(Publicado en Brújula Digital, Público Bo y ANF el sábado 3 de febrero de 2024)
Me enteré del fallecimiento de Gaby
Vallejo (el 20 de enero pasado), cuando me encontraba en las antípodas de
Bolivia, en el famoso paralelo 17 de Vietnam. Pensé mucho en ella, en sus
libros, en su enorme labor de promotora cultural, y en nuestros encuentros, y
me prometí escribir una nota para recordarla.
Lo primero que me viene a la mente es aquella vez que me corrigió cuando me dirigí a ella como Gaby Vallejo de Bolívar, tal como figura en la edición que Hijo de opa – Los Hermanos Cartagena (Los Amigos del Libro, 1986), que me obsequió con una dedicatoria. Me dijo: Gaby Vallejo Canedo, o Gaby Vallejo, no más. Yo no sabía casi nada de su vida privada, pero desde entonces tuve el cuidado necesario.
Tal como suele suceder con muchos amigos,
nuestros encuentros fueron casi siempre breves, en lugares probables como
ferias del libro (formales o populares), pero en esos eventos no tuvimos mucha libertad
para conversar, salvo cuando llegó a Guatemala, donde yo vivía, a fines de
febrero del 2001, y nos regalamos el tiempo necesario para estar en casa y para
visitar Antigua y recorrer sus templos y calles empedradas, mientras nos
poníamos al día sin prisa. Guardo algunas bonitas fotos de aquella ocasión.
Como también suele suceder con otros
amigos de larga data, los intercambios epistolares fueron más ricos. Primero
con cartas en papel de esas que ahora uno añora porque se las ha llevado el
viento, y luego por la vía de internet, los “emilios” como decía Liber Forti,
también amigo querido de Gaby y cómplice de varias aventuras culturales. El
WhatsApp nos acercó nuevamente, nuestro último intercambio fue en octubre del
2023, donde me dice que su vida ha cambiado mucho a raíz de una intervención en
la columna: “Estoy prácticamente paralizada. No he ido ni a la presentación de
la séptima edición de Hijo de opa” escribió con dificultad, con erratas
que indicaban que sus dedos no le respondían. Supe que ya no salía de su casa,
que sus dolencias la mantenían enclaustrada, precisamente a ella, viajera
impenitente y entusiasta.
Escribí un par de veces sobre sus libros, y algo de eso queda en el registro que hizo Willy Muñoz, quien reunió comentarios en La narrativa contestataria y social de Gaby Vallejo (Kipus, 2017). Sucedió algo curioso cuando esa obra se presentó en la Feria Internacional del Libro en La Paz, en 2017. Me encontraba firmando libros en el stand de Plural cuando perifonearon mi nombre solicitando mi presencia en la sala donde se presentaba Gaby con el libro compilado por Willy Muñoz. Llegué al lugar y encontré a Pedro Camacho (director de la editorial) y a Gaby algo nerviosos porque ni Willy Muñoz ni Vicky Ayllón, los presuntos presentadores de la obra, habían llegado, por lo que me pedían que los supliera. Y lo hice como “espontáneo” en una plaza de toros, improvisando unas cuantas palabras junto a Gaby.
Gaby me tenía la confianza suficiente
como para darme a leer alguna de sus obras antes de que se publicara. Lo hizo
con Ruta obligada (Plural, 2008), pero mis sinceros comentarios no la
complacieron. Leí con atención y cariño la novela y le dije con franqueza lo
que pensaba. En dos páginas de notas (el 24 de julio de 2007) le decía que me
parecía prematura la publicación de la novela, porque necesitaba más trabajo. No
le cayeron bien mis observaciones. Tomó
en cuenta unos cuantos consejos, pero de alguna manera se creó un vacío entre
ambos hasta que ella publicó de todas maneras el libro y me obsequió un
ejemplar con esta dedicatoria: “Esta novela que ya conociste en su gestación,
llega a su edición y difusión, con algunas de tus sugerencias. Ya sabes que no
fue posible mantener el diálogo creativo. Con cariño. Gaby.”
En Antigua, Guatemala, el 26 de febrero de 2001
Compartía conmigo (y probablemente con muchos otros amigos) noticias de sus viajes como representante del PEN Club, sus encuentros con escritores de renombre (Juan Villoro, Elena Poniatowska, Antonio Skármeta y otros) y los reconocimientos que le hacían por su infatigable labor en favor de la lectura de los más jóvenes, y por su obra narrativa.
De los libros que publicó y que leí con
placer, me quedé con las ganas de comentar Amalia, desde el espejo del
tiempo (Kipus, 2012), su biografía novelada de Amalia Villa de La Tapia, la
primera aviadora boliviana. Tomé notas que todavía están en pequeños papeles
dentro del ejemplar que me obsequió, pero me dejé vencer por el tiempo y nunca
publiqué un comentario. Se lo debo.
El tiempo vuela como esa aviadora pionera que Gaby rescató del olvido. El tiempo pasa y nos avasalla. No pasa un mes sin que desaparezca algún amigo entrañable, algún conocido que merece ser reconocido. Muchos se extinguen sin haber sido reconocidos en vida, sin que su obra haya sido suficientemente leída y comentada. Por suerte no fue el caso de Gaby, que recibió en vida numerosos reconocimientos por su incansable trabajo.
Este es un país donde se publica mucho y
se lee poco. A falta de una crítica literaria profesional (que debería existir
puesto que hay carreras de literatura), somos unos pocos los que nos improvisamos
en comentaristas y divulgadores de obras que se merecen algo más que ese
silencio cruel que castiga a los escritores, eso que los mexicanos llaman
“ninguneo”.