09 agosto 2012

El gigante Graves


Con Robert Graves en Deyá, Mallorca, julio de 1972
El gran poeta inglés Robert Graves nació el 24 de julio de 1895 en Wimbledon, y murió el 7 de diciembre de 1985 en su propiedad en la localidad de Deyá, donde yo lo visité hace exactamente cuatro décadas, a fines de julio de 1972, cuando él acababa de cumplir 77 años de edad. Conservo de esa ocasión un gratísimo recuerdo, porque yo que era apenas un aprendiz de escritor, melenudo, barbado y desgarbado, fui recibido no solamente con cortesía sino con interés por uno de los grandes autores de la lengua inglesa, que me dedicó toda una tarde tranquila y sin interrupciones. Las fotos que tomé entonces y las que nos tomó a ambos mi amigo boliviano, Carlos Patiño, que vivía en Palma de Mallorca, son tesoros que guardo celosamente.

Sobre ese encuentro con el gigante Graves, escribí un par de textos hace muchísimo tiempo. El mismo año que lo visité se publicó en Ultima Hora (La Paz), el 15 de noviembre, “Una visita a Robert Graves”, y en el mismo vespertino “Adiós a Robert Graves” a principios de marzo de 1986, cuando supe que había fallecido.

Llegué a su casa en Deyá sin previa cita, simplemente toqué la puerta con la seguridad de que me recibiría, cosas de la juventud. Aparte de mi deseo de conocerlo, iba a armado de muy poco: aparte de unos cuantos poemas en inglés, solamente había leído la extraordinaria autobiografía Adiós a todo eso, donde explica su decisión de dejar Inglaterra para siempre. No conocía aún Yo Claudio (1934), obra que iba a catapultarlo a una fama mundial como “best seller” gracias a la adaptación que hizo la BBC en 1976.

De la autobiografía de Graves retuve datos curiosos, anecdóticos: a) peleado con los británicos, solamente hablaba en confianza con aquellos que habían combatido junto a él durante la Primera Guerra Mundial en las trincheras de Francia, donde fue herido de gravedad; b) su primera mujer fue Nancy Nicholson, una feminista de los años 1920 con la que tuvo dos hijas y dos hijos; c) no tocó un teléfono durante más de diez años, desde que estuvo a punto de electrocutarse; d) no usaba reloj; e) fue profesor en la Universidad de El Cairo en 1926; f) conoció a P. G. Woodehouse, Bertrand Russell, Aldous Huxley, Ezra Pound, Thomas Hardy y T. E. Lawrence (el de Arabia), sobre el que publicó una biografía en 1927; g) tenía el tabique nasal desviado por los golpes recibidos en rugby y boxeo cuando era muy joven. Sin duda, esta fue una autobiografía precoz, ya que la primera edición se publicó en 1929, cuando apenas tenía 34 años.  

Su nieta de 3 años notó mi presencia en la puerta de la sencilla casa de piedra, y su hija Lucía, traductora de una parte de la obra de Graves, me hizo pasar. De pronto me encontraba frente al poeta, que me hacía notar que era la hora de su siesta y que no tenía mucho tiempo porque al día siguiente salía de viaje a Hungría. Ese aviso me dio pie para iniciar la conversación y preguntarle sobre sus viajes. Mencionó que había estado recientemente en Rusia, Australia, Israel y Estados Unidos, pero que este último no le gustaba: “Conozco Estados Unidos y no me gusta. No me gusta Nixon. Me gusta McGovern. Me gustaban más los Kennedy. John era el mejor.”

Cuando le pregunté sobre los países que conocía en América Latina, dijo que había estado en México: “Solamente México y me gusta mucho.  Es diferente a todo.” Y añadió: “Me gustaría conocer Uruguay”.  ¿Por qué?: “por la actividad que hay ahora…” Indagué si se refería al movimiento de los Tupamaros y asintió: “Sí, los Tupamaros, todos los que se oponen a la presencia de Nixon en Latinoamérica. Me gusta esa gente y no me gustan los americanos”.

Le pregunté si no tenía planes de escribir una continuación de su autobiografía, y respondió tajante: “Ya no tengo nada que contar”. Sin embargo durante la conversación contó muchas cosas: “Soy el único poeta que tiene dos medallas olímpicas, una me la dieron en 1944 y otra en México”. Su castellano era perfecto, aunque con un acento en el que se mezclaban ecos del inglés, francés, alemán y mallorquín.

Para entonces había publicado ya 138 obras, “pero a veces me olvido, tengo una memoria pésima, no retengo nada. Hace tiempo descubrí dos libros que no recordaba haberlos escrito”. Cuando dijo que ese año, 1972, iban a publicarse dos libros nuevos en Londres, una novela y un poemario, le pregunté si se consideraba más poeta que narrador. Se rascó la cabeza en una actitud dubitativa antes de responder: “Uno nace poeta. Ser poeta es algo que viene con uno. Luego he empezado a escribir a escribir novelas y más tarde…”

Robert Graves y Alfonso Gumucio, Mallorca, 1972
De pronto miró a otro lado y señaló sobre una repisa varios recipientes de vidrio, que me hicieron pensar en las frutas en conserva que preparaba mi madre: “¿Frutas?” – me aventuré. Rió: “No, aceitunas salvajes. Son aceitunas que salen después de que han caído las normales. Son muy pequeñas y no se pueden comer así. Yo las preparo en forma especial y tengo una fórmula que sólo yo conozco. Venga…” Me llevó al patio trasero por la puerta de la cocina. Allí seguimos conversando a la sombra de un enorme olivo.

De regreso me llevó a su estudio, otra habitación repleta de libros y de objetos, donde distinguí muchas de sus obras. Me mostró lo primero que publicó en su vida, un pequeño folleto de tapas rojas con una docena de poemas adentro, pero no alcancé a leer ninguno porque me lo quitó de las manos para mostrarme otro libro: “Este se subastó hace poco por 500 libras”.

Recorrí con la vista su estudio, un tanto intimidado por lo que me rodeaba.  “Pero, ¿qué clase de periodista es usted? – me interpeló. “¿Por qué no me pregunta lo que son estas cosas? Mire, esta es una piedra con cien millones de años de antigüedad; la sacó mi hijo que trabaja en pozos de petróleo. Y esta, una estatua fenicia. Y esto…” Siguió así durante unos minutos, mostrando referencias de su trayectoria por la vida.

Robert Graves en Cracovia, 1974
La conversación giraba en torno a su obra literaria, a su origen familiar, a sus proyectos, y se fue cerrando a medida que avanzaba la tarde. Mencioné las escasez de su poesía en castellano, y entonces Graves lanzó una afirmación tan categórica que me sorprendió: “No quiero que mi poesía se traduzca al castellano y no se traducirá ¡NUNCA! La poesía es intraducible. El único que podría traducirla soy yo pero no lo haré porque pienso que mi poesía es imposible en castellano. Tal vez me atrevería al catalán o al mallorquín porque se prestan más por sus equivalencias con el inglés. El mallorquín es más puro que el catalán, preferiría el mallorquín en todo caso”.

Por fortuna, en 1982, diez años más tarde, una parte de su poesía se tradujo al castellano gracias a Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll. Este año de 2012, se termina de filmar la película The laureate, dirigida por William Nuñez, con Orlando Bloom en el papel de Robert Graves. 

Después de despedirme y salir de la casa me di cuenta de que había dejado mis lentes en el estudio. Su hija me los trajo: “Mi padre ya está durmiendo la siesta. Si él hubiera visto sus lentes se los habría metido en el bolsillo y usted no los vería más”.

Robert Graves es un gigante de la literatura inglesa, al morir dejó un legado de más de 150 libros publicados, entre ellos un centenar de poemarios, pero también ficción y ensayo. Conocerlo durante una horas fue para el joven que yo era, como recibir un baldazo de sabiduría y de modestia, suficiente para hacerme sentir tremendamente ignorante de la literatura y de la vida.

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If there's no money in poetry, neither is there poetry in money.

—Robert Graves

02 agosto 2012

Barrios comunicantes


La oportunidad de conocer experiencias de comunicación participativa en las comunas más difíciles de Medellín se hizo posible a mediados de junio pasado gracias al profesor Jaime López y a los estudiantes del grupo Barrio-U de extensión solidaria, de la Universidad de Antioquia. Pude así visitar iniciativas de radio comunitaria, de periódicos barriales y de producción audiovisual en las comunas 3, 6, 8 y 13 de Medellín, en las que hasta hace poco tiempo había todavía enfrentamientos armados. Ya me referí en una nota anterior a Ciudad Comuna, en la Comuna 8, una de las experiencias más completas en la medida en que abarca actividades de capacitación, prensa, fotografía, video, y producción radial.

El sistema de licencias para radios comunitarias reglamentado por el Estado colombiano ha permitido en años recientes que muchas emisoras antes consideradas “ilegales” puedan acceder a frecuencias. En la Comuna 6 me reuní con dos emisoras que lo han logrado en la ciudad de Medellín: Zona Radio y Esquina Radio.

Con colegas de Zona Radio y de Esquina Radio
Zona Radio 88.4 FM en el norte de Medellín, es coordinada por la Corporación Educativa y Cultural Simón Bolívar, una organización de base que tiene 32 años de trabajo social en la Comuna 6. Estuve con su coordinadora, Lina María Rendón, y con otros colegas. También estaba allí José Antonio Ortega, profesor en la Universidad de Granada, España, con la que Zona Radio tiene un acuerdo de colaboración. La programación de Zona Radio se hace en un 70%, con la participación de productores externos, pues uno de los propósitos es formar a los jóvenes en la comunicación popular, pero no solamente en los aspectos técnicos. La programación incluye espacios como “Laboratorio Sonoro”, que convoca a artistas del barrio; “Cartografía Sonora”; “Palabrejas con orejas”, para niños; entre otros. Más de 120 reuniones barriales permitieron definir qué tipo de radio quiere la gente. 

Esquina Radio 101.4 FM, funciona bajo el paraguas de la Asociación Palco, una ONG con 15 años de trayectoria cuyo objetivo es incidir en procesos de política pública en comunicación comunitaria. La radio emite desde la Comuna 3 de Medellín. Manuel Bermúdez, director de la emisora, cuenta que una de las inquietudes de Esquina Radio es preguntarle a la gente “¿usted cómo quiere que suene la radio?” La intención de la emisora no es competir con la radio comercial pero tampoco ser “una radio comunitaria de segunda”. Si bien la música ocupa la mayor parte de la parrilla de programación, la emisora se esmera en producir breves “franjas” o microprogramas de tres minutos con contenidos educativos. “Antes de tener la licencia ya teníamos el reconocimiento de la población”, dice Manuel Bermúdez y añade: “el calificativo comunitario no nos lo da la ley sino el proceso social”.

Recogí los comentarios de Lina María Rendón y de Manuel Bermúdez en este breve video: Barrios comunicantes.   

La colaboración entre ambas emisoras es estrecha, tanto, que comparten la mismo Junta de Programación que reúne, una vez al mes, a representantes de 25 organizaciones sociales.


Además de esas dos experiencias de radio comunitaria de Medellín, tuve la oportunidad de conocer dos iniciativas de prensa barrial: Signos desde la 13 y Tinta Tres. El número se refiere, naturalmente, a la comuna donde se desarrollan las experiencias.

Alexis Hinestroza es uno de los animadores del periódico Signos desde la 13, que la Corporación Kinésica mantiene desde hace más de cinco años. Ya van por 37 ediciones, de 10 mil ejemplares cada una. Esa revista es liderada por jóvenes que encontraron en el medio impreso una forma de contar sus propias historias, con sus estéticas y percepciones, en un territorio atravesado históricamente por la violencia y la crisis social. De todas las que visité, es en la Comuna 13 donde sentí en el ambiente la situación de violencia que rodea la vida cotidiana de los pobladores. A pesar de ello Alexis, Andrés Santa y otros voluntarios desarrollan iniciativas de trabajo con niños del barrio, a los que reúnen regularmente para realizar actividades artísticas. Consideran que el proyecto es un “semillero de comunicación” que permite darle valor a las actividades de la comuna porque propicia la formación de ciudadanía.  

“Medellín tiene dos caras –dice Jaime López- la ciudad moderna que muestran los medios masivos, y las comunas que viven otra realidad”. Los medios de información comerciales relacionan la palabra “comuna” con violencia, y ese discurso define desde afuera la identidad de los pobladores. Lo que estos procesos de comunicación barrial intentan hacer, es generar opciones culturales para que la gente pueda definir su identidad desde sus propias percepciones.   

En cuanto a Tinta Tres, es una iniciativa coordinada por un grupo de estudiantes y egresados de la Universidad de Antioquia. En sólo dos años de actividad ya fue reconocido como el mejor periódico comunitario de la ciudad. Es una publicación mensual (20 mil ejemplares) muy bien diseñada, al igual que su página web, con artículos de fondo sobre temas de derechos humanos, medio ambiente, educación, salud, género, convivencia, desarrollo local, notas culturales, excelentes fotografías, y semblanzas de personajes de la Comuna 3. El colectivo también desarrolla procesos formativos en periodismo y reporterismo gráfico en el barrio Manrique, y registros audiovisuales sobre problemas comunitarios como los desalojos forzados. 

Tinta Tres es una experiencia comunitaria de periodismo de investigación, periodismo narrativo y participativo, que procura ir más allá de la información hacia la generación de procesos de comunicación. Para ello, se organizan “salas de prensa comunitaria” donde el grupo gestor de esta experiencia escucha a la población y recoge los temas que interesan a la comuna. “Encontramos personas cuyo talento no es reconocido por la comunidad, y le ofrecemos un espacio en el periódico”, dice Leider Restrepo, director de Tinta Tres.

Uno de los aspectos más importantes es la distribución del periódico.  El colectivo de Tinta Tres maneja un concepto participativo para llegar a todos los barrios con ejemplares de la revista y mantener un diálogo directo con los lectores: Caminar la palabra (basta un clic para ver el video).

Con Jaime López, David Montoya y el colectivo de comunicadores del periódico Tinta Tres


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Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio, lo destruyo.  
—Wislawa Szymborska 

28 julio 2012

Ciudad Comuna


Para apreciar en justa medida la importancia de las experiencias de comunicación participativa en las comunas periféricas de Medellín, hay que conocer el contexto social, político y cultural que han vivido durante décadas de enfrentamientos entre grupos armados violentos del narcotráfico, de la guerrilla o paramilitares. Muchas de esas comunas que se aferran a las laderas que rodean la ciudad, han crecido sin los servicios adecuados debido a la incorporación de más de 200 mil víctimas del desplazamiento forzoso, llegadas desde otros departamentos de Colombia. 

 

Aunque la violencia ha disminuido gracias a la integración de las comunas a través de políticas culturales y del impacto social del metro y del metrocable, todavía hoy algunas de ellas viven bajo un régimen de temor impuesto por bandas de delincuentes de gatillo fácil, a veces muy jóvenes, que controlan el menudeo de droga en pequeños territorios, “vacunan” (extorsionan) a los pequeños comerciantes de barrio, y mantienen a la población en toque de queda casi permanente. Y la situación de educación, salud y servicios básicos dista de ser digna para los habitantes, encerrados en el círculo vicioso del desempleo y del desarraigo.

Guiado por el profesor Jaime López y por los estudiantes del grupo Barrio-U de la Universidad de Antioquia tuve la fortuna de conocer a mediados de junio iniciativas de comunicación participativa y de trabajo cultural que tienen un enorme mérito por las circunstancias en que se han desarrollado. Las experiencias que visité en las comunas 3, 6, 8 y 13 son una demostración de que aún en las situaciones más adversas y peligrosas, cuando existe motivación y conciencia social, se puede llevar adelante estrategias de comunicación que contribuyen a convivir en paz y con dignidad.

Todas las experiencias que conocí, además de su valor identitario y cultural, contribuyen a quitarle a los grupos violentos la posibilidad de reclutar a los jóvenes que son más vulnerables por la pobreza en la que viven y por la falta de oportunidades de estudio y de trabajo. Cuando la juventud tiene alternativas culturales, le da la espalda a las opciones de violencia y corrupción, como se ha visto a través de tantos proyectos de música, poesía, arte y comunicación en Colombia.

Una mañana luminosa visité el Centro de Producción Audiovisual Cinética 8 y escuela de reporteros gráficos, en la Comuna 8, proyecto coordinado por la Corporación para la Comunicación Ciudad Comuna, reconocido en 2010 como mejor colectivo comunitario audiovisual de Medellín. Se trata sin duda de una de las experiencias más sólidas en capacitación en comunicación y construcción de ciudadanía en Medellín. Conversé con los responsables de los diferentes procesos comunicativos, reunidos para contarme sobre esa iniciativa colectiva que incluye múltiples facetas.

Una de esas facetas es Cinética 8, proyecto audiovisual que dirige Leonardo Jiménez García, y otra Visión 8 que coordina Libardo Andrés Agudelo, una revista mensual tamaño tabloide, de distribución gratuita (diez mil ejemplares), que en mayo 2012 cumplió siete años de existencia con la edición 40, que recoge artículos sobre la objeción de conciencia, la violencia en Medellín, testimonios de las víctimas del conflicto, educación, ecología y cultura, con texto y fotos del proyecto mural Galería Urbana. Más de la mitad de los textos suelen estar escritos por personas de la comuna, y el resto por el colectivo gestor. Visión 8, un semillero de periodismo ciudadano, nació con financiamiento del presupuesto participativo de la Alcaldía de Medellín y se mantuvo gracias al apoyo de la propia comunidad. La distribución sigue siendo uno de los principales desafíos, pues se hace casa por casa, en los comercios barriales y en la terminal de autobuses, de mano en mano.

Ciudad Comuna desarrolla otras actividades, por ejemplo el Centro de Producción Audiovisual que realiza documentales para rescatar la memoria de la comuna, tratando de que las producciones mantengan un alto nivel de calidad y estén sustentadas en procesos de investigación. Vi algunos de los 30 documentales, reportajes y promocionales producidos y me impresionó no solamente su contenido, sino también su calidad técnica.

En Los colores y sabores de mi comuna (2010), dirigido por Raúl Soto, se incluyen testimonios de aquellos desplazados de la guerra que llegan para refugiarse en las comunas de Medellín. El documental teje de manera muy hábil las voces de varias familias de diferentes etnias para expresar las tensiones, dificultades pero también el optimismo de la reinserción de quienes lo dejaron todo para salvar sus vidas. El hilo conductor de este tejido es la cocina tradicional, a lo largo del documental las familias entrevistadas preparan aquella comida que une “los colores y los sabores” a la memoria y a la cultura. El tema es duro, pero la actitud de los desplazados es de esperanza.

Ventanas al mañana (2011) es un testimonio de las luchas por el derecho a la salud. Muestra la discriminación de personas sin recursos y sin empleo, que no reciben una atención digna de parte de los servicios de salud. En Vida digna ya (2011), se muestra a familias que no pueden pagar el alquiler de sus precarias viviendas, ni reciben los servicios públicos de agua y saneamiento porque se han asentado en zonas de riesgo. De cara al alto costo de los servicios la población se organiza en “mesas interbarriales” y realizan actividades públicas de sensibilización: teatro de la calle, música, etc. En Diversidad étnica y cultural (2011) se muestra a la comunidad indígena embera, desplazada por la guerra y reubicada en la Comuna 8 de Medellín.

La faceta más reciente en Ciudad Comuna es Voces de la 8, una emisora que difunde a través de internet coordinada por Rubiselen Ortiz.  


Entrevisté brevemente a estos jóvenes comunicadores sobre los programas que coordinan (hacer un clic en sus nombres para escribirles) y con esas entrevistas edité un sencillo video de 8 minutos que puede verse aquí: Ciudad Comuna

Esta experiencia en la Comuna 8 es un ejemplo interesante de integración de diversas actividades comunicacionales (prensa, radio, video, capacitación), con un criterio que articula la capacitación en medios con la formación política de los integrantes, tal como prueba la claridad con la que expresan el trabajo que realizan. 
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Esperando que un mundo sea desenterrado por el
lenguaje, alguien canta en el lugar en que se forma el
silencio.   —Alejandra Pizarnik    

24 julio 2012

Jorge Ruiz [1924-2012]


El cineasta boliviano Jorge Ruiz

Su imagen aparecerá a partir de ahora difuminada, sin la claridad de líneas que mostraba la foto original. Se nos fue Jorge Ruiz, pionero del cine sonoro boliviano, cineasta prolífico, gran persona. Me enteré de su muerte a través de un mensaje que me envió su hijo, Guillermo Ruiz, y casi simultáneamente en intercambios por Twitter con Carlos Mesa y Marcos Loayza. Luego llamé a Marina Arellano, su esposa y compañera de tantos años, quien me dio más detalles; Jorge estaba internado en una clínica de Cochabamba desde hace cinco días, y este martes 24 de julio a las tres de la mañana decidió que su tiempo en este mundo había concluido.

Hace apenas cuatro meses celebré con alegría su cumpleaños, en una nota titulada “88 abrazos, Jorge Ruiz”, donde recordé algunos episodios que nos tocó vivir juntos. Me remito a ese texto, porque describe a Jorge en vida, y me alegra que él hubiese alcanzado a leerlo y lo hubiera recibido como el abrazo de un amigo que lo apreciaba y admiraba. Ahora, en cambio, todo lo que escribamos, todo lo que digamos de él, todos los homenajes que le hagamos, lamentablemente no podrá apreciarlos.

Jorge Ruiz vivió toda su vida con extrema sobriedad y de alguna manera “regaló” todo su trabajo, porque nunca lucró con el cine, aún cuando el cine comercial era parte de sus intereses. Fue un hombre íntegro, que nunca se aprovechó de nadie ni de su cercanía a personajes que estaban en el poder, que lo apreciaban y lo conocían bien. Para él, la amistad, a secas, era más importante que cualquier uso oportunista de las relaciones sociales. Ese rasgo lo aprecio particularmente porque era también una característica en mi padre, y quizás en otros muchos de esa generación.

Jorge y Marina, con Liber Forti y Alfonso Gumucio
Como sabemos, en Bolivia el oportunismo y el tráfico de influencias campean y es cada vez más rara la honestidad. Jorge vivió hasta el final de sus días en una casa alquilada, no tuvo ningún privilegio económico. Si tuviéramos un Estado más consciente del valor de la cultura, personalidades creadoras que han aportado tanto a Bolivia en todos los campos, como Jorge Ruiz, recibirían en vida un mejor trato, no una pensión de miseria.  No basta medallas y homenajes, pues eso no se come ni paga el alquiler.

La última vez que estuve con Jorge Ruiz fue el 14 de noviembre del 2011, en Cochabamba. Marina me invitó a “tomar té” (una costumbre tan agradable en Bolivia). Fuimos a visitarlo con Líber Forti, otro de sus amigos cercanos. Antes, Líber y Jorge vivían en el mismo edificio en la Avenida América, uno un piso más arriba que el otro, pero Jorge y Marina se trasladaron a dos cuadras de allí, a otro departamento en planta baja, en la calle Pantaleón Dalence 1430, para facilitar los desplazamientos de Jorge, que había sufrido una caída a partir de la cual quedó confinado en su casa. 

La tarde que lo visitamos encontramos a Jorge de excelente humor, conversamos para ponernos al día y Marina nos mostró una habitación donde había acomodado una vitrina con las medallas y reconocimientos obtenidos por Jorge a lo largo de su carrera. Estaba también en esa reunión José Antonio Valdivia, autor de Testigo de la realidad (1998), un excelente relato autobiográfico de Jorge Ruiz. Más tarde llegó otro amigo suyo, para leerle pasajes de la Biblia. Tomé varias fotos para la memoria y me fui de allí ese día con la certeza de que volveríamos a vernos, pero como se sabe, la vida no respeta los buenos deseos. 





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La muerte para los jóvenes es naufragio
y para los viejos es llegar a puerto.
                                            —Baltasar Gracián


17 julio 2012

Entre Medellín y Rionegro


A mediados de junio viví una semana intensa entre Medellín y Rionegro. Mi itinerario incluyó visitas a experiencias de comunicación participativa en las comunas de Medellín, y en los municipios de Guatapé y El Retiro en el oriente antioqueño, además de varios encuentros con profesores y estudiantes, una conferencia en la Universidad de Antioquia en Medellín, y otra en la Universidad Católica de Oriente (UCO), en Rionegro.  


Todo esto fue idea de un estudiante de comunicación, David Montoya, que sabe lo que quiere y lo consigue con dedicación y esfuerzo personal. Su sano empecinamiento le permitió a David hacerse de algunos cómplices y concretar su iniciativa de llevarme a esa región de Colombia: en Rionegro se alió a Juan Diego Agudelo, del Programa EstratégicoRegional (PER) del oriente antioqueño, institución que se hizo cargo de una parte importante del costo, y en Medellín contó con el apoyo de Jaime López, profesor en la Universidad de Antioquia, quien coordinó con el grupo de estudiantes "Barrio U" el itinerario de visitas en las comunas de la ciudad. Carlos Vásquez Cardona, Coordinador del Programa de Comunicación Social de la UCO, fue otro de los colegas que se sumó a ese tinglado de complicidades y alianzas.

Aunque las comparaciones son odiosas, las ciudades colombianas de Medellín y Rionegro se parecen en algo a las bolivianas La Paz y El Alto: tanto La Paz como Medellín son capitales de departamento que se han desarrollado en un valle profundo, rodeadas por cerros en los que vive la población más empobrecida. En el altiplano de El Alto y en el de Rionegro, se encuentran dos aeropuertos internacionales que sirven a La Paz y Medellín respectivamente.

Medellín, ciudad rescatada de la violencia 
Ahí se detienen las similitudes y empiezan las diferencias, pues el oriente antioqueño es una de las regiones más ricas de Colombia, y Medellín (a 1.470 metros sobre el nivel del mar, y casi 3 millones de habitantes) es una ciudad muy agradable en comparación a La Paz (a 3.650 metros de altitud, un millón de habitantes) y El Alto (4.070 metros, un millón 200 mil habitantes), ambas en estado lamentable, a punto de colapsar. En Rionegro y otros municipios del oriente antioqueño el paisaje se caracteriza por una vegetación abundante, el verde domina hacia donde uno mire. Ya sabemos que no es así en La Paz y El Alto, donde apenas sobreviven los arbolitos protegidos por muros de ladrillo para que el viento helado no acabe con ellos. 

No fue nada fácil para Medellín, la segunda urbe más importante de Colombia, convertirse en la ciudad moderna y agradable que es hoy. A diferencia de La Paz, Medellín tuvo que enfrentar la enorme adversidad de la violencia del narcotráfico. En los barrios la gente se seguía matando y el ruido de las balaceras era parte del paisaje sonoro de la ciudad. Al ex alcalde Sergio Fajardo le preguntaron cómo logró sacar de ese hoyo profundo a la capital antioqueña, y respondió:  “Cambiándole la piel a la ciudad”. En menos de una década el cambio fue radical. Gracias a Fajardo y al anterior alcalde Luis Pérez Gutiérrez, se invirtió en programas sociales para bajar los índices de criminalidad. Se renovaron escuelas, se construyeron bibliotecas públicas y se abrieron puntos de internet gratuito en los barrios populares más peligrosos. Pero quizás lo más importante fue la integración de las comunas periféricas a través del metrocable y, aún antes, del metro, con el que se consolidó un proceso de cultura ciudadana de paz y convivencia.  


Los primeros días Jaime López y los jóvenes estudiantes de Barrio U me llevaron a visitar experiencias de comunicación participativa en las comunas 3, 6, 8, y 13, situadas en la partes altas de Medellín, conocidas por haber sufrido muchos años de violencia.

Estuve en el Centro de Producción Audiovisual Cinética 8 y la escuela de reporteros gráficos de la Comuna 8, un proyecto coordinado por la Corporación para la Comunicación Ciudad Comuna (Villa Hermosa), que fue reconocido en 2010 como mejor colectivo comunitario audiovisual de Medellín. En la Comuna 6 me reuní con compañeros y compañeras de las emisoras comunitarias Zona Radio y Esquina Radio, que tras un largo proceso de licitación ya cuentan con una licencia para operar legalmente. En la Comuna 13, una de las más amenazadas todavía por la violencia, estuve con los jóvenes de la Corporación Kinésica, que producen el periódico barrial Signos desde la 13. Finalmente, me recibió en la Comuna 3 el colectivo de estudiantes y egresados de la Universidad de Antioquia que produce el periódico Tinta Tres, una iniciativa que en sólo dos años de actividad ya fue reconocido en 2011 como mejor periódico comunitario de la ciudad.



En otra nota me referiré con mayor detalle a esas experiencias, por ahora quiero concentrarme en las actividades académicas. Una de ellas fue una reunión con los animadores de la estrategia “En Familia”, coordinada por la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia desde el año 2008, y centrada en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Esta estrategia comunicacional que ha beneficiado hasta ahora a 2.580 familias, considera la comunicación y la educación como ejes transversales para el desarrollo de capacidades, la participación comunitaria y la construcción de estilos de vida saludables.

En la Universidad de Antioquia, Medellín
En el auditorio de Extensión Universitaria de la Universidad de Antioquia en Medellín, puse a consideración de estudiantes y profesores de varias universidades, una conferencia magistral “Diálogo de aprendizajes: educación y comunicación”, donde analicé la comunicación para el desarrollo y el cambio social, desde la perspectiva de la educación, la cultura y las nuevas tecnologías. Luego de la conferencia participé en la mesa sobre “Educación y cambio social”, donde Juan Camilo Muñoz Cardona y Dione Patiño García presentaron, respectivamente, “En Familia” y “Esquina Radio”, y yo me referí a mi propia experiencia de hace muchos años con la Cooperativa Tosepan Titataniske, en México.  Luego tuvimos oportunidad de recibir comentarios y preguntas de los participantes, transmitidas a través de live stream por internet.

También me reuní en la Universidad Católica, en Rionegro, con profesores y estudiantes del diplomado en Comunicación para el Desarrollo, que la UCO organizó en convenio con el Programa Estratégico Regional. Con ese mismo grupo realizamos una visita muy estimulante al proyecto El Laboratorio del Espíritu, en el municipio de El Retiro. De esto también hablaré en otra nota.

La otra conferencia fue en el auditorio de la Universidad Católica de Oriente (UCO), en Rionegro, donde hablé de las “Competencias del nuevo comunicador para el desarrollo”. Me referí en particular a los discursos y los enfoques de la comunicación para el desarrollo, la necesidad de un “nuevo comunicador” que pueda alentar procesos comunicativos con pensamiento estratégico, y los límites de las universidades para formar ese perfil de comunicador. La mayor parte de las universidades que tienen facultades de “comunicación social” en realidad forman periodistas para los medios audiovisuales e impresos, una pocas con énfasis en “ciencias de la comunicación”, y apenas un puñado se ocupa de formar comunicadores para el desarrollo.

La situación en Colombia, sin embargo, ha mejorado durante la última década. Muy pronto serán tres las universidades que cuentan con maestrías que enfatizan el concepto de la comunicación como proceso que contribuye en el desarrollo y el cambio social. La Universidad del Norte en Barranquilla cuenta con una maestría cuya creación tuve oportunidad de apoyar hace seis o siete años desde mi función de Director Ejecutivo para Programas en el Consorcio de Comunicación para el Cambio Social. La Universidad de Santo Tomás y la Uniminuto de Bogotá, cuentan también con flamantes maestrías en comunicación y cambio social, en cuyo diseño pude contribuir puntualmente.

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Irónicamente, a medida que nuestra capacidad de procesar 
y distribuir información y conocimiento se extiende y mejora, 
nuestra capacidad de comunicar y dialogar disminuye.       —Cees Hamelink 

11 julio 2012

El desafío del diálogo


Circula desde hace un par de meses el primer documento de la serie Comunicación Popular que publica en La Habana la Editorial Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. (CMLK). Se trata de un cuaderno monográfico inspirado en el pensamiento del educador brasileño Paulo Freire: “… el diálogo es una exigencia existencial (…) El hombre dialógico que es crítico sabe que el poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los hombres y sabe también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta, tener ese poder disminuido”.   

La publicación, de 94 páginas, consta de siete textos.  El primero es mi trabajo “Comunicación y cambio social. Clave para el desarrollo participativo”, que José Ramón Vidal, a quien conocemos familiarmente como “Cheíto”, me pidió meses atrás. El texto, que estuvo inédito muchos años, de pronto se ha publicado no menos de tres veces, en varios países, en 2011 y 2012. Sigue un artículo del uruguayo Gabriel Kaplún: “Comunicación educativa y comunitaria. Construcción de nuevos vínculos y sentidos en y desde la universidad”. 

La segunda parte comienza con los textos de los cubanos Dasniel Olivera Pérez y Rodolfo Romero Reyes, “Testimonios de un cartógrafo: rememorando la primera expedición de Nemo y otras conquistas” y “Nemo y su primera expedición”, respectivamente. Finalmente, la tercera parte titulada “caja de herramientas”, incluye “Algunos recursos para la comunicación en espacios comunitarios”, “Decálogo para crear una charla”, y “Cómo preparar una fiesta radiofónica” los dos últimos tomados de Radialistas Apasionadas y Apasionados (aunque “apasionadas y apasionados” se excluyó).  

Visité por primera vez el Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. (CMLK) en ocasión del XIII Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación Social (ALAIC), en octubre del 2009. Fuimos con Paco Sierra a Marianao, y nos impresionó el trabajo comunicacional de esta institución de la Iglesia Bautista Ebenezer, que se define como “una organización macroecuménica de inspiración cristiana que desde el pueblo cubano y sus iglesias, contribuye proféticamente a la solidaridad y la participación popular, consciente, organizada y crítica, empeñada en una opción socialista. Esa contribución la hacemos desde una concepción de Educación Popular y una teología crítica, liberadora y contextualizada.”

Cheíto y Paco Sierra, en el CMLK
No me cabe duda de que el Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. (CMLK) es una de las instituciones cubanas más comprometidas con la educación y la comunicación popular. Además de estas dos líneas que coordina “Cheíto”, sus programas incluyen la reflexión y formación socioteológica y pastoral, la sostenibilidad y desarrollo organizacional, y la solidaridad.

Dice esta primera entrega de la serie: “No toda comunicación es diálogo, la vida social requiere de diversos niveles y formas comunicativas, pero es el diálogo la forma más completa de la comunicación humana, y sin procesos comunicacionales que incentiven, promuevan y organicen el diálogo a escala social (en los espacios privados, institucionales y públicos) no podrán lograrse proyectos ético-políticos que pretendan contribuir a la eliminación de las diversas formas de dominación y de alienación de los seres humanos.”

Hace poco, en la investigación que coordiné sobre el audiovisual comunitario en América Latina y el Caribe, incluí en el capítulo correspondiente a Cuba información que me proporcionó Cheíto sobre una iniciativa audiovisual que el CMLK ha llevado ha delante desde hace más de una década, en La Marina, en la ciudad de Matanzas, un barrio desfavorecido socioeconómicamente. El grupo gestor de la experiencia está integrado por diez hombres y mujeres de la comunidad, de edades entre 30 y 60 años y con niveles de instrucción desde noveno grado hasta universitario. Los miembros del grupo se organizaron en pequeñas comisiones encargadas de hacer el guión, garantizar la producción, hacer las filmaciones y hacer la edición. Este es un ejemplo de un proyecto sociocultural del barrio, autogestionado por la propia gente cuyo propósito es rescatar tradiciones y riquezas culturales del barrio para incrementar la autoestima de los habitantes del lugar, mejorar su convivencia y sus comportamientos sociales, lo cual repercute en una mejoría notable en la calidad de vida y en la imagen que del lugar tiene el resto de la ciudad.

Los videos son elaborados en todas sus etapas por el grupo gestor del barrio, con la asesoría técnica de Producciones Caminos del Centro Memorial Martin Luther King. El objetivo es recuperar la historia y los valores  de las comunidades, y resaltar el propio proceso de producción y sus resultados. El resultado es un documental que incluye entrevistas a residentes y a personalidades vinculadas o conocedoras de los valores culturales y humanos de la gente del barrio, así como música producida por la propia comunidad. Dice José Ramón Vidal: “El audiovisual tiene un ritmo muy contemporáneo, una infografía y diseño que enriquece el valor testimonial de su contenido y una banda sonora que utiliza casi en exclusivo música producida en la propia barriada que es un reservorio de gran importancia de algunas expresiones de la música tradicional cubana de origen africano. Fue producido bajo el criterio de que la cultura es un bien común.”

La capacitación y formación es parte esencial del proceso organizativo y de producción. En La Marina, se realizaron talleres sobre guión, producción, fotografía y sonido y edición con el grupo gestor y otras personas que quisieron sumarse. Mediante esos talleres se fueron familiarizando con conocimientos técnicos básicos para realizar el documental. Aunque el proceso de edición contó con un técnico de CMLK, las decisiones de los cortes las tomó una persona designada por el grupo barrial para participar en esta parte del proceso. 


La difusión de las producciones audiovisuales comunitarias se hace primero en el ámbito de las propias comunidades. El documental de La Marina tuvo su estreno en uno de los principales cines de la ciudad de Matanzas con la participación de los vecinos de la comunidad, autoridades del gobierno municipal y otros invitados, y posteriormente se distribuyó a través de la red de educación popular en Cuba y en eventos latinoamericanos de cine comunitario y alternativo, además de los eventos de movimientos sociales y talleres y cursos que ofrece el CMLK.


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Enseñar no es transferir  — Paulo Freire

06 julio 2012

Finca Vigía


Alguna vez cerca de la Plaza Mayor en Madrid pasé delante de un restaurante que junto a la puerta exhibía una placa: “Aquí nunca estuvo Hemingway”. La humorada tenía bastante sentido porque son muchos los restaurantes y hoteles en el mundo que exhiben placas conmemorativas del estilo “Aquí estuvo Hemingway en…”, y algunos lo pueden incluso probar con una fotografía del barbudo escritor. Aventurero empedernido, Hemingway anduvo por todas partes, pero estableció una de sus tres residencias principales en Cuba.

Hace más de 25 años, durante una de mis estadías en La Habana, visité por primera vez la Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway en San Francisco de Paula, donde vivió hasta 1962 y donde escribió algunas de sus obras más importantes, como El viejo y el mar, publicada en 1952, por la que obtuvo al año siguiente el Premio Pulitzer: “es lo mejor que puedo escribir en mi vida”, dijo alguna vez. En octubre de 1954, fue galardonado con el Premio Nóbel de Literatura por el conjunto de su obra, y saltó definitivamente a la fama, aunque no asistió siquiera a la ceremonia de entrega en Oslo. Ese año, además, fue un año negro para él, pues sobrevivió en Africa a dos accidentes de aviación consecutivos. 

Me gusta esta casa y me agrada visitarla de nuevo ahora que se cumplen 50 años desde que Hemingway la dejó tal como estaba. Blanca, con muchas ventanas a su alrededor, la casa está llena de luz. Nada se ha movido de su lugar, nada falta, y cuando uno se acerca a las ventanas parecería que el fantasma del viejo lobo de mar va a hacer una abrupta aparición entre dos habitaciones. Una mujer barre el piso del dormitorio como si alguien hubiera dormido allí la noche anterior. Casi en todas las habitaciones de la casa, incluso en los dormitorios, hay trofeos de caza. Cabezas de antílopes y otros animales africanos.  

Junto al baño, en el clóset se ve una veintena de pares de calzados, algunos de vestir, pero en su mayoría botas que usaba en sus caminatas o cuando se hacía a la mar. Sus trajes siguen colgados como hace cinco décadas, uno de ellos es un uniforme militar de “corresponsal de guerra” que usó en España en 1937. Todo está como si el escritor fuera a llegar en cualquier momento para sacarse las botas cubiertas de fango antes de servirse un daiquiri y sentarse a leer.  

Las medidas de protección de Finca Vigía siguen tan estrictas como hace cinco lustros. Exageradas, a mi juicio. La casa está situada en una colina y rodeada de árboles; los visitantes sólo pueden mirar desde las puertas y desde las ventanas el espacio interior, y subir a la torre de tres pisos, junto a la casa, que parece un campanario. En el ultimo piso escribía Hemingway, un espacio reducido pero suficiente para que el escritor pudiera concentrarse lejos del mundanal ruido y con una vista magnífica. Sobre su escritorio esta la máquina de escribir que uso para escribir en apenas ocho semanas el libro que lo consagró definitivamente.   

Nada deja suponer que fuera del perímetro del jardín, San Francisco de Paula ha crecido tanto desde que Hemingway compró la propiedad en 1940 por 12.500 dólares (que hoy serían aproximadamente 200 mil dólares). San Francisco de Paula es hoy parte de La Habana, y lo poco que recuerda los años en que Hemingway vivía aquí, son los viejos Chevrolet de las décadas de 1940 y 1950, que se mantienen en circulación gracias al bloqueo económico y al ingenio de los mecánicos cubanos.

El único cambio que noté ahora con relación a mi anterior visita fue la desaparición de la cancha de tenis que estaba junto a la piscina. En su lugar está ahora el yate “Pilar”, que Hemingway hizo construir de acuerdo a indicaciones precisas. Escogió la madera de caoba, el tamaño, la disposición exacta del espacio, la potencia de los motores, y por supuesto el nombre, que según dicen era el seudónimo de una amante. Cómo será. Entre el “Pilar” y la piscina están enterrados los cuatro perros de Hemingway: Nerón, Linda, Negrita y Black.

Luego de visitar la Finca Vigía no es mala idea terminar la jornada tomándose un mojito en La Bodeguita del Medio, es una buena manera de honrar la memoria de Hemingway, que era una asiduo del bar. Su foto con Fidel está en un lugar prominente y la frase clásica del escritor en boca de todos los que llegan por allí a cumplir con el ritual: “Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquiri en El Floridita”. La Bodeguita es de esos hitos obligados del peregrinaje habanero, por lo menos una vez en la vida. Las firmas que a través de los años se han acumulado sobre los muros de La Bodeguita se expanden ahora hasta los muros exteriores. La abundancia de estas firmas, a través de las cuales cualquier turista de medio pelo pretende perpetuar su nombre, hace perder el valor de las firmas originales, ahora saturadas por vecinos incómodos.


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Se necesitan dos años para aprender a hablar
y sesenta para aprender a callar.  — Ernest Hemingway