04 abril 2012

Me gustan los estudiantes


Los ecos de la canción de Violeta Parra se han quedado con uno a pesar de los años.  La memoria funciona, como siempre, afectivamente. 

Me gustan los estudiantes 
porque son la levadura
del pan que saldrá del horno
con toda su sabrosura,
para la boca del pobre
que come con amargura.
Caramba y zamba la cosa
¡viva la literatura! 


La emoción graba en la memoria de cada quien los hechos importantes de la vida. La memoria está vinculada al interés, a la curiosidad, a las relaciones humanas, a la alegría estética. “La educación por el arte”, como propone mi amigo Liber Forti. Nadie se acuerda de todo, la memoria es siempre selectiva, y unos tenemos peor memoria que otros, pero retenemos aquello que es fundamental para nuestra formación ideológica y para la construcción de nuestro conocimiento.

Juan Carlos Salazar, Alfonso Gumucio, Andrés José Martínez
La canción de Violeta y la digresión anterior vienen a cuento para hablar de los estudiantes a los que me toca dirigirme cuando alguna universidad me invita a dar una charla sobre comunicación. A fines de febrero la Universidad Católica Boliviana en La Paz me pidió presentar algunas ideas sobre comunicación y cambio social a estudiantes de primer año de las cátedras que imparten los colegas Juan Carlos Salazar y Andrés José Martínez. Como en otras ocasiones, empecé con entusiasmo y terminé deprimido. Aunque procuro siempre hablar en lenguaje claro y sencillo, tropiezo cada vez con un problema que parece generalizado en las universidades (no solamente bolivianas) en las que me ha tocado presentar: los estudiantes no leen. Su universo de información es muy reducido a pesar de las nuevas tecnologías. No conocen la historia reciente, no están al tanto de la información internacional actual, y no muestran ninguna curiosidad fuera de un rango muy estrecho de intereses.
Esta vez hablé con estudiantes de primer año, recién ingresados, fresquitos... pero no recién nacidos. Quiero decir, ya pasaron por la escuela primaria y secundaria, no deberían ser vírgenes de conocimiento. Además, son estudiantes que provienen de colegios privados y de familias con recursos. Por muy novatos que sean, si su objetivo profesional en la vida es ser comunicadores o periodistas, lo menos que uno puede esperar de ellos es que lean un poco.

Muchas preguntas sin respuesta
“Levanten la mano los que han escuchado hablar de los objetivos del milenio (ODM)”, pregunté, y solamente dos brazos se alzaron entre más de un centenar de estudiantes. “¿Cuantos conocen el informe MacBride de la Unesco, sobre la situación de la información y la comunicación en el mundo?” Silencio. Y así, otras preguntas sin respuesta me fueron indicando que a pesar del privilegio que tienen estos estudiantes de caminar equipados con computadoras, iPhones, iPads, iPods y otras innovaciones tecnológicas, el uso que hacen de esas prótesis electrónicas es muy precario, limitado probablemente a la comunicación inmediata, lo cual me hace recordar que cuando éramos niños, uníamos con un alambre dos latas de conserva vacías, para que funcionaran como “teléfono”. Hoy, pareciera que toda la tecnología sirve para reproducir masivamente autistas sociales. Será, como señala en La Vanguardia Llàtzer Moix, que “a más información menos memoria” y que hoy los jóvenes no tienen tiempo de digerir y jerarquizar tantos estímulos de información?

Me viene a la memoria otra vivencia similar que tuve en Sucre con estudiantes de la carrera de periodismo de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier, la tercera más antigua de Latinoamérica, fundada en 1624. Como mi charla fue aquella vez sobre cine boliviano, empecé por lo más obvio, hablando de Jorge Sanjinés, uno de nuestros principales cineastas. Las caras de desconcierto me obligaron a preguntar: “Levanten la mano quienes han visto alguna película de Jorge Sanjinés”. Dos brazos se alzaron entre más de 200 personas en la sala. Mencioné luego a Marcelo Quiroga Santa Cruz y a Luis Espinal, dos mártires de la democracia que tuvieron una trayectoria en el cine boliviano. Otra vez, caras de perplejidad. No los conocían ni de oídas, a pesar de que sus nombres aparecen frecuentemente en los medios, y de que sin duda hay alguna plaza, calle, hospital o escuela en Sucre que lleva sus nombres. Pero nada, fue inútil. Tiemblo al pensar lo que harán esos jóvenes cuando sean profesionales de la información y los ciudadanos estén a merced de lo que difundan en los medios.

A más información, menos memoria
En mi charla de la Universidad Católica terminé con un exhorto que quizás no gustó a quienes me invitaron. Recordé que en Bolivia hay alrededor de 60 carreras llamadas de "comunicación social", que cada año se gradúan centenares de periodistas, publicistas y relacionadores públicos, y que el mercado de los medios de información está saturado. Les dije a los estudiantes que no basta obtener un título en una carrera fácil de estudiar, y que si no tienen el firme propósito de trabajar con ahínco para ser buenos profesionales, mejor es que no pierdan su tiempo (y el dinero de sus padres).

La canción de Violeta Parra parece hoy de un optimismo recalcitrante, pero claro, ella la escribió para otros estudiantes, los deseosos de aprender, aquellos que tenían conciencia de lucha, los comprometidos con la realidad latinoamericana. Siento que en las últimas décadas hemos perdido mucho en el camino, incluyendo la esperanza.

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