23 abril 2012

La máscara del gorila


Levanté la cabeza y se me vinieron encima exactamente 30 años. Sobre la pared al lado del escritorio tengo colgado el diploma de Instituto Nacional de Bellas Artes de México, que recibí de manos del poeta Edmundo Valadés el 23 de abril de 1982, cuando gané el Premio Nacional de Literatura del INBA, por mi libro testimonial La máscara del gorila, sobre el golpe militar de García Meza en 1980.

Fue significativo entonces, no solamente por el prestigio de un premio otorgado por la institución más importante de la cultura mexicana, sino porque llegó en un momento que lo necesitaba para sentirme mejor. La clandestinidad primero, el largo asilo en la embajada mexicana, seguido por mi fuga rocambolesca a Perú y finalmente el exilio en México, son cosas que veo ahora con distancia pero que en su momento fueron difíciles de vivir.

Algún día quizás me anime a relatar esos días, pero por ahora me limito a recordar que para salir clandestinamente de Bolivia conté con el apoyo y la solidaridad de varios amigos que leerán estas líneas. Un sinnúmero de anécdotas pequeñas coinciden en un rompecabezas que mi memoria arma y desarma con piezas sueltas que tienen que ver con la política, la represión, la amistad, el amor, la creación literaria y también con la familia, en particular la separación de mis hijos y la muerte de mi padre en 1981, cuando yo no podía todavía regresar a Bolivia.

con René Bascopé, en México 1982
Con René Bascopé, mi amigo y colega de aventuras literarias, empezamos a escribir a cuatro manos una primera versión de La máscara del gorila, mientras estábamos asilados en la Embajada de México en La Paz. René quería escribir un recuento histórico de las intervenciones militares en la política boliviana, y yo escribí un texto testimonial en tono poético, breves imágenes de lo que fue el golpe del 17 de julio de 1980. Enviamos el libro al concurso Casa de las Américas, y no tuvimos suerte. Eduardo Galeano –quien fue miembro del jurado- nos explicó más tarde que las dos partes que habíamos escrito eran muy distintas, y que mejor sería que cada uno hiciera un libro por su lado.

Siguiendo ese consejo René decidió revisar su texto y yo presenté el mío, 68 viñetas testimoniales, al premio del INBA, y gané. En el jurado que otorgó el premio estaba el poeta Jaime Labastida, quien dirigía entonces la revista literaria Plural, en la que luego colaboré varias veces (hoy es director de la Editorial Siglo XXI), el escritor guatemalteco José Luis Balcárcel y la novelista mexicana Silvia Molina.

La Editorial Oasis publicó el libro en su colección “Lecturas del milenio”, con esta dedicatoria: “A la memoria de mi padre que padecido el exilio  murió en el exilio interno de la soledad”. Recuerdo que tuve que pedir a la editorial que re-imprimiera la tapa del libro porque habían omitido mi segundo apellido, con el que siempre firmo mis libros.

La edición mexicana, 1982
Jaime Labastida hizo el prólogo y el poeta Saúl Juárez el comentario de la contratapa. Jaime escribió: “Testimonio, pues, testimonio de los hechos; relación verídica de los acontecimientos.  Nunca invención, sino siempre la relación ordinaria de los hechos.  Pero, para aprehender en su veracidad los hechos, hay que inventarlos: quiero decir, traducirlos a las palabras en las que ellos, por sí mismos, no están.  Y esto es lo que ha logrado, con un altísimo nivel de calidad, Gumucio Dagron. Quiero, además, decir que hay algo en este libro que llama, de inmediato, la atención.  Se abre como el guión de una película, porque el autor piensa lo mismo en palabras que en imágenes, igual en conceptos que en realidades plásticas.  La imagen, para él, dice tanto o más que las palabras; o las palabras se conjugan con la imagen.”

Y Saúl Juarez: “Por momentos, las alternativas que el hombre tiene para ejercer su libertad se reducen. Sin duda, la literatura es una respuesta, una ruta subterránea. Llevar hasta las últimas consecuencias el oficio resulta, entre otras cosas, un camino de búsqueda. La máscara del gorila representa un testimonio de tiempos y lugares específicos en el desarrollo de la lucha de un pueblo. La riqueza del lenguaje, la psicología de personajes, el ritmo de la prosa y la propia estructuración, convierten a la obra en un asunto universal.”

La edición y la editorial se agotaron en los años siguientes, de modo que en 1989, ya de regreso en Bolivia, decidimos publicar una nueva edición en CIMCA, cuya portada diseñada por Carlos Villagómez me gusta más que la de la primera edición mexicana. La presentación, a cargo de Pablo Ramos, entonces rector de la Universidad Mayor de San Andrés, se hizo en el Salón de Honor de la UMSA, donde estuvimos rodeados por el mural de Wálter Solón Romero, cuyo proceso filmé meses antes. También estuvo ese día el Agregado Cultural de la Embajada de México, Lic. Lázaro Cárdenas Batel, nieto del expresidente mexicano y posteriormente Gobernador de Michoacán.

Edición boliviana, 1989
A los textos de Labastida y Juárez, añadí en las solapas dos comentarios de Eduardo Langagne y de Juan Domingo Argüelles, publicados en la prensa mexicana. Langagne, Premio Casa de las Américas en 1980, escribió: “El testimonio que nos presenta Gumucio es claramente visual. Parece que a pinceladas va conformando la psicología de sus personajes. Son tomas, acercamientos, diversos planos cinematográficos que configuran las situaciones que se nos plantean. No en balde Gumucio, además de escritor, es un buen trabajador y estudioso del cine. Sus ideas muy comúnmente se traducen en bellas imágenes que no pierden la fuerza de su significado. Enfrentar La máscara del gorila es también enfrentar una suerte de tejido de actos y hechos que a todos los latinoamericanos nos compete. El asunto no es sólo boliviano, no, se trata de un asunto universal. La literatura es universal. La lucha de un pueblo tiene también esa calidad. El arte trasciende su referente real, la literatura es memoria y es acción. Toda buena novela, o poema, o cuento, es un producto estético dinámico que cambia conforme avanza el calendario. La obra de Alfonso Gumucio Dagron atraviesa fronteras y queda ahí, moviéndose y denunciando a tiempo lo que todos debemos saber."

Por su parte, Juan Domingo Argüelles publicó en El Día: “Gumucio Dagron se convierte en la lengua de su tribu; recoge e interpreta todas esas señales que su pueblo lanza hacia un espacio que no es un vacío o más bien que deja de ser un vacío en el momento en que Gumucio Dagron aprehende, comprime y vuelca con gran prosa no una queja sino una exigencia. Creo que lo más importante del libro es que el testimonio en ningún momento se convierte en un llanto sino muy por el contrario es una acusación que va más allá del sentimiento. Gumucio Dagron se para en un momento frío aunque lleve todavía frescas las manchas de sangre de su pueblo que los militares hicieron correr en esos días oscuros.  Tanta es la frialdad  -tanta es la necesidad de un análisis, tanta es la urgencia de un balance-  con que el escritor mira los hechos desde la clandestinidad, que puede darse el lujo de un leve hilo de humor que, apenas perceptible, enseña una fuerza de optimismo que no está dispuesta a flaquear.”

No todo fue de plácemes. En el propio diario Excelsior -donde yo trabajaba entonces gracias a las gestiones de los amigos periodistas “Gato” Salazar y Coco Manto- se publicó una breve nota tan quejosa como anónima, protestando porque le habían dado el premio “a un extranjero”. Antes como hoy, les cuesta mucho a algunos mexicanos dejar su chauvinismo bajo llave. Pero bueno, ahí está La máscara del gorila, y todavía no ha desaparecido en la hojarasca.

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Un poema debe tener poco de poesía y mucho de poema.
— Dylan Thomas