han dejado de sorprendernos pero siguen fascinando a sus acólitos, que tragan sapos todos los días, algunos bajando la cabeza abochornados o serviles, y otros disfrutando el menú. Para desmemoriados, estos son algunos de sus excesos que pasarán al anecdotario.

Avión presidencial
Compró un avión presidencial de lujo con un costo aproximado de 34 millones de Euros. No cualquier avión sino aquel que estaba reservado para el millonario equipo Manchester United. Quizás su afición por el fútbol (y la certeza que tiene de ser un buen jugador), ayudó en esa elección tan onerosa no solamente para el erario sino por su contribución a las emisiones de carbono. 

La megalomanía galopante se manifestó de nuevo cuando decidió solito (no necesita ayuda para esas cosas, no es como amarrarse los zapatos) comprar un satélite chino, y lanzarlo al espacio con el nombre de Tupaj Katari.  El lanzamiento fue un show televisivo de alto rating, una suerte de reality show, con lágrimas incluidas. 

El lanzamiento de satélite Tupaj Katari
Su Excedencia viajó a China para asistir personalmente al evento, lo cual consideró indispensable para que todo saliera bien, mientras en Bolivia, en una foto histórica (o histérica) miraban el cielo emocionados hasta las lágrimas el vicepresidente y las dos mujeres que presidían la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Hoy casi nadie habla del satélite, ni siquiera en la propaganda gubernamental, y algunos cuestionamos no solamente la contratación directa y su alto costo (350 millones de US$), sino su verdadera utilidad como instrumento de comunicación en el tiempo de vida útil que suelen tener esos aparatos. Debido al silencio oficial, las especulaciones corren: unos dicen que se perdió en el espacio y otros afirman que solo sirve para extender la señal del canal de televisión gubernamental de manera que la imagen presidencial llegue a los confines del territorio.

Maqueta del nuevo palacio presidencial
Otra muestra de la megalomanía del mandatario es la llamada “Casa del pueblo”, sofisma para referirse al nuevo palacio presidencial, un edificio de 28 pisos que con arrogancia mussoliniana rompe la arquitectura del casco histórico. No solamente se destruyó una casona que era patrimonio de la ciudad, sino que cuando el edificio esté terminado afeará el paisaje urbano. Hay que apresurarse para sacar fotos de la catedral y del hermoso Palacio Quemado antes de que esa mole fálica termine de erguirse.

Museo en Orinoca
¿Qué decir del museo en Orinoca? Su Excedencia se receta a sí mismo un museo, con recursos públicos, para satisfacer su enorme vanidad. El chiste cuesta cerca de 5 millones de US$ de la “caja chica” (una caja sin fondo porque ahora, según nos dicen, ya eliminaron los “gastos reservados” de los gobiernos neoliberales). ¿Qué tiene Orinoca -aparte de ser su lugar de nacimiento- que no tengan otros mil pueblos en Bolivia? ¿Acaso no hay lugares más emblemáticos desde el punto de vista histórico o turístico con necesidad de museos de verdad?

El más reciente capricho presidencial es una central nuclear… Un día despertó y dijo: “No somos pobres, así que vamos a tener una central nuclear como cualquier país desarrollado que se respete”. No pensó por un momento que en Bolivia tenemos ríos caudalosos, viento y sol de sobra para producir energía renovable.

Su Excedencia declara que convertirá a Bolivia en el bastión de la tecnología en la región latinoamericana y para ello reparte computadoras con su foto, como si salieran de su peculio, que luego permanecen en sus cajas en las escuelas  porque no hay internet o aparecen desmanteladas en basureros porque nunca hubo un proyecto integral bien concebido como el Plan Ceibal de Uruguay.

Además, tenemos el sexto peor internet del mundo y el más caro de América Latina, pero como internet no es un elefante blanco que se pueda fotografiar para colmar la vanidad del primer mandatario, entonces no importa.

Su Excedencia no se da cuenta, está siempre montado en un lujoso avión. 

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El poder pudre la sangre y oscurece el pensamiento.
—Rafael Sebastián Guillén Vicente (Subcomandante Marcos)