Finalmente pude ver Boquerón, el largometraje de Tonchy Antezana sobre la primera
batalla de la guerra del Chaco que Bolivia libró con Paraguay a principios de
la década de 1930 (para mayores precisiones del 9 al 29 de septiembre de 1932) y
mi sensación al salir de la sala fue de frustración y de desperdicio, porque a
juzgar por el gran despliegue publicitario que se hizo en las semanas y los
meses que precedieron al estreno de la película, esperaba mucho más.
Es cierto que el tamaño del cine
boliviano no da para películas épicas de gran presupuesto, y creo entender que
Antezana quiso ofrecer una representación de la crueldad de la guerra a través
de un puñado de personajes encerrados en una situación desesperada, es decir, hacer
exactamente lo que hizo Ermanno Olmi en su maravillosa obra Volverán los prados (2014).
En el film de Olmi, en un fortín de
avanzada en los Alpes, en las montañas de Asiago, un destacamento de oficiales
y soldados italianos resiste en condiciones precarias los embates de tres
enemigos mortales: un enemigo invisible que dispara desde la frontera
austríaca, un segundo enemigo, los generales en la retaguardia que envían por
radio órdenes tan absurdas como terminantes, y un tercer enemigo cuya presencia
se hace sentir minuto a minuto: el crudo invierno.
Es un contexto muy parecido al de Boquerón, con la diferencia de que en
lugar del frío y de la nieve los soldados de la película de Antezana se
enfrentan al calor y a la sed, como lo han descrito excelentes escritores
bolivianos sobre su vivencia en el Chaco. Hasta ahí, las mismas posibilidades,
pero el problema es que Olmi es un gran director y un excelente guionista, y
Antezana no lo es.
Confieso que me aburre leer libros sobre
guerras y batallas, donde se ofrece hasta el mínimo detalle de los movimientos
de tropas, la posición de las trincheras o el heroísmo de algunos soldados.
Para mí, los mejores libros sobre la guerra del Chaco son cuentos, novelas y
testimonios como Sangre de mestizos
de Augusto Céspedes, Aluvión de fuego
de Oscar Cerruto, Repete de Jesús
Lara, Laguna H3 de Adolfo Costa du
Rels o Prisionero de guerra de
Augusto Guzmán. (A todos ellos tuve el
honor de frecuentarlos y contarlos entre mis amigos, aunque me llevaban algunas
décadas de delantera).
Lo mismo espero de una película de
ficción. No quiero ver un ensayo lleno de cifras y detalles, sino algo que me
mueva a reflexionar y que me conmueva. Y eso es lo que esperaba de Boquerón, esperanzado en que el film no
se desperdiciaría en batallas heroicas sino en la relación que se forja entre
los personajes. Pero la sensación que tengo es de desperdicio, de un empleo
precario de los recursos disponibles.
El tema puede ser emblemático para la
memoria de los bolivianos y un justo tributo a los heroicos oficiales y
soldados que lucharon, murieron en horribles condiciones o sobrevivieron como
prisioneros de guerra en Paraguay, pero lo que vemos en la pantalla decepciona.
No tiene sentido aquí dedicarse a recordar la batalla de Boquerón como episodio
histórico, por muy importante que haya sido, porque una película no es un libro
de historia, sino una obra de creación que tiene sus propias reglas. Y el
problema es que como obra cinematográfica, la película de Antezana cojea en
varios frentes (ya que hablamos de batallas).
Trato de entender cuál es el problema de Boquerón: cuenta con una historia
importante, tiene buenos actores, vestuario y escenografía convincentes, pero
no funciona, no atrapa al espectador ni tampoco provoca en él una reflexión
crítica sobre la guerra.
Le falta aire a Boquerón, le falta espacio
visual y le sobra duración. La película es larga, hay escenas que parecen
repetirse porque están filmadas de la misma manera: los diálogos en la trinchera,
la muerte de algún soldado y los cielos del Chaco, de noche y de día, en time lapse… Y en cambio no vemos el
Chaco, no vemos el paisaje salvo de manera fragmentada.
Uno puede entender que por la pobreza de
una producción que no cuenta con cientos de soldados sino apenas con una docena
de uniformes, no se pueda representar batallas, pero la manera de filmarlas en
ritmo de metralla no ayuda: cortísimos planos de la boca de un fusil, del
rostro de un soldado, del impacto de una bala… Todo ello editado hasta la
saturación. Cierto, es un recurso lícito en el cine, sobre todo en el cine
pobre, pero aquí está mal llevado y además esas reiteraciones son las que alargan
innecesariamente el film.
Antezana se empeñó en concentrar la
responsabilidad del guión, de la fotografía, del montaje y de la dirección, y
al final, quizás por esa misma ambición, falla en las cuatro. Hubiera ganado
mucho si se asocia a un buen guionista, a un buen editor y a un buen jefe de
fotografía.
No ayuda tampoco la banda sonora, el
doblaje de las voces sin ambiente de fondo, que daña las actuaciones (que no
son malas), al darles esa sonoridad de estudio demasiado limpia e impostada. La
música, omnipresente, tampoco ayuda. Soy de los que piensan que cuando la
música distrae de la imagen, es que no se ha integrado bien al discurso
narrativo.
Me tocó ver la película en una sala llena
de adolescentes que probablemente tenían como tarea del profesor de historia
ver la película. Me parece muy bien, hasta ahí, pero me incomodó la reacción
que tenían algunos de esos muchachos y muchachas cuando reían en las escenas
más dramáticas, como si las pipocas con mantequilla rancia hubieran dañado sus
funciones cerebrales. ¿O quizás el dramatismo de la representación no era
verosímil? En cualquier caso, con un público así el futuro del cine boliviano
resulta incierto.
Por suerte a Tonchy Antezana le importa
un comino lo que decimos los críticos, de modo que lo que yo escriba ni lo va a
leer. Hace poco declaró que no hace sus películas para la crítica, que le ha
ido muy bien con el público en todos sus films y que “lo demás es
cháchara”. Viniendo del hermano de uno
de los más brillantes críticos literarios de Bolivia, no deja de ser irónico el
comentario, pero bueno, todos tenemos derecho a expresar una opinión y no
solamente aplausos de pie.
Dice Tonchy Antezana que va a dejar el
cine después de Boquerón. Yo espero que no lo haga, yo espero que siga
haciendo cine, pero en equipo, con otra gente que sabe de sus respectivos
oficios. Cuando vi El cementerio de los
elefantes (2008) me pareció una obra cinematográfica interesante, bien
lograda. Quizás sea por ese camino y no el de los films épicos, que Antezana
pueda seguir haciendo cine como director.
Boquerón es la historia de una batalla perdida, pero no solamente en la
guerra del Chaco, sino en la historia del cine boliviano.
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La
guerra es el arte de destruir a los hombres,
la
política es el arte de engañarlos.
—Parménides de Elea