27 abril 2012

Corazón de Cedrón


Me dicen Tigre porque parece
que de chico yo era un poco rayado.
Jorge Cedrón

Este 25 de abril Jorge Cedrón habría cumplido 70 años. Pero no pudo. No le alcanzó la vida.

No pudo porque 32 años antes, el 1º de junio de 1980, el “Tigre” Cedrón entró a un baño en la Prefectura de Policía de París y no volvió a salir. Minutos después lo encontraron moribundo, con una navaja Laguiole en la mano derecha. Cedrón era zurdo, pequeño detalle. Suicidio, dijo la policía francesa, como si alguien pudiera darse una tras otra cuatro puñaladas en el corazón. Tenía recién 38 años, una vida intensa, 2 hijos (Julián y Lucía), 5 hermanos, y 7 películas en su haber, entre ellas la emblemática Operación masacre que hizo “para entender el peronismo”.

Esa noche el cineasta argentino había acompañado a su esposa, Marta Montero, que acababa de regresar de Buenos Aires, a un interrogatorio en las dependencias policiales de la isla de la Cité. Estuvieron prestando declaraciones hasta que amaneció. La policía francesa, informada por la embajada de la dictadura argentina, quería que Marta dijera lo que sabía sobre el secuestro de su padre una semana antes. Saturnino Montero Ruiz, ex presidente del Banco Ciudad de Buenos Aires y ex intendente de Buenos Aires bajo el gobierno de Alejandro Lanusse (1971-1973), había sido secuestrado en París el 24 de mayo de 1980 y sus captores exigían un millonario rescate. Se pensó que era una operación de los Montoneros.

Jorge Cedrón en París, octubre 1978
El rechazo visceral de Jorge Cedrón a las dictaduras militares y sus vínculos con el movimiento Montoneros lo hacían sospechoso, aunque mantenía distancia crítica de estos últimos, porque consideraba que su comportamiento no era ético. Por ahí, en París, rondaba en esos días un personaje que se reveló siniestro tiempo después, Rodolfo Galimberti, exjefe montonero que en 1974 secuestró a los empresarios Juan y Jorge Born y los liberó a cambio de 60 millones de dólares (y se volvió “empresario” y socio de sus secuestrados años después). “El Loco” Galimberti se había separado de los Montoneros al mismo tiempo que Juan Gelman, y operaba por cuenta propia. Algunos testimonios lo vinculan a la dictadura argentina, a la que años más tarde el propio Saturnino Montero Ruiz atribuyó su secuestro. Pocas horas después de la muerte del “Tigre”, y aunque la noticia no había trascendido todavía, Galimberti abandonó París precipitadamente. Montero Ruiz fue liberado dos días después sin que se hubiera pagado el rescate.

Tantos años han pasado, pero todo ha quedado en una nebulosa. La policía francesa dice que “se han perdido” los archivos del caso, como si el “Tigre” Cedrón no hubiera existido jamás. De testimonio en testimonio, queda claro que fue la represión argentina, en complicidad con algunos montoneros renegados, la que organizó el secuestro de Montero Ruiz. Esos mismos personajes fueron responsables de la muerte del “Tigre” Cedrón.  Hay alguien que sabe lo que realmente pasó, pero el hombre se calló la boca: el poeta Juan Gelman, quien nunca quiso decir lo que sabía, ni siquiera al hermano mayor del “Tigre”, el Tata Cedrón, de quien era amigo y colaborador.

Todo esto está explicado a través de una cadena de testimonios en El cine quema: Jorge Cedrón, donde su autor Fernando Martín Peña, hizo una reconstrucción extraordinaria de la vida y muerte del “Tigre” a través de las voces de los hermanos, esposas, hijos, amigos y conocidos, menos Gelman quien ni siquiera respondió al pedido de colaboración. Pero gracias a los otros testimonios Martín Peña pudo reconstruir lo que pasó, minuto a minuto.

En noviembre del 2003 Teresa Toledo me regaló un ejemplar del libro, durante un evento en Casa de América, en Madrid. Lo primero que noté en la tapa fue la foto del “Tigre”, que le tomé en octubre de 1978 en su departamento de la Rue du Fer-a-Moulin. Vivía con Marta a una cuadra de la Rue Geoffroy Saint-Hilaire, donde estaba el departamento que fue durante muchos años el centre d’accueil de los bolivianos que llegaban a París, entre ellos yo. El “Tigre” llegó exiliado en 1976, y nos vimos sobre todo durante 1978, dos años antes de su muerte. Marta siguió viviendo en París en un departamento en la Rue Censier Nº 31.  

El “Tigre” no era un amigo cercano, pero nos vimos varias veces en su casa, y alguna en una parrillada que organizó Juan “Tata” Cedrón, su hermano músico, en su casa de Villejuif, en las afueras de París. La música del Cuarteto Cedrón estaba en esos años en su mejor momento con obras como La cantata del gallo y las canciones con Paco Ibáñez sobre poemas de Neruda. Algunas de mis canciones preferidas del cuarteto son Milonga de la ganzúa, El caballo de la calesita, Eche veinte centavos en la ranura (poema de Raúl González Tuñón), y Balada del hombre que se calló la boca (poema de Juan Gelman).  

Los hermanos Cedrón “son como el chocolate, siempre van en barra”, decían sus amigos de la infancia. Y era cierto. Los une la amistad más allá de la sangre. Julio Cortázar les hizo un homenaje, con nombres y apellidos, en “Lucas, sus amigos”, del libro Un tal Lucas. “Tratarlos por separado ya es cosa seria, pero cuando se les da por juntarse y te invitan a comer empanadas entonces son propiamente la muerte en tres tomos”, escribió Cortázar-Lucas sobre Juan el músico, Jorge el cineasta y Alberto el pintor. Los otros son Roberto, Rosa y Osvaldo, el mellizo de Jorge.  


Mientras fumaba compulsivamente, el “Tigre” hablaba de sus películas y proyectos, de la dictadura y del exilio. En su departamento de la Rue du Fer-a-Moulin lo fotografié en dos ocasiones. Incluí una imagen de esa serie en mi exposición “Retrato Hablado”, entre otras cincuenta fotos de gente de la cultura y de la política de Bolivia, América Latina, y más allá. En un breve texto que acompañaba la foto de Jorge, escribí que “llevaba su ideales en la sangre, hacía sus películas con pasión”.

Antes de regresarme a Bolivia, le pedí su testimonio para el capítulo “Argentina: una enorme caja de censura” de mi libro Cine, censura y exilio en América Latina (1979), que ya contaba con los aportes de otros dos amigos cineastas, Octavio Getino y Fernando “Pino” Solanas. El “Tigre” me habló del panorama desolador del cine argentino en 1978, una época de dictadura en la que los cineastas más importantes estaban en el exilio, y otros habían sido asesinados, como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti o Raymundo Gleyzer. 

Todavía golpeado por su salida precipitada de Argentina, me dijo: “Cuando uno piensa en todos los muertos que han quedado detrás de uno, no es fácil seguir haciendo cine, no es fácil salir de nuevo a trabajar. Esa es, al menos, mi experiencia personal. Para mi fue necesario un tiempo para llorar a los muertos. Estuve así unos seis meses, encerrado en casa. Pero ese tiempo fue también tiempo de reflexión sobre lo que había sucedido allá. Reflexión que no había tenido tiempo de hacerla allí, porque desde mis quince años había estado metido no solamente en el cine, sino también en el teatro, en revistas, en música, sin parar”.

Publiqué el libro a fines de 1979, en Bolivia, con una tapa que Luis Zilveti dibujó especialmente para mostrar la violencia de la represión contra los cineastas latinoamericanos. Cinco meses después murió Jorge Cedrón, víctima de la locura represiva, que a veces no conoce fronteras. A él y a Luis Espinal les dediqué la segunda edición del libro, que se publicó en México en 1984.

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No hay mercancía más singular que los libros: 
son impresos, vendidos, reseñados y a veces escritos 
por gente que no los entiende.
Lichtenberg