(Publicado
el sábado 6 de julio en Brújula Digital, Público Bo y ANF)
A principios de
julio se iniciaron en La Paz las “fiestas julianas” sin nada que celebrar. La
agenda festiva incluyó la entrega de 104 “nuevas” obras e inauguraciones de
“súperobras”, pero eso es mamada de gallo, como diría García Márquez. Por el
contrario, la agenda pendiente del alcalde turquesa es enorme y los resultados de
tres años de gestión son nimios.
Los festejos con guirnaldas, pintura turquesa y todo lo que se des-pil-farra (énfasis en “farra”) en publicidad con vocación electoral es un malgasto de nuestros impuestos. Si Arias cree que pavimentando de nuevo avenidas que no lo necesitan (Ballivián, Arce y otras) y ornamentando con árboles de cemento plazas que no tenían problemas (Abaroa, Isabel la Católica, Bolivia) va a lograr que la población se avenga con la gestión municipal, está equivocado. Su lema “La Paz en paz” es su intento de reconciliación con el gobierno del MAS, para que dejen de trapearlo, pero no con los ciudadanos. Todo esto da más “coraje” a los que votamos por él creyendo que sería un buen alcalde, pero ha demostrado lo contrario.
Por una parte, está el nido de corrupción incrustado en el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP) que no ha podido erradicar en tres años. La corrupción infecta la municipalidad desde alcaldes anteriores (no se salva ni Revilla, ni del Granado), pero desde el inicio de la gestión del Negro Arias ha crecido a niveles que tocan a sus principales colaboradores y concejales bribones de su tienda política como del MAS (Sogliano, Chambilla y Chaín).
Su asociación
personal con Harold Lora, el estafador de Las Loritas (preso por cuatro meses)
es innegable, y no puede alegar que al asumir su cargo de alcalde no sabía de
más de una docena de edificios construidos sin permisos municipales y sin la fiscalización
que corresponde, violando las normas establecidas gracias a una red de
corrupción de arquitectos, inspectores y funcionarios en varios niveles de
decisión. Eso es sencillamente repugnante (quisiera usar una palabra más dura).
Las construcciones fuera de norma afectan toda la ciudad de La Paz, y aunque
sea herencia de gestiones anteriores, no es consuelo: alguien tiene que poner coto
a la corrupción galopante de la que son cómplices funcionarios de la alcaldía y
muchos constructores (casi todos). Los constructores honestos, que hacen
trámites sin coimas y construyen de acuerdo a la normativa, se cuentan con los
dedos de una mano (y sobran varios dedos).
La construcción
permite “lavar” y “blanquear” dinero mal habido, es decir, legalizarlo. Los
constructores piratas reciben pagos en efectivo, en maletas con dólares o
bolivianos, ni siquiera pasan delante de la cámara de un banco. La “preventa”,
prohibida en otros países, es una argucia para hacerse de capital. Forman
sociedades “accidentales” que no tienen capital y no tienen a su nombre ni una
casa, ni un vehículo, lo cual dice mucho de su calaña e intenciones. Compran
materiales sin factura y pagan a los obreros con dinero en efectivo que nunca ha
ingresado a una cuenta bancaria (pero sacan a cuentas del exterior el margen de
lucro).
Vitruvio 10: dos metros de ancho
Hay en La Paz más de 8 mil departamentos vacíos en alquiler. ¿Por qué? Porque sus dueños, una vez que ya blanquearon el dinero mal habido, ni siquiera se molestan en alquilarlos. Invito al alcalde turquesa para que haga un recorrido entre 8 y 10 de la noche por cualquier barrio residencial, para ver cuántas luces encendidas hay en edificios de vivienda terminados hace 4 o 5 años. Desde mi edificio veo en la calle 12 de Calacoto un edificio (con franjas verdes de muy mal gusto) vacío desde hace por lo menos seis años. Y encima, en la azotea, están ahora construyendo otros espacios. ¿Tienen permiso de la alcaldía? En diagonal a ese edificio, sobre la misma avenida Sánchez Bustamante, otra construcción sin nombre ni anuncio exterior está sin terminar desde hace siete años por haber excedido la altura reglamentaria. Pero no está parado, he constatado (con fotos) que el esqueleto de antes es ahora un edificio casi terminado: los tabiques de ladrillo y el revoque de cemento se han completado sigilosamente en estos años, con dos o tres albañiles, y hace poco comenzaron a erigir en la azotea otras habitaciones. Calladitos, siguen violando normas. ¿O quizás ya “arreglaron” con algún corrupto de la alcaldía?
En una ciudad
normal, cuando las reglas se incumplen, se aplican medidas drásticas, ya sea la
destrucción de edificaciones ilegales (la implosión es maravillosa para nivelar
al ras del suelo estructuras ilegales), o se aplican multas tan altas, que los
constructores evitan cometer los mismos delitos. (Porque son delitos, no
nos hagamos tratar de imbéciles). Pero en La Paz las multas alientan las
construcciones fuera de norma, porque los montos son irrisorios.
Los constructores
piratas se salen con la suya con papeles y sellos de la propia Alcaldía. Por
ejemplo, en la esquina de la calle 10 de Calacoto sobre la avenida Ballivián,
frente al Hotel Camino Real, hay un edificio del grupo Vitruvio que yo he
bautizado como la “Torre de Pizza”, porque tiene la forma de una tajada de
pizza. En uno de sus extremos el ancho es menor de 2 metros (aunque usted no lo
crea, diría Ripley). Del otro lado de la tajada, hacia la avenida, a lo sumo 8
metros. El edificio tiene 19 niveles, pero su entrada principal es sobre la
calle 10: no debería sobrepasar los 10 pisos y no tiene espacios de
estacionamiento suficientes. De noche, sólo hay luces en una docena de los 36
departamentos. Este esperpento corresponde a la gestión de Luis Revilla, al
igual que los otros edificios residenciales mencionados. Los ejemplos muestran
que no existe el menor apego a las normas, y que la “coima” es el lenguaje de
los funcionarios ediles.
La alcaldía ha señalado que hay más de 50 mil edificaciones fuera de norma, pero son más. Basta tomar el teleférico para darse cuenta de que nadie respeta las normas. A ojo pelado se pueden ver casas y edificios que parecen garabatos apenas sostenidos porque se apoyan en un edificio contiguo. La obligatoriedad de los 2 metros de retiro es una de las normas que menos se cumple, porque cada quien construye como le da la gana, sin planos aprobados, y la alcaldía sólo interviene cuando hay denuncias, nunca lo hace de oficio, como sería su deber.
Me he extendido en este asunto por su gravedad y por el grado de corrupción, pero hay otros temas ya señalados en artículos anteriores, por ejemplo, la falta de previsión frente a los sucesos naturales. En una ciudad avasallada, donde cualquiera se apropia de terrenos baldíos y aires de rio para construir sin que la alcaldía o policía intervengan, la fragilidad es una “norma”.
Las lluvias del 2024
mostraron que nuestro alcalde turquesa desperdició la época seca. En lugar de realizar
obras de limpieza y prevención, se dedicó a festejar con fanfarria cualquier
tontería pintada con su color electoral. No hizo trabajos de mantenimiento de
rejas, bocas de tormenta, tragantes y alcantarillas, de manera que colapsaron
con un aguacero de 20 minutos. El cauce junto a la avenida Hernán Siles que une
La Florida a Aranjuez no recibió ningún tratamiento preventivo, no hicieron ni
gaviones ni diques de cemento, de manera que la crecida de los ríos que confluyen
en Las Cholas erosionó casi toda la plataforma y cortó la única vía de acceso.
Hasta hoy, luego de varios meses, no se ve ningún avance en infraestructura de canalización,
apenas de prevención (tardía).
Revilla hizo el
doble embovedado del Choqueyapu para la futura avenida La Paz, que unirá la
avenida del Poeta con la Kantutani en el inicio de Obrajes. Con bombos y
platillos Iván Arias ha “inaugurado” cada año, por estas fechas, esa avenida
que no avanza para nada, como se puede ver desde el teleférico Celeste. Digno
de Ripley. ¿Se concluirá la avenida La Paz? ¿Volverá a “inaugurarla” Arias por
tercera vez? En lugar de malgastar toneladas de pavimento en Calacoto o
Sopocachi, haría bien en usar ese pavimento para terminar el tramo de apenas 1
kilómetro, muy necesario especialmente en horas pico, cuando se arma una
trancadera insoportable en la curva de Holguín, debido en parte a una
gasolinera de YPFB mal ubicada en aires de río, a menos de 25 metros del cauce,
contra la norma que lo prohíbe. El día que ocurra un accidente con los
depósitos subterráneos de combustible, habrá lamentaciones.
No quiero concluir este recuento “juliano” sin antes mencionar obras “pequeñas” que se pueden hacer con poca inversión (el alcalde argumenta que necesita mucho dinero para las grandes obras). Vean, por ejemplo, los pasos de cebra: sólo repinta (y muy mal) aquellos en las avenidas más visibles que acaba de asfaltar, pero basta ingresar a una avenida paralela o calle lateral, para darse cuenta de que los pasos de cebra son “invisibles” desde hace años (a veces, refugiados venezolanos los pintan por unas monedas, pero con pintura que se desvanece en pocos días).
En el tema de
transporte la alcaldía ni siquiera cuida uno de los mejores regalos que recibió
de la gestión de Revilla: el PumaKatari. Las paradas están abandonadas, no hay
guardias municipales que las resguarden e impidan que autos particulares
(incluso camionetas de la Policía) se estacionen allí sin el menor respeto. La
aplicación creada para ubicar los buses en tiempo real funciona
intermitentemente y no incluye a todos los vehículos porque algunos carecen de
GPS. El número de teléfono que antes era eficiente, ya no lo es. El trato deficiente
de anfitrionas y choferes indica que algunos fueron bien capacitados y otros nada.
Falta supervisión, nuevamente. Vemos anfitrionas que no reaccionan cuando los
asientos amarillos están ocupados por personas que no deberían sentarse allí, o
no usan el cinturón de seguridad obligatorio. Vemos choferes que pasan raudos por
el segundo carril de la avenida sin mirar si hay personas esperando en una
parada señalada (me ha sucedido en la calle 10 de Calacoto).
La basura abunda en la ciudad. En vez de aumentar los contenedores, están desapareciendo. En la plaza Humboldt había una isla separadora de basura para desechos sólidos (vidrio, plástico y metal), pero ya desapareció. Los minúsculos basureros metálicos que colocó Juan del Granado son inservibles y en su mayoría están oxidados y desfondados por la corrosión del metal. Es obvio que se necesitan miles de basureros de plástico y de tamaño mediano. En París todos los basureros son simplemente un aro de metal del que cuelga una bolsa de plástico transparente y resistente (esto, desde la bomba que mató a siete personas frente a la tienda Tati, el 17 de septiembre de 1986). Una solución práctica y económica.
Aunque en la alcaldía de La Paz hay una sección que se ocupa de la contaminación acústica, no hace su trabajo y no actúa de oficio. Si uno llama para quejarse de una distribuidora de autos, un supermercado o un banco que sacan a la calle parlantes a todo volumen, los “inspectores” llegan dos días más tarde con su sonómetro, cuando ya acabó el ruido (hasta nueva orden).
Construcciones
fuera de norma, corrupción galopante, prevención de desastres, transporte
público descuidado, basureros insuficientes, contaminación sonora y otros
problemas sin solución, pero la verbena será de lujo, un montón de dinero (dizque
de empresas privadas) dilapidado en música y circo para los paceños agachados y
brillo del alcalde turquesa.
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